jueves, 31 de diciembre de 2020

LAS UVAS DE LA IRA (Sic.)



Este año, más que ningún otro, sí que son las uvas de la ira.

Y a pesar de los pesares, aquí estoy, como la semana pasada, con estas uvas, que, seguro que van a ser más simbólicas que otra cosa, para desear de todo corazón que el año que asoma, este 2021 que ya antes de nacer viene cargado de responsabilidades, sea menos puñetero que su hermano mayor, que nos engañó bien engañados…

Dicen que es el principio del fin de esta maldita pandemia, aunque yo no me atrevería a afirmar tan categóricamente que vaya a ser así. Creo que todavía nos quedan meses muy largos, duros y penosos, y que hay mucho más detrás de todo lo que nos dejan saber, vamos, que esto es como un iceberg, que la inmensidad que vemos es solo una pequeñísima parte de todo lo que hay por debajo.

Lo malo, lo triste, es que no se haya dejado atrás eso de los intereses y los réditos políticos que quieren acaparar unos más que otros; que se hayan fomentado las rencillas, los bulos, las luchas de patio entre matones de pacotilla… ¡No hay derecho, no! Es una auténtica vergüenza y una inmoralidad este tipo de actuaciones. Ante la magnitud de la desgracia, de la crisis a todos los niveles, hay quien hace suyo lo de “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Una vergüenza, ya digo. Me causa indignación, tristeza… Me revuelve las tripas tanta mezquindad, tanto “y tú más” o “y yo más”. En semejantes momentos hay que ser como los de Fuenteovejuna, todos a una, y luchar por vencer al verdadero enemigo.

Este año se va a ir marcado en rojo fosforito, se estudiará como “el año que nos cambió la vida”… En el fondo, pienso que algo así ya se venía fraguando, lo que pasa es que nos ha estallado en toda la cara y sin estar preparados. Ahora ya no hay disculpas, ahora teníamos que estar mucho mejor, y estamos al revés, estamos peor que mal.

Nos han fastidiado la vida bien fastidiada. A unos más que a otros, puesto que los que la han perdido… esos ya no tienen posibilidades de nada. Y sus familias, marcadas para siempre por esta tragedia. Pero bueno, no voy a ahondar en algo que estamos viviendo todo el mundo a la vez, en lo que ya sabemos. Habrá muchas opiniones, críticas y halagos acerca de la gestión de esta pandemia, contradicciones, yo qué sé… Cada uno es un mundo  y cuenta la feria tal y como como le va.

En esta familia mía estamos pasando un annus horribilis particular, por un lado teniendo mucho que ver con el maldito Covid, y por otro, por viejos males que afloraron en el confinamiento, otros que han aparecido hace casi dos meses y no mejoran de momento… Así que lo de comerse las uvas mañana va a ser muy simbólico, no creo que podamos hacerlo, pero bueno, hay que mantener ciertas tradiciones porque son las cosas que, de algún modo, nos sujetan y nos enraízan a la tierra.

Claro que vendrán tiempos mejores, porque sabido es que “No hay mal que cien años dure…” ni cuerpo que lo aguante (el mío no sé hasta cuándo resistirá). Lo malo es que mientras estamos en esta especie de limbo, no somos nada, no tenemos respuestas, todo es una pura incertidumbre…

Lo que sí es seguro es que el 2020 le dará el relevo al 2021, le pasará una maleta de lo más tóxica y le dirá: “Chau, chau, ahí te quedas, yo ya monté el lío, a ver ahora cómo te las arreglas tú”. O sea, un marrón en toda regla. Un cabrito este 2020, no me queda duda alguna.

Aquí les traigo las uvas de la cocina de mi amatxu, aunque ella no esté ahora en Nocheviejas ni nada parecido, está sufriendo mucho y nosotros con ella, así que lo mismo que en Nochebuena, no habrá cena ni nada parecido, cuando podamos comeremos algo en la cocina, y los que podamos. Son las segundas Navidades más tristes de mi vida, pero no me voy a quejar demasiado, que las cosas siempre pueden ponerse peor y realmente hay quien sí está muchísimo peor.

Ya pasará. 

Seguiremos aguantando. 

Resilencia, 

paciencia…

Así que… ¡Feliz Año Nuevo! A ver si estrenándolo todos a la vez conseguimos que no pierda esa parte inocente e ingenua que tienen los años, como las personas, cuando son nuevos en un sitio.

Salud, lo primero, Trabajo, Amor, Comprensión, Empatía, Solidaridad, Paz… Para todo el mundo. Levanto mi copa virtual por todos ustedes: chinchin.

Y no se olviden de ser felices aunque sea en pequeñas dosis, robando ratitos a la vida… 

¡Ah, y no pierdan la sonrisa!

URTE BERRI ON!

 

Foto y Texto: Edurne. Uvas: de la cocina de mi amatxu.


jueves, 24 de diciembre de 2020

NAVIDAD DE PA(cotilla)NDEMIA

 



Así estoy llegando al final de este maldito año, como esta barandilla vestida de herrumbre.

No tengo tiempo ni de venir a ordenar la espuma de las olas de esta Orilla , ni un segundo para poder respirar un poco de la brisa de este mar tan mío...

No tengo, no tengo...

La vida me ha vuelto a abofetear, toma, toma y toma. ¿Qué maldades habré cometido, qué deseos inconfesables habrán pasado por mi mente para que se me castigue así?

Y dicen que hoy es Nochebuena, y que mañana será Navidad. Dicen, y será verdad. Tal vez. 

A veces creo que estoy soñando y que de un momento a otro abriré los ojos de golpe, que me sentaré en la orilla de la cama, sudorosa, ahogada... y que, al mirar a mi alrededor volveré a ver mis afectos en sus sitio, mis realidades en fila india esperando pasar revista, firmes, impolutas y contentas de verme de nuevo, tanto tiempo ausente...

¡Maldito año, maldito sea mil y una veces!

Pero no quiero faltar a esta cita con ustedes (parece que me devuelve algo de lo que antes fue mi vida). La vida fluye, bien o mal, pero fluye, y nosotros con ella, nos azota, nos acuna, nos apalea, nos mima...

Hoy es Nochebuena, dicen, será verdad, quiero creer que así es, y que, dentro de lo que cabe, en el corazón de cada uno de nosotros hay una lucecita encendida, para que nadie pierda el camino de retorno a la casa de todos y todas.

Soy una resilente, una y mil veces soy resilente. Mi cuerpo y mi espíritu están bajo mínimos pero sigo en el camino, no voy a dejar que nada ni nadie me eche a la cuneta. Sé que vendrán tiempos mejores, para todo el mundo en general y para mi familia y para mí en particular, lo sé porque no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante, ya, eso es lo que reza el refranero o el dicho popular.

Así que... ¡Aguantemos, aguantemos, mordámonos los labios mostremos los dientes bien prietos a esta vida cuando se pone puñetera!

VINCEROI!

Y a pesar de los pesares...

¡FELIZ NAVIDAD! Salud, Paz  y Amor. Prudencia y Sensatez (todas con mayúscula, porque son realmente importantes).

¡Y gracias por seguir ahí, aquí!

Un abrazo enorme y mucha suerte.

ESKERRIK ASKO!


Foto y Texto: Edurne

domingo, 6 de diciembre de 2020

¡Y VAN 61!

 


Lunes 7 de diciembre: cumplo años. 

Casi no llego a esta autocelebración. Está siendo un año muy duro, en lo general, es obvio y preocupante, y en lo particular. 

Hoy cumplo 61, y once meses de jubilada. Que nadie me diga que qué bien vivo, ¡que me lanzo a la yugular! No estoy viviendo buenos tiempos, es más, están siendo malos, Covid aparte. 

Por eso digo que casi no llego a felicitarme, a ser consciente de que hoy hace 61 años que llegué a este valle de lágrimas... 

En fin, que no voy a regocijarme en quejas y lamentos, hoy quiero felicitarme, aunque sea por un ratito, y compartir con todos ustedes. Y darles las gracias porque, según decía mi amama, ser agradecidos es de bien nacidos. 

Levanto mi copa por la vida. Txintxin eta ZORIONAK niri! 


Foto: Aitor. Pequeño desahogo: Edurne 


domingo, 11 de octubre de 2020

CIUDAD SIN NOMBRE

 


Calles vacías entre los recovecos del deseo.
Calles vacías que sueñan con nombres sin dueño
mientras se sacuden el serrín de la última traición.

Ciudad sin nombre.

La bruma que te cubre palidece ante tu imagen
de reina dormida.
Las estrellas huyen despavoridas,
presas de tu mirada herida.

Ciudad sin nombre.

Nombre te doy.
Corazón te doy, ninfa perdida.
Nombre para que tus calles despierten y rían.
Corazón para que tus gentes sueñen y vivan.


Plano: Aitor Texto: Edurne

Entrada ya publicada en esta Orilla el 1 de julio de 2008.


martes, 1 de septiembre de 2020

AÑO NUEVO ESCOLAR Y UNA PANDEMIA OKUPA





Hoy es 1 de septiembre de este año extraño que nos ha tocado vivir. Son las 19:03 de una tarde soleada y un poco ventosa en este Botxo de mis amores. Me siento al ordenador casi con miedo. Últimamente le hablo muy poco, lo visito casi nada, para consultar alguna cosa y nada más. Sé que me mira raro, que me lanza reproches callados, y que, al mismo tiempo, me anima a que me deje llevar, a que me suelte la coleta, a que abra las puertas de mi corazón “tancat”… En ello estoy.

No sé si mis reflexiones serán objetivas o demasiado subjetivas. Me invaden sentimientos encontrados. Todo está siendo diferente, desconocido, no esperado y mucho menos deseado o pedido… ¡Y largo! Ya dura demasiado esta incertidumbre, este miedo agazapado en las entrañas, en la mirada, en la sonrisa acobardada… Y no quieres saber, no quieres oír, no quieres ver, no quieres pensar… ¡Mentira! Eso solo lo dices los primeros dos minutos antes de lanzarte a la búsqueda de alguna respuesta que calme tus angustias. Nada, no hay nada para apaciguar las rabias, los desconciertos…

Unos días te levantas más optimista, otros parece que el mundo se te ha caído encima y no puedes casi ni andar, te cuesta respirar, miras a tu alrededor y ya no sabes ni qué pensar, ni qué esperar… Y entonces decides lanzarte a la calle y dejar que los pies te lleven por donde ellos quieran, y que tus ojos conecten con lo que llevas dentro y vean lo que has visto mil veces pero que lo miren, que tú lo descubras como nuevo. Y entonces sacas tu móvil y clic, clic, clic…. Fotografías todo, hasta el aire que malrespiras a través de la maldita mascarilla. Miras y ves: casas, calles, puertas, letreros, árboles, ventanas y balcones, niños, palomas y coches, autobuses, nubes y abuelos, mujeres y hombres presurosos, altivos y taciturnos, lonjas cerradas, carteles de se vende, se alquila, sueños perdidos, ilusiones escondidas entre los jirones de tantas vidas… Subes y bajas cuestas, cruzas calles, esperas semáforos y observas, miras, ves, escudriñas…. Disparas: clic, clic, clic…

Hoy me siento mal, parezco una esquirola. En los últimos 39 años, es el primer 1 de septiembre que no estoy en la caja de salida del nuevo curso escolar. Mi yo más guerrero y solidario siente que tenía que estar ahí, dándolo todo, como siempre, pero… por otro lado también sé que ya me tocaba, que este Año Nuevo que supone para todos los docentes el primero de septiembre, ya no me tocaba, éste no era mío. Ayer me dediqué a mandar mensajes de ánimo a todos mis compas y demás amigos y conocidos de la profesión. Lo agradecieron, enseguida me llovieron los whatsapp de gracias por los ánimos, por acordarte, no te olvides de pasar a visitarnos, suerte vamos a necesitar… Sé que hoy la cosa ha sido un poco liosa, que ahí andan, con el miedo y las ganas de arrancar para ver cómo va a ser esta tragicomedia que nos han escrito desde no se sabe muy bien dónde. Pero lo que si está claro es que l@s docentes son quienes van a sacar esto adelante, esta vuelta al cole tan controvertida. El profesorado y las familias y alumnos comprometidos con su salud y su derecho a una educación pública y de calidad, para tod@s... De las administraciones ni hablo, mejor, porque daría para mucho y mucho cabreo. Estoy muy orgullosa de tod@s mis colegas.

Se nos está esfumando el maldito año con una carga de dolor y estupor gratuita e innecesaria. ¿Tan mal@s hemos sido? Parece que la cosa va para largo, porque, aunque no quiera oír, leer, ver… al final estoy todo el día metida en harina con la dichosa pandemia y los distintos flecos que la adornan. Paciencia. No sé si esa es la palabra, el concepto que hemos de asumir, no lo sé. Se está acelerando demasiado todo. Todo lo que no necesitamos que llegue tan pronto.

Cuando miro a mi ama, pienso en l@s de su generación y me corroe la pena y la rabia, la impotencia, y como a Woody Allen cada vez que escuchaba a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia. Han pasado una guerra horrible siendo niñ@s, una posguerra terrible y durísima, les arruinaron la juventud, de adultos pasaron mil estrecheces y vivieron con miedo y en silencio… Y ahora, ¿terminar así? No hay derecho, ¡no!

¿Qué nos espera? ¡Cualquiera lo sabe! No quiero ser agorera ni conspiranoica ni nada parecido, sí prudente y expectante. A mí la vida me ha plantado en estos 60, que ya voy terminando, en una encrucijada sin indicaciones claras de hacia dónde ir. Voy tirando de mi intuición, de lo aprendido y aprehendido, de lo mucho deseado, de lo no conseguido, de lo logrado, de los afectos, de las ganas y las fuerzas que aún me quedan por ahí, latentes… Voy tirando y a veces me miro en el espejo y me río conmigo misma, otras, no reconozco a la que asoma del otro lado, a la que llora bajito, a la que se le anegan los ojos, esos ojos verdes chispeantes, y se le convierten en un mar de lágrimas, en un piélago descontrolado, en un tsunami de olas de miedo… STOP. Le doy el alto, le pido la documentación, le pregunto por las intenciones, y luego le doy una tila, una palmadita en la espalda y la dejo pasar. La frontera está justo en las lindes del sueño y la verdad. ¿Qué habrá tras la puerta?

 Las 19:41. Termino ya, así va esta reflexión, tal cual.

Seguimos caminando. ¡Ánimo compañer@s, y que la fuerza nos acompañe!

Foto y Texto: Edurne

sábado, 15 de agosto de 2020

LIBROS Y HAIKUS


Al hilo... 
Leí este librito, delicioso, de Luis Alberto de Cuenca y me han vuelto las ganas de escribir haikus.

LLUEVE EN EL RÍO
DE MI ALMA ATORMENTADA.
SACO EL PARAGUAS.




Me gusta la Nothomb, de siempre. Sus historias te ponen un poco así, buruz behera, cabeza abajo...

ESTUPEFACTA, 
TEMBLOROSA Y MUY FELIZ, 
RÍE LA NINFA.




Joan Margarit, laureado y estimado poeta de las realidades.




ME DUELE EL AMOR
COMO UNA HERIDA ABIERTA.
YODO Y TIRITA.




La adolescencia, la etapa más extraña e intensa. Acabo de empezarla. 

VINE DE CORTO, 
SEGÚN LA MODA DE ANTES, 
LIBRE Y ALOCADA.




¿Les ha pasado alguna vez? A mí más de una y de dos...
Como he leído algún otro libro de Annie Ernaux, se ve que me he despistado, ¡qué cabeza la mía!
¡Alguien tendrá la suerte de recibir un regalo inesperado! Y es que esta mujer escribe tan bien, que engancha.

¿CUÁL ES EL LUGAR?
ÉSTE SÍ, Y EL OTRO TAMBIÉN.
HOY VEO DOBLE.


Fotos y Haikus: Edurne. Me dio el otro día por esta modalidad de presentación, reseña, recomendación... o como queramos llamarlo. ;)





viernes, 31 de julio de 2020

2020. INFLEXIÓN




Recordaremos este año durante toda nuestra vida. Pasará a los anales de  la Historia como fatídico, pernicioso, malvado, aprovechado… ¡Como para olvidarlo!

Hoy es el último día de julio, del séptimo mes del año, y yo sigo como si me hubiese pasado una apisonadora por encima, como si me hubieran vaciado por dentro. A veces me parece que me muevo por inercia. No, no es cierto, pero… ¡Así me siento!

Acabo de ponerme frente al ordenador, que me mira raro, casi no me reconoce, ¡lo visito tan poco! Me estoy obligando a teclear, a hacer “dedo” y dejar que lo que tenga por ahí dentro, salga, ¡si quiere! De momento, ya llevo unas cuantas líneas, y ya he activado las luces de alarma de mi cerebro, de mis tripas y de mi corazón.

Aquí estamos, intentando hacer un recuento de penas y alegrías en todos estos meses, también de miedos e inseguridades, de rabias, de “ditasea”s… Y cuando te sientes así, impotente (iba a poner imponente, en qué estaría pensando yo… ;)), pues es como si todo cortocircuitara. Pipiipiiiiii. No había un plan de evacuación preestablecido, yo el único que me sé de memoria es el de mi escuela (¡ay, mi escuela!), así que corremos el riesgo de chamuscarnos en la huida, o de convertirnos en ceniza si nos quedamos en el lugar del crimen…

Divago, eso se me da muy bien. Por las noches, cuando me sumerjo en las catacumbas de mis sueños, me da por diseñar un mundo repleto de catástrofes y cataclismos… ¡vaya que estoy espléndida! Son paisajes oníricos muy densos, pesados, oscuros, cerrados y de muy mal gusto. Menos mal que no siempre me acuerdo de mis desventuras nocturnas, un alivio, ya les digo.

Ahora mismo, a las 20:34 del reloj de mi ordenador, miro por la ventana. Muevo lentamente la cabeza hacia mi derecha, bajo la barbilla y elevo la vista por encima de mis gafas (me recuerdo a mi amama). Me quedo mirando como una tonta. Ha desparecido el monte, la bruma se lo ha zampado. Nubes de camuflaje, imposible saber cómo es el cielo que se esconde detrás de este disfraz tan poco agraciado. Ayer moríamos del calor: 46 grados marcaba el mercurio de la calle, 39 el de la terraza, a la sombra. Deshidratación garantizada. Y parecía que iba a descargar un bronca monumental, pero… ¡Ná de ná! Daba un miedo irse a dormir, bueno, a dormir… a la cama, más bien, por eso de que el cuerpo necesita la posición supina y relajarse. ¡Ay, qué risa!

Todo va muy rápido, no sé si será por eso de los 60, que ya se me están desgastando de usarlos, voy para ocho meses de la mano con ellos. Pesan, no se crean ustedes que no… Como esos kilos de más, esos okupas descarados que llevan un tiempo amargando, poniendo lo suyo también. Pero he decidido declararles la guerra, y en dos meses ya he conseguido echar a tres de ellos. Los otros andan furibundos, pero nada, soy una maestra jubilada sin piedad alguna. ¡Suspendidos! No me voy a ablandar, ni repesca de septiembre ni amnistía general, nada, pienso acabar con todos ellos, son unos impresentables, ya les digo yo que sí, que no tienen educación alguna y andan aprovechando las circunstancias, los despistes, la puerta sin cerrar…

Nos ha cambiado todo el panorama vital, a unos más que a otros, pero a todos nos ha marcado. Y esperen… Los miedos son los nuevos capataces del rancho. Hay quien pensó que esto nos iba a fortalecer como sociedad, nos iba a hacer mejores personas… Que lo repita, por favor, que lo repita y nos cuente si ahora se atrevería a afirmar lo mismo. Reflexión colectiva, please!

Secuelas. Todo esto trae secuelas importantes, algunas todavía por llegar, y por esa razón, desconocidas, aunque las más importantes, las que ya estamos padeciendo, las conocemos. Quiero pensar que alguna enseñanza sacaremos de esta guerra sin enemigo a la vista.

Quiero leer, y casi no puedo. Quiero escribir, y se me atasca todo en el grifo de salida al exterior. Quiero reír y mi boca ha olvidado cómo se esboza una sonrisa. Quiero ver lo hermoso de la vida, y… tengo que dejarme las uñas de tanto escarbar. Miro el calendario. Los días van uno detrás de otro, sí, pero son todos iguales (y no por eso de la jubilación, otro mito, ya que eso de “todo el tiempo del mundo”, es una patraña), y ninguno veo yo que traiga un lazo en la cabeza, o un clavel en el ojal… Todos de uniforme, obreros grises golpeando el duro metal.

A mí vinieron a ponerme una venda en los ojos, para que diera palos de ciega, supongo... Dejaron en mi puerta preocupaciones y angustias; también me regalaron vértigos, mareos, dolores varios y altas dosis de ansiedad. Regalos-trampa, ya que venían adornados con esencia pura y dura de miedo, del  racional y del otro, del irracional. Voy sacudiéndome esa lotería de encima. Atuso los pliegues de mis ropas y reubico la posición de mis entrañas. En esas me ando. Calladita, no quiero dar mucha guerra. Ya aprendí hace mucho a emular un poco de felicidad, por disimular, por no hacer sufrir… Masajeo mi corazón, estiro mis penas, para que no se me encojan y no se hagan crónicas, viviendo del subsidio de mi compasión. Sé que no soy la única que sufre, que cada cual lleva su cruz a cuestas, o plegada en el bolsillo… y que cada uno, cada una, hace lo que puede para salir a flote, para sacar la cabeza y respirar, una bocanada nada más, pero lo suficiente para poder seguir dando un par de brazadas más…

Las 21:13. Ya saben que carezco de método, que escribo según siento, según sale, que no miro, que no veo… pero que sí intuyo. Intuitiva y resolutiva, eso me salva.
¡Allá vamos!

Gracias por estar, por seguir, por vivir con ganas o a medio gas, pero por continuar en la función. Me sean felices, ¡aunque cueste!

 Y… ¡Arriba el telón!


Imagen: de Internet, me llegó por Whatsapp. una peineta bien hecha. Reflexión: Edurne 

miércoles, 22 de julio de 2020

¡Y LLEGÓ EL DÍA!




“Un soneto me manda hacer Violante…”
No,
no voy a marcarme un soneto,
querida madre
—qué más quisiera yo
que poder emular al gran Lope—,
pues mis letras dan para lo que dan…
Soy más de verso libre
y sentimiento intenso,
ya tú sabes…
Más da mi corazón de hija,
que hoy,
en este tu día,
y para festejarte,
se puso
traje de domingo,
sonrisa de fiesta,
y
cascabeles y campanillas
en el alma.
Llevamos mucho caminado
codo con codo,
latido con latido.
Ya soy casi como tú
—dicen que  cada día un poquito más—,
pero siempre serás la Edurne original.
Yo,
pues eso, 
madre mía,
que siempre te sigo unos pasitos
por detrás…
¡Aprendiendo de ti!
No en vano llevo haciendo las prácticas
de supervivencia contigo
desde que un día,
allá en tiempos muy pretéritos, 
te estrenaste en esto de ser madre
con ésta tu niña,
tu barullito…
Nunca te agradeceré
lo suficiente tus lecciones de vida,
nunca.
Siempre lo digo:
“yo de mayor,
quiero ser como tú”.
Y hoy,
aquí me tienes,
como cuando era pequeña,
y disfrutabas vistiéndome de calle
 olvidando por un día 
el uniforme del cole, 
peinando mi melena,
sacándome,
orgullosa,
a pasear…
"Esta es Edurne,
mi hija".
Pero hoy,
 yo soy la orgullosa.
"Esta es Edurne,
mi madre",
nire amatxu maitia!
Zorionak, ama!



Selfie "aquí te pillo, aquí te mato": de ayer a la tarde. Texto: Edurne. 
Como todos los 22 de julio desde que vino al mundo, la señora Edurne cumple años, hoy son 87, y yo, su hija, la homenajeo así, dejando una pequeña y espumosa ola de cariño para ella en esta Orilla. Es una campeona. Txapelduna!

viernes, 26 de junio de 2020

LUCES DE POSICIÓN



Las luces se iban encendiendo según avanzaba. Si miraba hacia atrás, la oscuridad volvía a ganar terreno. No recordaba dónde había dejado el coche, el parking tenía cinco plantas y él estaba en la primera, o eso creía, porque ese aparcamiento, el más grande de la ciudad,  tenía al menos tres entradas, cada una en una calle distinta y que daban a diferentes plantas. Ya no sabía por cuál había entrado. Era tarde, demasiado. Maldecía el momento en el que se dejó embaucar por Manuel para esa timba en casa del tipo del pub, además le habían chupado hasta lo que no tenía. Era un imbécil, ya no había duda alguna.

Caminaba nervioso mirando a un lado y otro intentando activar la apertura automática del coche con la llave, pero nada, ninguno respondía a su insistente llamada. Un olor fuerte y nauseabundo a gasolina le puso las ganas de vomitar en la boca del estómago. La náusea se le subió hasta la garganta. Era el miedo. Y los cubatas a palo seco que llevaba encima, pensó. Se apoyó junto a una columna, todo le daba vueltas. Vomitó. En la rueda delantera del Skoda todoterreno de la parcela que estaba a su izquierda quedó todo el producto de la arcada. La alarma saltó, chillona, chivata, descarada… Shsssssss.

De pronto, las luces de los coches aparcados se fueron encendiendo  como en un intrincado juego de luces, delatándolo. Un pasillo, otro, no… todos eran iguales. Volvía una y otra vez sobre sus pasos. Se guiaba por los luminosos de “salida”, seguía las flechas… pensaba que había recorrido todas las plantas, pero siempre terminaba junto a la misma máquina de la entrada, la de pagar, la que tenía quemada la tecla del 5. ¿O es que había más?

El techo, con esas tuberías enormes, sucias, ruidosas, se le echaba encima. Las columnas avanzaban hacia él… se iba a volver loco. La llave, dónde estaba la llave, si hace un momento todavía la llevaba sujeta, tenía el puño  cerrado, ¿pero la llave? Buscaba ansioso en los bolsillos del pantalón, de la americana…

El suelo, de un gris brillante, reflejaba esa luz confusa de los parkings. Enseguida pensó en las cámaras, en que tenía que haber cámaras de vigilancia, en que alguien tendría que estar viendo lo que sucedía, que estaba perdido, asustado… Le faltaba el aire.

Los aparcamientos subterráneos eran una trampa, nunca debió dejar allí el coche, pero esa tarde andaba con prisa y aquella P gigante lo atrajo, después la enorme boca abierta lo engulló. Para cuando quiso darse cuenta estaba dando vueltas en las entrañas de la ciudad, buscando una parcela libre donde soltar su viejo Ibiza. Una planta, otra, otra y bajando, bajando…

Y ahora estaba allí, perdido entre coches desconocidos, sucias columnas, pasillos enrevesados, salidas imposibles, ruidos extraños y malos olores: monóxido de carbono de los tubos de escape, gasolina  de los pequeños charcos que dejan los vehículos con alguna fuga… Solo en una pesadilla, sin saber dónde estaba su coche, sin la llave de su coche… ¿Qué estaba ocurriendo?

En la cabina del guarda de noche, las pantallas de los ordenadores iban pasando, alternativamente, imágenes de las cámaras de seguridad. Todo correcto. Solo había una que proyectaba un gris continuo, la de la cámara número 5 en la tercera planta. El guarda tenía puestos los cascos y dormía plácidamente, o eso parecía…

Imagen: Internet. Texto: Edurne


domingo, 17 de mayo de 2020

INSUMISIÓN






Tengo los sentimientos revueltos,
en pie de guerra.
Han decidido no guardar las distancias de seguridad,
ni medidas de prevención alguna.
Salen  a la hora que quieren y les da la gana,
que ellos son muy suyos;
me hacen caceroladas
al mejor estilo “salmantino”,
¡ni medio metro los separa!
Niegan la evidencia:
que al día se me mueren más de mil ilusiones,
que tengo los sueños entubados,
el sistema colapsado
y la vida confinada “a perpetuis”.
Me dicen censora,
dictadora,
castradora…
La revuelta de los insumisos, 
la llamo yo.
La conjura de los miedos,
dicen ellos.



Boceto: Antonio. Texto: Edurne



domingo, 26 de abril de 2020

DEL CONFINAMIENTO AL VÉRTIGO, Y AL LEVANTAMIENTO DE LA VEDA INFANTIL




Ha pasado mucho tiempo desde que estamos en esta situación extraña, como de ciencia-ficción, pesadilla que no se acaba nunca. Es como el día de la marmota: un día que sucede a otro casi igual. Hoy te aventuras a salir a la calle para hacer la compra, y te toca hacer colas, mirar con temor al que tienes delante o detrás, guardar la distancia de seguridad, comprar algo de lo que hayan dejado los arrasadores oficiales de alimentos y productos x… Volver a casa mirando a todas partes procurando no cruzarte con demasiada gente, y empezar con el siguiente proceso, el de desembalaje, limpieza y desinfección, guardar las cosas, cambiarte tú, lavarte y volverte a lavar… ¡Una tortura!

Casi se me había olvidado cómo eran las voces infantiles, las figuras de criaturas saltando, corriendo por la calle, preguntándolo todo, llorando, reclamando… ¡Hoy he visto niñ@s! Y me he asombrado a mí misma mirándolos como si no hubiera visto un@ nunca. ¿No me digan que no es para reír, si no fuera realmente para llorar?

¿Y las personas mayores? Yo tengo a mi madre en casa, casi 87 años, formalita y disciplinada, obediente… No en vano  son la generación que ha vivido bajo el yugo del miedo, del no salirse del camino marcado… Pero hasta ella, mi ama, que está tan tranquila en su casa haciendo mil cosas, está harta ya. El otro día me lo dijo: “hija, ya sabes que yo soy muy casera, pero, ¡desde el último día de la pelu (¡otro drama!) no he salido a la calle! Cuarenta y seis días confinada, y eso con la tremenda suerte de tener una terraza por la que pasear y solazarse de vez en cuando. Pero tienen mucho tiempo para pensar, y ¿qué piensan? Pues no es difícil de adivinar. Han pasado una guerra siendo niños, miedo y miseria. Una postguerra durísima, una vida adulta llena de sacrificios, y ahora… esta incertidumbre, este enemigo invisible y silencioso.

Yo sí que tengo miedo, y angustia, ansiedad… Tanta es la tensión, la responsabilidad que cargo que llevo una semana totalmente vertiginosa, volátil e inestable. Hacía tiempo que no padecía una crisis de vértigos como esta. Voy capeando como puedo, pero mal, mal…

Yo también cuento los días, ahora los cuento, al principio no, pensaba que iba a ser algo más rápido, menos letal a todos los niveles. Llevo dos meses y dos días sin ver a mi pareja, nos separan malditos 400 kilómetros, ¡y a saber cuándo podremos volver a vernos! Los kilómetros da igual, mi hermano tampoco puede ver a la suya, que está a 30. ¡No, no quiero que esto sea lo normal de ahora en adelante!

Y tengo miedo por todo. Nos hemos acostumbrado a quedarnos dentro de nuestros caparazones, de estas conchas protectoras. Y luego, ¿qué? Claro que si me pongo a pensar en todos los que no tienen conchas protectoras, que no tienen a nadie que les de cobijo, cariño, consuelo… La sangre se me hace bilis.

Me quedo mirando por la ventana, o salgo a la terraza, a escuchar, a ver… A no oír nada, a no ver nada ni nadie. ¿Qué mundo es este que nos han puesto delante, de la noche a la mañana? ¿Cuándo va a venir el príncipe a besarnos para poder despertar de este letargo, de este sueño infernal?

Las ocho de la tarde. Como por arte de magia, aparecen ventanas y balcones llenos de gente. Aplaudimos. Suelto un irrintzi. Aplaudimos. Desaparece la vida de nuevo. Cinco minutos. Ojos que vienen y van, gente desconocida que vive en tal o cual casa y tú no conocías. Saludos, abrazos y besos al aire con los vecinos de toda la vida. Signos de fuerza y victoria. Cinco minutos.

Unos días sale el sol, incluso hace calor. Primavera, bajas los toldos, sacas las hamacas, sientas a la madre, te pones a leer… Otros días, hay enfado en el cielo, nubes grises, brumas y vientos con mala leche. Agua, cabreo celestial.

Uno, dos y tres, uno, dos y tres…. ¿Ejercicio? Caminas por el pasillo, por la terraza, haces que haces. La báscula del baño está escondida, ni ella quiere que la mires. Mejor.

Sales otra vez, aprovechas el carro y vas al supermercado que está cerca de tu casa, subes a echar un vistazo, a ver que todo está en orden, subes y bajas persianas, riegas las pocas plantas que se mantienen vivas para que tú las veas y les digas cosas bonitas, que las arengues y animes a seguir luchando… Y de vuelta a la “casa matriz”. Cuando entras, la madre te mira con ojos de pena, te pregunta sin palabras, te abraza sin tocarte, te agradece sin querer llorar, con los ojos acuosos… y tú que disimulas y le das el parte de “guerra” como si fuese algo totalmente rutinario.

Mantenemos nuestra clase semanal de escritura en modo on line, y ese es un momento esperado por todo el grupo, dos horas para vernos y oírnos, para avanzar y también hacer un poco de terapia. Un breve espacio para sentirnos unidos a esa otra vida que teníamos antes de todo esto.

Estoy constreñida, toda yo. No escribo, no me sale nada de dentro, si no es amargor. Las palabras se me han encerrado en una caja vieja de zapatos, se han hecho fuertes allí y no ceden a mi acoso. Lo intento, pero no tengo tantas fuerzas ni tantas ideas como antes. Ya no soy la misma, me han dado el cambiazo, lo siento hasta en mi forma de caminar, cansada…

Vuelvo la cabeza, con sumo cuidado, y observo el horizonte más lejano que abarco con la mirada: un trocito de verde apagado que linda con el cielo plomizo y enmarcado entre edificios durmientes. Las dos y media de la tarde. No tengo hambre pero sé que tengo que comer.

Dejo constancia de que aún estoy viva, de que los míos lo están, de que todavía somos sensibles al amor y al dolor, de que dentro de nosotr@s brilla el sol y la vida bulle pidiendo ser vivida.

Hasta que nos volvamos a ver por calles y veredas, por montes y playas… Cuiden de ustedes, cuiden los unos de los otros, cuiden de la casa común, y no se olviden nunca de ser felices, a pesar de todo y de todos.

Continuará…

Foto y Texto: Edurne (lanzo esta botella tal cual, no he corregido nada, disculpas. He aprovechado un momento de “aquítepilloaquítemato” y esto es lo que ha salido).


miércoles, 18 de marzo de 2020

ANNO TERTIODECIMO. Desde La Orilla en tiempos convulsos.




Y van trece. Un año tras otro y hemos llegado al número maldito (yo no tengo nada en su contra, pero esta vez no sé qué pensar), al doce más uno.

Tiempos convulsos. Alguien ha dejado la puerta abierta y se nos ha escapado un virus puñetero y vengativo que anda haciendo estragos por acá y por allá.

Tiempos del Coronavirus. Todo nos lleva a recordar aquellas plagas y pestes de la Antigüedad: las siete plagas de Egipto, la peste de la Edad Media… ¡Y tantas otras! Y cómo no, también está “El amor en tiempos del cólera”.

A partir de ahora todo será distinto. Ya es distinto. De la noche a la mañana nuestras vidas han cambiado. Un tsunami está recorriendo el mundo. A la Orilla también llega el oleaje alterado, escupiendo rabia, impotencia y dolor. Calma. Dicen que después de la tormenta, escampa, siempre, siempre escampa (mi compa Mercedes dixit).

Hace trece años, cuando decidí arremangarme y dejar que las olas juguetonas de esta Orilla mecieran mis sentimientos, mis angustias, mis alegrías… no imaginaba yo que iba a vivir tiempos de sufrimiento, de pérdidas, de incertidumbre, de enojo y confusión. Claro que también ha habido una buena ración de risas y cosas buenas. La vida misma.

Como vengo haciendo todos los 18 de marzo desde que abrí este rincón de encuentro, de compartir y aprender, tengo costumbre de acompañar el texto con una foto mía de esa edad. Este año toca una muy graciosa, aunque yo esté superseria, casi asustada ante la cámara. Tenía trece años, y ya sabía lo que me gustaba (no todo) y lo que no (no todo), pero el aprendizaje de vida ya había comenzado un poco antes. Han pasado 47 años entre esa foto de cabecera y la que cierra esta crónica. Mucha vida.

Gracias mil por seguir acompañándome en mi periplo particular. Este espacio, y tod@s l@s que habéis chapoteado en él antes o ahora, ya formáis parte de mi curriculum vitae.

Son momentos duros estos de ahora, pero estoy segura de que saldremos reforzados de este torbellino de miedos y desconciertos varios. Si todo el mundo aporta lo mejor, si hacemos las cosas con responsabilidad, si somos solidarios, si apoyamos a los más débiles y vulnerables y mantenemos la esperanza y la confianza… ¡Todo saldrá bien!

No se olviden de ser felices a pesar de los pesares, de mantener el tipo por los que no pueden, de afianzar los afectos, ya estén cerca o lejos, de mirar a la vida con otros ojos, y de descubrir lo pequeño en medio de la inmensidad de nuestro ruidoso mundo, ahora en silencio.


¡Cuídense! Y gracias por estar ahí. MILA ESKER!

Fotos: De la memoria familiar, invierno de 1973, y selfi postpeluquería, marzo 2020. Texto y reflexión: Edurne