sábado, 31 de agosto de 2013

CRÓNICA DE UN ENCUENTRO (y II)


Hace un par de semanas, Mirentxu apareció por la Orilla después de un tiempo sin hacerlo, chapoteando alegremente y comentando la entrada de la Plaza del Diamante, ya saben, el libro de Mèrce Rodoreda…  Y después de su comentario, me dijo que pensaba venir por su/nuestra Bizkaia maitea, a finales de mes. La propuesta era clara: le gustaría que nos encontráramos y nos conociéramos “in person”. ¡Cómo no!, dije yo, procuraré hacer un hueco en mis días tan ocupados y sacar unas horas para abrazarnos y charlar.

Dicho y hecho. Miércoles 28 de agosto, a las 5.30 de la tarde, en la Plaza Moyúa.
Abrazo largo, sonrisas y besos. Como si hubiéramos dejado de vernos unos añitos nada más… Y allí estaba ella con su caballero andante, su Luismi, que, como dirían Chelo y Paco, discreto, siempre está ahí, dejando el protagonismo del encuentro a Miren. Pero resultó que es un tipo de lo más majo y que hace una piña piñonera con Mirentxu, es decir , son dos y son uno, lo que hace que el encuentro discurra por derroteros de lo más afables.




A Mirentxu la conocí hace cinco años o más. Desde su “Cajón secreto” iba dejando pistas como piedritas y miguitas de pan, cual Pulgarcito... Y así se acercó un día a chapotear por la Orilla. Resultó que nació en Bermeo, la noble villa marinera de esta costa vizcaína que compartimos, que vivió en Venezuela, que fue y vino, que recaló por el Foro, y que, finalmente, con marido e hijos asentó sus reales en Barcelona, de donde es oriundo Luismi.
Y como viene y va mucho por esta tierra suya, que también es la mía, qué mejor ocasión para conocernos que en una de esas escapadas.

El encuentro tiene su anécdota, y como sabido es que el mundo es un gran pañuelo… en nuestro caso, coincidimos en él con un nexo, un nexo en común entre las dos: su primo Tito. Sin tener ni idea, con cuatro referencias que hizo a él, a su mujer y al negocio que regentan… ¡Zas, Tito! Fue una sorpresa, unas risas, un nervio que nos entró a los tres… Tanto que tomamos el metro y nos presentamos en el negocio de Tito, en frente de la casa de mis padres, con el consiguiente momento de desconcierto. Sí, fue muy divertido, y entrañable.




Nos intercambiamos libros. Mirentxu me regaló y dedicó su librito de relatos “La escritora y el enterrador y otros relatos”, y yo el último libro colectivo de mi Taller. Dejo aquí unos enlaces a sus blogs, el personal, “Cajón Secreto” en el que han sido publicados los relatos que forman parte del libro, y uno de "Audiolecturas”, donde pone voz a textos propios y ajenos (he de decir que yo he tenido el honor de ver publicados y recitados en su blog dos de mis poemas). Y también el blog propio del libro: “La escritora y el enterrador y otros relatos”. Mirentxu es un ejemplo de superación pues ha visto recompensado su esfuerzo con el cumplimiento de un sueño. Desde aquí quiero animarla a seguir por ese camino que tantos buenos momentos y satisfacciones le está proporcionando.

En la vida siempre hay momentos para recordar, para disfrutar, por lo agradables y sorpresivos. Éste ha sido uno de ellos.



Fotos: Luismi Escaneado libro: Edurne

miércoles, 28 de agosto de 2013

CRÓNICA DE UN ENCUENTRO (I)


Haces de luz entre sombras inquietas
asoman tímidos en esta tarde torera.
A las seis en punto,
el coso que tiembla.
A las seis en punto,
una paloma lo sobrevuela.
Y el silencio que lo envuelve
entre brumas de salitre y
miedos vencidos en antiguas guerras.
Haces de luz entre sombras inquietas
asoman en esta tarde marinera.


Foto: Luismi  Texto: Edurne (para Mirentxu)

lunes, 26 de agosto de 2013

HISTORIAS DE LA RÍA XXX ("In Memoriam")




Hoy se cumplen 30 años de aquel fatídico día, que fue como una Crónica anunciada...
Bilbao resurgió como el Ave Fénix, en este caso, no de sus cenizas, sino de sus aguas y sus barros.
Yo estuve allí, una semana hasta empezar la escuela, con mis katiuskas amarillas y una pala que pesaba más que yo, ayudando, quitando lodos y achicando aguas...
La solidaridad surgía en cada esquina.
Ha pasado más de la mitad de mi vida, y casi me parece que fue ayer.
Somos fuertes y las voluntades aúnan intereses comunes para salir del atolladero.
La Ría agarró un cabreo de los de órdago (hor dago), y esas fueron las consecuencias.
En Internet hay un montón de vídeos al respecto.


BILBAO, IN MEMORIAM!



Vídeo: Youtube, de EITB.com

viernes, 23 de agosto de 2013

DESDE MADRID CON AMOR (Crónicas del Foro LVII)


Tres días en Madrid, tres. Para mí, visitar el Foro, este año está siendo como un oasis entre tanto desierto. La paradoja está en el significado de la palabra oasis y la realidad del clima madrileño, pero, para mí, los tres días de julio y los tres de agosto, han sido un verdadero oasis, aunque no haya parado de sudar como una condenada a muerte (ignoro si los condenados a muerte sudan, o por el contrario tienen la sangre congelada del miedo…)

El lunes a la noche, al llegar a Bilbao, ya noté la diferencia: se podía dormir. Y es que sin descansar como Dios manda, malamente se puede mover el cuerpo al día siguiente, a nada que hagas, un surtidor se abre dentro de ti, y las gotitas de ese líquido salado llamado sudor, lo inundan todo, hasta el último recoveco de tu cuerpo. De nada sirve meterte en la ducha, absolutamente de nada, los poros se abren y vuelta empezar, el alivio solo ha sido momentáneo. Pero bueno, no vamos a dedicar estas Crónicas del Foro a hablar y quejarnos del calor…



Madrid está donde siempre, en el mismísimo centro de la Península Ibérica. Ahí, con ese sentido no sólo geográfico, sino también político de “centro” desde que Felipe II decidió en 1561 trasladar la capitalidad del Reino, del Imperio, mejor dicho, a la Villa de Madrid, la cual pasaría a ser  la Villa y Corte. Y no, tranquilos, tampoco me voy a poner a darles una lección de Historia, aunque me quedo con las ganas, no crean, que estas cosas son las que me gustan…



Muchas cosas eran las que se podían hacer en tres días, y muchas, las que se podían dejar de hacer. A veces, ya saben: el hombre propone y Dios dispone… ¡o la temperatura!

Pero sí que hay ciertas actividades a las que nunca renuncio, “ir de museos”, por ejemplo. Quedaba Pissarro pendiente en el Thyssen, o la Thyssen, más correctamente, puesto que es La Fundación Thyssen.



Pissaro es una de las grandes figuras del Impresionismo, y a la vez, el gran desconocido. Fue mentor del grupo que nació en torno a este movimiento. Amigo de Corot, Cézanne, Monet… La exposición muestra 79 óleos del artista. Obras representativas de sus etapas vitales, y a la vez creativas. Lo que ocurre con este tipo de muestras es que los museos se llenan de gente. Muchas de estas personas se acercan con espíritu consumista, otras, crítico, otras porque está de moda… y claro, eso de demorarte delante de un cuadro, examinar las pinceladas, las degradaciones del color, la perspectiva, el equilibrio, las luces y las sombras, los cielos, el tratamiento de la figura humana… esas cosas, digo, resultan casi imposibles de analizar entre, me atrevería a decir, empellones y voces (porque, les cuento que ahora no se respeta esa íntima y silenciosa comunión entre cuadro y espectador, y es que hay quien habla a voz en grito con quien tiene al lado, o por el móvil, o se pone a da clases de pintura para ser oído por el entorno…). En fin, en cualquier caso, visitar museos, enriquece y calma el espíritu, a mí al menos sí. Hasta el 15 de septiembre pueden visitar la pinacoteca del Palacio de Villahermosa. Un impresionista siempre merece la pena…




Pasear por el Madrid de Los Austrias, me emociona, siempre me ha emocionado, no sé, una que es un poco nostálgica con estas cosas de la Historia. Y allí, en el nudo que ciñe un montón de calles, lugar de encuentro de tantas vidas, en ese cogollito llamado Puerta del Sol, siempre me gusta dar una especie de “vuelta al ruedo”, a sabiendas de ser antitaurina, pero me siento como esos diestros que se recrean abarcando con su mirada y su cuerpo un espacio que les reconoce… A mí, ese entorno, me reconoce, se lo digo en serio, querida audiencia, me reconoce, y me aplaude: ¡Óleeee! ¡Ya llegó la bilbaína a pasearnos!




Puedes comer en una de esas tabernas con aire antiguo, pero falso, qué más da, una se imagina que es de las de antes, aunque también las hay… y comerte un bocata de calamares en un lateral de La Plaza Mayor, y visitar a don Felipe III, ese rey al que no le gustaba demasiado reinar, ya se sabe estos Austrias Menores, eran más dados a otros placeres de la vida…



Hasta me hice a la ilusión de que habían adornado las calles colindantes a Las Vistillas y más allá por el Mercado de la Cebada, y la Cava Baja… con banderolas por mi llegada... ¡Jajajaja! Había sido la Virgen de La Paloma (la de Palomas que hay en Madrid, de Palomas y Almudenas…) y todavía quedaban restos de festejo el domingo, así que a sacar fotos del ornamento banderil.




El lunes andaba yo haciendo la compra y al pasar por la sección de libros, ya saben, no lo pude resistir, me compré tres. En mi viaje de ida y vuelta, comencé uno y empecé otro, que suele ser mi media lectoviajera. Les traigo las reseñas del que llevaba de Bilbao y del que me traje de Madrid, y del resto les hablaré más tarde, porque ya me los he leído también…



Uno de mis grandes decubrimientos fue el escritor galo Philippe Claudel, de quien ya les he hablado en otras ocasiones, con motivo de sus obras, a cual mejor. En este viaje me llevé su nuevo libro: “AROMAS”, una especie de recopilatorio olfativo-histórico y sentimental del autor, donde realmente alucinas con la cantidad de vocabulario que maneja este hombre, adjetivos unidos a sentimientos que casi te hacen estremecer, descripciones que se te plantan delante, de tan reales… En su estilo directo, duro y descarnado, pero tierno, puesto que recurre muchas veces a su infancia, y, sabido es que la infancia es la época más larga y prolífica de nuestras vidas, todo se magnifica, lo bueno, y lo malo. Y con los olores no iba a ocurrir menos.  Si les gusta Claudel, tienen que leerlo.




Y no intencionadamente, sino, por purísima casualidad, tuve entre mis manos este otro libro: “LA MIRADA DE UNA MUJER”, de otro escritor francés, Marc Levy, de quien nada había leído y sí mucho oído… Leí el libro en un pispás. Las razones son variadas: es fácil de leer, no demasiado largo, alterna descripciones, diálogos, cartas, el tema, con una interrogante eterna e invisible en la vida de todos, ese “quién soy, de dónde vengo y adónde voy, para qué estoy en este mundo, qué hago por mí, por los demás…”; y que también juega con el pasado y el presente… Y niños, aparecen niños, jugando un papel muy importante en la historia. Me interesó desde que abrí el librito, muy manejable y de esos que se hacen querer. Trata el mundo del voluntariado, de las Organizaciones Humanitarias que trabajan a lo largo y ancho del mundo, de las renuncias personales, pero que no solo nos afectan a nosotros… en fin, que me gustó mucho.

Y como me he leído otros dos y estoy con un tercero, en otro momento les hago una entrada librera…




Bilbao está de fiestas, la Aste Nagusia (y esto ya tiene más que ver con las Historias de La Ría, pero... enlazo, hago un pequeño enlace). Ya saben que suelo hacer mención a ella todos los años, aunque en esta ocasión, todavía ni he pisado las zonas festivas. Hay muchos sitios cerrados por vacaciones, agosto a veces se vuelve un verdadero suplicio por eso, porque los que se quedan no encuentran casi nada abierto… Y como curiosidad, les pongo un cartelito que está siendo muy fotografiado por los transeúntes que pasan y atónitos esbozan una sonrisa, sacan el móvil y clic. El cartelito en cuestión está enfrente de la casa de mis padres, en una frutería. La foto la sacó mi hermano el otro día. Espero que mis alumnos salgan con una mejor ortografía porque… Escribir tal y como se habla tiene muchos riesgos. Sin comentarios. Momento reflexión: cada vez se escribe peor, y esto no lleva visos de mejorar, muy al contrario. Me siento francamente preocupada. Hablar con otro acento no disculpa la mala ortografía, ni la sintáxis... Los de esta frutería ignoran lo famosos que se han hecho en estos días, la foto corre  ya por infinidad de sitios. ¡Ay, Dios mío!







Fotos: Antonio y Edurne, la del cartelito de “Serrado sin sierra”: Aitor Folleto: de la Exposición. Escaneado libros: Edurne Imágenes: Internet

jueves, 15 de agosto de 2013

VIDAS DE SANTOS (Replay)




Estaba predestinado. Con ese apellido no podía llevar otro nombre. Nació el pequeño en la cama de sus padres, en la casa familiar del barrio de Nazaret en Valencia. Para más inri fue el 4 de octubre de 1924, festividad del santo. Su madre, tocada de un fervor religioso totalmente inusual en ella, pensó que llamarle como el noble franciscano sería como un talismán de la buena suerte, así que se salió con la suya y, muy a pesar del disgusto del marido, consiguió cristianar al recién nacido con el nombre del santo de Asís.

En la familia del padre hubo además algún ascendente italiano; había que remontarse a la época en que el reino de Nápoles y Sicilia perteneció a la corona de España, lo que facilitó un trasvase humano entre las dos penínsulas. El antepasado venido de Italia acertó en su destino y trajo con él lo que sería el germen de la próspera economía de generaciones posteriores. Domenico de Asís, tal y como figura en los anales de la historia familiar, fue un intrépido napolitano con ascendente en la provincia de Perugia que tenía como profesión la de herrero, pero no un herrero cualquiera, sino un artesano del hierro solicitado por todos los nobles y soldados, tanto por sus espadas como por todo tipo de armas e incluso por sus herraduras; los caballos que las calzaban tenían otro aire, otra alegría. Y así llegó hasta Valencia donde, visto el éxito que obtuvo, decidió establecerse y emparentar con la villa por medio de alianza matrimonial. El resto de la sangre de nuestro niño era valenciana y bien valenciana; su madre, sin ir más lejos, estaba directamente vinculada con don Vicente Blasco Ibáñez. Y tal vez porque el destino lo querría así, aunó en él amor a la naturaleza y desenvoltura en la palabra. Así que Francisco de Asís e Ibáñez vio sus primeras luces en el barrio de Nazaret de la ciudad valenciana, donde se fraguaron sus primeros sueños infantiles.

Sueños y años mimados por sus cuatro hermanas, ya que al ser el único varón y el menor de los hijos gozó de todos los favores por parte de la familia al completo. Por el padre, porque era el único hijo, el que heredaría el pujante negocio familiar de la fábrica de forja y la ferretería del centro de la ciudad; por la madre, porque era su niño, su regalo, su seguro para no volver a quedar embarazada, pues su marido había conseguido lo que quería y la dejaría en paz; y por sus hermanas, porque era como un juguete y un entrenamiento para días venideros, sobre todo para las dos mayores, que veían en el hermano al hijo que tendrían no sin tardar mucho tiempo. Todo eran risas, mimos y relajo en la vida del pequeño Francisco.

Cuando estaba presto a realizar la Primera Comunión, don Camilo, el párroco de la iglesia de Los Desamparados, le dijo que llevando nombre de santo, su vida tendría que ser ejemplar, y que él habría de ser el garante de la pureza espiritual de su familia, dado que soplaban malos vientos para la fe. Francisco no entendió nada, él no era más que un niño y en lo único en que pensaba era en jugar y divertirse. Tan solo años más tarde entendió las palabras del cura.

Al estallar la guerra, el padre fue capeando sus envites y consiguió mantener a flote el negocio. Al finalizar la contienda, para sobrevivir y seguir manteniendo el estatus de la familia, tuvo que fingir una afinidad que no sentía hacia los nuevos mandatarios. Pero Francisco, que despertó pronto a la vida, tomó un partido claro y al cumplir los catorce se enroló en las filas del ejército republicano, o lo que quedaba de él. Era el año 1938 y todavía le esperaba un año entero de lucha, de penurias, cruentas batallas, desesperación, miedo, hambre, lágrimas… Después, pasó un tiempo huyendo con los maquis por los montes de todo el Levante y Cataluña hasta que llegó a los Pirineos y pudo pasar al otro lado, donde le pilló otra guerra. Fue una época dura para él, pues tuvo que pagar con vidas ajenas el precio de mantener la suya a salvo. No se sentía orgulloso de ello, pero las circunstancias lo habían abocado a tales acciones. Por eso se juró a sí mismo que en adelante solo dedicaría sus esfuerzos a construir, cuidar, ayudar, crear y prodigar vida.

Tenía veinticinco años cuando le hicieron prisionero los nazis por ser colaborador de la Resistencia Francesa y lo mandaron a un campo de concentración en Alemania de donde, milagrosamente, salió vivo. Hasta de las mayores desgracias se obtiene algo positivo, y para Francisco lo fue el encuentro con las pequeñas mascotas de los hijos de Friedman, el comandante del campo. Una mañana de invierno, mientras hacía su turno de limpieza, encontró a los gatitos medio moribundos cerca de las letrinas de los barracones de la zona norte. Los animalillos se habían escapado y llevaban unos días vagando muertos de frío, casi sin alimento… Los recogió y con sus cuidados consiguió sacarlos adelante, por eso recibió una especie de trato de favor que se tradujo en una ración especial de comida diaria y que él compartía con sus compañeros. Los animales salvaron su vida, no tenía la menor duda, como cuando años atrás en España, huyendo de la Guardia Civil, un viejo asno consiguió llevarle hasta el otro lado de la frontera.

Al principio, y con una libertad recién estrenada, con heridas en el cuerpo y en el alma, no supo qué hacer, a dónde dirigirse… Volver a España no era buena idea, aunque sí debía buscar la forma de comunicarse con su familia, de la que no sabía nada desde hacía años, ¡los echaba tanto de menos! Alemania estaba en ruinas y había que levantar el país, todas las manos eran pocas. Tenía un par de amigos de Mathaussen: Karol, un polaco grande y sonrosado, con un pelo del color de la paja y unos ojos grises que siempre mostraban el infinito, un noble corazón y una sonrisa siempre dibujada en su cara; y Serafín, un pastor de Albacete que había corrido la misma suerte que él huyendo de los nacionales. Ninguno de los tres quería quedarse allí ni tampoco volver a su tierra; además, se habían acostumbrado los unos a los otros y eran la única familia que tenían, se tenían mutuamente. Así que iniciaron una especie de peregrinaje por el país mientras decidían qué hacer con sus vidas.

El primer año lo pasaron en Alemania, manteniéndose a base de trabajos mal pagados y ayudando a restaurar casas y otros edificios a cambio de comida y un techo donde pasar la noche. En realidad, preferían las zonas rurales; en las granjas encontraban mejor recibimiento y a ellos se les daba muy bien ese mundo. Francisco tenía una mano especial para los animales; Karol los bautizaba a todos y además era como una garantía de buena gente para los campesinos que los acogían; y Serafín era capaz de solucionar mil y un problemas. En este deambular se les unió un pobre can que recogieron de entre las ruinas de una iglesia en un pequeño pueblo. Rufus, así lo bautizó Karol, se les hizo inseparable e imprescindible; fiel como solo saben ser los animales en el estado en el que se encontraba, fue la única alegría que la vida les deparó en esos tiempos tan amargos. Francisco no comprendía cómo Dios, si es que existía, podía permitir todo lo que había ocurrido, lo que se iban encontrando a cada paso. Y entonces recordó las palabras que le dijera don Camilo, el párroco, poco antes de su Primera Comunión. Si supiera todo lo que había tenido que hacer para seguir con vida, se espantaría y le excomulgaría ipso facto.

Fue transcurriendo el tiempo y poco a poco sus pasos les condujeron hasta la frontera con Suiza después de atravesar también Francia, donde no terminaron de encajar del todo. Entre los tres amigos formaban un conjunto bien avenido y capaces de realizar cualquier tipo de tarea, pues cada uno era especialista en unas cuantas cosas. Suiza se presentaba ante ellos como un paraíso donde poder comenzar de nuevo. Allí serían libres, había grandes pastos, terreno para la agricultura y la ganadería, había también una industria floreciente y, en cuanto al idioma, tenían dónde elegir. Para ellos no representaba ningún problema, ya que hablaban francés, alemán e italiano. Estaba claro, Suiza era el sitio ideal para establecerse.

En un principio se quedaron en casa de Frederick, el Rubio, un próspero campesino que los acogió sin reparos desde el primer día. Frederick y Claudia, su mujer, tenían tres hijas, Carlota, Clarisse y Catterina; y tan solo un hijo, Franz, demasiado joven todavía como para hacerse cargo de las tareas de la granja. Por lo que la llegada de los tres amigos al seno de la familia Müller fue más que providencial.

En 1954 Francisco se casó con la tímida Clarisse; y más tarde, siguiendo su estela, Serafín también matrimonió con la hermana mayor, Carlota. El viejo Frederick estaba encantado, ¡le habían nacido dos hijos de golpe! Y el negocio pasó de ser una próspera pero tranquila explotación familiar, a una empresa con aspiraciones más allá de las fronteras suizas. En cuanto a Karol, hacía tiempo que venía mostrando inclinaciones hacia una vida más espiritual, por lo que decidió volver a Polonia e ingresar en un seminario, y como sabrían más adelante, le fue muy bien en la carrera eclesiástica, siempre habían pensado de él que tenía madera de santo...

La granja de los Müller pasó a ser una floreciente explotación ganadera, y todo gracias a la producción lechera diaria. Francisco introdujo métodos propios en el ordeño que conseguían unas cuotas de leche nunca antes imaginadas. Dicen que sus modos eran poco ortodoxos, pero los resultados excelentes; solía quedarse a solas con las vacas y les hablaba, les contaba historias que él mismo inventaba; y ellas, calladitas, solamente se dedicaban a dejar que la leche manase de sus ubres abundantemente. Las vacas estaban encantadas, eran más felices, eso se notaba al contemplarlas cómo pastaban tranquilamente, y verlas dormir como benditas en los establos… Se podía decir que las vacas de los Müller eran vacas queridas, tratadas con respeto, y que ellas, sintiéndose así, correspondían a ese cariño. Con el excedente de leche se aventuraron a ampliar la oferta de la granja, fabricaron quesos y otras especialidades lácteas que pronto adquirieron una fama más que justificada por toda Europa: «Milch und Milcherzengnisse Die Farm San Francisco-Müller» [Leche y productos lácteos La Granja San Francisco-Müller].

Parecía que la vida, al fin, le recompensaba de alguna forma; ahora podía vivir tranquilo, había encontrado y formado una familia, el futuro se presentaba esperanzador para él y los suyos. Y respecto al pasado, a su primera vida, Francisco prefería no pensar demasiado en ella. A España no quería volver, sabía que de su familia no quedaba nadie, o al menos él así lo creía, y no iba a permitir que la pena y la venganza se instalaran en su corazón. Pero llevaba muy dentro, bien guardado, el recuerdo de su madre, el olor de su tierra, la luz de su cielo, las risas de su infancia, las caricias de sus hermanas, los consejos de su padre… Con eso tenía suficiente para seguir adelante. Atesoraba mucho para poder transmitir a sus hijos. Solamente tenía que dejar que la vida siguiera su curso.

Y así fue. Su vida transcurrió tranquilamente entre establos, vacas agradecidas y la familia. Todo había sido como un milagro; hasta que un 4 de octubre de 1989, un estúpido accidente de bicicleta tratando de esquivar a un perro que le recordó al viejo Rufus, acabó con su vida el mismo día en que cumplía sesenta y cinco años. Siempre había albergado un profundo agradecimiento hacia los animales, ellos le habían salvado la vida tantas veces que, ese día, por fin saldaba su deuda.

Imagen: Internet Texto: Edurne (entrada ya publicada en esta Orilla el 3 de junio de 2011)


lunes, 12 de agosto de 2013

LA CULPA (Replay)


La culpa era del Gobierno, ¡no había duda! Por culpa de aquel régimen corrupto se había abierto la grieta que cruzaba de norte a sur la Sierra Estrellada, al oeste del país.
La culpa fue del Directorio, que permitió que los sueños de los más pobres fueran alimentando las aspiraciones de los que se decían sus amigos. Y cayeron allí, en la grieta del olvido. Pequeña en un principio, pero enorme cuando el terremoto sacudió los cimientos del orden establecido.
Ahora no había modo alguno de cerrar, de curar, de tapar, de ocultar la hendidura, que había pasado a convertirse en el mayor de los estigmas que arrastraba el país desde que se viera libre de las garras del poderoso Dragón del Norte.
Y la grieta iba avanzando, cada vez se hacía más grande, más profunda…

Foto y Texto: Edurne (Entrada ya publicada en esta Orilla el 22 de noviembre de 2008)

domingo, 11 de agosto de 2013

LA PLAZA DEL DIAMANTE/LA PLAÇA DEL DIAMANT


Me he leído en estos dos días pasados este clásico de la literatura de posguerra: “La Plaza del Diamante” de la escritora catalana Mercè Rodoreda.

Vi, en su tiempo, la serie del mismo título que pasó la TVE. Y me acordaba de unos jovencísimos Silvia Munt y Lluis Homar, pero, no había leído el libro, y eso que en diversas ocasiones me he encontrado predispuesta a leerlo, aunque ya se sabe, la mayoría de las veces, esos pensamientos pasan a formar parte del paquete de  intenciones no cumplidas.

Esta vez tenía una buena disculpa: escogí esta novela para la tertulia que presento yo en enero todos los años. Así que, ni corta ni perezosa, me sumergí en la vida de esta Natalia que es la Colometa de la historia. Y como iba recordando imágenes, me dio por buscar en la Red por si encontraba algo, ¡y ya lo creo que encontré! Se imaginan, ¿no? Pues sí,  que me puse a ver capítulo a capítulo toda la historia, y libro en mano, iba cotejando (bastante fiel, por cierto). El libro lo terminé anoche a eso de las dos y media de la madrugada, pero, qué quieren, no podía dejarlo.

Me confieso: no había leído nada de la Rodoreda. Me ha gustado mucho, pero mucho, mucho. Y me explico. Mi única referencia es esta novela, con lo que no puedo comparar con otras obras de su autoría, pero el estilo… ¡Ay, ese estilo tan íntimo, tan directo…! Sí, es una especie de monólogo interior el que nos lleva de paseo por la vida de la Colometa y de paso por la sociedad de la época (los previos a la proclamación de la República y más tarde la sangrienta contienda de la Guerra Civil, hasta adentrarse en los comienzos de la Posguerra). Y aunque la trama está ubicada en Barcelona, bien pudiera ser en cualquier otra ciudad…

A mí me ha parecido de una sencillez y de una maestría al mismo tiempo, que me ha dejado muy satisfecha. La Colometa se nos mete debajo de la piel, y sufrimos con ella, olemos (hay una gran parte de descripciones olorosas, más que nada las referidas a todo lo que tiene que ver con las palomas…) con ella, nos confundimos con ella, reímos con ella…

El libro se lee muy bien, es como si hablara una misma, y eso lo hace muy creíble. Y la serie tiene su punto volver a verla ahora, después de los años, y con las deficiencias del color y esas cosas de la tecnología… Pero yo les voy a dejar aquí el primer capítulo, por si quieren satisfacer un poquito la curiosidad…

En cuanto a la Mercè Rodoreda, también he de confesar que no sabía de ella más que los tres datos generales, pero… ¡vaya vida, oigan! O si no me creen, vean, vean aquí.

En fin, que como ven ando lectora, a mas de súper atareada con mis otros menesteres, pero si me dan las taitantas leyendo, al menos sé que no tengo que madrugar así que puedo permitirme levantarme a las nueve… Merece la pena perder el sueño, ¡ya les digo!
Volveré pronto con más lecturas que tengo entre manos…


Escaneado libro y texto: Edurne  Vídeo: RTVE a la carta

viernes, 9 de agosto de 2013

ANOCHE


Anoche crucé a ciegas el ignoto mar de la incertidumbre,
piélago de dudas eternas que rodean los cuatro costados de mi existencia.
Brazadas sin rumbo en las frías aguas de una oscuridad inmensa
me trajeron hasta la ensenada calma y quieta
de un murmullo que clamaba mudo y preso 
dentro de la cárcel de un coro de voces blancas y negras.
Apenas me vio ella, acudió en mi socorro con cien mil candelas,
iluminando mi destino con dorado rocío y fresco viento del norte.
¡Luna infiel, que alumbras los pasos de un ser perdido,
recoge tu manto, que a la vista queda como prueba de tu falta,
como arrogante  enseña de la traición infringida 
al dueño de tus oscuras noches,
al señor de tus tristes días!


Imagen: Internet  Texto: Edurne

jueves, 8 de agosto de 2013

EL PÁJARO AZUL


LLUEVE HOY MIENTRAS QUE

EL PÁJARO AZUL CANTA

BAJO LA LLUVIA


Imagen: Internet  Texto: Edurne

lunes, 5 de agosto de 2013

HISTORIAS DE LA RÍA XXVIII Y XXIX

Entre unas y otras han transcurrido cinco semanas exactamente. No está mal, teniendo en cuenta las circunstancias que me rodean… Y como no quiero demorar mucho más estas crónicas botxeras, es que me lanzo a la palestra del folio desnudo, inmaculado y virgen para dejar mi huella, que, aunque leve, en algo ilustrará los humildes acontecimientos que tienen lugar en esta muy noble y muy leal villa de Bilbao, mi querida ciudad.



Muchas son las personas que tienen una idea distorsionada de Bilbao, personas, he de decir, que en número no despreciable, ni siquiera han visitado este Botxo en su vida, y que se fían de lo que otros hayan podido decir, no con demasiado entusiasmo… O sea, que aquí no llueve todo el tiempo, aunque a veces lo haga unos cuantos días seguidos y nos desespere, y que aquí no todo es gris y feo, aunque sí, hubo un tiempo en el que a causa de su boyante industria las chimeneas de los Altos Hornos, echaban humos con muy mala leche… Pero, los tiempos cambian, y si algo ha hecho mi Bilbao, ha sido reconvertirse, atusarse las enaguas y salir a pasear por las orillas de nuestra querida Ría para mostrar lo mejor y más florido que tiene.



Como pueden observar, el cielo de Bilbao también luce azul, don Lorenzo, ese capitán redondo, como diría Lorca, gusta de pasear por estos lares bastante a menudo, y de soltar carga solar a destajo. Y también están los turistas, esa especie que siempre aparece en determinadas épocas por nuestras calles y plazas, por Bilbao callejean mirando sus planos y orientando sus miradas seguidas de sus dedos, señalando aquí y allí.




Las pinacotecas más afamadas de la urbe, Bellas Artes y Guggenheim, pero que no son las únicas que albergan tesoros, rebosan de visitantes en estos días. En el enorme buque insignia de la nueva imagen bilbaína que es el Guggenheim, está oculto entre sus camarotes un “Barroco exuberante” que enlaza un Barroco antiguo con otro más nuevo e interpretativo de la esencia del primero. Como hasta el 6 de octubre hay tiempo para verla, yo he decidido que volveré a visitarla, pues desde que lo hice, sé que hay cosas que se me escaparon y que, posiblemente, ahora las podré comprender mejor, con más tranquilidad.






Mientras tanto, el tiempo ha pasado, para bien y para mal. Ha hecho mucho calor, también ha llovido, y el caminar diario, unas veces ha sido pausado y otras, realmente alborotado.







En El Museo de Bellas Artes, el otro pilar de la red museística bilbaína, y que ahora parece que ha sido redescubierto por muchísimos de mis paisanos, renueva su oferta de exposiciones temporales con una dedicado a Francisco Durrio, vallisoletano de nacimiento, pero bilbaíno de adopción, y que desarrolló la gran parte de su vida artística en el viejo París. Suele ocurrir muy frecuentemente, que grandes artistas son unos tremendos desconocidos para el gran público, y este es el caso del Paco Durrio. Amigo, valedor y casi maestro de otros que hoy brillan con luz más que propia haciendo sombra a estos otros humildes trabajadores del arte. Durrio vivió los últimos cincuenta y dos años de su vida en París y allí se movió como pez en el agua en todas las esferas artísticas de la época, entablando amistades indisolubles y fructíferas. Gauguin, el gran Paul Gauguin, fue uno de esos astros que no necesitan presentación, que estuvo unido a Francisco Durrio toda su vida. La Exposición que nos trae el museo se titula “Francisco Durrio (1868-1940)Sobre las huellas de Gauguin”, y está compuesta por obras, no solo del propio Durrio, sino de amigos y contemporáneos de él, sobre todo del antes mencionada Paul Gauguin. Es variada, alegre, diría yo, curiosa, pues la cerámica vidriada y policromada que trabajaba Francisco Durrio, es muy especial.



El “Monumento a Juan Crisóstomo de Arriaga” que preside la entrada principal del Museo, fue un proyecto suyo que al final, por diversos avatares, realizó uno de sus discípulos, el bilbaíno Valentín Dueñas, pero  bajo la supervisión directa del propio Durrio. Esa Musa que llora por la muerte del genio, Arriaga, ha formado parte de nuestro bagaje paisajístico y cultural de la Villa desde siempre.




Durrio el escultor, el orfebre, el ceramista, y sobre todo, el amigo, tiene su merecido reconocimiento con esta exposición que el Museo de Bellas Artes de Bilbao, la ciudad de la que él siempre se sintió, le brinda en estos tiempos un poco alejados de los suyos, pero no tan distintos. Si gustan, ya saben, hasta el 15 de septiembre pueden visitarla.



Bilbao se engalana con flores y verde, con edificios maquillados y rejuvenecidos, con alegría veraniega, con sus gentes, y también con los que la visitan y quieren verla desde las alturas, desde Artxanda, por ejemplo, montando en el popular “funi”, el funicular de toda la vida, bueno, el de hace ya bastantes años, porque para subir a Artxanda el funicular ha tenido que reciclarse unas cuantas veces… Y ya en las alturas, se puede ver cómo Bilbao luce pequeña pero coqueta, se puede ver cómo serpentea la Ría entre sus calles apiñadas, y cómo se toca, cual txapela, de una buena cantidad de puentes (de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente…). Artxanda es un pequerño respiro que tenemos bastante a mano los del Botxo. Verde para admirar, respirar, pasear… Un poco más arriba está la Ermita de San Roque, las vistas del aeropuerto y hasta del mar un poco más lejos; espacios preparados para el esparcimiento, el polideportivo de Artxanda, bares y restaurantes donde tradicionalmente se han dado cita celebraciones de las que juntan a las familias, las consabidas comuniones, bodas… Artxanda, todo un símbolo para los de aquí, claro, pero también un lugar desde el que enseñar orgullosos a los de fuera nuestro botxito querido…



Y un libro, también tengo un libro para enseñarles, para compartir. Siguiendo la recomendación que me hizo Antorelo en la entrada anterior, la dedicada a Auster y sus mujeres, estoy leyendo una historia encantadora: “Tombuctú”. La estrecha relación entre un chucho sin pedigrí y un vagabundo que escribe poemas y que ya ve próximo su último viaje, ése que le llevará hasta Tombuctú… Me está encantando, es un canto a la amistad, no solo entre humanos, sino a esa fidelidad que tienen los animales con quienes les dan cobijo y alimento. Una delicia.


Y bueno, como no quiero retrasar más estas historias, voy a dejarlo aquí y a colgar las fotos en cuanto cene, porque, les digo: ya es de noche y, tengo un hambre…. ;)





Fotos: Antonio y Edurne  Escaneo libro y folleto más texto: Edurne Imágenes de Francisco Durrio: Internet