sábado, 17 de febrero de 2018

LA GRUTA




Estás ahí,
dentro, muy dentro.
Los ojos, cerrados,
se repliegan en sí mismos
y clausuran todo resquicio
de claridad.
Negro.
Te duelen de tanto apretar,
igual que los puños,
también cerrados.
Las uñas te hacen daño,
y notas que el dolor
se te escapa entre los dedos.
Lloras.
Y sigues quieta,
con miedo a moverte,
a respirar.
Buscas su mano.
Palpas con cuidado
las rugosidades de la pared.
Necesitas recuperar su apoyo.
No está.
En su lugar
algo frío,
húmedo y
viscoso
se ha pegado a ti.
Se apodera de tu cuerpo.
No puedes luchar,
tienes paralizada la razón.
Estás en la gruta,
ésa en la que tú no querías entrar.
No llevas mapa,
ni linterna,
ni agua...
Todo se lo diste a él.
Las paredes son resbaladizas,
como el suelo que pisas.
Caes.
Una,
dos,
tres veces...
Sigues con los ojos cerrados.
No hay dónde sujetar tus esperanzas,
y el miedo se ha apoderado
de tu sentido.
La gruta se vuelve cada vez más fría,
más estrecha,
más profunda.
Y caes.
Caes,
caes...



Pintura: Antonio. Texto: Edurne

miércoles, 14 de febrero de 2018

LA REUNIÓN




Buenas tardes, caballeros, les ruego que tomen asiento, vamos a dar comienzo a la reunión de hoy y les advierto que son muchos y muy importantes los temas a tratar”.

Así comenzaban las reuniones del “Monkey’s Team” de todos los viernes, con Mister Judicious presidiendo la asamblea.

Crazy Junior, como siempre, prorrumpía en alaridos, era su forma de asentir para acto seguido hacer lo que le venía en gana. No se podía conseguir nada de él, era el hijo de lord Big Crazy y miembro impuesto a dedo por el Royal Tribunal, así que  tenían que soportar su presencia, sus salidas de tono  y sus locuras.

Mister Judicious había sido presidente de la más alta institución judicial del reino, y desde su jubilación, forzosa, se le había encargado la presidencia de este Consejo de Sabios, de primates con pedigrí social, procedentes de familias de rancio abolengo que todavía pesaban en las decisiones del gobierno.

Ardua tarea la que le había sido encomendada.

El viejo Sir Drunk pertenecía a una antigua familia de babuinos venidos a menos y con bastantes escándalos sexuales en su árbol genealógico, de ahí que no fuera un espécimen  puro. Por eso él, como mecanismo de defensa y para protegerse de las habladurías, permanecía siempre por encima  del resto. Claro que eso solo podía hacerlo en un estado permanente de dulce embriaguez. Su opinión, cuando se avenía a darla, apenas era tenida en cuenta, por absurda. Pero Mister Judicious le tenía cierto cariño, en algún punto compartían un pariente de cara negra del que descendían las dos ramas, la sangre tira…

Mister Judicious era un mono sensato, juicioso y empático. Su carrera en la magistratura se caracterizó, precisamente, por las sentencias justas, de esas que sientan jurisprudencia.

Desde que enviudó y su único hijo decidió explorar nuevas selvas, alegando que era la llamada de su yo más salvaje, Mister Judicious vivía solo en la antigua casona de sus antepasados. Únicamente mantenía a su lado a la vieja Nanny Housemaid, una chimpancé que había sido injustamente acusada treinta años atrás de traficar con plátanos de Canarias y a la cual, en una de sus famosas sentencias, salvó de pudrirse en la cárcel. Desde entonces pasó a su servicio voluntariamente, por agradecimiento. Había jurado no abandonar nunca a ningún miembro de la familia. Ella cuidó del pequeño Jeffrey, fue la que auxilió hasta sus últimos momentos a Miss Judicious, y ahora se ocupaba de él, del prudente y justo Mister Judicious, el primate más bueno y sabio del mundo.

Estaba claro que aquellas reuniones, supuestamente decisorias y consensuadas, no iban a ninguna parte. Al final, los informes, las recomendaciones y demás trámites los redactaba él mismo. A nadie parecía importarle, así que, para qué darle más vueltas, él se atenía al protocolo: leía el orden del día, el acta de la reunión anterior, hacía disertaciones, pasaba turnos de palabra, apuntaba las “intervenciones” de los demás miembros del equipo… Y al final, tomaba las decisiones más oportunas y adecuadas en cada caso. ¡Y todos contentos!

Lord Gluttonous, otro cara negra, primo tercero de Sir Drunk, también pertenecía al grupo por designación real. Éste calmaba su ansiedad con la comida, si no ingería alimentos continuamente, sobre todo en situaciones que requerían relacionarse con sus congéneres,  podía romper a llorar sin razón aparente y no cesar en su llanto hasta caer exhausto horas más tarde y visiblemente deshidratado. La causa de su inestabilidad emocional no era otra que la enorme tristeza que le produjo la traición de la bella Adèle, su joven esposa, que tuvo a bien, mejor dicho, a mal, fugarse con un gorila espalda plateada, guardia de corps del Príncipe Heredero. Desde entonces, y ya habían pasado nueve años, Lord Gluttonous, era una sombra de lo que había sido: un mono inteligente, sagaz, con un fino humor que muchos querrían… y se había convertido en un amasijo de carnes flojas y ojos lagrimosos.

A su lado siempre estaba el servicial Freddy, el hijo mayor del héroe nacional, el Almirante All is the Sea, y que solo vivía para hacer feliz a Lord Gluttonous. En el fondo estaba secretamente enamorado de él, y por eso no le importaba ser su despiojador, su hombro amigo y paño de lágrimas, su ayuda de cámara, su cómplice…
Como es obvio, estos dos consejeros, tampoco tenían mucho que aportar a la resolución de problemas y conflictos de naturaleza gubernamental.

Los gemelos Albert y Alfred, eran los vástagos rebeldes de Lord y Lady Green Forest. Habían nacido antes de tiempo, y la madre siempre había comentado que cuando los lanzó al mundo, fue la mona más feliz y aliviada del orbe. Una nany se había encargado de criarlos y crecieron sin normas ni demasiado cariño. Herederos de una de las fortunas más  importantes del reino, dilapidaban sus rentas sin miramiento alguno. También eran los socios fundadores de The Monkey Businnes INT,  una de esas sociedades opacas tan de moda hoy en día, pero revestida de buenas intenciones. Estaban en ese consejo de monos sabios porque les tocaba estar, no porque ellos lo fueran en el sentido más estricto de la palabra, si acaso, listillos. Su padre ya era mayor y la cabeza le empezaba a jugar malas pasadas, eran las reglas del juego: los sucesores tenían que ocupar su lugar. No protestaron, estar allí les suponía un plus de información privilegiada que luego usaban deliberadamente en su propio beneficio.

Mister Judicious intentaba mantener la calma, llamaba una y otra vez al orden a sus consejeros, pero éstos se lanzaban ansiosamente sobre las bandejas de comida, o se abandonaban a sus cuitas. Solo muy de vez en cuando esas reuniones parecían ser lo que supuestamente eran.

Anthony Long Hand, era el hijo bastardo del Lord Mayor, y ese cargo le había sobrevenido como compensación a su naturaleza bastarda, un pequeño reconocimiento de la sangre noble que corría por sus venas. Pero nada era le era suficiente. Había crecido con un rencor aferrado en sus entrañas que había hecho de él un simio prepotente, ladino, embustero y estafador. Todo lo quería, y todo lo conseguía. Mister Judicious sabía que era el más listo, pero también en el que menos se podía confiar.

El más noble de todos los consejeros era un mono huidizo, melancólico... Txomin Tximua, una rara avis en aquel grupo. Txomin Tximua era descendiente del famoso corsario Sir Red-Monkey, que en una de sus incursiones en tierra, arribó a la costa de los vascos y quedó prendado de una de aquellas aguerridas hembras, tanto que se la llevó a las Tierras Altas con la intención de crear un nuevo linaje, y de paso, sentar de una vez las posaderas y la cabeza. El gen euskaro permaneció vivo en todos sus descendientes, de ahí la nobleza, el amor por la tierra y la familia… Todos los Txomin Tximua que habían sido miembros del Monkey’s Team se habían caracterizado por esa melancolía, esa añoranza de  la tierra que se extendía más allá del océano y de la que provenían. Mister Judicious sabía que en este consejero sí se podía confiar, lo malo era que su interés por los asuntos de estado apenas alcanzaba para prestar su voto a las juiciosas disposiciones que les presentaba.

Así estaba el panorama cuando, en plena reunión, llegó un emisario con una nota. Era urgente. El presidente abrió el sobre. Leyó. Miró con calma a su alrededor. Bajó de su asiento, recogió sus papeles, hizo un ademán de reverencia y salió tranquilamente dando pequeños saltitos. No volvió la vista atrás. Los consejeros ni se percataron de su marcha.

Un grupo de revolucionarios había depuesto a Monkey King VII, el Príncipe Heredero y toda la familia real, estaba en paradero desconocido. El Consejo de Monos Sabios había sido disuelto. No quedaba más tarea por hacer, seguir allí carecía de sentido. Ahora solo quería vivir tranquilo en su casa, fumando su pipa y leyendo los periódicos atrasados que llegaban de las Colonias. Que cada cual velara por los suyos y lo suyo. Esta nueva etapa también pasaría, y los problemas no dejarían de ser los mismos, pero eso ya no era asunto que le interesara. Tal vez debiera buscar a Jeffrey y volver él también a sus orígenes…

Pintura: Walton Ford. Texto: Edurne (como siempre, sujeto a cambios y correcciones).


domingo, 4 de febrero de 2018

¿QUÉ CUENTAS ME REQUIERES, VIDA?


¿Qué cuentas me requieres,

vida?

Ya no tengo nada más que darte,

nada.

¿No te basta con saber que

eres la dueña de mi futuro incierto,

que te quedarás como única heredera

de mi saldo de sueños,

y que ya me robaste las ilusiones?

Deja que me quede lo poco

que aún conservo.

A ti no te sirve,

y para mí, 

es el aire que respiro.



Pintura: Antonio  Texto: Edurne