domingo, 30 de marzo de 2008

TUS OJOS




Tu voz que se extiende hacia mí,
tu risa que me reclama…
Lazos que atan los deseos
con nudo inquebrantable.
Como lianas de gruesa fibra,
tu vida y la mía se funden
en eterno abrazo.
Soldadura que nadie osa profanar.

Recién despiertos de su sueño,
así, sobrecogedoramente hermosos
me miran tus ojos.
Me sonríen con pequeños rayos
de luz verde y azul,
con burbujas de dulce almíbar que
desbordan por tus pestañas.
Así, hermosamente sobrecogedores…
Tus ojos que me miran.


Fotos: Antonio y Edurne Manipulación yTexto: Edurne

jueves, 27 de marzo de 2008

ÚLTIMAS LECTURAS


Nunca está de más hablar de libros, nunca.
Ahora es mi turno, así que aquí traigo las últimas letras que ando "engullendo", sí, todas a la vez, uno, otro, otro y otro...
Vamos a ver, comenzamos:
"El perfume del cardamomo" de Andrés Ibáñez, cuentos chinos, pequeños y exquisitos cuentos chinos.
Descubrí el libro un día que estaba curioseando y claro, para mí lo de los libros es como un flechazo, me tienen que llamar, que chistar, que buscar... y así ocurrió con éste. Lo ví un día, pero no lo compré, y como no se me quitaba de la cabeza, a los dos días fuí a "rescatarlo" y me lo traje a casa.
"La naranja mecánica" de Anthony Burgess, novela de ciencia ficción. Éste, confieso que lo estoy leyendo porque me toca, por deber, para la tertulia del próximo día 9 de abril.
He visto la película, pero hace mucho tiempo. Recuerdo mucha violencia, casi diría yo que gratuita... Pero en la peli de Kubrick, el final no es el original. Burgess escribió 21 capítulos, capítulos que se vieron reducidos a 20 en la edición estadounidense de la obra, por requerimiento expreso del editor... y la película, está basada en esta edición censurada.
Yo estoy leyendo la versión completa.
"Habitación de hotel" de Cristina Peri Rossi, poesía de la que no te deja indiferente. Me gusta la Peri Rossi, siempre rompedora y tan sexual en sus temas, comprometida y sin tapujos en sus mensajes...
Se lee muy bien, aunque siempre es conveniente volver atrás en la lectura, por quedarse mejor con el regusto.
Apunto una cita del comienzo del libro:
"La poesía es un esfuerzo del ser insatisfecho por encontrar satisfacción mediante las palabras y, de vez en cuando, del pensador insatisfecho por encontrar satisfacción mediante sus emociones". de Wallace Stevens
Para que saquen sus conclusiones.
"Rimmel" de Koldo Izagirre, poesía en Euskera. Poesía más enraizada en la memoria familiar, en los orígenes. Quien haya leído a Izagirre ya sabrá cómo se las gasta escribiendo. No es que sea un poeta fácil, hacía tiempo que no leía nada de él, pero este libro me lo recomendó una compañera, y en ello estoy...
Como ven ustedes, un poco de todo, para amenizar ratos largos, cortos, momentos de nostalgia, ganas de viajar a otros lugares, compartir lo leído, lo aprendido, cultivar el espíritu...
¡Buena lectura!
Foto: Edurne

lunes, 24 de marzo de 2008

MEDITACIONES


No hay nada para paliar el dolor, para paliar la separación, la pérdida... ¡Nada, no hay nada!
El tiempo, compañero inseparable de la existencia, es el único que lo sabe. Es el único que sabe de nuestra soledad, nuestra tristeza y abandono.
Sólo él puede echar cuentas de nuestros llantos escondidos, de nuestras sonrisas forzadas, de nuestra alegría enmascarada y teñida de pena...
Pero hay algo que desde dentro, muy dentro nos impulsa, nos lanza hacia fuera, a ese mundo que nos absorbe… a ese depredador insaciable...
¡Tal vez también se coma nuestro vacío, nuestra tristeza!

Bailas con tu vida, con tu ser y no ser... y la danza se vuelve amarga en momentos, dulce y acompasada en otros. Una nunca sabe cómo va a ser la melodía, con quién te va a tocar bailar.
Pero no podemos estar siempre preparados...Y cuando nos agarra desprevenidos... ¡Ay, entonces! Entonces, hay que improvisar. Es difícil. Que nadie se piense lo contrario. Por mucho sentido del ritmo que se tenga... ¡Es difícil! Pero ahí están los guías-acompañantes. Son unos personajes muy importantes en esta danza alocada y descompasada. Aunque no los veamos, resulta que siempre están. Sólo hay que abrir bien los ojos. Seguro que los vemos. Y con tenue luz nos ayudan a dirigir nuestros pasos descarriados.

Los tiempos son variables, mutables... caprichosos.
Pero siempre vendrán tiempos mejores. Hay que vestir las mejores galas para recibirlos. La sonrisa volverá a los labios, el brillo de nuestros ojos atraerá como si de un faro en agreste acantilado se tratara...Y habremos salido fortalecidos de la oscuridad, del laberinto.
Nunca hemos de perder la capacidad para asombrarnos hasta de nuestra propia pena. Yo no la pierdo.
La adversidad nos curte, pero por eso aprendemos... ¡Y disfrutar de un miligramo de felicidad es el mayor de los regalos que la vida nos da!
Degustar los momentos. La brisa imperceptible que flota en torno a nuestra sombra, la risa lejana, la mirada tranquila, la mano amiga, la palabra justa en el momento preciso...

Sobrevivir en tiempos difíciles es un arte que se va aprendiendo. Crecemos como personas. Como hombres y mujeres, con todas nuestras inseguridades y nuestros miedos, pero... ¡Avanzamos!
Lo importante es no estancar, no anclar la vida; sacudir el polvo asfixiante y respirar. Respirar...
La vida es bella. La vida es cruel. La vida es injusta. La vida es sorprendente.
¡Vivámosla!


Pintura: "Muerte y Vida" de Gustav Klimt Texto: Edurne

martes, 18 de marzo de 2008

HOY CUMPLO


¡Pues sí, hoy cumplo un año de blogger!
Como pueden observar, aún estoy en pañales y voy en sillita porque apenas me lanzo yo solita por este mundo incierto.
Y esto de que me reconozcan por la calle y me saquen fotos... horroreur! lo llevo bastante mal (no, photo noooo!), que luego cualquiera sabe dónde puede aparecer tu imagen...

Pues nada, que yo quería haber preparado un ágape y poder invitarles a ustedes a un lunch de ésos, pero ya ven, me faltaban los ingredientes para mi famoso bizcocho (si quieren probar algo, bajen hasta el 25 de noviembre, por aquí mismo, un poquito más abajo), y se tendrán que conformar con los restos del de la celebración centenaria.

Pero lo que importa es que en un año he dado muchos pasitos, he engordado esta orilla con experiencias y amigos... y que como el baño es libre espero que sigan pasando por aquí para chapotear un rato conmigo.

A todo el mundo GRACIAS, MUCHAS GRACIAS por sus palabras, sus reflexiones, sus sonrisas y sus guiños... ¡Y que feliz cumpleaños, carajo!
¡Va por ustedes!

Foto: De la memoria fotográfica familiar

jueves, 13 de marzo de 2008

UN REGALO INESPERADO



La luz entraba tamizada por las amplias ventanas del taller. Todo transcurría con la misma calma monacal de siglos.

Sor Ernestina se afanaba con los pinceles, y Sor Esther rezaba a su lado, ofreciendo preces y oraciones a los santos más desconocidos.

Sor Ernestina la miraba por encima de las gafas mientras se lamentaba de la falta de inspiración en ese día. Una gota de sudor inició un lento camino de descenso desde la fruncida frente de la Sor hasta dar con su salado elemento en la naricilla que sostenía graciosamente las gafas. Sor Ernestina apartó la molesta gotita con un dedo y dejó una huella de azul celestial en su chato apéndice. Resoplaba. Hoy no estaba contenta con su trabajo y eso que la Inmaculada que terminó el mes pasado le había quedado realmente bien, vamos, ¡ni Murillo! Es decir, básicamente era buena, muy buena, pero hoy no daba pie con bolo, ésa era la verdad.

Y Sor Esther que no callaba. Estaba muy bien esto de tener un don, pero el de estar todo el día inventando oraciones a los santos más extraños… ya cansaba. Dejó el pincel y se limpió con un trapo que tenía sobre el blanco delantal. Ella pintaba sentada porque las piernas se le cargaban demasiado y luego padecía de unos calambres muy molestos, por eso tenía dispensa de la Madre Superiora para sentarse en la iglesia más a menudo que el resto de sus hermanas.

Se levantó para abrir uno de los ventanales, justo el que daba al huerto. Allí se quedó unos minutos, tan solo dejando que el sol acariciara su rostro. A pesar de que julio ya avanzaba hacia el ocaso, el fresquito, propio de la tierra y las alturas, hizo que se despabilara y saliera de sus pensamientos. Allá abajo estaban Sor Emilia y Sor Luisa faenando con los tomates, las acelgas, las lechugas… Eran las cinco de la tarde, pero la hermana cocinera estaba ya en lo de preparar la cena; y de los fogones subía un olorcillo cálido, un olorcillo a sopa de cocido.

Tenía que ser pecado de gula eso de pensar tanto en la comida. Le gustaba comer, no podía remediarlo. Tal vez fuera algo relacionado con su infancia, cuando apenas había con qué engañar al hambre y sus pobres padres ya no sabían qué hacer para alimentar tan ruidosa prole. Casi no recuerda las caritas de aquellos hermanos que se fueron, bien a causa de una viruela, bien por una pulmonía, incluso hubo uno que murió al extirparle una pequeña verruga cuando tan solo tenía cinco años. ¡Y Florentina…! Su hermana Florentina que se fue a los quince de unas fiebres palúdicas. Fue entonces cuando los padres decidieron entregarla a las Clarisas, no estaban dispuestos a ver morir más hijos. Y aquí estaba desde los doce años. Cincuenta y tres años entre esos muros, el convento era toda su vida.

Al principio, y a pesar de la distancia entre el pueblo y el convento, las visitas de los padres eran más frecuentes; iban a verla por las Navidades, por Pascua, y en los veranos iba ella a pasar una semana a su pueblo. Siempre llevaban a Adelina, tres años más joven que ella, y al pequeño Irineo que sólo tenía dos añitos.

Pero poco a poco, la relación con los suyos fue haciéndose más lejana. Supo de cuando Adelina marchó a la ciudad a servir, de cuando murió la madre, de cuando Irineo fue al servicio, de cuando el accidente del padre… Entregada ya a su vida de clausura, de todo se fue enterando por cartas que fueron el mejor puente con lo que dejó atrás.

Cartas como la que había recibido la pasada semana y que la había sumido en un estado de zozobra e inquietud que no le dejaba sacar su espíritu alegre y afable. Ya ni en maitines le salía ese chorro de voz cantarina que Dios le había dado. Y hoy, con la pesada de Sor Esther sin callar, y su mano que se le agarrotaba ante los angelillos, no deslizaba el pincel sobre el lienzo como siempre, embebida como estaba en sus recuerdos…

Recuerda muy bien la noche en que todo el convento se vio alterado por aquellas llamadas insistentes en la puerta cuando Sor Juana, la superiora de entonces, a quien Dios tenga en su Gloria, corrió presurosa en su busca para decirle que era su hermana Adelina la que estaba en la puerta, la que venía buscando auxilio y amparo en la Santa Casa de Dios.

Allí estaba Adelina, llorando a moco tendido. A pesar de todo estaba hermosa, con esa carita de ángel que siempre tuvo, con sus rizos dorados y esos ojos de perrilla asustada. Hacía casi cinco años que no la veía. Se abrazó a ella hipando: “Ernestina, Ernestina, tienes que ayudarme”, le decía entre sollozos.

Y ahí contó su historia. Venía huyendo del hijo de su jefe, el señorito Pedro que, a más de maltratarla, la había dejado preñada. No podía ir al pueblo, el Irineo montaría en cólera; al no vivir el padre, él era el jefe de la familia… No, no podía, él no debía enterarse.

Resolvió la superiora tenerla allí, con las monjas y, cuando naciera la criatura, darla en adopción a alguna buena familia. Sor Juana se encargó de todo con la mayor de las discreciones.

Adelina dio a luz rodeada de todas las hermanas y cuando se recuperó, enseguida marchó a Oviedo, a servir en casa de un primo militar de la Madre Superiora. A la pequeña se la bautizó con el nombre de su abuela, Irene. Sor Juana, que se había tomado el asunto como algo personal, se encargó también de encontrar una familia para la pequeña, un matrimonio de aldeanos del pueblo vecino que ya habían perdido una hija. Éstos la acogieron con gran alegría y la criaron bajo los preceptos cristianos como si de su propia sangre se tratase.

Nadie supo nada. Irineo no se enteró de la desgracia de su hermana. Adelina tan solo tuvo conocimiento de que su hija había sido acogida en una familia temerosa de Dios, e Irene… Irene creció en la creencia de que aquéllos eran sus verdaderos padres. Todo el secreto quedó encerrado entre esos muros de paz y oración. Hace tanto tiempo… mucho más de treinta años.

Sor Ernestina dejó por un momento sus recuerdos, se volvió hacia Sor Esther justo en el instante en que Sor Lucía entraba escandalosamente, como siempre, en la estancia: “¡Ea, madres, ayúdenme a doblar estas sábanas!” La zozobra de Sor Ernestina encontró anclaje entre la risa de Sor Lucía, escondiéndose en la blancura de los lienzos.

Mientras ayudaba a doblar las sábanas, se vio años atrás haciendo esa misma tarea con su hermana, allí, en el convento. Con esa hermana que ya hacía años que había muerto pero que entonces era portadora de una nueva vida, la vida de la pequeña Irene. Siempre se sintió en deuda con esa niña, sin embargo nunca fue capaz de enfrentarse a ella, de hablarle y explicarle quién era en realidad.

Durante años supo de la vida y los pasos de Irene en cada momento, incluso guardaba alguna fotografía de la niña y de la joven preciosa que había llegado a ser hasta que marchó del pueblo. Como a todos los jóvenes, más en aquellos años, la ciudad llamaba y tiraba muy fuerte. Era el único modo de salir de la monótona vida de un pueblo que poco o nada tenía que ofrecer.

Por un momento consiguió acallar esa voz que la interrogaba desde dentro. Era tal el jaleo que se había montado en la sala de planchado, que no tuvo más remedio que dejar a un lado sus angustias y sus miedos. El estrépito la devolvió al mundo.

La carta que habían dejado la semana anterior en el torno era una escueta nota: “Pronto el pasado y el presente se abrazarán”, y la firma era una I. ¿Qué querría decir todo eso después de tantos años? ¿Una I de Irene? ¿O una I de Irineo?

Irineo. Hacía demasiado tiempo que no tenía noticias de su hermano. Desde que había enviudado y sus hijos estaban lejos, se había vuelto más taciturno que de costumbre y sus cartas fueron cada vez más escasas hasta dejar de escribir. Estaba preocupada por él, pero nada podía hacer. Ahí perdió la Sor los pasos de su hermano pequeño.

Con tanto viaje al pasado, para cuando quiso darse cuenta ya estaban todas las hermanas dando las gracias por los alimentos que iban a tomar. La sopa de cocido entonó su cuerpo y su mente, y el muslito de pollo al ajillo, su plato preferido, desató su alegría reprimida. Saboreó con especial deleite la cuajada casera de Sor Catalina con un poco de miel y así, con el estómago contento y agradecido, sintió que su desasosiego encontraba consuelo.

Serían algo más de las ocho y media de la noche cuando la hermana tornera pasó como un rayo por el corredor de la galería norte camino del despacho de Sor María, la Superiora. Todas la vieron, todas se miraron sin decir nada y ella, Sor Ernestina, sintió como si ya hubiera vivido ese momento. Esperó.

No pasó media hora cuando la Madre Superiora entró en la sala de lectura. Buscó con la mirada a Sor Ernestina, pero ésta ya estaba en pie, intuía que todo aquel revuelo tenía que ver con ella.

Y allí estaba de nuevo, igual que hace treinta y cuatro años atrás, frente a esa carita de ángel, esos rizos dorados y esos ojos de perrilla que ya no manifestaban miedo, que la miraban fijamente. Sólo que esta vez no era Adelina, no tuvo necesidad de preguntar, sabía quién era, sabía que era su sobrina Irene.
Intuyó lo que pasaba, intuyó una nueva sorpresa en su vida.


Instintivamente Sor Ernestina e Irene se abrazaron, lloraron. Éste era el regalo que el destino le restauraba. Sor María observaba la escena con una sonrisa y desde la discreción propia de su cargo. Una luz tenue se reflejaba en la pared de poniente justo sobre la imagen de la Santísima, era como si ella también sonriera.

Pronto corrió el rumor entre las monjas de que era Irene, la pequeña Irene la que había vuelto al lugar de donde salió. La mayoría de las hermanas la había conocido, y aquéllas que llegaron después de su nacimiento también eran sabedoras de los hechos.

Sor Ernestina no cabía en sí de gozo. ¡Su pequeña Irene allí! No hizo falta mucha perspicacia para darse cuenta de que ella, al igual que su madre, también se presentaba... ¡embarazada!

Irene hablaba y hablaba pero, a diferencia de Adelina, el fruto de sus entrañas era motivo de gran alegría para la futura madre.

¿Y cómo supo Irene de sus verdaderos orígenes? Al final se atrevió a preguntar Sor Ernestina. Todo era tan sencillo… Julia, la madre adoptiva de Irene, reveló todo el secreto en su lecho de muerte, no quería que la joven se quedara sola.

Irene había vivido en la ciudad tratando de mejorar una vida que se presentaba dura, sin un porvenir cierto. Consiguió superarse, estudió Secretariado alternando con un trabajo de dependienta y pronto consiguió un puesto en una compañía de seguros donde conoció a José. Se casaron a los pocos meses de haberse conocido. Al saber de su embarazo, Irene decidió volver al lugar de sus primeros días de vida. ¡Y allí estaba!

Paseaba sus ojos la humilde Sor por aquel ser que ahora estaba frente a ella, sin poder evitar que las lágrimas resbalaran por las rechonchas mejillas, sin saber qué hacer: si reír, llorar, saltar, comerse a besos a Irene que ahora era una mujer, el vivo retrato de Adelina, su querida y llorada hermana…y que a su vez la miraba con esa sonrisa de paz y verdadera calma.

Suspiraba Sor Ernestina, hipaba, daba vueltas sin orden ni concierto a las cuentas del rosario, se diría que repetía mil y una veces los misterios de gozo. Y saltaba, daba pequeños saltitos con sus pies regordetes y pequeños. Estaba sofocada. Irene hizo una breve pausa en su relato, respiró hondo, cogió las manos de su tía, las besó con infinita ternura y las llevó a su cara cerrando los ojos sin poder evitar que sus lágrimas empaparan esas manos protectoras.

Sor Ernestina pensó en su hermano, en Irineo, en que ya había llegado la hora, que tenía que saberlo todo, y… Ahora sí que tenía ganas de cantar: ¡Aaaaleluya, Aaaaleluya, Aleluya, Aleluya, Aleeeeeeluya!


Foto: Gentileza de Maricruz Manipulación y Texto: Edurne





miércoles, 12 de marzo de 2008

NEPTUNO FURIOSO


Tal cual...
Hoy toca hablar del temporal, de esa furia desatada del dios Neptuno.
Hoy toca asombrarse y también preguntarse.
Está claro, más que claro, contra las fuerzas de la Naturaleza no hay nada que hacer.
Suele suceder que, cada vez más a menudo, la Madre Tierra se cabree con nosotros sus hijos, y nos mande sus castigos (no sé si divinos...) bajo apariencias diversas, pero siempre con tremendo susto para el personal.
Ayer fue atacada la costa cantábrica como muchos viejos del lugar ni recordaban. Olas de hasta diecisiete metros de altura, aguas desmadradas y furiosas entrando a saco en calles y locales, viviendas... destrozando todo cuanto se interponía en su loca carrera.
Y es que ya se sabe, el mar, de vez en cuando reclama lo que es suyo, lo que le hemos arrebatado. De vez en cuando nos recuerda quién es, y lo que puede hacer con todos nosotros...
Ruje, ruje...
Claro que también es una forma de echarnos la regañina por cómo le tratamos, cómo vertemos en él toda clase de residuos y deshechos...
¡Parece que no tenemos enmienda!
Hoy toca reflexionar un poco.
La foto la he encontrado buscando en la web de EITB24. Si quieren ustedes más, pinchen aquí y busquen en Fotogalerías... http://www.eitb24.com/


Foto: Agencia EFE

sábado, 8 de marzo de 2008

MUJERES

POR NOSOTRAS

Sí, por nosotras, las que fuimos, las que fueron, las que somos, las que son, las que seremos, las que serán… ¡por las mujeres!

No sé si este post tiene mucho sentido dentro de todos los ríos de tinta que se van a verter acerca del tema, pero bueno, yo me veo en la obligación de hacer algo, al menos escribir, decir, pensar, protestar, reivindicar, colaborar…

Y me vienen a la cabeza todas esas mujeres que han hecho que las de ahora estemos aquí, así, con todos los logros conseguidos y con todas las ganas por seguir luchando.
Pienso en nuestras bisabuelas, nuestras abuelas, nuestras madres… mujeres totalmente entregadas, trabajadoras donde las haya, dentro, fuera, sobre… verdaderas heroínas anónimas a las que dedico estas letras.

Y también pienso en todas esas mujeres que ya no están porque se las han quitado de en medio, porque las mandaron a mejor vida esgrimiendo el “la maté porque era mía”, ¡y tan anchos!

Ante todo esto: lo que vemos y lo que no vemos, lo que nos indigna, nos humilla y nos une… ante todo esto, eso y aquello, las mujeres de este mundo, y los hombres también, aquellos que hacen causa común, aquellos que nos acompañan por la vida, nos unimos en una sola voz.

“Compañera te doy, que no esclava”… ¿dónde he oído yo esto?
Pues eso, que no somos propiedad de nadie, que nuestro cuerpo y nuestra mente son nuestros y nadie ha de decidir por nos, ni utilizarnos, mancillarnos, violarnos, mutilarnos, obligarnos, dominarnos… ¡matarnos!

Hombres-compañeros, los que van codo a codo por la senda de nuestras días, ésos, los que también son tiernos, los que entienden nuestras lágrimas con o sin razón, nuestros enfados, nuestro cansancio. Los que nos alivian de cargas y comparten nuestros días y nuestras noches.

Somos mujeres, somos madres, hijas, hermanas, amigas, profesionales y amantes... somos todo eso y mucho más, todo en una, en un solo envase.

¡Agítese antes de usar! Pero ojo, miren la fecha de caducidad, el manual de instrucciones, el modo de empleo. Es fácil, más de lo que nadie se imagina, sólo hace falta un poco de voluntad. Entendernos, acompañarnos, respetarnos, valorarnos…
Ante todo y sobre todo somos personas.

Ha hecho falta mucho dolor para que tengamos un día en el que se nos recuerde de forma especial, pero nuestro día no es sólo hoy, es todos los días. No tenía que existir un "día de…" Todavía falta mucho por hacer, y mientras esa igualdad no llegue a ser total, aquí seguiremos.

Por todas nosotras… y todos ellos, los que nos quieren y nos comprenden, por todas las buenas gentes que pueblan este planeta que es nuestra casa. Por todas las conciencias que han alimentado nuestra historia. Por todas las mujeres…
¡FELIZ DÍA!

Foto: De una agenda que obra en mi poder desde hace veinte años


viernes, 7 de marzo de 2008

LA CAJA DE PANDORA


Fuego que devora las entrañas y la rabia.
Vergüenza en las nubes,
esas nubes de conciencias
dormidas
a destiempo,
despiertas
con miedo.

Se ciernen los humores encendidos de los dioses
bramando por barrancos que arrastran
vidas y muertes ajenas,
y cantan las almas de niños huérfanos
de manos paternas.

Siento la llama que aviva
los ojos del alma
que, perdida,
busca una luz
entre tanta espesura.

Gritos que rasgan el grueso vestido
de la inconsciencia y
abren una fisura en la estrecha
casa de la verdad escondida.

Pintura: Aitor Texto: Edurne

lunes, 3 de marzo de 2008

PERDÓN


Perdón por las estrellas dormidas.
Perdón por vivir sin prisa,
por la pereza marchita.
Perdón, sí, perdón por la risa.
Perdón sin temor,
sin visado de color...
Perdón al alba.
Perdón por mirar despierta,
por dormir aburrida.
Perdón por creer en la luna,
por bailar enloquecida.
Perdón y mil veces perdón.
Perdón sin perdón,
cruel situación...
Perdón por mis pasos,
por mi vida.
Perdón...
Foto: Aitor Texto: Edurne