jueves, 30 de junio de 2011

OTRO MIXTO LIGHT (DESDE MADRID CON AMOR Crónicas del Foro XXXVIII e HISTORIAS DE LA RÍA XII)






















































































































































































Escribo a toro más que pasado, puesto que estas mini crónicas del Foro, acontecieron hace un mes exactamente, y las Historias de la Ría, hace unas dos semas.
Sé que abuso de su confianza, por eso me atrevo a pedirles disculpas, pero las circunstancias actuales me han impedido actualizar el blog como a mí me hubiera gustado.
También les digo que intentaré no ponerme melodramática, ni tristona, porque, entre col y col, siempre aparece alguna lechuga, o sea, que momentitos, breves, buenos, también los hay, y hay que saber aprovecharlos. Eso es lo que intento.

El Madrid estuve el último fin de semana de mayo, justo para el comienzo de la feria del Libro. De allí me traje fotos, libros, lo de siempre: mi entusiasmo por ese mundo lleno de letras. Trataré de subir alguna foto a esta crónica, aunque, ya les digo, va a ser mínima, son casi las 9 de la noche y aunque acabo de llegar a casa, todavía tengo muchas cosas que hacer hasta meterme a la cama. Les pondré instantáneas robadas a escritores de sobra conocidos, tales como Manuel Vicent, Maruja Torres, Rosa Montero, Manuel Rivas, y hasta algún que otro televisivo…
De libros, de los que compré, los que vi, los que he leído y demás… haré una entrada exclusiva, cuando pueda, eso sí.




Y por mi querida Ría una de estas pasadas noches, se tiñó todo de blanco, y es que tuvo lugar la tercera edición de la Noche Blanca. Una verdadera gozada, porque, a mas del ambientazo que se respira por las calles, el poder entrar en instituciones y museos a altas horas, cuando se supone que están cerrados, y poder apreciar exposiciones, ver pequeñas obras de teatro, un recital de poesía de Gabriel Celaya en el claustro del Euskal Museoa, a cargo de Mario Gas, asistir a charlas sobre temas diversos, relacionados con la cultura, cómo no… pues es una delicia.
Y como hizo tan bueno, nos regalamos un paseo por la Ría en barco. Otra gozada, porque poder ver las dos márgenes, la derecha y la izquierda, y apreciar el paso del tiempo, de las sucesivas crisis, del deterioro y posterior renacimiento… es un privilegio. Grúas, astilleros, muelles, muelles reconvertidos, museos, paseantes, deportistas, traineras, el Puente Colgante, qué sé yo… ¡si es que me emociono hablando de mi Botxo, es lo que nos pasa a los de Bilbao, jejejeje!

Y también he de hacer referencia al final de curso, al mes tan acelerado que hemos vivido, porque, el estrés, hasta hoy mismo en que a las 2 de la tarde he salido y he dicho: agur, hasta el 1 de septiembre… o sea, ¡sin parar!
Con mi aita en la clínica se me hizo muy cuesta arriba corregir y demás, pero lo sobrellevé como buenamente pude.
El último mes ha estado repleto de acontecimientos para mis pupilos: excursiones, actos especiales (tales como la lectura de un clásico de la literatura en Euskera por parte de mucha gente escogida a tal fin, entre los que estuvimos dos de mis alumnas y yo, representando a nuestra escuela), fiesta del centro… Y el último día los llantos, sí, porque lloramos a mares, como verdaderas magdalenas, tanto ellos como yo. Qué quieren, eran los únicos que quedaban en clase, y no había forma de echarlos, media hora más duró la despedida, tanto lloramos, que temí por quien no supiera nadar, ¡que lo mismo teníamos que salir a nado del aula!

Y ahora, esperando a que este mes de julio llegue y pase lo antes posible, y con buen balance. Operarán a mi aita de nuevo, y espero que con éxito, para que de una vez por todas podamos dejar de estar encogidos y empezar a sonreír.

Y haciendo gala de la filosofía “Carpe Diem”, mañana mismo me voy para el Foro hasta el martes, lo que viene después lo iremos afrontando según llegue. Por eso todavía no me hago a la idea de que desde esta tarde estoy de vacaciones, con que todo salga bien, me conformo, es lo único que me importa.

Y a ustedes, a todos sin excepción, a los ruidosos y a los otros, a los que pasan de puntillas, muchísimas gracias por seguir chapoteando y por acompañarme en las risas y en las lágrimas. Saben que los aprecio un montón.
Que disfruten los que tengan la suerte de poder hacerlo, y a los demás, que nada, paciencia, ¡que todo llega!

Un abrazo enorme.

Fotos: Antonio y Edurne Foto con el ramo y el diploma: Aitor, manipulación: Edurne Folletos: de la Exposición del Bellas Artes, programa de actos de La Noche en Blanco y propaganda de los viajes en barco por la Ría.






domingo, 26 de junio de 2011

COSER Y CANTAR (Replay)



La tienda de ultramarinos de Pedrito, “El laurel”, era de las más concurridas en el barrio. Y allí estaba Manolita, que aguantaba la cola de mala gana pero, como su madre no podía ir, no le quedaba otro remedio que pasar como mejor podía la casi media hora de espera. Menos mal que Pedrito siempre tenía la radio encendida…

A Manolita le gustaba cantar, más bien había nacido cantando. Desde chica se pasaba todo el día pegada a la radio oyendo las canciones de Juanita Reina, de Marifé de Triana, Conchita Piquer, Imperio Argentina… Y más de una vez se había imaginado como ellas, subida a un escenario, cantando y bailando. Manuela, su madre, que era modista, siempre mantenía encendida la radio que había en el taller de costura. Desde allí se lanzaba Manolita a sus arrebatos cantores para el deleite de su madre, de Matilde que ayudaba a la madre en la labor, y de cualquiera que se pasase por allí, clienta o vecina.

La realidad, en cambio, poco tenía que ver con el brillo de los escenarios con que ella soñaba. Desde los catorce años, su madre la había puesto en el obrador de las monjitas para que le enseñaran a bordar, ya que lo de la aguja se le daba bien, y así, mientras aprendía el oficio, se ganaba unas pesetillas haciendo tiras de vainica en las sábanas de los ricos que hacían sus encargos a las hermanas. A veces, también ayudaba a su madre y a Matilde a hilvanar o deshilvanar dobladillos, bajos y bocamangas, mientras canturreaba por lo bajito o a pleno pulmón.

Manolita era alta, espigada, con un pelo que desparramaba fuego entre unos espesos rizos que caían sobre sus rectos hombros. Miraba con la fuerza de dos zafiros, y a pesar de sus dieciséis años, su cuerpo lucía maduro y bien formado, por lo que no era difícil imaginarla como una rutilante estrella de la canción. Era hija única y de padre ausente al que nunca conoció por mucho que preguntara de chica, primero a la madre y luego al de allá arriba, que todo lo sabe y todo lo ve… Sin embargo, creció feliz, educada con cariño y mucha rectitud por su madre, que también ejercía de padre.

Ya iban para diez minutos los que llevaba Manolita esperando a que le llegara el turno. Para distraer el tiempo canturreaba por sus adentros: Y el gitano a la gitana, de esta manera le habló: échale guindas al pavo, pavoooo, que yo le echaré a la pava, azúcar, canela y clavooo…” ¡Ay, si ella pudiera subirse a un escenario de verdad, cantar ante un micrófono y un público real y no sólo en las reuniones familiares o para los vecinos en las fiestas de Navidad…!

Las canciones se le agolpaban en la cabeza, en la garganta y en el cuerpo. Había un programa en la radio todos los sábados a la tarde que era un trampolín para jóvenes valores de la canción, Tu oportunidad se llamaba; desde luego, ella lo hacía infinitamente mejor que muchos de aquellos concursantes, aunque los había que eran buenos de verdad… ¡si pudiera presentarse! Pero no sabía cómo podría hacerlo. Y seguía repasando su repertorio: “En los carteles han puesto un nombre que no lo quiero mirar, Francisco Alegre y olé, Francisco Alegre y olá…”, “Julio Romero de Torres, pintó a la mujer morena…” “Te quiero más que a mis ojos…”

Pasaban los minutos y ya sólo le quedaban por delante la señora de todos los viernes y María, la madre de las gemelas del quince. Pedrito no perdía la oportunidad de echarle una sonrisa de vez en cuando pero ella seguía deambulando por sus fantasías.

—Disculpa, muchacha, ¿eres tú la última? —oyó que decían a su espalda. Se volvió asustada, como si la hubieran pillado en algún renuncio, y sus ojos se encontraron con una sonrisa que se escondía tras el humo de un habano, un gabán de paño del bueno y un sombrero de ala estilo americano. Se sonrojó y asintió con la cabeza. El hombre aspiró el habano y lanzó una bocanada de humo al aire antes de hablar.

—Gracias, y perdona si te he asustado, pequeña. Al oír esa voz todos los que se encontraban en el establecimiento se volvieron. ¿Sería él, el de la radio, la voz más conocida de las ondas? ¿Sería Agustín Pedraza, el locutor-conductor de Tu oportunidad? La señora de todos los viernes, dejando a un lado su timidez, rompió el momento mágico y se atrevió a preguntar.

—Oiga, ¿no será usted Agustín Pedraza, el de la radio, verdad? El hombre se quitó el sombrero, apagó el habano y obsequiando al personal con una amplia sonrisa, dijo que sí, que eso parecía, que era Agustín Pedraza, el de la radio.

—¿Y usted, qué hace en esta tienda de ultramarinos? —se atrevió a indagar Pedrito.— Pues verán, voy de camino a la emisora dando un paseo, y se me han antojado unas manzanas reinetas justo al pasar delante de la tienda, tienen una pinta buenísima…

Enseguida se creó un clima distendido y cordial. Los parroquianos se atrevieron a preguntar por la marcha del concurso de los sábados y él se sinceró, les contó que andaba inquieto pues le habían fallado dos aspirantes y tenía que encontrar a alguien para hacer una prueba antes de diez días.

Todas las miradas se volvieron hacia Manolita y ésta notó que la cara le abrasaba. Se sintió descubierta, como desnuda ante desconocidos, quería salir corriendo pero sus piernas preferían quedarse. Pedrito hizo los honores.

—Señor Pedraza, esta muchacha es de lo mejorcito que hay, un diamante en bruto, un valor desperdiciado. Hágale la prueba a ella y verá como no le defrauda. Esta niña ha nacido cantando, la música es su vida.

Todos los presentes corroboraron la presentación de Manolita, pero ella tan solo quería salir de allí, correr a refugiarse entre los brazos de su madre. Sin embargo, el susto la tenía clavada al suelo. Pedraza la miró con interés, se acercó a ella y le dijo:

—Si eso es cierto, muchacha, no debes dejar pasar la oportunidad. Estaremos encantados de poder hacerte una prueba y con suerte serías seleccionada para participar en el programa que se emitirá dentro de dos sábados. ¿Qué dices, te gustaría?

No se lo podía creer, estaba soñando, seguro, pero si ahora mismo acababa de imaginarse en esa emisora, en ese programa… No, no podía ser cierto, la suerte es algo que les ocurre a otros, siempre a otros, nunca a los que son como ella. Manolita no sabía qué responder, estaba nerviosa.

—Yo, yo, disculpe pero no sé, no creo que eso sea posible, tendría que comentarlo en mi casa, y lo más probable es que no me dejen participar; además yo sólo canto para mí y mi familia, no sé… Pero muchas gracias de todos modos. Disculpe pero ahora tengo mucha prisa, mi madre me espera para que le lleve la compra. Muchas gracias, de verdad, muchas gracias, señor.

El hombre no se dio por vencido, sacó una tarjeta del bolsillo interior de su americana y se la dio.

—Toma, muchacha, ésta es mi tarjeta, ¿ves?, aquí pone mi nombre y que soy locutor de Radio Continental, no te estoy engañando. Tranquila, pequeña, pero no dejes de comentarlo en casa y si cambias de opinión… me llamas.

Era su turno pero, tan azorada como estaba, había olvidado por completo el encargo de su madre, así que salió de allí sin hacer la compra ni “ná”.

Llegó a casa corriendo, subió las escaleras de dos en dos y entró como una exhalación en el modesto piso, que era vivienda y taller a la vez. Manuela y Matilde levantaron la vista de la labor y se la quedaron mirando con expresión de susto.

—¿Qué ocurre, hija?

Dejó Manolita la bolsa de los recados, vacía, en el suelo, y contó como pudo el encuentro de hacía unos minutos. Pedraza, la radio, el concurso, la tarjeta…

—¡Madre, yo quiero ir, yo quiero cantar en la radio! —terminó sofocada y radiante, excitada, Manolita.

—Ya hablaremos más tarde de ello, pero ahora necesito que me vayas a la mercería de Doña Sara y me traigas hilo blanco de repasar, torzal gris y una bobina normal, cinturilla para esta tela, una docena de botones camiseros, una sisa azul y otra blanca, un alfiletero nuevo… Hala, y no tardes, que estamos necesitando esa cinturilla.

Bajaba Manolita ahora con calma por las escaleras de madera, parándose a oír el crujido de los escalones y las voces que venían del patio, las radios encendidas, las canciones que inundaban su espíritu y su cuerpo... Llegó a la calle, y mientras encaminaba sus pasos hasta la pequeña plazuela del barrio donde estaba la mercería de Doña Sara, pensaba que no había nada que hacer, que su madre nunca la dejaría cantar en la radio, que tendría que conformarse con esos momentos de “gloria” a los que tenía acceso de tarde en tarde cuando acompañaba a su amiga Conchi a ver a su madre, que limpiaba en uno de los cabarets del barrio chino. Allí había un pequeño escenario con un micrófono, y ella se subía y se arrancaba con esas coplas que tan bien cantaba… Mientras, Conchi, su madre y el encargado del local, cerrado a esas horas, sonreían y aplaudían.

Al llegar de nuevo a casa, Manuela la estaba esperando sentada a la mesa de la cocina con un tazón de café con leche y sopas. Hizo que se sentase a su lado y, tomándole la mano, le dijo que había estado pensando, y que después de mucho darle vueltas al tema había decidido dejarla hacer esa prueba, que total, nada se perdía y ella, Manolita, podría cumplir una parte de su sueño, cantar ante un micrófono de verdad y ante un público de entendidos en la materia. Así que Manuela dio su consentimiento y llamaron al señor Pedraza.

En ese instante, en la radio sonaba el programa de canciones dedicadas, ése en el que los novios y esposos se mandaban mensajes cifrados a través de inocentes canciones. Lola la piconera le devolvió la calma y la sonrisa a la cara. Iría a la radio, haría esa prueba y sería elegida, estaba segura. Se abrazó a su madre entre risas e hipos nerviosos. La prueba, como era de esperar salió bien, muy bien, y Manolita fue seleccionada directamente para el programa del sábado doce de mayo, donde tendría que pelear con otros nueve aspirantes por conseguir una plaza en las semifinales del concurso.

Los días siguientes fueron de mucha emoción. Todo el barrio estaba alterado, ¡Manolita, la chica de la modista del trece, iba a cantar en la radio! Las monjitas le dieron todas sus bendiciones y un escapulario de la Virgen para que la protegiera y ayudara, sin dejar de repetir que rezarían y rezarían a cada momento por ella sentadas alrededor de la radio el sábado por la tarde. La señora Sara en la mercería, Pedrito el tendero… Todos estarían pendientes de las ondas ese día.

Manuela le hizo un vestidito blanco con festón de galletilla de color azul, a juego con sus ojos, en el escote. Estaba preciosa. Su madre y el tío Salvador estaban entre el público, y los aspirantes a nuevos valores de la canción esperaban nerviosos su turno para demostrar su arte.

Y llegó el momento. “¡Y ahora, con todos ustedes —anunció Agustín Pedraza—, Manuela Garcés!”

Entonces ella se adelantó con paso firme, sacudió su melena hacia atrás, los focos la iluminaban dando un brillo especial a su cabello, que lanzaba fuego. El corazón le latía como si fuera una legión de caballos salvajes al galope; un sudor frío recorría su espalda, pero ella caminaba con una sonrisa en los labios, y con la seguridad y el aplomo de alguien que sabe que ése es su puesto, que ha nacido para estar sobre un escenario. Se detuvo un momento, alisó su vestido e hizo un último ademán sacudiendo ligeramente todo su cuerpo. Hormigas le trepaban por las piernas y un ejército de mariposas revoloteaban en su estómago; la cabeza le daba vueltas y el vértigo se le asomaba por los ojos, centelleantes. Subió los cuatro escalones hasta el escenario, sujetó con fuerza el micrófono y, tras los primeros acordes de la orquesta, se escuchó por todo el estudio una voz clara y potente…

“Échale guindas al pavo, pavo... échale guindas al pavo, que yo le echaré a la pava, azúcar, canela y clavo… que yo le echaré a la pava, azuquita, canela y clavo…"
















Foto: De la memoria familiar Texto: Edurne Vídeo-canción: Youtube (el vídeo desapreció hace un tiempo, ahora he tratado de insertar la canción original cantada por Imperio Argentina y Miguel Ligero, no sé si saldrá, si es así, pido disculpas, la tecnología suele resistírseme...)

viernes, 17 de junio de 2011

QUISIERA



Quisiera tener la receta
que aplacase los males del alma,
el jarabe que calmara
la tos del sufrimiento.

Quisiera poder ver más allá
de las lágrimas que enmudecen
mi risa y acallan mi alborozo,
emborronando mi horizonte.

Quisiera saber decir las palabras
mágicas que obrasen el milagro,
que cubriesen de flores
el manto de mi pena vieja ya.

Quisiera cerrar los ojos,
poder dormir y transitar
valles de sueños azules y blancos,
donde olvidar estos pellizcos de tristeza.

Quisiera que mis fuerzas
no fallaran a la hora de la verdad.
Quisiera, pero sé que mi destino
en las nubes escrito está.


Pintura: Antonio Texto: Edurne

viernes, 3 de junio de 2011

VIDAS DE SANTOS


Estaba predestinado. Con ese apellido no podía llevar otro nombre. Nació el pequeño en la cama de sus padres, en la casa familiar del barrio de Nazaret en Valencia. Para más inri fue el 4 de octubre de 1924, festividad del santo. Su madre, tocada de un fervor religioso totalmente inusual en ella, pensó que llamarle como el noble franciscano sería como un talismán de la buena suerte, así que se salió con la suya y, muy a pesar del disgusto del marido, consiguió cristianar al recién nacido con el nombre del santo de Asís.

En la familia del padre hubo además algún ascendente italiano; había que remontarse a la época en que el reino de Nápoles y Sicilia perteneció a la corona de España, lo que facilitó un trasvase humano entre las dos penínsulas. El antepasado venido de Italia acertó en su destino y trajo con él lo que sería el germen de la próspera economía de generaciones posteriores. Domenico de Asís, tal y como figura en los anales de la historia familiar, fue un intrépido napolitano con ascendente en la provincia de Perugia que tenía como profesión la de herrero, pero no un herrero cualquiera, sino un artesano del hierro solicitado por todos los nobles y soldados, tanto por sus espadas como por todo tipo de armas e incluso por sus herraduras; los caballos que las calzaban tenían otro aire, otra alegría. Y así llegó hasta Valencia donde, visto el éxito que obtuvo, decidió establecerse y emparentar con la villa por medio de alianza matrimonial. El resto de la sangre de nuestro niño era valenciana y bien valenciana; su madre, sin ir más lejos, estaba directamente vinculada con don Vicente Blasco Ibáñez. Y tal vez porque el destino lo querría así, aunó en él amor a la naturaleza y desenvoltura en la palabra. Así que Francisco de Asís e Ibáñez vio sus primeras luces en el barrio de Nazaret de la ciudad valenciana, donde se fraguaron sus primeros sueños infantiles.

Sueños y años mimados por sus cuatro hermanas, ya que al ser el único varón y el menor de los hijos gozó de todos los favores por parte de la familia al completo. Por el padre, porque era el único hijo, el que heredaría el pujante negocio familiar de la fábrica de forja y la ferretería del centro de la ciudad; por la madre, porque era su niño, su regalo, su seguro para no volver a quedar embarazada, pues su marido había conseguido lo que quería y la dejaría en paz; y por sus hermanas, porque era como un juguete y un entrenamiento para días venideros, sobre todo para las dos mayores, que veían en el hermano al hijo que tendrían no sin tardar mucho tiempo. Todo eran risas, mimos y relajo en la vida del pequeño Francisco.

Cuando estaba presto a realizar la Primera Comunión, don Camilo, el párroco de la iglesia de Los Desamparados, le dijo que llevando nombre de santo, su vida tendría que ser ejemplar, y que él habría de ser el garante de la pureza espiritual de su familia, dado que soplaban malos vientos para la fe. Francisco no entendió nada, él no era más que un niño y en lo único en que pensaba era en jugar y divertirse. Tan solo años más tarde entendió las palabras del cura.

Al estallar la guerra, el padre fue capeando sus envites y consiguió mantener a flote el negocio. Al finalizar la contienda, para sobrevivir y seguir manteniendo el estatus de la familia, tuvo que fingir una afinidad que no sentía hacia los nuevos mandatarios. Pero Francisco, que despertó pronto a la vida, tomó un partido claro y al cumplir los catorce se enroló en las filas del ejército republicano, o lo que quedaba de él. Era el año 1938 y todavía le esperaba un año entero de lucha, de penurias, cruentas batallas, desesperación, miedo, hambre, lágrimas… Después, pasó un tiempo huyendo con los maquis por los montes de todo el Levante y Cataluña hasta que llegó a los Pirineos y pudo pasar al otro lado, donde le pilló otra guerra. Fue una época dura para él, pues tuvo que pagar con vidas ajenas el precio de mantener la suya a salvo. No se sentía orgulloso de ello, pero las circunstancias lo habían abocado a tales acciones. Por eso se juró a sí mismo que en adelante solo dedicaría sus esfuerzos a construir, cuidar, ayudar, crear y prodigar vida.

Tenía veinticinco años cuando le hicieron prisionero los nazis por ser colaborador de la Resistencia Francesa y lo mandaron a un campo de concentración en Alemania de donde, milagrosamente, salió vivo. Hasta de las mayores desgracias se obtiene algo positivo, y para Francisco lo fue el encuentro con las pequeñas mascotas de los hijos de Friedman, el comandante del campo. Una mañana de invierno, mientras hacía su turno de limpieza, encontró a los gatitos medio moribundos cerca de las letrinas de los barracones de la zona norte. Los animalillos se habían escapado y llevaban unos días vagando muertos de frío, casi sin alimento… Los recogió y con sus cuidados consiguió sacarlos adelante, por eso recibió una especie de trato de favor que se tradujo en una ración especial de comida diaria y que él compartía con sus compañeros. Los animales salvaron su vida, no tenía la menor duda, como cuando años atrás en España, huyendo de la Guardia Civil, un viejo asno consiguió llevarle hasta el otro lado de la frontera.

Al principio, y con una libertad recién estrenada, con heridas en el cuerpo y en el alma, no supo qué hacer, a dónde dirigirse… Volver a España no era buena idea, aunque sí debía buscar la forma de comunicarse con su familia, de la que no sabía nada desde hacía años, ¡los echaba tanto de menos! Alemania estaba en ruinas y había que levantar el país, todas las manos eran pocas. Tenía un par de amigos de Mathaussen: Karol, un polaco grande y sonrosado, con un pelo del color de la paja y unos ojos grises que siempre mostraban el infinito, un noble corazón y una sonrisa siempre dibujada en su cara; y Serafín, un pastor de Albacete que había corrido la misma suerte que él huyendo de los nacionales. Ninguno de los tres quería quedarse allí ni tampoco volver a su tierra; además, se habían acostumbrado los unos a los otros y eran la única familia que tenían, se tenían mutuamente. Así que iniciaron una especie de peregrinaje por el país mientras decidían qué hacer con sus vidas.

El primer año lo pasaron en Alemania, manteniéndose a base de trabajos mal pagados y ayudando a restaurar casas y otros edificios a cambio de comida y un techo donde pasar la noche. En realidad, preferían las zonas rurales; en las granjas encontraban mejor recibimiento y a ellos se les daba muy bien ese mundo. Francisco tenía una mano especial para los animales; Karol los bautizaba a todos y además era como una garantía de buena gente para los campesinos que los acogían; y Serafín era capaz de solucionar mil y un problemas. En este deambular se les unió un pobre can que recogieron de entre las ruinas de una iglesia en un pequeño pueblo. Rufus, así lo bautizó Karol, se les hizo inseparable e imprescindible; fiel como solo saben ser los animales en el estado en el que se encontraba, fue la única alegría que la vida les deparó en esos tiempos tan amargos. Francisco no comprendía cómo Dios, si es que existía, podía permitir todo lo que había ocurrido, lo que se iban encontrando a cada paso. Y entonces recordó las palabras que le dijera don Camilo, el párroco, poco antes de su Primera Comunión. Si supiera todo lo que había tenido que hacer para seguir con vida, se espantaría y le excomulgaría ipso facto.

Fue transcurriendo el tiempo y poco a poco sus pasos les condujeron hasta la frontera con Suiza después de atravesar también Francia, donde no terminaron de encajar del todo. Entre los tres amigos formaban un conjunto bien avenido y capaces de realizar cualquier tipo de tarea, pues cada uno era especialista en unas cuantas cosas. Suiza se presentaba ante ellos como un paraíso donde poder comenzar de nuevo. Allí serían libres, había grandes pastos, terreno para la agricultura y la ganadería, había también una industria floreciente y, en cuanto al idioma, tenían dónde elegir. Para ellos no representaba ningún problema, ya que hablaban francés, alemán e italiano. Estaba claro, Suiza era el sitio ideal para establecerse.

En un principio se quedaron en casa de Frederick, el Rubio, un próspero campesino que los acogió sin reparos desde el primer día. Frederick y Claudia, su mujer, tenían tres hijas, Carlota, Clarisse y Catterina; y tan solo un hijo, Franz, demasiado joven todavía como para hacerse cargo de las tareas de la granja. Por lo que la llegada de los tres amigos al seno de la familia Müller fue más que providencial.

En 1954 Francisco se casó con la tímida Clarisse; y más tarde, siguiendo su estela, Serafín también matrimonió con la hermana mayor, Carlota. El viejo Frederick estaba encantado, ¡le habían nacido dos hijos de golpe! Y el negocio pasó de ser una próspera pero tranquila explotación familiar, a una empresa con aspiraciones más allá de las fronteras suizas. En cuanto a Karol, hacía tiempo que venía mostrando inclinaciones hacia una vida más espiritual, por lo que decidió volver a Polonia e ingresar en un seminario, y como sabrían más adelante, le fue muy bien en la carrera eclesiástica, siempre habían pensado de él que tenía madera de santo...

La granja de los Müller pasó a ser una floreciente explotación ganadera, y todo gracias a la producción lechera diaria. Francisco introdujo métodos propios en el ordeño que conseguían unas cuotas de leche nunca antes imaginadas. Dicen que sus modos eran poco ortodoxos, pero los resultados excelentes; solía quedarse a solas con las vacas y les hablaba, les contaba historias que él mismo inventaba; y ellas, calladitas, solamente se dedicaban a dejar que la leche manase de sus ubres abundantemente. Las vacas estaban encantadas, eran más felices, eso se notaba al contemplarlas cómo pastaban tranquilamente, y verlas dormir como benditas en los establos… Se podía decir que las vacas de los Müller eran vacas queridas, tratadas con respeto, y que ellas, sintiéndose así, correspondían a ese cariño. Con el excedente de leche se aventuraron a ampliar la oferta de la granja, fabricaron quesos y otras especialidades lácteas que pronto adquirieron una fama más que justificada por toda Europa: «Milch und Milcherzengnisse Die Farm San Francisco-Müller» [Leche y productos lácteos La Granja San Francisco-Müller].

Parecía que la vida, al fin, le recompensaba de alguna forma; ahora podía vivir tranquilo, había encontrado y formado una familia, el futuro se presentaba esperanzador para él y los suyos. Y respecto al pasado, a su primera vida, Francisco prefería no pensar demasiado en ella. A España no quería volver, sabía que de su familia no quedaba nadie, o al menos él así lo creía, y no iba a permitir que la pena y la venganza se instalaran en su corazón. Pero llevaba muy dentro, bien guardado, el recuerdo de su madre, el olor de su tierra, la luz de su cielo, las risas de su infancia, las caricias de sus hermanas, los consejos de su padre… Con eso tenía suficiente para seguir adelante. Atesoraba mucho para poder transmitir a sus hijos. Solamente tenía que dejar que la vida siguiera su curso.

Y así fue. Su vida transcurrió tranquilamente entre establos, vacas agradecidas y la familia. Todo había sido como un milagro; hasta que un 4 de octubre de 1989, un estúpido accidente de bicicleta tratando de esquivar a un perro que le recordó al viejo Rufus, acabó con su vida el mismo día en que cumplía sesenta y cinco años. Siempre había albergado un profundo agradecimiento hacia los animales, ellos le habían salvado la vida tantas veces que, ese día, por fin saldaba su deuda.



Imagen: Internet Texto: Edurne





jueves, 2 de junio de 2011

HOY AMENAZA RUINA MI CASA (Replay)




Hoy amenaza ruina mi casa.


Soplan vientos helados que llegan


desde la oscuridad más profunda.


Ruina de lágrimas perdidas entre azules cobalto


y fraudes de almas podridas.


Perdimos la llave de la puerta


que abre la estancia de la alegría.


Hoy amenaza ruina mi casa.


Se desbocaron los dolores en mi pecho


aletargados, de toda vista expulsados.


Cantaron los cuervos con fuerza


y cayó la noche sobre mis ojos,


en ti prendidos.


Ruina de agua, de viento y furia


rompiendo en mi dique salvavidas.


Ruina de temores,


de viejos miedos


de pronto en pie y alocados.


Hoy amenaza ruina mi casa.


Siento la vida que me ahoga,


que me reclama y yo, que sucumbo


a ese nudo que sube por mi garganta.


Ruina de llantos, amigos del camino


en mí crecidos.


Ruina de días en vano esperados.


Ruina de noches, a ciegas vividas.


Hoy amenaza ruina mi casa...






Foto y texto: Edurne (publicado en este blog el 6 de febrero de 2009)