sábado, 30 de junio de 2012

HISTORIAS DE LA RÍA XIX



Medio año ha pasado por delante de nuestros asombrados ojos. Medio año que ya es historia. Medio año de nuestras vidas. Medio año, seis meses, ciento ochenta y dos días, que ya nunca más volverán…

La Ría sigue ahí, donde la he encontrado cada día de mis cincuenta y dos años de existencia, unas veces tranquila, otras alterada, las más la recordaba con ese color amarronado que ya formaba parte de las estampas de mi infancia. Hace tiempo que mi Ría luce hermosa y ligera, menos cuando la marea viene revuelta y deja su impronta en este brazo que nos acerca hasta territorio más salado. Por ella se pasean nuestras dichas y desdichas, patos, mugles, traineras, Txinbitos varios y reflejos de  tantos sueños botxeros.


La Ría es parte indivisible en la idiosincrasia de l@s bilbaín@s, casi podríamos decir que como el Athletic o la Amatxu de Begoña. Cierro los  ojos e intento imaginarme Bilbao sin su Ría. Imposible, no puedo hacer ese ejercicio de abstracción, no lo puedo visualizar. Bilbao es como es por ella, por esa espina dorsal (aunque la expresión ya esté muy trillada) que ha sido motor de vida, economía, cultura…


Recuerdo cuando Bilbao era gris, y yo lo adoraba (como todo buen bilbaíno, que ya se sabe, Bilbao es intocable, lo defenderemos a capa y espada allá donde sea menester); cuando llovía y llovía (bueno, no siempre, pero nos parecía que era un día sí y otro también…), y cuando,  a pesar de ser una ciudad pequeña, siempre la hemos visto gigante. Bilbao ha cambiado, y con ella, todo lo demás, su entorno, su gente, sus infraestructuras, su economía, su forma de adaptarse a la modernidad sin dejar nuestra tradición, nuestro “ser”…

Apostarse en una de las barandillas de los mucho puentes que cruzan la Ría es dejarse llevar por el pasado, por el presente y un poquito por ese futuro que, si bien no pinta muy halagüeño, algo se deja ver. No es difícil, aventuraría que más bien es previsible, somos bastante previsibles. Y no es que seamos mejores ni peores, simplemente es que, ¡somos de Bilbao, que bastante hemos “hablao”!  


En mis mocedades había una canción (y seguirá habiendo mientras que la sigamos recordando, cantando...) que decía así: "Que no somos de aquí, que somos de Bilbao, por eso llevamos, txapela a medio lao, txapela a medio lao, txapela a medio lao, que no somos de aquí, que somos de Bilbao…”


¡Parece que me he puesto nostálgica!

Estoy tecleando sin releer lo ya escrito. Mi intención era hablar, muy escuetamente, de este mes, de los acontecimientos de los últimos días… y creo que me estoy yendo por otros derroteros más… “rivaival”.

No sé si se habrán percatado de que no me estoy prodigando demasiado por la Orilla, ni por otros lugares. Mis últimas entradas están saliendo programadas. El final de curso siempre suele ser apoteósico a todos los niveles, más que estresante, desesperante, agobiante, apabullante… Con la Santa Infancia terminamos el día 22 —¡Aleluya!— con muchos previos ajetreados, pero la semana del 25 al 29 ha sido para olvidar. He tenido momentos de pararme y decir: “¿Y si me quedo así y que sea lo que Dios quiera?”



De los trabajos relacionados con mi labor escolar como tutora y como coordinadora de ciclo, no voy a hablar, sería demasiado largo, y quienes comparten o han compartido conmigo afición, devoción y profesión, bien saben de qué estoy hablando. Pero han sucedido más cosas, de ésas que en los últimos dos años y medio me persiguen…

Mi aita de nuevo. El pobre hombre tuvo que pasar por quirófano otra vez el miércoles por la tarde, de forma casi imprevista y presurosa. Como las complicaciones están abonadas a su cuerpo, no podía librarse de una nueva y después  de casi diez meses de la intervención de septiembre. Una infección en forma de acceso del tamaño de una mandarina gigante en el agujero por donde le extrajeron la vesícula. Llevaba mal algo más de una semana, con febrículas vespertinas, y cuatro días con dolores y que casi no podía andar… Fue llegar a la consulta del cirujano, mirarle y en cinco minutos ya estaba pidiendo un quirófano y hablando con el anestesista. A la media hora lo bajaban a las catacumbas hospitalarias. Nos lo subieron atontado, cantando cantares, el humor que no falte…, y con un agujero en la tripa, drenaje oculto, ¡y una mandarina menos entre pecho y espalda!


Supondrán que el ánimo se viene de nuevo abajo, el de él que es quien sufre las consecuencias más directas, y el de los demás porque somos los que estamos ahí contra viento y marea (como debe ser, por otro lado…)


Escribo hoy sábado, y estoy en Bilbao, cuando tenía que estar en Madrid. C’est la vie! Irá mejorando, aunque cada vez le cuesta más levantar el vuelo, pero…

Hay otras cosas que no tienen remedio. Ayer terminamos el curso. Desde el pasado diciembre se han jubilado tres compañeras, y en octubre o diciembre se jubilará otra. Cuatro en el plazo de un año. Se van, se largan, no vaya a ser que luego no les dejen hacerlo y se vean retenidas en un sistema que cada vez está resultando más duro y peligroso…


Ayer despedíamos a Isabel, pero después de la alegría mezclada con pena, nos llegó un momento fatal, un momento que ninguno de los presentes en el claustro quisiéramos haber oído. Juan Carlos, nuestro compañero y secretario en los últimos años, tiene que luchar contra ese asesino silencioso que tan cruelmente nos atenaza en el momento menos pensado, y por esa razón no estará en el comienzo del nuevo curso.No puedo describir las escenas que allí se vivieron, ni cómo salimos del momento ni de la escuela mucho más tarde. Estábamos paralizados, las caras, las lágrimas calladas... Son muchos años conociendo a una persona como Juancar, trabajando en el ciclo, como ha sido mi caso. Siempre una palabra amable, una sonrisa, nunca una queja, dispuesto a echarte una mano en lo que sea... Esperemos que sus ganas de vivir y luchar puedan prestar batalla al maldito cangrejo y salir victorioso. Todavía estoy impactada.


Primer día de vacaciones. No me lo parece. En realidad, mis vacaciones solo tienen que ver con lo escolar. Espero que el verano, estos dos meses justos que tenemos por delante, pase a un buen ritmo vital, que es lo que realmente importa.


Y siguiendo con los recuerdos de estos días, también tengo algo bueno para contar: nuestro nuevo libro.


Este mes, como todos los años, nos "regalamos" el libro colectivo de este curso: "Sin embargo se  mueve", y como todos los años también, lo celebramos con una cena alfabética, donde hicimos risas y más risas, nos firmamos y dedicamos los libros, las historias, nos sacamos fotos, nos desfogamos y relajamos por unas horas. Son de esos momentos en los que dices: "¡Qué bien!, y ¡Ya lo creo que merece la pena!"




Y del tiempo… pues bueno, como no tenemos competencias en el asunto y no se puede pedir que nos sean transferidas… no hay otra que aguantarse y pasar de los casi 40º de los primeros días de la semana a estos dos últimos en plan galerna y humedad ventosa y gris plomiza…


¡Es lo que se cuece por mi Ría!

Fotos: Edurne Imágenes: Internet

martes, 26 de junio de 2012

HISTORIAS DE PARIS (2) (Replay)



Violet et son petit chat Faustino.

Esta es la historia de la pequeña Violet, de su gato Faustino y del chocolate...

"El chocolate hace que olvide todas mis preocupaciones", decía Violet. Y por eso había decidido alimentarse única y exclusivamente de chocolate.

Desayunaba con chocolate; para comer, potaje de chocolate y laminillas de chocolate a la salsa del mismo, pero con menos intensidad... De merienda chocolate a la taza y para cenar un delicioso mousse del chocolate más negro.

Faustino se había aficionado a la misma dieta chocolatera de su dueña. ¡Y los dos eran felices! Aquí no vale decir lo de "fueron felices y comieron perdices..."

Violet compraba el chocolate en la petite chocolaterie del barrio, un barrio tranquilo a las faldas de Montmartre.

Monsieur Mignon le preparaba sus encargos con un mimo especial. Violet era una niña encantadora, dulce, amable... Sería por el chocolate, pensaba él, además la fama de su chocolaterie, gracias a Violet, se iba haciendo cada vez mayor.

Todo el mundo quería saber el secreto de la felicidad de Violet y de la tranquilidad de su gatito Faustino. No había secreto alguno, la respuesta estaba en el chocolate de Monsieur Mignon. Así es que el negocio del buen hombre pronto empezó a llenarse de gente venida de todas partes en busca de su famoso chocolate.

El viejo Mignon no daba abasto, estaba desbordado. En el pequeño obrador situado en la trastienda de la chocolaterie, tan sólo trabajaban Madame Mignon y él, y ya eran mayores... Además trabajaban como antaño, con las viejas recetas de sus abuelos, artesanalmente y con mucho cariño, sobre todo eso, mucho cariño.

Visto el ejemplo de Violet y Faustino, todo el mundo quería olvidar "ses tracas", sus preocupaciones; y allí acudían políticos de renombre, artistas famosos, amas de casa abrumadas por sus responsabilidades, escolares desbordados de tanta actividad... Todo el mundo necesitaba del chocolat de los Mignon.

Así es que Monsieur et Madame Mignon decidieron "emplear" a Violet y sus amigos, sólo ellos podrían ayudarles en la dulce tarea de elaborar chocolate para tantísimas personas preocupadas. ¡Y Violet y Faustino pasaron a ser la imagen de la felicité et le chocolat!

Como ahora el chocolate era más concentrado, tan sólo se necesitaba una onza diaria para sentir los efectos benefactores de tan delicioso alimento, el alimento de los dioses, dicen...

Si pasan por París, no dejen de buscar a la petite Violet y a su gato Faustino... ellos les guiarán hasta la chocolaterie del viejo Mignon.

Et bon appetit mes amis!


Postal: parisina Texto: Edurne

domingo, 24 de junio de 2012

ME SUEÑAN



Me abrazan velados silencios
como tentáculos pegajosos
que suben por mis mudas palabras.
Me cierran el paso las murallas
de la injusticia cruel y absurda,
mientras obstruyen el flujo de
tantas miradas cómplices y aliadas.
Me persiguen las huestes
de oscuros  mercenarios,
pagados por el Destino desde su escondite,
en lo más hondo del infierno.
Me sueñan en algún mundo perdido,
donde yo no existo,
donde mis gritos no son oídos.
Y voy a la deriva, 
entre un mar
y un cielo infinitos…

Pintura: Antonio Texto: Edurne

martes, 19 de junio de 2012

VAMOS



Vamos a caminar
por las lindes de este futuro incierto,
a burlar la vigilancia
de los malvados canes
que recorren nuestros sueños
sin dejar momentos de respiro,
-aunque sea para  tomar aliento-.
Vamos a beber hasta reventar,
a beber de la copa sagrada,
del cáliz prohibido, porque,
total…
¿Qué más da ya?

Pintura: Antonio  Texto: Edurne

sábado, 16 de junio de 2012

SUENAN LAS ALARMAS



Suenan las alarmas del sendero azul de los sueños.
Y siento que algo se me encoje por dentro,
algo parecido a un resorte antiguo,
que está ahí desde siempre,
-y yo sin saberlo-
removiendo en el  lodo de aquellas palabras
dichas sin miedo ni arrojo,
dichas al viento del este,
al primero que llegaba
en una tarde verde y recién cortada.
Me reclaman guerreros de batallas sin retorno,
con gritos de “muerte al cobarde”,
teñidos de furia  y enarbolando el estandarte
de la indiferencia por el nuevo día.
Nada es igual que ayer,
pues hoy truena en las cumbres de los picos más altos,
orgullosos en su miseria,
podrida la dignidad de las almas ennegrecidas,
y hechas mil añicos las últimas esperanzas
-tiempo ha descarriadas
por caminos minados de inmundicia-.
Ayer, fuimos felices en un pequeño suspiro,
hoy lloramos lo perdido, 
mañana…
Mañana el alma en vilo.

Pintura: Antonio  Texto: Edurne

miércoles, 13 de junio de 2012

ME ARRASTRA


No me habitan los dolores del parto matutino pero en cambio es la angustia de ser mala madre la que me ahoga y arrastra hasta los abismos de la conciencia robada en la noche en que decidí darme a mí misma una sabia lección de humildad y acarrear mis malditas penas por lo oscuro del pasillo incierto como en un sueño sin retorno con los ojos en las manos haciendo de guía y yo ciega sin valor para mirar atrás donde dejé escondidas mis promesas cerca del calor y la pereza en ese duermevela de tantas y tantas tardes de inútil siembra y así me fui abandonada a mi suerte y renegando de esta piel arrancada a tiras de la más bella de mis vestimentas con sonrisa de rubí y guiños de arcángel descarriado al fin y tan solo una pregunta me asalta qué será de mí...

Pintura: Antonio Texto Edurne

domingo, 10 de junio de 2012

DIARIOS DE LA TERCERA PLANTA (I)



No sabía muy bien desde cuándo estaba allí, postrado en esa cama, entubado, con cables y goteros por todas partes. Tenía la mirada  fija en el techo, blanco, como las paredes, blancas… Si torcía, con esfuerzo,  la cabeza hacia su izquierda, divisaba una puerta entreabierta y percibía el rumor de pasos y voces. Si giraba el rostro hacia la derecha, un enorme ventanal le castigaba la vista con la luz a raudales que escupían sus cristales, y silencio… Volvió a cerrar los ojos, tal vez era un sueño, y al abrirlos de nuevo, estaría otra vez en su habitación. Pero no, ahora eran un crucifijo en el frente y un pequeño televisor los que se le mostraban sin pudor alguno en ese paño desnudo.

No había duda, estaba en un hospital, pero ¿por qué? No recordaba absolutamente nada, por más esfuerzos que hacía, que buscaba y rebuscaba entre los pasillos de su mente… nada, no podía recordar nada. Tan solo ese dolor sordo y constante de todo el cuerpo le avisaba de que algo le había ocurrido, y de que no debía ser ninguna tontería. No podía moverse si no era con gran dolor. No volvió a intentarlo. Esperaría a que apareciera  un médico, una enfermera… Alguien tendría que decirle algo.

Intentó dormir. Cerró los ojos con fuerza, tanto que le dolían los párpados. Las ganas no superaron a la imposibilidad por conciliar el sueño. Imposible. Trató, en vano, de inducir el letargo recordando situaciones, personas, lugares… Labor totalmente infructuosa, un caudal de imágenes se abarrotaban en la entrada de su cerebro sin orden ni concierto alguno. No podía respirar. Volvió a abrir los ojos. Blanco. Todo seguía siendo completamente blanco.

Lo intentó una y otra vez, hasta que alguien empujó la puerta y notó unos pasos que llegaban hasta su cabecera. Abrió los ojos y se encontró con la mirada de un hombre joven que le sonreía, en el bolsillo de su bata blanca había un nombre escrito “Doctor Satrústegui”. Lo miró interrogante, esperando que despejara sus dudas. Éste llevaba una carpeta con papeles que ojeaba pensativo.

—Así que su nombre es…
—Armando.
—Armando… ¿qué más?
—Armando García Ríos.
—Muy bien, veo que recuerda quién es. Teníamos nuestras dudas. La conmoción ha sido muy fuerte y ha estado inconsciente muchas horas.

Conmoción, inconsciente… Seguía sin recordar nada. ¿Qué había podido ocurrir?

—Veo por su expresión que no recuerda nada de lo que le ha ocurrido. Bien, no se preocupe, está usted en un estado de amnesia orgánica normal, poco a poco volverán las imágenes y los recuerdos. Que sepa su nombre ya es una buena señal. Ha sufrido usted un accidente de coche realmente grave, sus lesiones son de carácter reservado, pero no irreversibles. Además ha permanecido casi setenta y dos horas en estado de schok e inconsciencia debido a una conmoción cerebral. Hay que esperar para poder evaluar todos los daños y las posibilidades de mejora. Pero vamos por el buen camino. Ahora descanse, duerma…

—No puedo. Imposible, lo intento y lo intento pero no puedo dormir, me estoy empezando a angustiar…
—No se preocupe, le pondremos algún medicamento para inducir el descanso.
—¿Pero qué es lo que ocurrió? En el accidente, quiero decir, ¿cómo fue?

Doctor Satrústegui, Doctor Satrústegui, una emergencia en la 328, por favor acuda. Doctor Satrústegui a la 328, urgente”.

La megafonía no dejaba ni un segundo para explicaciones. El doctor salió presuroso de la habitación, seguido de la enfermera, que cerró la puerta tras de sí. 
De nuevo solo, solo con el blanco en el techo, en las paredes, en su mente…

Imagen: Internet  Texto: Edurne



viernes, 8 de junio de 2012

A CÉSAR LO QUE ES DE CÉSAR



No podía soportar el calor. El termómetro de la plaza del ayuntamiento marcaba treinta y dos grados. Tan solo eran las doce del mediodía y el panorama no tenía visos de cambiar, muy al contrario, las previsiones eran totalmente amenazadoras: la temperatura podría elevarse hasta los cuarenta.

Pablo aumentó la potencia del ventilador de pie que estaba junto a la ventana y le dio al botón de función giratoria. Al momento, un aire ya usado pero revestido de un falso frescor le golpeó sin piedad en las piernas, después sacudió las cortinas de la ventana y lanzó por toda la habitación una pila de revistas que dormitaban en el suelo, junto a la tele… Le gustó la sensación y se quedó de pie junto al aparato mientras observaba una y otra vez  ese viento artificial y los efectos que causaba a su paso.

Se había propuesto un par de horas de lectura tranquila, pero la tarde había empezado mal; con ese calor y ese ruido insoportable de las aspas del ventilador no se podía pretender nada tranquilo, ni la tarde, ni la lectura, ni nada de nada... Cansado, lo apagó. Ahora podía percibir el silencio. El calor, el silencio y el vacío. Nada se movía. Las revistas estaban desperdigadas por el suelo. Realmente insoportable.

Se dejó caer en el sofá. El techo le devolvió  una visión real de ese vacío, de ese silencio, de ese calor… Cerró los ojos, pero los volvió a abrir rápidamente. Lo que vio no le gustó nada. Instintivamente empezó a palparse nervioso: la cara, el cuerpo, las manos, el cabello… ¡No, otra vez no! Los recuerdos. Era la hora de los recuerdos que volvían a llamar sin pedir permiso a su puerta. Pensó que ya la había abierto en demasiadas ocasiones, que ya era suficiente y, sin embargo, ahí estaban de nuevo, diluidos entre aquel sol plomizo...

Corrió al baño, se miró en el espejo. Era él, ¡sí, todavía era él! Dejó correr el agua fría de la canilla y se refrescó la cara una y otra vez obsesivamente… No quería volver a enfrentarse con el espejo. Cogió la toalla y se tapó con ella el rostro empapado de agua y de miedo. Frotó enérgicamente mientras repetía cada vez más alto que no, que él seguía siendo él todavía, que estaba ahí, en su casa, que todo lo demás no era cierto, que el pasado se había ido para siempre y que ya le había cerrado la puerta. Levantó la cabeza poco a poco y, muy lentamente, fue deslizando la toalla por la cara. Dejó que el frescor del agua le penetrara hasta dentro, hasta los recuerdos de aquellas mañanas de agosto… Aún tenía los ojos cerrados, con los párpados reducidos a un montón de arrugas. Respiró hondo y después de contar hasta tres, los abrió al pasado.

Todos los días bajaba a la playa junto con su hermano César y el resto del grupo por el camino que atravesaba las huertas del tío de Alfredo. Era el mejor de los atajos porque siempre «caía» algo: unas peras, unas moras…. Y a él siempre le tocaba en suerte el trabajo sucio. No se quejaba, ¿para qué? Cuando volvían a casa, la madre también le regañaba por los pantalones rasgados, la camiseta rota o las zapatillas sucias… ¡Para qué protestar! Siempre había sido así; primero su hermano, después él. Él, último en todo.

Las comparaciones eran inevitables; aunque gemelos, César y él eran bien distintos, no físicamente, que eran como dos gotas de agua, pero sí en el carácter. Nadie parecía fijarse en él, solo había ojos para César. César y su gracia y desparpajo, César y sus ojos, César y esa forma tan peculiar de mover el flequillo, César… ¡siempre César! Toda la vida igual. César y él, el sin nombre. Casi nadie recordaba el suyo: Pablo. Ellos eran César y Pablo, los gemelos.

Aquella mañana bajaban jugando a las adivinanzas y al veo-veo, como los niños chicos. Hacía mucho calor, demasiado. Mientras caminaban se jaleaban unos a otros, riendo y empujándose. Iban siete en el grupo: César, Alfredo, Ana, Juanín, Tere, Elena, la chica más guapa del mundo, y él, Pablo, que avanzaba unos pasos más atrás, observándolo todo, incluso cómo César trataba de impresionar a Elena con sus gracias, sus chistes, sus poses… y ese gesto tan suyo de echarse el flequillo hacia atrás que parecía ejercer un influjo especial en todo el mundo. Ninguno de ellos se daba cuenta de que se iba quedando cada vez más rezagado. Únicamente Elena se volvía alguna vez y le hacía un gesto con la mano para que se apurara.

Llegaron a la playa. No había nadie, como siempre. En realidad, más que una playa, era una pequeña cala donde se podía bucear tranquilamente, coger percebes y algunos bivalvos de las rocas. Además estaba La Cueva del Pirata, el lugar secreto donde solían reunirse de vez en cuando para hacer fogatas en las tardes de verano.

La mañana transcurría normal entre juegos, chapuzones, risas… Comieron los bocadillos que llevaban en los macutos y la fruta que habían «recolectado» por el camino. A la hora de la siesta, y a pesar del calor que hacía, Alfredo y Juanín se quedaron como troncos; Tere y Ana se pusieron a leer revistas y a cuchichear  mientras se les escapaba alguna que otra risita nerviosa; César y Elena bajaron hasta la orilla en dirección a La Cueva del Pirata y Pablo se quedó sentado en una roca leyendo un libro de aventuras mientras su mirada les perseguía… Hasta que los perdió de vista cuando desaparecieron en la cueva.

No recuerda cuánto tiempo pasó, pero sí tiene bien clara la figura de Elena, cada vez más grande, corriendo mientras agitaba los brazos y pedía ayuda. Entre sollozos y con la voz entrecortada, contó como pudo que César se había caído al agua, en el Pozo Negro, y que no lo veía… Pablo salió corriendo, los demás no pudieron seguirlo. El corazón le latía desbocado, un sentimiento que ni él mismo podía explicarse le aturdía entero. Lloraba, reía, gritaba, llamaba a su hermano… Cuando llegó, se lanzó al pozo. Una, dos, tres veces se sumergió en las oscuras aguas. Hasta que lo vio. Allí estaba César, su hermano. Su propio reflejo. Se miraron. César estaba prácticamente hundido y apenas podía sacar con esfuerzos la nariz para respirar unos instantes. Se apoyaba sobre el pie atrapado que había comenzado a desgarrarse por el tobillo. Ya no tenía fuerzas… aun así se apartó el flequillo para ver mejor, y con los ojos imploró a su hermano. Pablo se le fue acercando hasta casi tocarle. La vida de César dependía de él, un solo gesto, una decisión, y podría salvarse o perderse en la oscuridad de aquellas aguas para siempre.

Así pasó un buen rato, midiéndose en César como en un espejo, solamente su instinto de supervivencia le hacía sacar la cabeza cada tanto para tomar aire y volver a sumergirse. Los ojos de César se habían quedado abiertos, con una expresión de miedo y angustia clavada en los de su hermano, una expresión que de pronto parecía desafiante. Su pelo flotaba como una medusa que intentara zafarse de una trampa; su cuerpo, inerte ya, parecía bailar una estremecedora danza. Pablo reaccionó. Tomó aire de nuevo y mientras se aproximaba al cuerpo de César, le susurró al oído que no lo abandonaría, que siempre que le necesitara no tenía más que llamarlo y él acudiría allí. Después, empujó la roca que aprisionaba el pie de su hermano y éste desapareció ante sus ojos, arrastrado por la corriente, sin dejar de mirarle…

 Ya estaba anocheciendo cuando Pablo salió del agua. Lo vieron acercarse como una aparición que hubiera vomitado la cueva. En silencio cogió una toalla y se la echó por encima; estaba tiritando, amoratado, con los ojos rojos, la piel casi traslúcida como un alma de otro mundo. Solo Elena se atrevió a preguntar:
–¿Y César?
–No está, ha desaparecido.

Y echó a andar. Los demás se miraron perplejos y asustados. Pablo caminaba unos cuantos metros por delante de ellos. ¿Qué dirían al llegar? Cogieron sus cosas y siguieron por la senda de soledad que habían dejado los pasos húmedos de Pablo. Querían salir de allí cuanto antes y se azuzaban silenciosamente unos a otros...

Pablo y su familia nunca más volvieron al pueblo. A partir de entonces infinidad de leyendas y suposiciones comenzaron a correr de boca en boca intentando explicar el extraño suceso de la trágica desaparición de César. Nunca apareció el cuerpo.

La ausencia de César marcó sin remedio las vidas de toda la familia. De pronto Pablo se convirtió en hijo único, pero aun así no cambió la consideración que todos tenían de él. Su carácter se tornó variable, si bien todo el mundo pensaba que con el tiempo olvidaría la tragedia y las cosas volverían a ser como antes. Había temporadas en que recordaba a su hermano, hasta se atusaba el flequillo de igual forma, hacía sus mismas gracias… y gozaba de todas las atenciones y los favores de sus amigos, que veían entonces el vivo retrato del gemelo ausente como si así retornase a la vida, como si nada hubiese pasado. Sin embargo, otras veces se mostraba huraño, taciturno y como perdido, como si el mundo y él se abandonaran.

Ahora estaba solo, era cierto, pero estaba tranquilo. Tranquilo… Solo le molestaba este maldito calor, no soportaba los veranos… Necesitaba seguir tranquilo… Tranquilo… No quería volver, pero lo había prometido, había prometido que no lo abandonaría, que si lo necesitaba le podía llamar… Pero otra vez, no… Era pronto, ¿por qué volvía? ¡No, otra vez no! No quería volver a la oscuridad de aquellas aguas, al frío de aquel vacío inmenso…

Miró fijamente la imagen que se reflejaba en el espejo. Una mueca de satisfacción cruzó sus ojos. Echó su flequillo hacia atrás con decisión y terminó de secarse la cara. Estaba de nuevo aquí, había vuelto, esta vez para quedarse.
No era un verano tan caluroso, o eso le pareció.


Versión revisada y condensada de “L’Été”, ya  publicada en tres entregas en el mes de enero. La foto, de la Red.



martes, 5 de junio de 2012

HOY HA LLOVIDO



Hoy ha llovido bajo el tejado de mi casa dormida.
Hoy ha llovido sangre mezclada con miedo.
Hoy ha llovido y he sentido un temblor olvidado.
Hoy ha llovido mientras te soñaba hacia mí caminando.
Hoy ha llovido con la furia descarnada de antaño.
Hoy ha llovido, y sin mí,  
te has mojado.
Hoy ha llovido, y sin ti, 
he llorado…

Texto y foto: Edurne