miércoles, 30 de junio de 2010

FIN DE LA PRIMERA PARTE


Se acaba junio, hemos llegado al ecuador del año… ¡vaya año!
Desde hoy a las tres de la tarde estoy oficialmente de vacaciones. Dos meses por delante. Estoy cansada. Espero reorganizar mi vida en estos meses y que todo vaya desarrollándose según lo estipulado, lo correcto, lo que tiene que ser.

Mis chicos se fueron el otro día contentos, con ganas de perder de vista la escuela un tiempo, pero de volver, eso lo sé, se les nota…
Esta mañana, al cerrar la puerta de clase, después de ordenar algo, tirar algún que otro papel y todo eso que solemos hacer el último día (me cuesta mucho, soy de las que guardo todo o casi todo), pensaba con cada vuelta de la llave en la cerradura, que ahí se han forjado muchas vidas (llevo un montón de años en la misma clase). Y justo esta tarde, al igual que el otro día cuando iba con el carrito de la compra (siempre me pillan con el carrito…), me he encontrado, más bien me han encontrado, con unos alumnos, el viernes con Gorka, recién llegado de USA y hoy, con Nahia, a punto de terminar el Instituto. Guapísimos, simpatiquísimos, y tan buenos estudiantes como siempre. Caramba, en esos momentos me siento de lo más orgullosa, ¡me pongo como una gallina clueca!
Septiembre está a la vuelta de la esquina, otro curso está esperándome.

Calor. Parece mentira, el calor, el verano, han llegado, ¡o eso parece! Siempre estamos suspirando por lo que no tenemos. Cuando llueve y hace frío, ansiamos el sol, el calor. Cuando nos asfixiamos… ¡Ay, entonces nos gustaría estar en el otro hemisferio!
¿Por qué será que casi nunca estamos conformes con lo que tenemos? Bueno, seguro que es algo innato al ser humano, que no lo podemos remediar. ¿Que tienes el pelo liso? Seguro que te encantaría tener una melena con rizos. ¿Que eres bajita? Pues unos centímetros de más…
¡En fin!

Yo creo estar bastante conforme conmigo misma, con cómo soy por dentro y por fuera, con todo lo que tengo y lo que no. Tengo cincuenta años, y alguien me dirá que ya llegué a la cima de la montaña y que ahora estoy empezando el descenso… Bueno, me da igual, bajaré la pendiente despacito, muy despacito… Por el camino tengo un montón de cosas que hacer, que ver, que vivir y disfrutar, aunque también me encuentre piedras y bifurcaciones, y barrancos, y trampas y…

Veamos cómo pinta el verano, para todo el mundo, así que esperemos como niños, con la capacidad para sorprendernos intacta, con la sonrisa en la boca, en los ojos, con las ganas de vivir cada instante a tope…
¡FELIZ VERANO!

Imagen: Calendario revista “Euskal Herria”

sábado, 19 de junio de 2010

TUS COLORES



— A José Saramago —

Con tus colores,
pequeña flor del deseo,
se adorna la luz en noches de fiesta,
con olor a estío,
a besos escondidos…

Lluvias tempranas atusan tus sueños,
despertándolos del letargo

de un largo invierno.
Y sollozan,
bailan con cascabeles prendidos
en las miradas,
ausentes…
Agitando recuerdos de aliento templado,
de tiempo jamás vivido.

Foto: Aitor Texto: Edurne

miércoles, 16 de junio de 2010

CONVERSACIONES CONMIGO MISMA



LLueve, llueve y no para de llover.
Si ya lo decían, y nada, que sería una fanfarronada más, pero no, que la cosa se ha puesto muy seria, y que a las ocho, o sea, ahora mismito, las aguas siguen subiendo, "Marea gora"!
Tenía en mi cabecita una entrada de "Historias de la Ría", porque el otro día tuve material para ello, pero hoy, que estoy como estoy, con el tiempo pisándome los talones y agobiada a más no poder, pues que no, que no me da para más, y que aquí me ando, hablando conmigo misma a todas horas.
Mañana volvemos a la Clínica, hay que someterle al pobre y sufrido padre a una intervención menor (pero para mí nada es menor a estas alturas y después de la experiencia que tenemos) para "arreglar" el desaguisado que le dejaron al hacerle la colostomía, y para que aguante hasta que, allá por diciembre volvamos a ingresar, pero ya para restablecer el tránsito intestinal a su normalidad.
¡Vaya un añito que vamos a tener, ya llevamos medio! A estas edades, como dice él, y estos sufrimientos gratuitos, porque, en su caso, no eran necesarios, está claro... error y reparación apresurada. ¡Y aquí estamos!
Por otro lado, el curso escolar, que ya llega a su fin. Para la chavalería el próximo miércoles 23, y para nosotros, el siguiente. Todavía queda mucho trabajo, mucho papeleo, mucho de todo. Se nota el cansancio, las ganas de terminar. Pero nos suena raro. El tiempo, que nos tiene locos del todo. Él está loco de remate, y quiere que nosotros también terminemos así.
Esta mañana iba yo casi remando a trabajar, ¡ni katiuskas ni nada!
Pues de momento esto es todo. Son las nueve menos cuarto de la noche, está oscureciendo más pronto que de costumbre, normal, el día ha sido y está siendo un día de merde.
¿Veremos el sol algún día, llegará el verano de verdad? No voy a seguir cuestionándome nada, lo que tenga que ser, ¡será!
De momento, lo que me interesa es que lo de mañana salga bien y volvamos rapidito a casa, que el horno no está para bollos, no queremos saber nada de médicos, clínicas, hospitales...
Por aquí me andaré, vigilando que no suba demasiado la marea y se desborde la Orilla. Aunque, si se desborda con pasos amigos... hala, marea gora!
Foto: Antonio

jueves, 10 de junio de 2010

VANIDAD



Orgullosa mantienes la rama
que hasta el cielo se estira.
Corrupta llevas la sabia de tus entrañas,
mientras que tú te retuerces entre bilis
y lodo de viejos recuerdos.
Vanidad te llaman.
Vanidad que como ardiente antorcha,
buscando tu sitio y tu consuelo,
sin complejos enarbolas.

Nunca soñaste ver tus anhelos
enredados entre tules y cuentas de azúcar
de cristal endurecido.
Nunca llamaste a puerta alguna,
y siempre te gritaron desagravios y sinsabores.
Pero por atrevida te tienes
y miras de frente, aunque el viento
azote tu calma y levante tormentas
de pura envidia.

Vanidosa como tu sombra,
que cansada de ser altiva,
a todas horas anda esquiva,
y luego,
en las esquinas se desinfla.
Vanidosa,
que los niños te admiran,
te sacan los colores sin que tú lo admitas.
Vanidosa,
entera como tu propia vida,
aguantando bajo la luz y la sombra
de tamaña mentira.


Pintura: Antonio Texto: Edurne

martes, 1 de junio de 2010

MATÍAS





“OJOS QUE NO VEN, CORAZÓN QUE NO SIENTE”

Hoy cumple sesenta años. Se llama Matías por el abuelo paterno y porque además, según todos, había salido a él: delgado como un junco, pequeño, ágil, vivaracho y observador. Su abuela siempre había visto en él un nosequé, y como si de una profecía se tratase, pregonaba a los cuatro vientos que la vida le deparaba algo especial.
Matías cumple hoy sesenta años, y veinte, su ojo. Lleva casi toda una vida con él, con ese ojo de cristal que ya forma parte de su cuerpo, de su rostro, de su mirada. Veinte años viendo lo que otros no ven, como si fuese la bola transparente de una pitonisa… Al principio, todos le miraban con cierto temor, como si quisieran huir de esa mirada inmóvil y fría, pero luego se fueron acostumbrando y se olvidaron de su presencia. A él mismo le costó mucho tiempo aceptarlo, pero veinte años juntos le han ayudado a no sentirlo extraño. Hasta piensa que desde que su tardío ojo pasó a formar parte de su fisonomía, su vida ha llegado a ser lo que es, y le ha permitido ver el mundo desde un balcón privilegiado. ¡Lo que no habrá visto ese ojo!

Se crió el niño Matías con el cariño de toda la familia. Era el último de seis hijos y el único varón. El padre, delicado del pecho, siempre fue un padre en la ausencia que además murió cuando él tenía ocho años. Afortunadamente, le quedaba el abuelo Matías, con quien no sólo compartía nombre, también aficiones, juegos, travesuras y capacidad para ver y mirar lo que nadie mira ni ve. Con el abuelo aprendió a descubrir el misterio de las pequeñas cosas, a diferenciar los olores, las formas de los objetos, a comprender el porqué de los actos humanos, a observar…
Por desgracia no pudo disfrutar mucho tiempo de su presencia. Contaba Matías catorce años cuando el abuelo murió, y entonces la madre y la abuela decidieron mandarlo a la ciudad con el tío Berto, el hermano del padre, que trabajaba en una de las fábricas de coches que habían proliferado tanto en los últimos tiempos. El tío Berto le consiguió un trabajo de aprendiz, y así fue como se abrió ante él la puerta a una nueva vida, a otras oportunidades a las que, viviendo en un pueblo, jamás hubiera accedido. Además, como ya decía su abuela, Matías era listo, “las venía venir” y llegaría lejos; y si no, para muestra un botón: aquella vez en que alertó al pueblo acerca del falso abogado que, supuestamente, iba a solucionar todos los problemas administrativos de los pequeños propietarios de tierras; él sólo era un chico de catorce años pero su intuición no le falló, aquel hombre tenía algo que no terminaba de convencerle, ¡y así fue!

Pero Matías, además de buen ojo también tenía buena mano y enseguida consiguió pasar de una a otra cadena de montaje, hasta que se fijaron en él y lo pasaron al Departamento de Mecánica. Allí aprendió y aprendió… Lo suyo era observar una sola vez cómo se hacían las cosas y ya estaba, las aprendía para siempre. ¡Hasta aquel maldito día! Veintiséis años en la fábrica, una pieza que salta y va a dar a su ojo. ¡Adiós ojo, adiós trabajo, adiós futuro! Lo único que consiguió fue una exigua paga de minusvalía y buenos augurios.
Matías perdió un ojo, y el otro, seguro que de rabia, también se le nubló. Por fin, fue aceptando al intruso y la nube del bueno se disipó; fue entonces cuando Bertito, su primo, le habló de la portería del número 24 de la Calle Mayor.

Desde entonces, aquí están él y su ojo. Ya casi veinte años barriendo y fregando escaleras, abrillantando con Sidol picaportes, manillas, aldabas y demás latones. Veinte años abriendo y cerrando puertas, recogiendo correos, sacando basuras al anochecer, saludando y sonriendo: buenos días, don Andrés; deje que le ayude, doña Alicia. Veinte años mintiendo a favor del buen nombre de alguien y hasta en no pocas ocasiones se ha mostrado diestro en solucionar a más de uno y de dos, entuertos, misterios y asuntos raros.

Con un solo ojo, atalaya de una vida aparentemente insulsa, ha visto de todo: un mundo pequeño, un microcosmos donde caben todas las miserias, todos los dolores, las alegrías… Nada se escapa a su control. Qué se le va a escabullir, si su abuelo le enseñó muy bien a mirar, a ver, a comprender.
No importa que la hija de los del cuarto disimule su tristeza, ni el del primero, su mal de amores; de nada vale que la viuda del principal intente sonreír porque Matías intuye y ve sus ojeras, los restos de lágrimas, las noches en blanco, las manos temblorosas. Es capaz de ver más allá de los simples sentimientos, del sutil dolor o la plena alegría. Con su ojo sano puede adentrarse en las profundas simas de la verdadera esencia del ser humano, puede acompañar al que ha perdido un ser amado, comprender las causas de una traición, la inmensa alegría que puede sentir una madre con el nacimiento de un hijo, la sorpresa de otros al serles reveladas razones que hasta entonces ignoraban…

Recuerda las enseñanzas de su abuelo, esa filosofía de la vida que no se estudia en ninguna universidad. Tenía razón el abuelo: cuando se quiere ver, no hacen falta ojos, sólo querer comprender. Y para eso basta con acercarse al mundo sin ataduras, libre, sin nada que enturbie el entendimiento de lo más simple, de la vida misma. Aunque sea a través de un globo de cristal.






Imagen: Internet Texto: Edurne