Carmen tenía taquicardias. El amor la ponía así, en esa situación tan azorada. Carmen era como un reloj: tic-tac, tic-tac… Su maquinaria marcaba el ritmo de cada día, aunque fuera a velocidad inusual.
Fermín, su “relojero” particular, se encargaba del cuidado y mantenimiento desde que sufriera aquel amago de no se sabe muy bien qué. Pero el corazón de Carmen se resentía. Era tan veloz, presuroso y precipitado su latido, que no podía echarle el freno.
Una mañana, como tantas otras en las que acudía a su revisión rutinaria, visitó al especialista en cuestión:
Fermín Rojas — Médico cardiólogo—.
—Doctor, doctor, el corazón me corre, me trota, me late con tal fuerza que a veces creo que va a salírseme del pecho…
El clínico auscultó a la paciente. Le pareció oír que una manada de caballos se acercaba al galope. Tacatán-tacatán…
El galeno intentó mantener las riendas firmes, seguir dando cuerda a aquel hermoso reloj, pero era tan desbocada la carrera, que Carmen, con el corazón en un puño, se desplomó nada más llegar a la línea de meta. El amor pudo con ella.
Foto y texto: Edurne