viernes, 30 de mayo de 2014

PEQUEÑA HISTORIA DE AMOR PRIMAVERAL


—¡Hola hermosa!
—¿Es a mí, caballero?
—¿A quién si no, bella flor?
—Mire usté que aquí una menda no está para zalamerías…
—No me sea arisca, prenda, que mis requiebros son reflejo de un gran amor.
—¿Amor, dice? ¡Tira p’allá, camelador, que una no ofrece sus gracias al primer pinturero que la ronda y le regala el oído!
—¡Me parte el corazón, linda!
—Tenga pues unas tiritas y pare la hemorragia…
—¡Y además de guapa me salió graciosa y chisposilla! Pues habrá de saber que así me gusta cada vez más.
—¡Qué remedio que andar espabilada, que aquí hay que ser lista y estar al loro con tanto moscón alrededor…!
—¡Pero si yo no soy moscón, ni moscardón, que Don Abejorro es mi gracia, señorita!
—Ya, ya, que ya me conozco yo a los de tu especie… Ahora me rindo a tus vuelos en rasante, a tus cabriolas, a tus zumbidos, y… ¡zas! Te llevas lo más dulce de mí y... ¡Y si te he visto no me acuerdo!
—Querida, qué quieres, es mi naturaleza, por eso me llaman también “Picaflor”…
—Pues que sepa usted, don Picaflor, que yo no soy como las demás.
—Anda, preciosa, ¿no ves que ya es primavera, que los pajaritos cantan, que las nubes se levantan, que estamos hechos el uno para el otro…?
—¡Sí, sí, que a mí no me engañas, listillo, que una será florecilla silvestre, pero honrada a carta cabal! ¡Así que "alupé, alupé, sentadita me quedé!
—¿No querrás quedar mal con toda tu familia por un sentimentalismo pasado de moda, no…? Yo tengo todos los permisos en regla para realizar mi trabajo, mira, así que tú verás… Si me rechazas, el campo está lleno de primas tuyas deseosas de que un abejorro como yo se fije en ellas.
—Estoooo… Si nos ponemos así y apelamos al deber que nos llama y esas cosas... No voy a tener más remedio que claudicar, ¿verdad? ¡En fin, pero  que sea rápido! ¡Y no me haga daño por favor, que soy muy sensible!
—¡Tranquila, reina, que soy todo un profesional, estoy licenciado por la Universidad de Prado Largo, y además tengo un máster en mi especialidad!
—¡Ay! ¿Pero  por qué me habrá tocado nacer florecilla del campo, por qué?
—¡Gracias, hermosa! Te juro que ha sido un verdadero placer.
—Eso se lo dirás a todas, embaucador. Ahora seguro que no volveré a verte. No, si ya me lo sabía yo…
—Bzzzzzzzzzz… ¡Chao, florecita!


Dibujo: Internet. Texto: Edurne


domingo, 25 de mayo de 2014

DESDE MADRID CON AMOR (Crónicas del Foro LX) e HISTORIAS DE LA RÍA XXXIII o El Tiempo me mata.



Tal y como reza el subtítulo de entradilla, el tiempo es mi enemigo, sí,  lo corroboro, día a día. Todo lo que voy a contar —someramente— ha ocurrido ya. Vivo buscando en el pasado, en el pretérito más cercano. Ya sé que las cosas así contadas pierden efectividad, frescor, dejan de ser novedosas… pero es lo que hay en mi día a día: pesadez, pena, vacío, trabajo, mucha responsabilidad, tristeza, decepción, miedo, dolores —de cuerpo y de alma—, empacho por tener que tragar lo que llevo dentro, por no poder expulsarlo, hablar de ello, desahogarme, buscar consuelo (muchas personas de mi entorno no me dejan estar triste, no quieren que hable, que recuerde, que me libere, que llore… no me dejan, no saben manejarse con mi duelo, tratan de obviarlo, de mirar hacia otro lado, no preguntan, no me ofrecen su hombro, su tiempo — pequeño espacio temporal— para ser la que soy en estos momentos de mi vida…) Por eso el tiempo me pesa más, por eso los días son grises y las noches eternas. Y por eso trato de que crean que soy la de siempre, para que se sientan tranquilos, para no comprometerlos… Pero es mentira, no soy la misma, por dentro estoy rota, mi pegamento es muy frágil y al mínimo desgarro, el parche se suelta. Esto también forma parte de mis Crónicas.




Y los días van, y los meses vienen. Invierno, primavera... llega el verano. Pasó la Semana Santa e hice una escapada al Foro, para mantener de alguna forma la normalidad que llevaba marcando el ritmo de mi vida. Y volví al trabajo después de bregar con ventanillas, papeles y funcionarios, trabas burocráticas, injusticias e incomprensiones varias, y todo mordiéndome  los labios y sujetándome las entrañas, conteniendo las lágrimas de oficina en oficina. Y son cuatro meses ya los que la nueva Edurne intenta caminar por los adoquines de la ciudad que se ha abierto ante mí desde los umbrales de la muerte. Mucho tiempo. Nada. Contradicciones. Parece que fue en otra vida. No. Es, ha sido en esta que vivo, en la única que tengo y conozco, en mi vida.




La Semana Santa me trajo un poco de adelanto primaveral, o más bien veraniego. Sol, calorcito y cambio de escenario. Cuatro días. Suficiente. Moverse un poco y ver lo que no ves todos los días, aunque también forme parte de tu vida... ayuda.





Museos. El Prado. “Las Furias, Rubens, La biblioteca del Greco…” Yo solo les nombro, les dejo mi entusiasmo de siempre por todo lo que sea arte, cultura... y les invito a acercarse.





Alcalá de Henares. Tenía ganas de volver. La última vez, hace unos años y también en Semana Santa, llovía de lo lindo. En esta ocasión, tregua, sol, calor y mucho ambiente. Y cigüeñas. 111 parejas de cigüeñas en la ciudad. Me asombran y fascinan las cigüeñas con esos nidos gigantescos y tan bien trenzados, con sus picos, sus cloqueos y sus cortejos, su fidelidad…





Y Don Miguel, el manco más ilustre, que nos esperaba con sus amigos más íntimos, Don Quijote y el bueno de Sancho. Nos abrió el de Cervantes su casa convertida en museo;  y por allí anduvimos, dando vueltas, leyendo cosas, curioseando… Ya en la calle, posamos en el banco más visitado de la ciudad.




La evolución humana. La cuna de la humanidad. Nuestra Historia y los hallazgos más cercanos de la Comunidad de Madrid. El Museo Arqueológico Regional. Ya lo conocía, pero siempre me gusta volver a ciertos sitios.



¿Una de cine? ¡Claro, estaba obligado! Y más después del fracaso de marzo… Había que ver la peli más taquillera del cine español. La de “Los ocho…”. Confieso que esperaba mucho más, tanto blablablá acerca de la cinta que no sé, ni que fuera para Óscar. Pero bueno, me reí a gusto, el cine estaba lleno a rebosar  y cuando terminó la peli, la gente aplaudiendo, algo que nunca había visto, eso me hizo reír más. Una ya está acostumbrada a los tópicos de los que hace alarde el film, pero comprendo que los de otros lugares no, y que todo les produzca una risa instantánea. Es verdad que la hora y pico que dura la proyección está repleta de gags típicos, tópicos ya conocidos, y hasta asumidos, aunque no siempre sean ciertos, pero ni por parte de los vascos, ni por parte de los andaluces. Es una película muy graciosa, la verdad. Karra Elejalde (y ya aprovecho para aclarar, por si alguien no lo sabe, de dónde le viene a Karra el seudónimo: de pequeño le llamaban karramarro, que es un cangrejo muy pequeño, y con eso se quedó. Él en realidad se llama Carlos, y es de mi quinta, incluso diez meses más joven que yo) está que se sale, lo borda, como la Machi, otro crac. Nada, a ver “Ocho apellidos vascos”, que todos estamos necesitados de risas y desahogos.




Los libros me rodean por todas partes, aunque en esta época les preste poca atención por razones obvias. Una vueltita por Moyano buscando un librito que me ha traído por la calle de la amargura y que quería haber leído por varias razones. El libro en cuestión: “Rosa Fría, patinadora de la luna” de María Teresa León, la que fuera compañera de Alberti, mujer interesantísima en todas las facetas de su vida, a mas de bellísima. Pues nada, agotado, no lo encuentro por ningún lado, ¡ni allí! Pero con más tranquilidad haré uso de los resultados de mis pesquisas para hacerme con él más adelante…




La Nothomb, Amélie, una mujer y escritora muy singular. O te enganchas a ella, o la dejas por imposible. He leído bastantes cosas de ella, incluso la he leído en francés, y a ver si me animo y el próximo que le lea lo hago también en la lengua de Molière. En esta ocasión el elegido fue “Barba Azul”, una encantadora fábula moderna que no pienso desvelar, porque la recomiendo para todo aquel que piense que la amiga Amélie merece la pena. Chapeau!




Y en mi viaje de vuelta me traje otro libro comenzado, “Escríbeme una foto” de David Torrejón y publicado por Ediciones La Discreta,  pero que… no he retomado desde que volví, o sea, que llevo un mes sin leer nada en formato “libro de verdad”. Para llorar. Y mientras, no vean ustedes cómo  se me acumulan los volúmenes en mesas y estanterías… para llorar también.





Bilbao, mi Botxo, es el que me ve todos los días, y el que se sabe de memoria cómo camino cada día. Hoy hace un día que más parece de invierno que de primavera avanzada, pero hemos tenido también días muy bonitos, soleados y acalorados, que esto no es como dicen algunos, tan húmedo, frío y lluvioso…





Tenemos varios museos en la ciudad, todos ellos de sobrada y reconocida calidad, y que aunque sean pequeños (lo digo por la lógica correspondencia entre el tamaño de la ciudad y las pinacotecas…), no adolecen de firmas sobradamente afamadas. A mas del mundialmente conocido Guggenheim, y artífice del boom de Bilbao en los últimos tiempos, está nuestro Museo de Bellas Artes de toda la vida, el Museo del Parque (el parque de Doña Casilda de Iturrizar, o el familiarmente llamado Parque de Los Patos), considerado como la segunda pinacoteca del Estado después del Prado. Ciertamente merecida su consideración, ya que es un museo muy bien provisto y estructurado, que abarca todas las épocas y que tiene justos representantes de las distintas corrientes artísticas entre los cuadros colgados en sus paredes.




El alemán Markus Lüpertz nos ha dejado ver parte de su fecunda obra durante estos últimos 50 años. Pinturas, esculturas, bustos y dibujos en un total de 91 obras, nos han llevado de la mano por el mundo de Lüpertz. Un mundo muy particular. En Bilbao ya disfrutábamos de una de sus creaciones, Judith,  en el Paseo  de Abandoibarra. La exposición ya terminó el pasado día 19, así que no puedo decirles que vayan a verla… Ahora tenemos otras, de las que ya les hablaré más adelante.





Y como este año estamos celebrando el año de El Greco, en Bilbao, no íbamos a ser menos, y nos hemos sumado con un estudio exhaustivo de los dos “Grecos” que lucen en nuestro Bellas Artes desde hace muchísimo tiempo, “San Francisco en oración ante el Crucificado” y “La Anunciación”. Estos cuadros los pueden ver siempre, pero con esta presentación especial y especializada... hasta agosto. Están a tiempo.




Por lo demás, La Ría siempre es la misma y es otra cada vez que la miras. No sé, tal vez sea algo que solo me pasa a mí, o a los del Botxo, que la miramos arrobados y nos parece única cada día. La Ría y sus paisajes de margen izquierda y margen derecha, sus símbolos de antaño, sus reclamos de hoy… Sí, es única y algo muy parecido al Ave Fénix. Hasta la visitan las musas, y si no me creen paseen por el estanque del Euskalduna, donde Dalí dejó que Terpsícore, la musa de La Danza, nos deleitara con una pirueta estática. Una delicia.




Mi vuelta a clase me ha revolucionado más. Me lo he encontrado todo bastante alterado, y solucionar ciertos desaguisados a estas alturas de curso, cuando todo el pescado ya está vendido, o así debiera ser, me cargan con responsabilidades que no me queda más remedio más que asumir, aunque no me pertenezcan. Estoy bastante disgustada, para qué voy a negarlo. Salgo todas las tardes como si volviera de La Guerra de los Cien Años. Ahí también estamos peleando. Menos mal que ya queda poco, hasta el 30 de junio, a tope. Y una que está como está… Pero el motor sigue en marcha, con mucho desgaste, ¡pero en marcha!




En fin, que yo les decía que poquito les iba a contar, pero, ya me conocen, me pongo y hala... ¡ancha es Castilla!, cosa cierta  por otro lado…

Creo que voy a colgar estas Crónicas de ambas orillas ahora mismo, y las ilustraciones a mis palabras que me dé tiempo… Ahora tengo que cenar y luego corregir. Gracias por la paciencia que me tienen y una feliz semana para todos.



Fotos: Antonio y Edurne. Folletos y entradas museos, de los mismos. Imágenes de Salieri de Lüpertz y sala exposición de los Grecos: de la web del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Escaneado libros: Edurne. Cartel película y portada libro "Rosa Fría...": Internet

domingo, 18 de mayo de 2014

UN CUENTO BLANCO


El niño apretaba contra su níveo pecho la paloma que había encontrado vagando por las salinas. El sol estaba justo en el mediodía  y cegaba su vista. Con la mano protegiendo sus ojos claros, intentó ver más allá de aquel inmenso mar de sal.

Pertenecía al pueblo de Los Albinos, los mensajeros de los dioses. Cuando salió de su poblado, ocho lunas atrás, partió con la misión de llegar hasta el Reino del Hielo. Para ello debía atravesar las Tierras Saladas, las Tierras de Agua, las del Gran Caballero Blanco, a donde se dirigía siempre y cuando consiguiera cruzar Las Salinas. Después de descansar en las tierras del Gran Caballero Blanco habría de partir hacia el Reino de la Dama de la Nieve, y por fin, llegar al gélido Reino del Hielo.

Pequeños surcos blancos de sal se iban abriendo a su paso. La paloma aleteaba y buscaba tímidamente el calor del blanco cuerpo. El niño la acarició con ternura y acercando su cara al animal, le susurró palabras llenas de música y luz que lograron calmar al ave, hasta que quedó dormida en su regazo.

Al alba, aún quedaban titilantes estrellas, férreas guías empeñadas en mostrar los blancos senderos al amado de los dioses.

El pequeño talismán de marfil que colgaba de su cuello, llamó la atención de la paloma que, al despertar, intentó picotearlo con la insistencia de un recién nacido en busca del pecho materno. Enseguida comprendió el niño que el animalillo tenía hambre. Buscó en el interior del zurrón que llevaba consigo, y sacó un pequeño cántaro de arcilla blanca.

Se puso en cuclillas y posó en el suelo, con suma delicadeza, a la débil paloma. Tomó el cantarillo entre sus manos y sopló dentro de él, suavemente… Al poco, y con mucho cuidado, dejó el recipiente junto a la blanca paloma. Ésta se asomó a la boca del cántaro e introdujo su pico en ella una y otra vez saciándose de aquel líquido lechoso que le devolvió las ganas de volar, cosa que hizo dando giros alrededor del niño, hasta terminar posándose en su rubia cabecita.

Él fue el elegido, y lo fue por la pureza de su corazón y su espíritu sin atadura alguna. Por eso, y por ser un ser inocente, libre de culpas y odios, él era el único que podía recuperar la «Madreperla de Nácar», el símbolo de los elegidos.

Un cálido viento proveniente del Sur azotó su cara sacudiendo los restos de sal que salpicaban su piel como pequeños cristales convertidos en diminutos diamantes. El sol volvía a calentar pasadas las frescas horas de la mañana, y la sal, cristalizada, le hacía daño en los pies. Pequeñas heridas amenazaban con paralizar su marcha.

Volvió a buscar en el zurrón, y de nuevo sacó el pequeño cantarillo de arcilla blanca. Volcó su interior, sopló levemente, y enseguida un reguero de agua cristalina empezó a discurrir ante él. Ahora podía proseguir su camino sin problema, el agua refrescaba su delicada piel y el tono blanco de ésta, que tornaba en rosáceo por el efecto de la fuerza del sol. Se sintió agradecido.

La paloma, también agradecida a la bondad del niño, seguía junto a él; elevaba el vuelo a cada tanto y se alejaba para volver enseguida y como con un código que solo entendían los dos, indicar el camino correcto.

Camino que transcurrió tranquilo, entre pequeños riachuelos, con la música del agua clara de fuentes y manantiales que se hallaban por doquier…

El agua pasó a tener un aspecto más denso y blanco, lo que solo podía significar que ya se habían adentrado en las Tierras del Gran Caballero Blanco. El niño miró a la paloma, que volaba haciendo filigranas en el aire, de puro contento.

Los dos estaban contentos, el Gran Caballero Blanco era amigo de su pueblo, y sabía que allí podrían ayudarle en su búsqueda. Además, en aquellas tierras nacía el manantial del que  bebían las palomas blancas, protectoras del pueblo de Los Albinos, y del que manaba el líquido que albergaba su cantarillo de blanca arcilla.

El cielo estaba limpio, relucía como una patena, ni una sola nube lo poblaba, y el sol señoreaba de norte a sur y de este a oeste. Avanzaron seguros.

Los días que pasaron bajo la protección del Gran Caballero Blanco y su pueblo, sirvieron para recuperar el cuerpo y el espíritu. Recargaron de aire puro sus pulmones y partieron con el corazón pleno de alegría.

Pronto dejaron atrás Las Salinas, las Tierras de Agua y las del Gran Caballero Blanco, y en el horizonte se pudo divisar el Reino de la Dama de Nieve, envuelto entre gasas y blanco algodón helado… Avanzaron con cautela. El niño palpó el talismán, y comprobó que estaba en su sitio, que su temperatura y color eran los de siempre. La paloma se mantenía sobre su hombro batiendo alas y en espera de su decisión de avanzar o esperar. El Elegido sacó de nuevo el blanco cantarillo, lanzó su contenido al aire, en dirección al Reino de la Dama de Nieve, y sopló, suavemente. En ese instante el lejano y frío reino se mostró ante sus ojos tal cual era. Y el niño pudo ver.

La Dama de Nieve era una bella mujer de piel muy pálida, de dulce y transparente mirada, de larga y blanquísima cabellera… Estaba en una estancia acristalada que dejaba pasar la luz argentina del exterior. La Dama paseaba entre rosales de flor nacarada y jaulas de plata con majestuosos pájaros de largas colas que elevaban sus trinos a lo alto, haciendo los gustos de la Dama y su séquito de pequeños sirvientes, que, al igual que ella, eran poseedores de una piel sumamente blanca, casi translúcida.

Y el niño vio que todo estaba bien. Con una mirada, indicó a la paloma que podían proseguir.

El Reino de la Dama de Nieve los recibió con una lluvia de pétalos de rosa blanca. Un leve olor a almizcle adormeció los sentidos del niño, quien solo oía los hermosos trinos de los regios pájaros de La Dama. Y cayó dormido sobre un lecho de blandas plumas de cisne blanco del Lago Real.

La paloma, no. Ella se mantuvo sobre su cabeza, velando su sueño. Un sueño que duró cien años. Y aunque dormido, el niño, disfrutó de la paz y belleza del reino de la Dama de Nieve. Ella lo cuidó como a su propio hijo, sus rosas nacaradas aromaban sus días y sus noches, y sus blancos pájaros cantores, adormilaban sus sentidos, transportando su espíritu a tierras de profunda quietud..

Cuando, por fin, despertó, al abrir los ojos vio a su leal amiga aleteando sobre su cabeza, contenta de su regreso de La Tierra de Los Sueños. La Dama, en pie junto a él le sonreía mostrando una perlada dentadura. El niño se incorporó, comprobó que todo estaba en su sitio, hizo una breve reverencia ante la Dama y partió. Ahora era más sabio. Los cien años que había pasado dormido, le habían regalado cien sueños, cien enigmas resueltos…

El niño y la paloma pusieron rumbo al Norte, hacia los confines de la Tierra, hacia los dominios del Reino del Hielo, gobernado por un tirano, el mismísimo Hielo, que un día se reveló contra el orden establecido desde El Principio de los Tiempos por la Mater Natura y Los Dioses. Hielo, había invadido no solo lugares recónditos, sino los corazones de pueblos enteros. El hielo que antes era aliado del resto, y era blanco, azulado, transparente… ahora era un hielo gris, sucio, oscuro… Hielo había robado la «Madreperla de Nácar», y el mundo estaba en peligro. Lo blanco podía trocar en negro, la luz en oscuridad, la bondad en maldad, lo puro en impuro, la risa en llanto, la paz en guerra y el día en noche eterna.

Solo la «Madreperla de Nácar» podía ayudar a mantener el equilibrio necesario, y para ello tenía que volver a manos de Los Albinos, sus guardianes, los elegidos de los Dioses.

El miedo no estaba tipificado en el código genético del niño, además, la paloma era su protectora. Sacó su pequeño cántaro, vertió el líquido de su interior, sopló suavemente y… el hielo que cerraba el camino quedó convertido en un riachuelo de blancas aguas. Poco a poco, un deshielo escalonado fue abriendo las montañas heladas que tomaron el aspecto de grandes montañas de nata.

El Reino del Hielo, volvió a tener su aspecto originario. El Hielo tirano se disolvió para siempre entre ríos de agua fresca y cristalina. Y en las entrañas de su más elevada montaña, la «Madreperla de Nácar» brillaba mandando destellos irisados al niño. Éste avanzó por los estrechos caminos, sorteando torrentes y piedras formadas del más frío hielo.

Cuando llegó ante ella, la paloma cesó en su vuelo y se posó junto a la «Madreperla de Nácar». El niño la tomó en sus manos, que eran puras, blancas y limpias, y la envolvió en un sencillo trozo de tela blanca que guardó en su zurrón. En ese mismo instante, un calor repentino invadió el Reino de Hielo. Y un mar tranquilo llegó hasta sus orillas dejando asomar blanca y cálida arena en la que se hundían los pies del niño.

La espuma, chispeante y salada, lamía los pies del Elegido. El olor a salitre le llenó por dentro. Cerró los ojos, respiró hondo y junto a su amiga la paloma, fue elevado por los aires. Cruzó un cielo inmenso, luminoso y plateado hasta llegar a su destino: la morada de los dioses.


Imagen: "Salinas Grandes de Argentina" tomada de Internet  Texto: Edurne. (Marguerite Yourcenar escribió un maravilloso cuento, el “Cuento Azul”, con la idea de una trilogía, el Rojo y el Blanco. Y más, muchos más maravillosos cuentos, para muestra, sus magníficos “Cuentos Orientales”. El ejercicio consiste en continuar su trilogía—con todas las limitaciones— y escribir el Rojo y el Blanco. Yo escribí el Rojo hace mucho tiempo, lo podrán releer en este enlace; y hoy les traigo el Blanco, sujeto a cambios y correcciones, por supuesto).


domingo, 11 de mayo de 2014

LA INCREÍBLE HISTORIA DE LA BELLA FLORENTINA (II)



Nadie supo cómo Florentina pudo criarse tan hermosa con la madre muerta, y al cuidado de un padre alunado y una vieja criada sin capacidad para amamantar. Don Lázaro, el deán de la catedral, confesor de la pobre Eulalia y la única persona en la que podía confiar el desgraciado matrimonio, tomó las riendas; y a falta de madre, y de un padre que estuviera en sus cabales, él mismo se erigió en protector de la niña .

En vano buscó el buen hombre amas de cría por la región, pero nadie quiso prestar sus pechos a la pequeña, decían que aquella casa estaba maldita, que el fantasma del viejo Ancheta vagaba por sus estancias.
María Rosa, la vieja criada, decidió entonces hacerse cargo de la alimentación de la pobre niña con sopas de ajo en sustitución de la leche materna; y por extraño que pareciera, la criatura las tomaba con gusto y una agradecida sonrisa. Lo cierto era que a tres meses de su nacimiento, y a la vista estaba, Florentina parecía una niña sana.

Todo en aquella ciudad era decadente. La vida seguía su curso sin espíritu alguno de superación. Los días pasaban uno tras otro como mansas ovejas entrando en el redil. Tan solo el nacimiento de la pequeña Florentina había alterado el monocorde ritmo de sus horas. Los paisanos murmuraban por las esquinas, apostaban sobre cuánto viviría la heredera, hacían cábalas acerca de lo que sucedía en la casona, contaban historias de fantasmas, de antiguas venganzas…

 
Y no andaban descaminados los lugareños cuando hablaban de fantasmas… Eulalia de Ancheta se presentaba todas las noches junto a la cuna de su niña para cumplir con sus funciones de madre: amamantaba a su tan deseado retoño, le cantaba nanas, la besaba y abrazaba, le contaba todas esas historias que llevaba guardadas para ella desde antes que naciera… Y Florentina alzaba los bracitos hacia su madre dejándose querer. Madre e hija eran felices en esas horas que les pertenecían solo a ellas, a ellas y a la luna que las protegía…

(Continuará)

Foto: Internet   Texto: Edurne (el comienzo, ya saben, dos entradas más abajo...)





jueves, 8 de mayo de 2014

AHORA YO


Sé que quieres hacerme cosquillas en los suspiros
que cada tanto se escapan por estas arrugas,
ahora,  simas de profunda pena.
Sé que tus ojos bailan jotas y zortzikos
para que mi boca retome su risa de antaño.
Pero,
lo siento, mi amor.
El mundo es un teatro
donde representan obras que no comprendo.
Y ahí estoy yo.
Yo,
única espectadora de la gran tragedia.
Yo,
que dirijo mis actos.
Yo,
que entablo un diálogo sin respuestas.
Yo,
sola en el escenario de una nueva vida.
Yo,
que busco la réplica a mi llanto…


Pintura: Antonio  Texto: Edurne