domingo, 4 de octubre de 2015

DIARIOS DE LA TERCERA PLANTA (II)



El teléfono de María, que dormía bajo su pecho, en el sofá, como ella, rompió el silencio de la madrugada con una llamada de auxilio de Miguel.

—¡Sácame de aquí! ¡Estoy prisionero!
—¡Miguel, Miguel! ¿Qué te pasa? Dime… ¡Contesta!
—¡Sácame!  ¡Están haciendo cosas extrañas conmigo, hay una gente muy rara aquí! ¡Quiero salir de aquí, me tienen prisionero, sácame, por favor!

Miguel estaba en la UVI tras sufrir un infarto cuatro días antes. Estaba muy medicado… no podía ser otra cosa que una alteración debida a un desajuste con las medicinas, unido a un episodio de desorientación…

Pero esa llamada se le había clavado en el corazón a María.

—Estate tranquilo, estás conectado a muchos monitores, recuerda que acabas de un sufrir un infarto, no puedes moverte, tranquilízate, te están cuidando…
—Tú no sabes lo que es esto, me tienen encerrado y atado. Sácame, estoy prisionero.
La voz de angustia de Miguel, no dejaba dudas, realmente estaba creyendo lo que decía. María sabía que no pasaba nada extraño, solo su desubicación, pero las alucinaciones eran tan reales, que la angustia de Miguel había conseguido alterar el temple de María.
—Miguel, cariño, escucha, pásame con alguien que esté allí contigo, déjame hablar con alguien…
—¡No, que me quieren hacer algo, yo me voy de aquí! Además han mandado a las fuerzas de seguridad para que no me vaya… ¡Por favor, María, sácame!

Las voces del personal de guardia de la UVI se oían tranquilas pero firmes.

—Por favor,  Miguel, déjenos el teléfono, vamos a hablar con su mujer, no se preocupe. Tiene que tranquilizarse, mañana lo reconsideramos todo, pero ahora déjenos el teléfono…
—¡¡¡No!!! ¿Y usted quién es, qué quiere hacerme?
—Cálmese, soy el doctor Satrústegui, no voy a hacerle nada malo, solo quiero colocarle bien los electrodos y las vías que se está quitando y que hay que mantener conectados a los monitores… Su corazón está sufriendo, cálmese, por favor. Déjenos el teléfono…
—¡Que no, que he dicho que no, déjeme, no me toque!

La comunicación se había cortado. La voz de angustia de Miguel  no dejaba dudas, creía de verdad lo que él narraba, que estaba prisionero, que temía por su vida…
El teléfono volvió a sonar.

—¡Llama a Teo, dile que venga a buscarme, que me voy de aquí!
—¡Miguel, Miguel, escucha…!
—¡Haz lo que te digo, llama a Teo, que venga por mí, llama te digo!
Y de nuevo el silencio.

Era la una y media de la madrugada. La angustia se había instalado en la boca de su estómago también. Teo estaría durmiendo, pero era su única salida. Buscó el número de Teo en los contactos del teléfono. Paseó nerviosa por el salón, arriba, abajo, una, dos, tres veces… Miraba el teléfono, lo dejaba sobre la mesita, volvía a cogerlo… Al final, se atrevió a marcar. Miró el reloj: la 01:34. Dos, tres tonos y la voz de Teo al otro lado.

—¿Qué pasa, María, ha ocurrido algo?
—Teo, perdón, perdón… Sé que es tardísimo, pero, no te habría llamado si no fuera urgente, si no supiera qué hacer…
—Tranquila, tranquila. Dime. ¿Es Miguel, ha pasado algo?
María tragó saliva, respiró hondo, realmente estaba angustiada, y contó como pudo el episodio de las llamadas, la petición de socorro de Miguel, y que quería que fuera Teo a sacarlo de allí…
—Escucha, tú tranquilízate, yo voy para allá. Trataré de que me dejen verlo, de que él me vea y se calme. Y en cuanto hable con algún responsable, yo te llamo, pero hazme el favor de no preocuparte, esto es un desajuste con la medicación y que está desorientado, le ha entrado ansiedad, angustia, miedo… No es él el que actúa así, es él bajo los efectos de tanta química como tiene en el cuerpo. Tranquila, yo salgo para allá ahora mismo, en cinco minutos, justo lo que tardo en vestirme.
—Gracias, Teo, gracias, gracias…

María respiró un poco más tranquila. ¿Por qué habría dejado de conducir hace treinta años, por qué…? Ahora podría haber cogido el coche y salir pitando hacia el hospital. Menos mal que Teo era un buen amigo…

Se sentó en la alfombra y trató de relajarse haciendo unas respiraciones, después localizó los chacras del corazón y del plexo solar  e intentó hacer un poco de Reiki, lo necesitaba, necesitaba reunificar su energía, relajarse…
Eran casi las tres de la madrugada cuando el móvil empezó a vibrar como un moscardón.

—Dime, Teo, dime...
—Bueno, todo ha sido como pensábamos, un desajuste en la medicación y un episodio de desubicación agudo. Se ha puesto bastante alterado y han tenido que atarlo para evitar que se quitara las vías, los electrodos...
—¡Ay, Dios mío, Dios mío...!
—¡Tranquila, mujer, tranquila! Ha sido una ventura poder entrar, no creas...
—¿Y cómo lo has conseguido, porque a esas horas el hospital estará cerrado...?
—Pues muy fácil, me he colado por Urgencias... Allí nadie te dice nada. He cogido el ascensor de la izquierda y le he dado a la tercera planta. Al principio me he despistado un poco, porque esta tarde, como estaba lleno de gente, pues me parecían otros pasillos...
—¿Y...? ¿No te ha visto nadie antes de llegar a la UVI, no te han parado, ni preguntado, ni nada...?
—La verdad es que no. He tenido suerte. Al llegar al pasillo donde está, ya iba oyendo voces, así que me iba preparando...
—¡Ay, Dios mío, Dios mío…!
—Se le oía hablar alto, y muy enfadado. Decía que los iba a denunciar, que lo tenían retenido en contra de su voluntad y que ya había avisado para que lo sacaran de allí.
—¿Y los médicos, las enfermeras?
—Pues se veía que había bastante revuelo, así que una enfermera me vio según estaba llegando al box donde está y salió a toda pastilla a preguntarme que quién era yo, que qué hacía allí… Le conté como pude lo que pasaba y que te había prometido enterarme de lo que pasaba.
—¿Pero te han dejado verlo?
—Sí, sí, tranquila. Lo he visto, me ha visto y me ha reconocido, pero nada más verme me ha dicho que me olvide de sacarlo de allí, que no se puede hacer nada, que le habían dado algo y no podía hablar bien, que la lengua la tenía como gorda, y que además lo habían atado a la cama como si fuera una bestia… Estaba indignado pero algo más calmado.
—Imagino que le habrán dado algo, un calmante…
—¡Sí, claro! El doctor que estaba de guardia, un tal Satrústegui, me ha dicho que estaban esperando a que le hiciese efecto para poder quitarle el teléfono, porque lo tenía agarrado tan fuerte que no podían quitárselo. Decía que era suyo y que nadie iba a quitarle el único medio de comunicarse con el exterior.
—¡Ay, Teo, no veas cómo te agradezco lo que has hecho!
—Anda, mujer, que Miguel es mi amigo, y ya sabes que siempre que me necesitéis, no tenéis más que pedírmelo. Ahora duerme tranquila. A las ocho de la mañana me acercaré otra vez para ver cómo ha pasado la noche, te llamo, y luego ya vas tú al mediodía, ¿te parece?
—Vale, vale, pero vete a descansar algo tú también que vaya nochecita… ¡Y mil gracias, Teo!

Terminaron de hablar y María se quedó como desinflada, mirando la pantalla del móvil que iba poniéndose oscura. Lo dejó sobre el sofá y se levantó despacio. En pie allí, en medio del salón, con la televisión proyectando imágenes mudas y la voz de Miguel, angustiada, flotando en toda la estancia, María rompió a llorar.


Imagen: Internet. Texto: Edurne




6 comentarios:

Bertha dijo...

Ya lo creo que podría ser cierto.Menos mal que María tiene a quien recurrir, porque los momentos de tensión no se los quita nadie.


Un abrazo feliz lunes Edurne.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

A veces un hospital puede sentirse como encierro y desorientación. Bien reflejado en tu texto.
Besos.

Edurne dijo...

BERTHA:
Y tanto que sí, te lo digo yo!
;)

Feliz semana para ti!
Besos.
;)

PEDRO:
Los hospitales te van matando de a poquitos, o de a muchitos...
Situaciones angustiosas para el que las vive en primera persona y para los que le rodean en segunda y en tercera...

Besos.
;)

Antorelo dijo...

Cuando llevas unos día internado se produce desorientación espacial y temporal. Muy buen relato. Un abrazo

María dijo...

Cuanta realidad!! y qué triste ....
Un abrazote muy gordo!!

Edurne dijo...

ANTORELO:
Angustiosa la experiencia, sí!

Gracias!
Un abrazo!
;)

MARÍA:
Tiempo ha Lady...!
Eskerrik asko por la visitita.
Y sí, así es,los hospitales son muy duros!

Muxutxuak!
;)