viernes, 31 de julio de 2020

2020. INFLEXIÓN




Recordaremos este año durante toda nuestra vida. Pasará a los anales de  la Historia como fatídico, pernicioso, malvado, aprovechado… ¡Como para olvidarlo!

Hoy es el último día de julio, del séptimo mes del año, y yo sigo como si me hubiese pasado una apisonadora por encima, como si me hubieran vaciado por dentro. A veces me parece que me muevo por inercia. No, no es cierto, pero… ¡Así me siento!

Acabo de ponerme frente al ordenador, que me mira raro, casi no me reconoce, ¡lo visito tan poco! Me estoy obligando a teclear, a hacer “dedo” y dejar que lo que tenga por ahí dentro, salga, ¡si quiere! De momento, ya llevo unas cuantas líneas, y ya he activado las luces de alarma de mi cerebro, de mis tripas y de mi corazón.

Aquí estamos, intentando hacer un recuento de penas y alegrías en todos estos meses, también de miedos e inseguridades, de rabias, de “ditasea”s… Y cuando te sientes así, impotente (iba a poner imponente, en qué estaría pensando yo… ;)), pues es como si todo cortocircuitara. Pipiipiiiiii. No había un plan de evacuación preestablecido, yo el único que me sé de memoria es el de mi escuela (¡ay, mi escuela!), así que corremos el riesgo de chamuscarnos en la huida, o de convertirnos en ceniza si nos quedamos en el lugar del crimen…

Divago, eso se me da muy bien. Por las noches, cuando me sumerjo en las catacumbas de mis sueños, me da por diseñar un mundo repleto de catástrofes y cataclismos… ¡vaya que estoy espléndida! Son paisajes oníricos muy densos, pesados, oscuros, cerrados y de muy mal gusto. Menos mal que no siempre me acuerdo de mis desventuras nocturnas, un alivio, ya les digo.

Ahora mismo, a las 20:34 del reloj de mi ordenador, miro por la ventana. Muevo lentamente la cabeza hacia mi derecha, bajo la barbilla y elevo la vista por encima de mis gafas (me recuerdo a mi amama). Me quedo mirando como una tonta. Ha desparecido el monte, la bruma se lo ha zampado. Nubes de camuflaje, imposible saber cómo es el cielo que se esconde detrás de este disfraz tan poco agraciado. Ayer moríamos del calor: 46 grados marcaba el mercurio de la calle, 39 el de la terraza, a la sombra. Deshidratación garantizada. Y parecía que iba a descargar un bronca monumental, pero… ¡Ná de ná! Daba un miedo irse a dormir, bueno, a dormir… a la cama, más bien, por eso de que el cuerpo necesita la posición supina y relajarse. ¡Ay, qué risa!

Todo va muy rápido, no sé si será por eso de los 60, que ya se me están desgastando de usarlos, voy para ocho meses de la mano con ellos. Pesan, no se crean ustedes que no… Como esos kilos de más, esos okupas descarados que llevan un tiempo amargando, poniendo lo suyo también. Pero he decidido declararles la guerra, y en dos meses ya he conseguido echar a tres de ellos. Los otros andan furibundos, pero nada, soy una maestra jubilada sin piedad alguna. ¡Suspendidos! No me voy a ablandar, ni repesca de septiembre ni amnistía general, nada, pienso acabar con todos ellos, son unos impresentables, ya les digo yo que sí, que no tienen educación alguna y andan aprovechando las circunstancias, los despistes, la puerta sin cerrar…

Nos ha cambiado todo el panorama vital, a unos más que a otros, pero a todos nos ha marcado. Y esperen… Los miedos son los nuevos capataces del rancho. Hay quien pensó que esto nos iba a fortalecer como sociedad, nos iba a hacer mejores personas… Que lo repita, por favor, que lo repita y nos cuente si ahora se atrevería a afirmar lo mismo. Reflexión colectiva, please!

Secuelas. Todo esto trae secuelas importantes, algunas todavía por llegar, y por esa razón, desconocidas, aunque las más importantes, las que ya estamos padeciendo, las conocemos. Quiero pensar que alguna enseñanza sacaremos de esta guerra sin enemigo a la vista.

Quiero leer, y casi no puedo. Quiero escribir, y se me atasca todo en el grifo de salida al exterior. Quiero reír y mi boca ha olvidado cómo se esboza una sonrisa. Quiero ver lo hermoso de la vida, y… tengo que dejarme las uñas de tanto escarbar. Miro el calendario. Los días van uno detrás de otro, sí, pero son todos iguales (y no por eso de la jubilación, otro mito, ya que eso de “todo el tiempo del mundo”, es una patraña), y ninguno veo yo que traiga un lazo en la cabeza, o un clavel en el ojal… Todos de uniforme, obreros grises golpeando el duro metal.

A mí vinieron a ponerme una venda en los ojos, para que diera palos de ciega, supongo... Dejaron en mi puerta preocupaciones y angustias; también me regalaron vértigos, mareos, dolores varios y altas dosis de ansiedad. Regalos-trampa, ya que venían adornados con esencia pura y dura de miedo, del  racional y del otro, del irracional. Voy sacudiéndome esa lotería de encima. Atuso los pliegues de mis ropas y reubico la posición de mis entrañas. En esas me ando. Calladita, no quiero dar mucha guerra. Ya aprendí hace mucho a emular un poco de felicidad, por disimular, por no hacer sufrir… Masajeo mi corazón, estiro mis penas, para que no se me encojan y no se hagan crónicas, viviendo del subsidio de mi compasión. Sé que no soy la única que sufre, que cada cual lleva su cruz a cuestas, o plegada en el bolsillo… y que cada uno, cada una, hace lo que puede para salir a flote, para sacar la cabeza y respirar, una bocanada nada más, pero lo suficiente para poder seguir dando un par de brazadas más…

Las 21:13. Ya saben que carezco de método, que escribo según siento, según sale, que no miro, que no veo… pero que sí intuyo. Intuitiva y resolutiva, eso me salva.
¡Allá vamos!

Gracias por estar, por seguir, por vivir con ganas o a medio gas, pero por continuar en la función. Me sean felices, ¡aunque cueste!

 Y… ¡Arriba el telón!


Imagen: de Internet, me llegó por Whatsapp. una peineta bien hecha. Reflexión: Edurne 

3 comentarios:

Myriam dijo...

¡Animo! FUERZA y mucha salud. Esto también pasará. Besos

Francisco Espada dijo...

Gracias, preciosura, por ese diálogo interior con el que lo he pasado tan bien en tu presencia. Ha sido como estar frente a ti, pero como espectador, y tú gesticulando y moviéndote de un pensamiento a otro. Esta chiquilla de 60 sigue siendo una muy bella presencia y una bellísima essencia. Ahora comienzas a parecerte más a la amama, y con el paso del tiempo llegarás a ser casi idéntica; así son los genes, como un uniforme. Gracias por este ratito, preciosura.
Besos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Gracias por esta confesión diaria. El año va extraño y sigue así, me temo.
Besos.