domingo, 29 de noviembre de 2009

LES MAINS (I)

El Marqués de Saint-Malo acudió tarde a la cita. Tarde y de mala gana, tal y como era su costumbre. Y si accedió a encontrarse con aquel hombre del que no sabía nada, fue solamente por satisfacer la curiosidad que suscitó en él la nota que le había entregado su mayordomo aquella mañana.

Apenas hubo tomado la carta entre sus manos, sintió un leve temblor y abrió presuroso el sobre para saber el contenido de la misteriosa nota. Alguien le convocaba a una cita esa misma tarde, justo a la caída del sol, en la puerta trasera de la catedral vieja de Saint Michel. Tenía algo muy importante que comunicarle, algo referente a su madre, la difunta marquesa de Saint-Malo, de soltera Marie Dupont. La nota terminaba con un: “Es de vital importancia que acuda.” La firma era ilegible, tan sólo sabía que era de un hombre puesto que Pascal le había dicho que fue un caballero quien se la entregó diciendo que era personal.

Pasó sus dedos temblorosos sobre el nombre de su madre, y acto seguido sucumbió a un ataque de furia repentina. Rompió el papel que acababa de estrujar con fuerza y lanzó los trozos a la chimenea. Maldijo en voz alta y farfulló nombres ininteligibles.

Cuando se repuso, atusó sus cabellos, estiró las mangas de la camisa que asomaban por la chaqueta de terciopelo verde que llevaba puesta y reparó en las manos, sus manos. Aquellas manos eran las mismas que las de su madre: dedos finos y largos, uñas siempre bien cortadas, piel blanquísima, suave… manos constantemente frías, heladas. Las frotó con fuerza, casi con rabia. Volvió a mirarlas, ahora habían tomado una tonalidad ligeramente rosada; multitud de venillas afloraban a la superficie como buceadores ansiosos por tomar oxígeno. Las guardó en los bolsillos de la chaqueta y se acercó a la ventana. Fuera comenzaba a llover.

Pierre de Saint-Malo sacó el reloj de pulsera, herencia de su padre, de la relojera del chaleco. Las ocho y diez. Él llegaba tarde, pero allí no había nadie. Pascal había querido ir con él en lugar del chófer, y le esperaba a unos treinta metros de la puerta principal. Nada. Nadie. Ningún ruido, ningún movimiento… El marqués paseaba nervioso de un lado a otro de la calleja donde estaba la puerta trasera de la catedral. Mientras, manoseaba compulsivamente con la mano derecha el reloj y lo miraba constantemente. Su interlocutor llegaba tarde. La luz era tenue y no podían apreciarse ni la palidez ni el miedo reflejado en su rostro.

De pronto se oyeron unos pasos presurosos. Los caballos, aunque lejos, se asustaron, y Pascal tuvo que esforzarse en sujetar las riendas. Saint-Malo se volvió bruscamente, su mano izquierda sujetaba en alto un bastón de dorada empuñadura. Un bastón con un arma oculta. Ante él, un hombre de su misma altura, vestido totalmente de negro y con la cabeza descubierta. El hombre esbozó una leve mueca, como si fuera una sonrisa.

—Marqués…
—Sí, soy yo. ¿Y usted, quién es?—y bajó el bastón que aún mantenía en alto.
—Todavía es pronto para saberlo. ¿Ha venido solo como le pedí?
—Me acompaña Pascal, mi mayordomo, a quien creo que ya conoce. Es de total confianza. Me espera en el otro lado, así que no tema, no puede oír nada de lo que tenga que decirme.
—En realidad no tengo nada que decirle, al menos hoy. Sólo quiero darle esto.

El hombre sacó un paquete del interior de su levita y se lo ofreció al marqués. Éste dudó unos instantes. Al final extendió la mano derecha y cogió el paquete. Era un envoltorio de tela, atado cuidadosamente con un lazo de terciopelo granate. Pierre se estremeció. El pequeño fardo parecía latir entre sus manos.

—Si lo desea, vaya usted al coche y ábralo allí, yo le esperaré bajo este farol.
Casi sin reaccionar se dirigió Pierre hacia el coche. Pascal le esperaba sentado en el pescante, atento a todo lo que pasaba a su alrededor.
—¿Todo bien, marqués?
—Sí, tranquilo, Pascal. Espera.

Una vez dentro del coche, los caballos volvieron a inquietarse, produciendo un leve traqueteo, pero suficiente para que el atado cayera al suelo sin que las manos de Saint-Malo pudieran retenerlo. Allí estaba, a sus pies, un paquete con un contenido incierto. Lo cogió bruscamente y lo colocó sobre sus rodillas. Soltó el lazo que traía doble nudo y lazada perfecta. Desenvolvió lentamente, con miedo, la gruesa tela, que dejó al descubierto una cajita de fina marquetería oriental con incrustaciones de pequeñas turquesas y lapislázulis engarzados en orlas de oro y plata.

Él conocía esa cajita. No, no podía ser ésa, puesto que la que él conocía estaba en su casa, en la habitación de sus padres, sobre el tocador que había pertenecido a su querida madre. ¡Era idéntica! Cerró los ojos mientras dibujaba con sus dedos cada relieve, cada esquina de aquella caja que conocía de memoria…

Abrió los ojos, descorrió una de las cortinillas y miró hacia fuera. Allí estaba ese hombre, mirándolo. Percibía su mirada oscura y penetrante fija en él, allí, bajo la luz mortecina de aquel farol, enmarcada su triste figura por la majestuosidad de la vieja catedral. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Pasó el dorso de la mano por la boca, mesó sus cabellos con angustia… Suspiró y decidió abrir la caja. No sabía qué es lo que podía encontrar, pero algo le decía que su vida iba a cambiar.

Levantó la tapa de la cajita con sumo cuidado, casi sin querer mirar.

Engarzado en el terciopelo azul de la caja, relucía orgulloso un anillo de oro con el emblema del marquesado de Saint-Malo grabado en una piedra amatista. Miró su mano izquierda. ¡Era el mismo anillo, exactamente el mismo! ¿Qué significaba aquello, era una broma pesada? Ese anillo sólo lo podían llevar los herederos del marquesado… Él y sólo él era el actual Marqués de Saint-Malo, llevaba el anillo que había heredado de su padre junto con el título al morir éste, tal y como venía ocurriendo desde generaciones. Miró al hombre que esperaba tranquilo junto al farol de la puerta de la catedral. Las manos del marqués temblaban y daban vueltas al anillo. Su cabeza era un hervidero de pensamientos, todas las cábalas posibles se le disparaban.

Salió del carruaje y llamó al hombre. Éste se acercó lentamente. Cuando estuvieron uno frente al otro se miraron durante un largo rato, sin decirse nada. El hombre tomó el anillo de las manos nerviosas del marqués, se lo puso en el dedo anular, y fue como si de repente se hubiera hecho la luz en aquella noche oscura. Los dos hombres observaron sus manos, los anillos, se miraron con expresiones distintas en sus rostros, la de Pierre era de turbación, la del hombre, de espera…


Pascal, que observaba la escena desde el pescante, quedó sorprendido al tener tan cerca a aquel hombre. ¿Cómo no se había percatado a la mañana, cuando le entregó la nota? ¡Era el vivo retrato del difunto marqués!

Saint-Malo apenas podía articular palabra.
—¿Quién es usted? ¡Le exijo que me conteste!
—Paul de Saint-Malo—contestó el hombre.
—¿Cómo?
—¿El señor marqués ha leído la carta que está escondida en el fondo de la cajita?
Pierre se abalanzó sobre ella, rasgó presuroso el terciopelo azul… Allí estaba, una carta con la letra de su madre, iba dirigida a él y fechada una semana después de su nacimiento, hacía treinta y cinco años.

Leyó, devoró la carta, dos folios de una letra fina y elegante, la letra de su madre, no había duda. Aquel hombre que estaba frente a él y le miraba tranquila y fijamente era su hermano mellizo, el otro marqués de Saint-Malo. La prueba era el anillo, el anillo y esa carta.

“Querido hijo:
Cuando leas esta carta habrán pasado muchos años desde el triste día de hoy en que la escribo. Te la entregará tu propio hermano, Paul, y para entonces tanto tu padre como yo estaremos muertos. Así está dispuesto y acordado, que un año después de mi muerte y si tu padre tampoco vive, sea el propio Paul quien se presente ante ti. Él acabará de enterarse también de que es un Saint-Malo…
El destino, la vida cruel, ha querido que tengamos que desprendernos de uno de vosotros para salvar el honor y, tal vez la vida. Tú has sido el afortunado y él el que ha crecido sin el amor de su familia, sin nada de lo que le pertenece.
Buscad los dos juntos a la hermana Marie Thérèse en el convento de las Benedictinas, ella es depositaria de toda la verdad acerca de vuestros destinos, y os contará todo. Si desgraciadamente no viviera, no os preocupéis porque alguien os hará entrega de una documentación que os pertenece a los dos, a vosotros dos, los dos herederos del Marquesado de Saint-Malo.
No pretendo que me perdonéis, ni siquiera que entendáis las razones que nos han llevado a vuestro padre y a mí a tal extremo, pero sí quiero pedirte Pierre, a ti porque serás el que disfrute de todos los privilegios, que acojas a tu hermano y repares todo el mal que hemos cometido con él…”

Dejó caer la carta sobre el asiento del coche, no podía seguir leyendo, tenía los ojos anegados en lágrimas. Miró a Pascal, que también lloraba en silencio.
—¿Tú sabías de esto, Pascal?
—¡Sí señor, pero…!

Paul extendió su mano hacia Pierre, y tras un momento de desconcierto, los dos se fundieron en un abrazo. La luna, blanca y enorme, sonreía mientras iluminaba la escena de aquellas dos manos con los mismos anillos…


Pintura: Fragmento de los magníficos frescos de la Capilla Sixtina del Vaticano (“La Creación”) del gran Miguel Ángel Texto: Edurne

viernes, 27 de noviembre de 2009

LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS


Cuando las nuevas tecnologías se confabulan… ¡no hay quien las pare!

Como todos ustedes bien saben, he estado alejada de este teclado dos semanas, sí, tecleaba puntual y apresuradamente en algún momento y desde la escuela. Desde anoche, por fin, tengo ordenador de nuevo, aunque… no crean, que no las tengo todas conmigo, vamos, que no me fío ni un pelo.

Hoy es viernes 27 de noviembre, se celebra el día de San José de Calasanz, patrón de los maestros y maestras, o sea, que hoy es mi día.

MAESTRA. Soy maestra, aunque algunos y algunas prefieran decir docente, profesor-a… sí, claro, somos todo eso, y una también ha estudiado otra carrera más larga que la de Magisterio, pero yo soy maestra. Hermosa palabra, sí, porque abarca tanto en esas siete letras… Una tiene muy claro que es maestra vocacional, aunque últimamente vengan maldadas para la profesión.

¿Ustedes se han fijado en la ilustración que he puesto para acompañar a estas reflexiones en voz alta de hoy? Pues bien, fíjense bien porque dentro de nada es más que seguro que tod@s acabemos así.

¿Habrán oído hablar del famoso proyecto de digitalización de las aulas, no? La mía va a ser una de esas aulas en las que los niños y los ordenadores van a ser uno, donde la pizarra de toda la vida, mi pizarra querida, y la otra, la intrusa pizarra digital y tal… van a llenar el espacio de nuestras paredes. ¡Socorro!

Déjenme que pida socorro, que me desahogue, que la cosa no es para menos. Todavía no se sabe cuándo llegará la dotación, yo no he visto ninguna pizarra digital en funcionamiento, y la formación que nos están dando, pues… ejemmm.

Estas dos semanas en las que he estado alejada de la pantalla en casa, he tenido mucha rabia, mucha. Pero bueno, más que nada porque pensaba en cómo nos hemos hecho de dependientes de este aparatito que nos abre ventanas y posibilidades casi infinitas. No, no he tenido “mono” ni nada parecido, pero sí que me he visto impedida de realizar trabajos para clase, preparar controles, escribir textos, visitar las casas virtuales a las que ya estoy abonada, leer y contestar correos… en fin, ustedes ya me entienden.

Y ahora escribo este documento en una versión nueva de Word, el 2007, que todavía se me resiste un poco. Tendré que ir experimentando, buscando y trasteando.

Hoy quería escribir aunque sólo fueran cuatro o cuatrocientas letras para que me sirvieran de rentrée a la blogosfera, y este fin de semana prometo volver con algo más sustancioso, aunque la escuela, las nuevas tecnologías y la Santa Infancia… de sustancia (rima rimando) andan más que sobradas.


Ilustración: Internet

sábado, 14 de noviembre de 2009

VIDAS PARALELAS (VI)


El caso es que, bien mirado, tiene razón, ¡más razón que un santo! Y yo tendría que aplicarme el cuento, o sea, espabilarme un poco más, que soy un burro, sí señor. Que parece mentira, tengo a la mejor de las mujeres y si no hago nada, puedo perderla así, en un abrir y cerrar de ojos, porque… entre nosotros, Pepe, la cosa se ha puesto fea, muy, pero que muy fea.

Cómo es esto, ¿eh? Se cree uno que su vida es perfecta, que lo tiene todo, que es feliz… y mira, de la noche a la mañana, todo se puede ir al carajo. Ya te digo, lo mismo esto es una señal. Bueno, tendré que hablar con alguien primero, porque con Merche… De momento, prefiero aclarar mis ideas y después ya veremos. Manolo, yo creo que Manolo me puede servir, aunque nunca hemos hablado de estas cosas. Y ahora que lo pienso, él está en una situación parecida a la mía, vamos, que también está casado desde hace muchos años, tiene hijos… y lo mismo le ha ocurrido alguna vez algo similar. También había pensado en hablar con mi hermano Fede, pero Fede no me sirve, no está casado, así que ¿qué consejos me puede dar un solterón como él? ¡Ninguno! Seguro que salía por peteneras, ¡como si lo viera!

De una cosa sí que estoy seguro, de que yo a Merche la quiero con locura, es que sólo de pensar en todo esto, se me está cayendo hasta el pelo, que sí, que lo he notado, que tengo menos pelo, ¡ya lo creo que sí! Deben de ser los nervios. Pues eso, que está claro que la quiero, así que no sé de dónde demonios se saca esas dudas. Aunque si las tiene… por algo será. Mierda, si ahora hasta las tengo yo, tengo dudas de si ella tiene dudas de mi cariño… ¡Esto es una locura!

En la cena de fin de año de la empresa de las navidades pasadas, oí que un grupito de los de la oficina hablaban de que iban con sus parejas a no sé qué de bailes de salón, ¡y unos hasta iban a un coro a cantar! Y que se lo pasaban como enanos, y que luego hacían cenas y salidas, ¡y qué sé yo! No sé, no presté demasiada atención, tendría que preguntar. ¿Será eso lo que quiere Merche, que hagamos cosas juntos, que vayamos a bailar, a cantar…? No, a cantar no, ahí sí que no, que yo de cantar ¡nada! O bueno, otras cosas por el estilo. Si va a ser eso, porque vamos a ver, ¿tú crees, Pepe, que se puede poner ahora a estudiar para secretaria o para peluquera… y dónde la iban a coger con la edad que tiene y con el paro que hay, eh, dónde? No, que va ser lo otro, que te lo digo yo. Pero a mí me da mucha vergüenza bailar o qué sé yo, hacer cosas así, delante de más gente, y que tampoco tengo mucha conversación, no sé, que me sacan del fútbol y la pesca, y del trabajo… ¡y se acabó Pepe!

Bueno, estoy pensando que primero voy a hablar con Manolo, y espero que no se cachondee de mí, que me lo conozco; y luego, me voy a enterar de cosas de este tipo, de bailes y otras así… asequibles para nosotros, y ya, cuando lo tenga todo más o menos estudiado, hablaré con Merche. Seguro que se pone contenta, porque ahora estoy viendo que ella tal vez esperaba más de mí, más, no sé… más iniciativa para hacer cosas distintas.

Y de este lío, a los chicos ni mú, que no quiero yo que se preocupen y les dé por pensar cosas raras; que además seguro que se pondrían de parte de la madre, que los hijos para estas cosas…

Bueno, pues parece que estoy más animadillo. Oigo la puerta, viene de la compra, me voy a atrever y le voy a guiñar un ojo mientras le ayudo con las bolsas… que seguro que me echa una sonrisilla, ¡que la necesito más que el respirar! La sonrisa, y a ella, ¡sobretodo a ella!

Boceto: Antonio Texto: Edurne

miércoles, 11 de noviembre de 2009

VIDAS PARALELAS (V)



Esto no hay quien lo entienda. No sé por qué ha pasado. ¿Tengo yo la culpa por preguntar…? No lo sé. ¿Es posible que una simple pregunta pueda desencadenar todo este desconcierto? Muchas veces es mejor estar callado, dejar que las cosas sigan como están, aunque por dentro estés muriéndote. Eso diría mi madre, mi madre y todas las mujeres de su generación, y hasta alguna que otra de la mía ¡eso es lo triste!

¿Y qué hago ahora, por dónde tiro? La verdad es que me he quedado como bloqueada, sólo tengo ganas de llorar, de salir corriendo de aquí, de esta casa, de esta vida…
No quiero ni mirarme al espejo. No quiero encontrarme con esa cara triste, con esa desconocida que también me pregunta “y ahora, ¿qué?”.

A veces, por la noche, en la cama, junto a este hombre al que conozco mejor que se conoce él mismo, le he hablado en silencio, sin que me oyera… y él me ha respondido con sus ronquidos, ignorante de mi sufrimiento, de mis dudas, de mis miedos.

A veces, sólo a veces, muy pocas, he pensado en dejarlo todo, en marcharme; pero al final siempre me ha invadido el cariño, también la incertidumbre, mis hijos…
Y entonces he hecho borrón y cuenta nueva, he vuelto a arrancar desde cero, como si nada me abrumara.

Y le quiero, le quiero. Lo sé, lo sabe, lo sabemos, pero hay algo ahí dentro que me está mordiendo. No sé cómo expresarlo, y está visto que el mero hecho de intentarlo está carcomiendo nuestros cimientos.

No, no quiero irme, no quiero dejarle, pero necesito reinventarnos. Si me entendiera, si se abriera a mi corazón, si no se asustara, porque sé que está tan asustado, tan acorralado que no sabe por dónde salir…

Tengo que pensar, pero ahora no puedo, ni si quiera puedo volver a hablar con él, casi no puedo ni mirarle a la cara. ¿Por qué será todo tan complicado? Con lo fácil que sería si…

Boceto: Antonio Texto: Edurne

jueves, 5 de noviembre de 2009

A VUELTAS CON LOS LIBROS


Hace tiempo que no hablo de libros, lo que no quiere decir que me haya mantenido al margen de ellos. En los últimos tiempos me he vuelto un poco “zen” en esto de la lectura, vamos, que me ha dado por leer literatura japonesa, y he aquí la razón de esta breve reseña de hoy.

Como ustedes bien saben, sobre gustos no hay nada escrito, y claro, todo es muy particular. Con el cine ocurre lo mismo. Tal vez nos hayan hablado maravillosamente de una película, tal vez hayamos decidido ir a verla, y... ¡oh, cielos, qué pestiño! Pues con los libros, los autores, más de lo mismo.

YASUNARI KAWABATA. El primer autor japonés en conseguir el preciado Nobel de Literatura allá por el año 1968 (cuarenta y un años han pasado ya), y al que tenía el gusto de conocer a través de la lectura de “Mil grullas”, una encantadora historia que nos introduce en uno de los rituales más conocidos de Japón: “La ceremonia del Té”. No sé si hacer un despliegue de nombres y circunstancias (Chikako, Kikuji, Ota, una muchacha con un pañuelo de mil grullas volando… La ceremonia del té, un padre muerto, antiguas amantes, un hijo curioso. Odios, preguntas, rencores, amores, sensualidad a raudales…). ¡La hice!
No se la pierdan, merece la pena.
“Lo bello y lo triste” fue la última novela que escribió Kawabata. Dos años después de recibir el Nobel, se suicidó a los setenta y dos años y sin dar explicación alguna.
“Lo bello y lo triste” es una bellísima y a la vez tristísima novela, nunca un título estuvo mejor pensado, donde, como en casi toda la literatura de Kawabata, las descripciones son magistrales, tanto las geográficas (un verdadero placer), como las de los personajes. Kawabata era un maestro, no hay duda. Oki Toshio, Otoko, Keiko… un escritor de mediana edad que decide buscar al amor de su vida, una pintora que fue su amante siendo ésta una adolescente, y que perdió la hija que había tenido con él… La separación, los años transcurridos. Una discípula con un extraño carácter que desea vengar a su maestra. Un final trágico…
Y también mi recomendación: hay que leerla.
“Primera nieve en el monte Fuji”. Libro de relatos que lleva el sello de la casa. Lectura amena, para leer en cualquier momento. Altamente recomendable pues a veces, el lector creer encontrar en estas pequeñas historias, un toque didáctico y reflexivo.

HARUKI MURAKAMI. Este autor se ha convertido en un fenómeno de masas, y sus libros en “Best Sellers”, aunque poco importa que haya sido así.
“Tokio Blues”. Lo esencial de este libro es lo que podemos aprender de la propia reflexión del autor, a través de sus personajes (jóvenes, casi adolescentes), de lo que es la vida, lo que significa vivir, sufrir, sobrevivir… Los protagonistas nos llevan por las páginas del libro de pérdida en pérdida. Pérdidas físicas, de inocencia, de esperanzas… Y pese a todo, los que logran llegar al final, son más "viejos", más sabios. Son unos supervivientes de ellos mismos, de los monstruos que habitan en su interior.
Reconozco que me daba mucha pereza empezar con Murakami. Tenía el libro desde hacía tiempo y no terminaba de “hincarle el diente”, pero una vez que lo hice… ¡una maravilla! Se lo debo a Roberto, así que tal vez me lance y siga con “Kafka en la orilla”.
Si se animan, ya saben, ¡Murakami engancha!

HIROMI KAWAKAMI. Y por último una mujer, también contemporánea, y tan sólo un año mayor que yo. Profesora de Biología, hasta que decidió hacer una afortunada incursión en el mundo de las letras, allá por el año 1994.
“El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor, parece ser que ha sido llevada al cine, lo desconocía. De esta novela no puedo hablar mucho pues la tengo entre manos en estos momentos, estoy por la página 22, así que mañana será mi lectura y acompañamiento en las cuatro horas y media de viaje que me esperan hasta Madrid.
Por lo que he podido atisbar, tiene un toque especial, y no miento si les digo que hasta me ha recordado, muy fugazmente, acaso por la presentación de los dos protagonistas, a la película de Isabel Coixet “El mapa de los sonidos de Tokio” (que por cierto, no me gustó nada). Tranquilos, que este libro tiene muy buenas vibraciones, también me lo recomendó Roberto, pero yo ya lo había comprado un domingo por la mañana en esos paseos soleados por la Cuesta Moyano en Madrid…
Y creo que también me va a gustar.

Ya ven, parece que no tenía gran cosa que contar, que la reseña iba a ser breve, pero me desmeleno frente al teclado, sabrán disculparme.

Si les ha servido de algo esta humilde opinión de una orillera devora-libros… yo, ¡encantada! Ya saben, pongan rumbo al País del Sol Naciente con la imaginación, y… ¡a disfrutar de la lectura!

Foto: Edurne

domingo, 1 de noviembre de 2009

"CORPUS INCORRUPTUS" (Meditaciones a media tarde)


Llueve en Bilbao. Raro, aunque algunos piensen que no, que es lo normal. Para nada, que esto ya no es lo que era. Muchos días seguidos de sol, de mucho calor, y hoy, hasta las cinco y pico, todo iba bien. Todo, hasta que el señor Eolo se ha mosqueado y ha empezado a soplar y soplar… ¿Será porque hoy es el día de Todos los Santos, y algo había que hacer para internarnos en esa atmósfera, digamos, algo tétrica o funeraria…?

“Corpus Incorruptus”. Ando todo el día con el nombrecito a cuestas. Imagino yo que la culpa la tendrá una asociación libre de ideas que se ha generado en mi cabeza. Por un lado tanta corrupción en todas las esferas, más que nada en las políticas, y que afecta a quienes afectan, a los paganos de siempre, ya se sabe, al pobre ciudadano de a pie, a los que tienen/tenemos que pagar los excesos de los especuladores, cínicos, falsos y mentirosos de los que ostentan el poder. Aquí, imaginen ustedes mi cara de rabia y de asco, mi furia malamente contenida.

“Corpus Incorruptus”. Y por otro lado, el segundo factor de este binomio tiene que ser sin duda alguna, la celebración del día, los cuerpos de los difuntos, sus huesos, los Santos, los que no se corrompen…
Todos los años, tal día como hoy, y desde que recuerdo (miren ustedes que conservo intactos mis recuerdos desde los tres, casi dos años… y no crean que me estoy marcando un farol, que quien me conoce sabe de mi memoria de elefante), siempre he tenido unos “huesitos de santo” como regalo. Este año me han fallado. Mañana tendré que acercarme a la pastelería y comprarme un cuarto de huesitos variados, a saber, que me den una tibia y un peroné, un fémur, aunque tampoco le hago ascos al cúbito o al radio, que todos me sirven… eso sí, bien rellenos con su médula de sabores: chocolate, vainilla…

Sigue lloviendo. Tampoco es que llevemos horas y horas, qué va, que no pasan de tres cuartos los que llevo con el ritmo de aguacero dicharachero (rimando y todo) en mi cabeza. Miro por la ventana, los cristales dejan resbalar el líquido elemento, el viento azota los árboles... Es de noche. Noche cerrada y tan sólo son las 19:21.

Andaba yo pensativa y meditabunda estos días, a mas de atareada, súper atareada con mis cosas y mi vida. Andaba de semejante guisa, como decía, a cuenta de todo lo que nos rodea, entiéndase la vida misma. Y me dio por resolver ecuaciones de mala leche con una de solidaridad despejada. Me enfrasqué después en las raíces cuadradas de guerras y desmanes… Y nada, que no me salían las cuentas. Al final va a ser todo cuestión de sumar, restar, dividir y multiplicar… Una es de letras, pero a estas cuestiones básicas ya llega, sobre todo si se trata de poner en juego a la Humanidad entera. Creo que voy a tener que suspendernos y pasar directamente a la recuperación de septiembre, a ver si alguien estudia y se aplica de verdad.

Disertaciones semanales, de domingo por la tarde, de lunes por la mañana seguramente, porque, esto… no parece tener fin. Dicen que quien tan sólo piensa en satisfacer sus necesidades más básicas y perentorias es más feliz. Seguro. Pero qué quieren que les diga, soy ciudadana del mundo, me preocupo, y este MUNDO nuestro tiene la Gripe A, la B y toda la alfabética… no hay Tamiflú que lo ponga bueno (de momento).

“Corpus Incorruptus”. ¿Me creerán si les digo que es la cuarta vez que escribo el nombrecito y es la cuarta que la mente me quiere jugar una mala pasada y mis deditos escribir otra cosa? Una sonrisa por favor.

“Siempre que llueve escampa”. Pero nos tienen anunciada una semanita llena de agua, bajadas drásticas de temperatura… El mercurio se va a volver loco, y nosotros con él. ¿Alguna vez han pensado en cómo sería estar locos, locas, pero de verdad? Porque, sí, claro, una puede volverse loca de amor, como Juana la Loca (pobre, y qué malvado Felipe el Hermoso), loco o loca en plan “enajenación mental transitoria”. Locos de rabia, de impotencia, locos por el fútbol, por las carreras, por el sol, por un grupo de música, por el chocolate (ahí podría sucumbir, lo reconozco), locos de atar…

“Corpus Incorruptus”. ¿Será verdad que los santos, algunos santos, tienen/mantienen los cuerpos incorruptos? ¿Será por intervención divina, por arte de birlibirloque…? Ah, chí lo sá!
No, si en el fondo, muy en el fondo, va a resultar que somos todos unos santos.




Última hora: Ayer comentaba y me lamentaba yo de mis huesitos de santo, de los que no me llegaron a tiempo. Pues hoy, mi señor padre (él sí que es un santo, pero de los de verdad), como todos los años, me ha traído media docena del "osario pastelero", entre ellos hay un par de tibias... ¡de las que ya he dado buena cuenta!
¡Si es que no hay nada como seguir siendo "la niña de los ojos" del progenitor!
Ñam ñam, deliciosos los huesitos, y de corruptus, ¡nada de nada!

Pintura: Antonio Foto y Texto: Edurne