La hermana Marie Thérèse dormitaba plácidamente a la sombra de un viejo magnolio en el jardincillo del convento de las Benedictinas. Sobre su regazo, un libro reposaba semi abierto, y entre sus dedos, las cuentas del viejo rosario tantas veces acariciado. El sol del mediodía asomaba entre las ramas y dejaban un leve beso en el rostro de la anciana, que de vez en cuando lanzaba un ronquidito y se espantaba a sí misma.
Cuando la despertaron para anunciarle la visita de los dos marqueses de Saint-Malo, sus ojos se abrieron al instante y una sonrisa iluminó su cara. Ése era el momento que llevaba tantos años esperando. No podía hacerlos esperar. Dispuso que los condujeran a la pequeña capilla junto a su celda, allí podrían hablar tranquilamente y además, en presencia del que todo lo ve y todo lo sabe…
Los días transcurridos desde el encuentro entre los hermanos Saint-Malo habían pasado frenéticos, sin apenas tiempo para pensar en nada que no fuera mirarse y descubrirse, hablar, contarse las vidas en esos treinta y cinco años de forzosa separación. Pascal, al igual que su joven amo, había rejuvenecido, se había convertido en un hombre sonriente. La llegada del joven Paul a la casa lo había cambiado todo. Los hermanos se pasaban las horas encerrados en el saloncito de la chimenea, o en el despacho del padre, hablando y hablando. De vez en cuando incorporaban a Pascal a sus conversaciones pues necesitaban saber, y Pascal era, en aquella casa, el único testigo de sus orígenes.
Esperaban a los acontecimientos con tranquilidad, sin aventurarse en suposiciones que tal vez no fueran a cumplirse. Primero necesitaban conocerse, saber el uno del otro, y después irían a ver a la hermana Marie Thérèse, así lo habían decidido, ya que para entonces confiaban en que sus lazos de hermandad recién estrenada fueran más fuertes que lo que pudiera decirles la monja y que tal vez hiciera mella en ese cariño que acababa de nacer entre los dos. Pero ellos ya habían perdonado.
Paul contó a su hermano de su vida, tan distinta a la suya, rodeado de lujos y exquisiteces, los mejores instructores… Él, sin embargo había tenido que aprender a sobrevivir entre las frías paredes del colegio de Saint Baptiste, internado para hijos huérfanos o bastardos de familias nobles venidas a menos. Nunca careció de nada, eso era cierto, y alguien, nunca supo quién, se preocupó de que su situación fuera mejor que la de los demás. Siempre tuvo todas sus necesidades más básicas cubiertas, pero le faltó el calor de una sonrisa, la caricia de una madre, la complicidad de un hermano, los consejos de un padre…
Eran los primeros días de una primavera limpia y tranquila. Las prímulas lucían tímidas entre el verde del jardín, y los magnolios convivían con prunos de hojas oscura y flor rosada. El aroma de las mimosas del campo cercano llegaba hasta allí mismo. Se respiraba una inmensa calma, tal parecía que el mundo se hubiera detenido en ese lugar. Daban ganas de quedarse.
Los pasos vigorosos de los hermanos Saint-Malo retumbaban en las losas del suelo del claustro. Ellos mismos se dieron cuenta de que estaban turbando la paz y el silencio de aquellas paredes, y aminoraron la marcha, poniéndose así al mismo ritmo de la hermana que les guiaba.
Algo extraño ocurrió mientras avanzaban hacia la pequeña capilla donde les esperaba la hermana Marie Thérèse. Fue como una ráfaga de algún tiempo pasado, como si sus espíritus ya hubieran paseado entre esos corredores. Se miraron, habían sentido exactamente lo mismo.
La vetusta puerta se abrió dejando ver un interior austero pero cálido. En un pequeño banquillo de terciopelo raído estaba sentada la hermana. Ésta levantó la vista del misal que tenía entre sus manos y obsequió a los jóvenes con una sonrisa que se les antojó familiar…
—Queridos…
—Hermana Marie Thérèse…—y ambos se inclinaron para besar la mano de la anciana.
—Soy Pauline de Saint-Malo, vuestra tía, la hermana Marie Thérèse entre estos muros.
Pierre y Paul se miraron sorprendidos, ninguno de los dos tenía conocimiento de esa tía que les había aparecido como por arte de magia, aunque, tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos, ya no les sorprendía nada.
¡La anciana era la hermana de su padre, era una Saint-Malo! Tomaron asiento en unos reclinatorios junto a la monja y esperaron el relato de su nacimiento.
Imagen: El mismo detalle que en la entrada anterior Texto: Edurne
Cuando la despertaron para anunciarle la visita de los dos marqueses de Saint-Malo, sus ojos se abrieron al instante y una sonrisa iluminó su cara. Ése era el momento que llevaba tantos años esperando. No podía hacerlos esperar. Dispuso que los condujeran a la pequeña capilla junto a su celda, allí podrían hablar tranquilamente y además, en presencia del que todo lo ve y todo lo sabe…
Los días transcurridos desde el encuentro entre los hermanos Saint-Malo habían pasado frenéticos, sin apenas tiempo para pensar en nada que no fuera mirarse y descubrirse, hablar, contarse las vidas en esos treinta y cinco años de forzosa separación. Pascal, al igual que su joven amo, había rejuvenecido, se había convertido en un hombre sonriente. La llegada del joven Paul a la casa lo había cambiado todo. Los hermanos se pasaban las horas encerrados en el saloncito de la chimenea, o en el despacho del padre, hablando y hablando. De vez en cuando incorporaban a Pascal a sus conversaciones pues necesitaban saber, y Pascal era, en aquella casa, el único testigo de sus orígenes.
Esperaban a los acontecimientos con tranquilidad, sin aventurarse en suposiciones que tal vez no fueran a cumplirse. Primero necesitaban conocerse, saber el uno del otro, y después irían a ver a la hermana Marie Thérèse, así lo habían decidido, ya que para entonces confiaban en que sus lazos de hermandad recién estrenada fueran más fuertes que lo que pudiera decirles la monja y que tal vez hiciera mella en ese cariño que acababa de nacer entre los dos. Pero ellos ya habían perdonado.
Paul contó a su hermano de su vida, tan distinta a la suya, rodeado de lujos y exquisiteces, los mejores instructores… Él, sin embargo había tenido que aprender a sobrevivir entre las frías paredes del colegio de Saint Baptiste, internado para hijos huérfanos o bastardos de familias nobles venidas a menos. Nunca careció de nada, eso era cierto, y alguien, nunca supo quién, se preocupó de que su situación fuera mejor que la de los demás. Siempre tuvo todas sus necesidades más básicas cubiertas, pero le faltó el calor de una sonrisa, la caricia de una madre, la complicidad de un hermano, los consejos de un padre…
Eran los primeros días de una primavera limpia y tranquila. Las prímulas lucían tímidas entre el verde del jardín, y los magnolios convivían con prunos de hojas oscura y flor rosada. El aroma de las mimosas del campo cercano llegaba hasta allí mismo. Se respiraba una inmensa calma, tal parecía que el mundo se hubiera detenido en ese lugar. Daban ganas de quedarse.
Los pasos vigorosos de los hermanos Saint-Malo retumbaban en las losas del suelo del claustro. Ellos mismos se dieron cuenta de que estaban turbando la paz y el silencio de aquellas paredes, y aminoraron la marcha, poniéndose así al mismo ritmo de la hermana que les guiaba.
Algo extraño ocurrió mientras avanzaban hacia la pequeña capilla donde les esperaba la hermana Marie Thérèse. Fue como una ráfaga de algún tiempo pasado, como si sus espíritus ya hubieran paseado entre esos corredores. Se miraron, habían sentido exactamente lo mismo.
La vetusta puerta se abrió dejando ver un interior austero pero cálido. En un pequeño banquillo de terciopelo raído estaba sentada la hermana. Ésta levantó la vista del misal que tenía entre sus manos y obsequió a los jóvenes con una sonrisa que se les antojó familiar…
—Queridos…
—Hermana Marie Thérèse…—y ambos se inclinaron para besar la mano de la anciana.
—Soy Pauline de Saint-Malo, vuestra tía, la hermana Marie Thérèse entre estos muros.
Pierre y Paul se miraron sorprendidos, ninguno de los dos tenía conocimiento de esa tía que les había aparecido como por arte de magia, aunque, tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos, ya no les sorprendía nada.
¡La anciana era la hermana de su padre, era una Saint-Malo! Tomaron asiento en unos reclinatorios junto a la monja y esperaron el relato de su nacimiento.
Imagen: El mismo detalle que en la entrada anterior Texto: Edurne
14 comentarios:
Ahora habrá que esperar un poco, que estas monjitas, ya se sabe, entre la edad, la memoria que falla o que va lenta...
Pero bueno, la cosa promete, o sólo me lo parece a mí?
Jejejeje!
Un saludo a to@s, y buen chapoeto!
"CHAPOTEO", que a la que le falla algo es a mí! Katxissss!
Sorry, bueno, PARKATU! Que hoy es el día internacional del Euskara, así que PARKATU!
Jarraitu, Edurne, jarraitu
Nolaaa? ez da egia izango...hurrengo atalaren zain, berriz ere...beno, ez baldin badago beste erremediorik, itxarongo dugu, baina...jarraipena irakurtzeko irrikitan gaude!
[esaiezu "monjita" horiei zai gaituzulaaaaa, ea burua astintzen duten].
:)
Muxu bat!
AINHOA, SILVIA:
Lasai neskak, lasai... Konbentuen bizitza oso lasaia da, badakizue. Beraz, apur bat gehiago itxaron eta hirugarren alea helduko zaigu (laster edo... espero dut!).
Lehenago niri kontatu behar didate eta momentuz, ez dut berririk izan!
Pazientzia!
Muxu bana!
Me gusto esos ronquiditos que la asustan o sobresaltan, me la imagine dormitando al sol.
Que lindo se pone esto, Orillera.
Me entusiasma y claro soy un poquito ansiosa, asi que no te tardes, ehhh...
Besos, con gotas de lluvia.
:)
Es extraño tener una tía monja que no se sepa de ella, porque las tias monjas suelen pedir dinero, a cambio de rezos y buenos deseos.
Muxu bat.
Pero mire que linda historia verdadera. Todo un relato lleno de ternura y dejando gusto a poco. Quiero mas ... no demores, más. Un beso rubia de mi corazón.
CECY:
Es que lo delos ronquiditos de autoespanto son de lo más tiernos, a que sí? Jejejeje!
Trataremos de no tardar demasiado en el to by continued...
Besitos!
MÁXIMO:
Es que estas monjitas deben ser de otro pelaje (no como las que tenía yo, todo es santo día pidiendo para la Santa Infancia, el Domund y demases....), así que seguro que no les van a pedir nada, tranquilo!
Un abrazo!
JUAN:
Intrigado, eh? Pues fíjate lo intrigada que estaré yo que llevo enredada con esta historia y me conformo con que los personajes mem vayan contando "de a pocos"!
Besitos orilleros y lluviosos!
qué tia la Saint Malo, me la imagino más feliz que una perdiz, toda una vida "esperando" este momento y porfin el gran día ¿qué les contará???? no me fio de ella pero nada... ya me diras
GEMELILLA:
Ay, no me digas eso, que yo me la imagino así como buena gente!
Pues eso, ya veremos, que de momento me tienen in albis a mí también!
Hala, muxutxuak, y nos vemos el miércoles, vale?
ay, pero ya me tienes aquí prendida de otra historia!!
y esta promete ser muy envolvente!
asi que no te tardes, querida Edurne!
La cosa promete, efecticamente, Quedo pendiente de lo que tnga que decir la monja, que las monjas siempre suelen contar unas historias muy truculentas...
MIRALUNAS:
Yo también quedo pendiente, habrá que tener paciencia...
Muxus!
MIGUEL:
No sé si todas las historias que cuentan las monjas son truculentas. Las que tenga que contar esta sor Marie-Thérèse... niidea del pelaje que tendrán!
Lo mismo, paciencia!
saluditos!
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