Pasaron los meses, y Florentina
cumplió su primer año de vida. Lucía hermosa, con unas mejillas regordetas y
una sonrisa perenne que la hacía adorable. Su padre, que a ratos recobraba la
poca cordura que le quedaba, la llamaba Eulalia las más de las veces y
Florentina cuando se la quedaba mirando fijamente. La niña respondía a cualquiera de los dos
nombres con cariños y abrazos, besando el triste rostro de aquel viejo orate en
el que se había convertido el pobre hombre.
Y aquel mismo día, el de su
aniversario, Florentina pronunció sus primeras palabras. Palabras claras, con
sentido, que tal pareciera que la niña sabía perfectamente lo que se decía.
Tanto que a los pocos días ya era capaz de entablar una conversación con la
vieja María Rosa.
El padre sintió que algo se
despertaba en su interior, lo mismo que el jardín de la vieja casona, que poco
a poco recuperaba el color y el aroma de hermosas hortensias y trepadoras
buganvillas.
Don Lázaro, que nunca abandonó a
la familia, seguía con verdadero interés y estupor todos estos acontecimientos.
Y hasta el viejo Casino de la ciudad llegaron las noticias: la pequeña
Florentina hablaba y razonaba como una persona mayor con solo un año de edad,
el jardín de la antigua casona, abandonado desde años, se estaba regenerando él
solo, y el viejo Juan Bautista recobraba algo de su antigua figura y hombría.
Eulalia volvía todas las noches
junto a la pequeña, cuando la casa dormía. Ahora podía hablar con su hija, su
ansiada hija, de todo lo que su corazón de hija, de esposa y madre guardaba.
Por fin tenía en quién depositar la historia de su familia… Florentina era, sin
remedio, la heredera del secreto, la maldición y la leyenda de los Ancheta.
(Continuará)
Imagen: Internet. Texto: Edurne. (Por fin continúo con la historia de la bella Florentina. Pueden leer la primera parte aquí, y la segunda, aquí. Espero que les interese esta historia y que yo me anime a seguir con ella...)