sábado, 22 de febrero de 2014

DE VERSOS, GOLPES Y CAMINOS


Hoy se cumplen 75 años de la muerte, en Colliure (Francia), del gran poeta Antonio Machado. Seguimos caminando, cayendo y levantando...
Veamos lo que nos dice la Wikipedia de nuestro querido poeta. Clic aquí.


Y un pequeño homenaje, no, mejor dos...









El sonido tal vez no sea el mejor pero, el espíritu del poema, el mensaje...
Y, seguro que hoy habrá buenas referencias al poeta, su obra, su vida, y este aniversario aquí, aquí y aquí. Y si no encuentran las referencias de las que les hablo (escribo con antelación al sábado 22 y esta entrada saldrá programada), da igual, siempre son unos blogs de lo más recomendables...

Mis caminos todavía son estrechos y oscuros, pero espero que golpe a golpe y verso a verso, consiga llegar hasta el final.





Imágenes: Internet  Vídeos: Youtube

domingo, 16 de febrero de 2014

SERÍAN OCHENTA Y UNO...


Quisiera decirte en ochenta y un palabras
el vacío que me envuelve.
Pero hoy  solo tengo
ochenta y un besos para darte.
Te quedaron veintitrés escalones para llegar
a ese podio del ochenta más uno.
Llegar, llegar…
Todo ha sido un poder  llegar.
Llegar  a esta fecha,
llegar a la otra…
Pero a pesar de tu voluntad,
y de nuestro tesón,
tu entrenador personal decidió tirar la toalla
antes de llegar a la meta.
Retirada forzosa.
No importa,
te llevas la medalla de oro,
y laureada la cabeza.
Ovaciones, vítores…
El corazón desbordado de amor
y una vida plena.
¡Te hacemos la ola!
Eres nuestro campeón.
Salve, Julianus Invictus!”.
Y aunque la muerte crea que ha ganado,
tú se la has jugado,
sigues vivito y coleando…
–que yo te he visto–.
Hoy celebramos la alegría, el gozo de tenerte,
y el privilegio de llevar tu vida a buen recaudo
entre los pliegues de estas que tú nos diste.

ZORIONAK, AITATXU!

       La Niña de tus ojos


Foto: De la memoria familiar  Texto: Edurne

domingo, 9 de febrero de 2014

CÓMO MANEJAR EL DUELO



Es la pregunta que me hago y que me resulta muy difícil de responder. No hay una fórmula, al menos no una que sirva para todo el mundo, puesto que cada cual tiene una experiencia muy íntima con el ser querido que nos ha dejado.

Nadie puede decirnos que ya, que ya está, que dejemos de llorar, que la vida sigue y que hala… como si no hubiera pasado nada. ¡Qué fácil erigirse en juez de situaciones que nos son ajenas! Todos los casos son distintos. Ni las personas, ni la relación que hayamos tenido entre nosotros, ni las circunstancias de la propia muerte son iguales nunca. Nunca. Cada cual sabe lo que ha vivido, lo que ha pasado, lo que ha sufrido, lo que ha dado, lo que ha querido…

En mi caso está siendo muy desgarrador. Han pasado dos semanas y es como si tuviera un lobo dentro de mí, mordiendo mis entrañas continuamente, sin piedad, sin tregua. El llanto me nace espontáneo, la pena me envuelve a todas horas, y aunque he de sobreponerme en momentos concretos, a la mínima me desbordo. Todavía no puedo creer que haya sucedido, que ya no esté, que no pueda verlo, que no vaya a verlo nunca más, al menos con los ojos de ver la vida. No puedo creer que ya no pueda abrazarlo, besarlo, cuidarlo, calmarlo… que ya no pueda hablar con él, ni reírme con él, ni discutir de nuestras cosas y ponernos cabezotas los dos… No puedo, sencillamente no puedo.

Todos estos días, están siendo de muchos papeleo, burocracia que no entiende de penas ni lamentos, de pérdidas, de dolores… Tienes que dar de baja a esa persona, borrarla, ¡zas, ya no existe! Es durísimo. Y encima en todas partes hay negocio, que sí, que si la ley dice tal y tal y tal, pero, es durísimo, me parece de lo más cruel. Ir, venir, solicitar documentos, tramitar pensión de viudedad, finiquitar cuentas, responder ante Hacienda… ¡Qué sé yo! Una locura.

Y tu duelo que se constriñe, se agazapa, se anquilosa, se endurece y te reclama. Te duele. Y te preguntas cómo salir del agujero, porque yo ahora estoy en un agujero. Pero no estoy sola en él, estamos tres, los únicos que sabemos del verdadero alcance de nuestra pena, de nuestro sufrimiento, de nuestro vacío… Uno cae un poquito más y los otros dos corren a salvarlo, y mañana será otro, y así… Esto solo lo podemos entender los que estamos en la misma barca.

Pero también hay personas comprensivas, que saben que esto lleva su tiempo, que hay que soltar lastre, llorar, dejar llevarse por la pena y desahogarse. Todo tiene su momento. Claro que no estamos todo el día llorando y rasgándonos las vestiduras, no, pero es un caminar casi sin saber dónde pones los pies, todavía no.

Y la madre. Mi ama, ochenta años también, toda una vida con él, queriéndose con locura hasta el último momento. ¡Qué duro! Solo ella sabe en su fuero más interno de su dolor, pero nosotros estamos al quite, al tanto, y sufrimos por ella. Muchísimo. Después de tantos años, quedarte sin tu compañero de vida tiene que ser terrible. Ella dice que se siente manca, coja, inválida…

A todos nos toca pasar por esto, antes o después, de una u otra forma, pues ya he dicho antes que las circunstancias no son todas iguales, y esta que hemos pasado nosotros ha sido de las desgarradoras. Y hasta que no nos llega, no podemos imaginar lo que es.

Pero ahora es un mal trago, un trago muy amargo. Abrir armarios, cajones, revisar papeles, facturas, bolsillos, carteras… Y ver su huella en todo, escuchar su voz sin oírle, sentir sus pasos cansados por el pasillo y saber que no llega, que no llegará a donde tú estás. Y creer que lo ves, aquí, allí… ¡Y no, que no!

Tiempo, calma y respeto, eso es lo que necesitamos en estos momentos. El duelo hay que hacerlo, tragarse la rabia, el dolor y las lágrimas no nos hace más fuertes ni más duros, no, nos hace más vulnerables. Llorar es sano, es necesario, y es de valientes. Yo voy llorando por la calle muchas veces, no a lágrima viva, pero sí con los ojos rebosantes y enrojecidos, y con el alma hecha un ovillo, pero no me importa.

Ahora necesito sacar lo que llevo por ahí dentro, atascado, reprimido… Y esta es una de las formas que mejor me ayudan a ello, escribir. Las olas de esta Orilla mecerán con mimo mis palabras, mis preguntas, mis amarguras, mis lágrimas… y con el vaivén de este Cantábrico que mi aita tanto amaba, tal vez encuentre consuelo a esta angustia que arrastro desde hace tanto tiempo.

Quería con locura a mi aita, y él a mí, yo era la niña de sus ojos. Un hombre honesto, cariñoso, respetuoso, amable, sincero… que siempre aceptó todo lo que hemos hecho, lo que somos. ¡Cómo no voy a estar desolada!

Mas sé que esto irá transformándose, que mi pena seguirá estando donde está, en el centro de todo, y que la herida sangrará siempre, pero que iré acomodando el dolor de la pérdida a las diferentes etapas de la vida que todavía me esperan. Él se marchó hace quince días para que nosotros pudiéramos seguir caminando. Pues seguiremos caminando, con él, aunque lloremos, lo echemos de menos y nos preguntemos “¿por qué?”. Estamos vivos, tenemos a ama y nos tenemos los tres. Quien nos quiera, sabrá entender nuestro dolor, sabrá respetarlo y nos apoyará sin juzgar cuánto lloramos o no.
¡Gracias a todos, de todo corazón!


Foto: Aitor. Reflexión: Edurne

sábado, 1 de febrero de 2014

NERE AITARI / A MI AITA


Aitatxu mío:
Ya has marcado la distancia. Llevas ocho días caminando por esos nuevos pasillos que estrenaste el viernes. Corro y corro tras de ti, pero no puedo alcanzarte.

Ocho días, y me has dejado sin las palabras que tanto necesito decirte. En su lugar solo encuentro lágrimas, y ese recuerdo agridulce de tus últimas horas, cuando nos agarrabas las manos, cuando nos mirabas con esos ojos llenos de amor, y nos decías, con esa voz que se te quedó atascada, cuánto nos querías, que éramos tu vida… Aún resuena en mi cabeza ese irrintzi mudo que quisiste dedicarnos como muestra de todo lo que querías decirnos, y que todos sabíamos.

Una semana llevo queriendo hablarte, pero te busco por dentro, te busco por fuera, y solo me sale este grito ahogado, este llanto atormentado, y tu nombre: ¡AITA! ¡AITA! ¡AITA!

No tengo consuelo, no ahora, y tú lo sabes. Me pasaste el testigo en todas esas noches intensas de miedos y angustias que vivimos juntos, y hasta el último día me miraste con fuerza, apretando mi mano, dándome tu valor, tu coraje… Querías ocultar mis lágrimas, que asomaban sin pedir permiso, con tus besos y diciéndome: “Edurnita, sé fuerte que eres la niña de mis ojos…”

No puedo contener esas lágrimas. Ahora me he convertido en un manantial que inunda todo lo que mira, todo lo que toca… y en todo estás tú, aita, en todo. Me has dado 54 años llenos de amor, desde antes de que aquella niña llorona que yo era asomara por este mundo, hasta las seis de la mañana del viernes 24 en que, aferrado a mi mano, echaste a correr y me dejaste atrás, llamándote, diciéndote: “¡Espera, espera…!” Los dos sabíamos que te iba a acompañar en tu último paseo. Salimos a ese pasillo como tantas otras veces, pero, tú ya no volviste…

Y ahora me siento vacía, aunque estoy llena, llena de todo lo que me has dado y me has enseñado. Estate tranquilo, no te voy a fallar, lo sabes, voy a cuidar de ellos, de amatxu y de Aitor, y ellos de mí. Tú nos proteges, ahora eres la energía que nos mueve.

No querías marcharte, todo lo que has hecho hasta el final, con los esfuerzos que te suponía, todo, lo has hecho por nosotros, y sin quejarte ni un ápice, como un niño bueno. ¡Has sido un auténtico txapeldun! Pero tu cuerpo ya no podía más, querías descansar. Lo decías todas las noches: “¡Hala, vamos a descansar, a ver si os dejo descansar…!”  Ahora ya estás descansando, aita. Y tenemos que dejarte partir…

Dicen que el lunes, en tu funeral, puse a media iglesia a llorar, y a la otra media a punto. Pero todo lo que dije, lo poco que dije, era lo que mi corazón decía, era la verdad, era lo que tú eras, lo que eres, porque siempre seguirás vivo en nosotros, que hemos sido agraciados por tenerte en nuestras vidas. Eskerrik asko, aita, eskerrik asko danagatik!

No corras tanto, aita, espera, que tengo miedo, que tengo frío y está muy oscuro sin tu luz, deja que te acompañe un ratito más…



Foto, carta, lágrimas, rabia, impotencia, tristeza,  ahogo…: Edurne