Pasada la primera década en la vida de un blog, se abre la puerta del futuro incierto. Caminar por el primer año de la siguiente decena produce un poco de vértigo.
Aguantar todos estos años sin haber echado nunca la persiana, modestamente, creo que tiene su mérito.
Verdad es que el número de comentaristas ha descendido notablemente, pero prefiero la calidad a la cantidad, así que eso no me preocupa.
Y tampoco es menos cierto que mi nivel de producción ha bajado. C'est la vie!
Ya saben, esas cosas ocurren. Ocurre que la vida te persigue, que te hace unos marcajes muy, pero que muy duros. Y ocurre que te quedas como en stand by. No te apagas, no se te funden los plomos, pero te sientes una Bella Durmiente de hoy en día en espera del beso de un príncipe llegado de lejanas tierras para que te despiertes, ¡y arranques de una vez!
Pues ahí estamos.
Y mientras tanto, ya nos ha llegado otro 18 de marzo más, el número once, el undécimo. Celebrémoslo, les invito a un choque de copas. Chín-chín, por todos nosotros. Chín-chín por lo que aún tenemos por vivir, recorrer, aprender y ver.
Así que, un año más, ¡gracias mil por su compañía, callada o ruidosa, pero gracias!
Seguimos viéndonos por esta Orilla.
Un abrazo grande para todos: amigos y desconocidos. Foto: De la memoria familiar, ¡y todos con cara de susto o de pillarnos desprevenidos...! (Verano del 71. Mis 11 años. Entre los 11 y los 12, me sobrevino el "Gran Cambio", con mayúsculas, el que me dio una vuelta de 360º. La vida, que no deja de sorprendernos a cada vuelta de cualquier esquina...). Texto: Edurne.
—No, no, yo no abro, ¿cómo vas a
ser Jack, si tú eres un canguro? ¡Fuera, fuera, vete!
—Puedo explicarlo, pero ábreme, ¡por
favor!
—Mira, no insistas, no pienso dejarte entrar. No te
conozco de nada.
—¡Vamos, Rose, solo he estado
fuera unos días, ya sabes cómo es mi trabajo…!
—¿Tu trabajo? ¿Pero no ves dónde
vivimos? Si fueras Jack sabrías que compramos esta granja para escapar,
precisamente, de la esclavitud de nuestros trabajos. ¡No, tú no eres mi marido,
a mí no me engañas!
—¡Venga, gordita, abre la puerta,
que estoy agotado de tanto salto, ya sabes que no estoy acostumbrado a hacer
deporte, y vengo así desde Melbourne!
—¿Me has llamado… Gordita?
¡Gordita solo me llama Jack!
—¡Yo, yo soy Jack, por eso te
llamo gordita! ¡Abre, por favor!
—¿Desde Melbourne, que vienes
saltando desde Melbourne? ¡Pero si vivimos en Adelaida! No sé qué es lo que
está pasando, pero todo esto es muy raro, no te reconozco… ¡vaya una facha que
traes! A saber por dónde habrás estado, y haciendo qué… ¡Fíjate qué uñas! ¡No
soporto a los hombres, ni a los canguros, con las uñas largas!
—¡Ya te he dicho que vengo saltando
desde Melbourne porque he perdido el coche, o por lo menos no recuerdo dónde lo
he dejado! Y en cuanto a las uñas, bueno… me dejé embaucar, perdí una apuesta y
me hicieron la manicure semipermanente… ya, ya sé que estoy horrible. Pero te
juro que me resistí todo lo que pude.
—¿Una apuesta, que perdiste una
apuesta? ¡Pero si tú no sabes jugar ni al parchís, qué apuestahas podido perder! Oye, ¿quieres dejar de dar
golpes en el cristal? Lo vas a romper. Además no me fío ni un pelo de ti ni de
lo que dices. No te pareces nada a mi Jack. ¡Que no, que no, que no te abro!
—Me estoy haciendo daño, Rose, y encima
me mareo. ¡Anda, déjame entrar y te prometo que me corto las uñas!
—¡Ya, tú te quieres hacer ahora
el bueno, el pobrecito, el que han engañado los amigotes, que si yo no quería…!
Ya, pero yo solo sé que, suponiendo que seas lo que queda o en lo que se ha
convertido mi marido, te fuiste el otro día, el lunes para ser más exactos, a
que te revisara Joe el motor del “4x4”, y de paso al registro
ganadero para las fechas de esquile de las ovejas… ¡Y mira, mira en lo que has
vuelto convertido!
—Sí, todo es muy raro, ni yo
mismo sé muy bien cómo ha sucedido este lío, pero de lo que sí estoy seguro
Rose, es de que soy Jack, tu marido y el padre de Al y Alf.
—¿Sabes el infierno que he pasado
estos días? Yo sola, aquí, con los gemelos, sin saber qué pensar ni qué hacer, ni
a quién acudir. Te llamé y llamé compulsivamente, pero tu celular estaba fuera
de cobertura. No quería avisar a mi familia por no asustarlos, y por vergüenza,
porque seguro que me iban a decir aquello de “ya te lo dijimos, sabíamos que
no era de fiar, que tenía un pasado un tanto… salvaje”. ¡Y tanto que
salvaje! Y a la Police tampoco, ellos me habrían dicho que seguramente habías
salido a buscar tabaco, y todos sabemos lo que significa eso en estas tierras…
—Por dios, Rose, no me hagas
llorar, que ya sabes lo sensible que soy, y todo esto me tiene trastornado.
¡Ayúdame, por favor!
—¡Pero si es que eres feísimo,
Jack! ¿Qué voy a hacer contigo? ¡Qué horror, no, los niños no pueden verte así!
Nos asustarías a cualquier movimiento
que hicieras, lo romperías todo, y es que se ve que no coordinas muy bien lo de
ponerte en pie. Por no hablar de otras situaciones más embarazosas… Y vaya cola
larga y dura, qué miedo, my God, que no, que no, no insistas…
—¡Roseeee! ¿Ves? ¡Ya has conseguido
hacerme llorar!
— ¿Y… sabes si esta facha se te
va a pasar algún día, si hay que hacer algo especial, si te han intoxicado, te
han embrujado o…? Es que esto es raro, pero raro, raro. Parece un nuevo
capítulo de La Metamorfosis de Kafka, aunque no te llames Gregorio. ¿Seguro que
no es un sueño, una pesadilla más bien?
—¡Ah, pues mira, no se me había
ocurrido pensarlo! ¿Y si esperamos un poco a ver si nos despertamos, al menos
uno de nosotros, y ya si eso, vamos viendo qué hacer…?
—Bueno, no tenemos muchas más
opciones, por probar… De verdad, Jack, ¡me das unos disgustos! ¿A quién se le
ocurre meterse en el sueño de su mujer, y con semejante pinta? Venga, vamos a
ver si nos dormimos y luego despertamos a la realidad… ¡Pero lo primero que vas
a hacer es cortarte esas uñas!
—¡Que sí, Rose, anda, duérmete de
una vez! Pero me abres la puerta, eh, no vaya a ser que me dejes aquí fuera, a
la intemperie, con todos esos canguros salvajes dando saltos de un lado a otro…
—¡Sííí, shhhhhhh, venga, calla! ¡Melburne, que viene saltando desde Melburne, eso no se lo cree ni él! Vídeo: Internet. Texto: Edurne