domingo, 31 de enero de 2016

REFLEXIONES A MANO ALZADA (II)



Hay momentos en la vida en los que hasta respirar se nos hace cuesta arriba. Estoy en uno de esos momentos. Momentos que ya duran demasiado.

¿Y la felicidad, qué es la felicidad? ¿Podemos afirmar en alguno de esos escasos instantes que nos regala la vida, que somos, realmente felices? ¿Existe la felicidad? Si me preguntaran a mí… ¡No, yo no soy feliz! Aunque, tal vez sería demasiado tajante, puesto que sí hay cosas en mi vida que me hacen feliz, pero…  Sí, tener el cariño incondicional de unos poquitos ya es para ser feliz, lo sé, pero no, no es solo a eso a lo que yo me refiero.

La vida nos sonríe muy pocas veces, y cuando lo hace, tal vez nos pille con el paso cambiado, o cuando no nos enteramos. Incluso puede suceder que seamos nosotros mismos quienes cerremos esa puerta a la felicidad, inconscientemente, claro está.

A mí no me sale la risa, ni la sonrisa si me apuran ustedes. Y miren que me gusta a mí reír, sonreír… que lo necesito más que cualquier otra cosa. Eso y la tranquilidad de espíritu, que no la encuentro, que parece se me haya escapado con algún Romeo de pacotilla y aquí me ha dejado en un sinvivir del que no sé cómo librarme.

Son pocas las apariciones que hago por esta Orilla, y cuando lo hago, es con una carga de tristeza que, aburre, ya lo sé. Pido disculpas, pero, qué quieren, si ahí anda una, batallando con esta malahora noche y día, porque dejarme en paz, no me deja ni a sol ni a sombra.

Estoy bastante harta, y eso que soy persona con una paciencia que ni el famoso Job, el del santoral, me ganaba.

Ando con los ojos más abiertos que nunca, y siempre he sido yo de ir por la vida con los ojos bien despiertos, pero aun así, me la han dado más de una vez. ¿Por qué? Esa es mi pregunta. Todavía no encuentro respuestas. Acumular decepciones crea frustración, enroca la tristeza y hace que se instale la desconfianza, yo, que soy confiada, que siempre concedo…

¡En fin! Que en la vida todo es un “volver a empezar” cada x tiempo. Lo malo es que con los años, nos cuesta más todo, nos duele más, nos cohíbe más. Es la edad de las pérdidas de todo tipo: las físicas, los seres querido empiezan a marcharse y a dejarnos sumidos en un gran vacío y tristeza; las pérdidas sentimentales, de pronto nada es lo que creíamos que era, y esos duelos cuestan muchísimo, amigos o parejas nos dejan hechos polvo cuando se muestran o descubrimos cómo son, cómo eran… Pérdidas de salud, que ya se sabe, estamos en una edad muy crítica, y las mujeres mucho más.

Y también vemos más cerca el final del camino, tomamos conciencia y consciencia de lo que pasa cuando la carrera termina. Y, aunque no sabemos qué tipo de sprint nos espera, nos sentimos asustados. Cada cual intenta espantar ese miedo como buenamente puede o sabe. Y así, a unos les da por retraerse, a otros por expandirse, a otros por rejuvenecer y hacer locuras, o por pasarse y no controlar el ridículo, o reencontrarse con su alma verdadera, resetear el disco duro de su existencia… Hay miles de formas, tantas como tipos de personas estamos en el mundo, de encarar los cambios que se nos presentan. Ya les digo, hay que estar muy atentos porque a la mínima nos sorprende la vida y nos da un tortazo o, quién sabe, nos regala un hermoso ramo de flores.

En todo este tiempo en que ustedes son testigos de mi “penar”, de mi evidente crisis personal, pasan cosas, claro está, la vida me pasa, a veces hasta me sobrepasa, pero voy y vengo, hago y deshago, leo y escribo, trajino y en algún momento, incluso descanso… 

Me he convertido en una espectadora demasiado crítica con la función que estoy representando, o mejor dicho, que me he visto obligada a representar, porque yo, valgo para mucho más que para el papel que me ha tocado. No desespero. Quien me conoce sabe que soy muy cabezota, insistente, que no tiro la toalla y que peleo, peleo, peleo por lo que creo que es justo, por lo que me merezco.

Y mientras estamos inmersos en nuestras propias batallas, a nuestro alrededor se libran otras guerras, que sumadas a las propias, y siendo persona de mucho pensar, mucho analizar, mucho indignar y mucho sufrir… pues ya les digo, ¡cómo no voy a sentir añoranza por una sonrisa, por una pequeña esperanza!

Dejé de colgar mis Crónicas del Foro, mis Historias de La Ría, con gran pena por mi parte pero, no estaba la cosa como para ello, y todo requiere de tiempo, tiempo del que carezco.

A Madrid sigo yendo, claro que sí, con la misma asiduidad y mucho más que antes; las circunstancias, puñeteras circunstancias, son las que ahora son. y las circunstancias de cada momento son las que nos ponen a todos en nuestro sitio, las que demuestran quién nos quiere y quién está dispuesto a luchar por nosotros hasta el fin y sin reservas… Ahí seguimos, luchando.

Y de mi Botxo, pues eso, que lo camino todos los días, y que nunca he dejado de quererlo, ya esté gris o resplandeciente. Me confundo con sus baldosas y me hago una con ellas.

Mi escuela sigue estando en el mismo sitio de siempre, pasando el bosquecillo de mi parque, el que me reconforta todas las mañanas y me devuelve la esperanza todas las tardes, cuando me acerco y cuando me alejo. Mis pupilos, mi cuadrilla galáctica progresa. Unos días  salimos todos contentos, otros, yo muy renegada y con mi nódulo tiroideo a tope. Dicen que es lo que hay, pero a eso tampoco me resigno. He conocido tiempos muy buenos. He sido feliz en mi escuela. Y me enfado conmigo cuando me descubro contando lo que me falta para el jubileo: 3 años y diez meses todavía. ¡Pero si yo adoro ser maestra! Los tiempos, que para eso también son un poco puñeteros.

Leer, leo, no se piensen que no. Sigo yendo al Taller a escribir todas las semanas, y presento tertulias, y me tocan lotes de libros, dos en poco tiempo en un concurso literario de RNE en el programa de libros dominical “La Estación Azul”, ¡no me lo podía creer! Y también me tocó un libro en la Feria del Libro de Bilbao… ¡Jajaja, quisiera que me tocaran más, adoro los libros!

Presentamos nuestro libro colectivo en septiembre en La Casa del Libro, y fue una gozada, leí mucho, un cuentacuentos “contó” mi relato, me reí, miren, sí, ahí sí que me reí, podríamos decir que fui feliz durante un par de horas, por eso lo tengo guardado, para rescatarlo en malos momentos, en los de bajón.

Y voy a exposiciones, aquí y allí. Y veo teatro, y pelis, y quedo de vez en cuando con alguna amistad...

También tomé un par de decisiones este verano para paliar mi angustia, una de ellas fue apuntarme al gimnasio, y aunque me da una pereza terrible ir, les aseguro que dos o tres veces por semana, voy religiosamente, sola o con mi hermano, y… ¡no vean ustedes para todo lo que da el observatorio privilegiado desde una cinta caminadora, o una elíptica, o un banco de remo! Historias. Cientos de historias.

Pues nada, seguiremos escribiendo la historia de nuestra vida, poco a poco, pero escribiéndola, caminándola, bebiéndola, viviéndola…

Por aquí me ando, ya saben, caminando por la orilla de la vida.
¡Gracias por estar ahí!




Fotos: 1) Edurne, 2) Aitor.  Texto: Edurne

jueves, 28 de enero de 2016

ESTE CORAZÓN MÍO


Preso está mi corazón de tu amor.
Encerrado en cárcel de lágrimas y cristal,
secuestrado por el dulce dolor que derrama tu boca,
ansioso de las manos que calman sus latidos
cuando la noche se hace oscura.
No es mío este corazón
que me mantiene viva.
No,
que por mí ya no suspira.
¡Míralo, ahí va!
Sí,
tras tus astutos  pasos camina,
escondido entre las sombras de tu vida,
a la espera de una mirada,
con la súplica de una caricia
en los ojos escrita…

Selfi, manipulación y Texto: Edurne


domingo, 24 de enero de 2016

Y VAN DOS




Dos años que tu barca llegó a puerto.
Dos años y ahí está,
como siempre:
tranquila,
igual que tú,
un hombre tranquilo.
Dos años,
y a veces, me parece oír
tu voz,
tus pasos,
tu risa…
De pronto,
te veo en la calle,
caminando entre la gente.
¡Hasta creo tocarte
si estiro mi mano!
Dos años ya desde que marchaste.
Llovía mientras tu mano
se aferraba a la mía,
mientras toda tu vida
reposaba en la mía.
Y te fuiste.
En silencio,
envolviéndome con tu amor.
Dos años y día a día
te vivimos en cada rincón,
en cada mirada,
en cada palabra,
en cada vuelta a la esquina…
Siempre estás,
siempre estarás,
ya sean dos, cuatro, diez…
los años que marquen
el día de tu partida.





Foto 1 y Texto: Edurne. Foto 2: Aitor (de la memoria familiar). Hoy, 24 de enero, se cumplen dos años de la muerte de mi aita.




lunes, 18 de enero de 2016

MÁS BUENA QUE EL PAN (Esbozo sujeto a cambios y reformas)



Trabajar en el turno de noche de la panificadora “Un trozo de pan” era considerado un privilegio para los tiempos que corrían. Tenías asegurado el puesto, te pagaban un plus de 20€ a la semana ¡y encima te llevabas una barra de pan gratis todos los días a casa!

            Así que, a pesar de las alteraciones en el sueño que había empezado a notar, Marta no comentó nada a nadie y siguió con su trabajo, pensando que tal vez algún día ya no notaría nada extraño. Solo tenía que acostumbrarse.

Le debía aquel puesto a la  intersección que hizo Ramón Gayarre, el amigo de su padre, ante don Cosme Gallastegui, su consuegro y gerente de  la fábrica. Haber conseguido un puesto así, sin tener experiencia previa en trabajos semejantes, y sin haber pasado selección alguna… Era para estar calladita como una tumba y no protestar por nada.

            Ya llevaba más de medio año trabajando en el turno de noche. Está claro que ella hubiera preferido el de mañana, o incluso el de la tarde, y estar en las cintas empaquetadoras o en tienda, atendiendo al público, que no se le daba nada mal eso de las relaciones públicas. Pero no, parece que no había más puestos libres que aquel del turno de noche, haciéndose cargo de la dichosa máquina, la amasadora, con un ruido y un movimiento constante, constante, constante… Y con esa luz que la dejaba insomne, con verdaderos problemas para conciliar el sueño.

            Se metía en la cama cuando su hermana salía para ir al instituto y su padre al taller. La madre le tenía preparado un buen desayuno y después de asegurarse de que se metía en la cama, se ponía con sus labores domésticas, procurando hacer el menor ruido posible para no alterar el sueño de Marta, sin saber que ella, Marta, sentada en el borde de la cama y con la luz de la mesilla encendida, repasaba mentalmente el número exacto de vueltas que daba la maldita amasadora hasta que toda aquella mezcla se convertía en una gran y pesada bola, girando sin fin en las paredes frías de la máquina. Una, dos, tres, cuatro, veinte, veintidós, treinta, cuarenta y ocho… Entonces se metía en la cama y, con la luz encendida, se quedaba tumbada boca arriba, con la mirada fija en el techo, blanco, como aquella masa harinosa que la envolvía día y noche… En algún momento impreciso, sus párpados caían, pesados, sobre sus ojos, y la sumían en un sueño entrecortado y plagado de ruidos: un, dos, tres, cuatro…

            Cuando su madre entraba, despacito, para decirle que ya estaba la comida, le apagaba la luz de la mesilla y subía un poco la persiana de la ventana, provocando que Marta cerrase con fuerza los ojos. Le costaba levantarse, y cuando lo hacía, tardaba demasiado en reincorporase a la vida normal.

            Hacía un tiempo que había empezado a encender las luces de cada estancia por la que pasaba. Decía que no veía bien y que necesitaba más luz. Al principio nadie le dio importancia al hecho, eso sí, todos pensaron que la factura de la luz se vería ligeramente incrementada, pero… Conforme pasaba el tiempo, esa “manía” se fue convirtiendo en algo realmente molesto, ya que además de encender las luces, cerraba cortinas y bajaba persianas. ¡Se había acostumbrado a la luz artificial!

            Antes de volver al trabajo le gustaba dar un largo paseo por la ribera del río, justo desde el Puente del Ángel hasta donde las aguas se perdían entre los árboles del Estanquillo. Entonces volvía sobre sus pasos y parecía que la Marta de siempre había vuelto también. Pero solo por poco tiempo, mientras ayudaba a su hermana con los deberes o se preparaba el bocadillo y el termo de Cola Cao para pasar la larga noche. A la mañana siguiente, la luz les devolvía una Marta diferente.

            Así fueron pasando los meses sin que nadie se percatara del verdadero cambio de Marta. Se acostumbraron a las manías de encender luces, correr cortinas y bajar persianas, pero no, no eran conscientes del gran cambio, nadie salvo su hermana Maite, que cuando abría sus cuadernos en clase siempre caían unas migas de pan perdidas.

            La casa siempre estaba cubierta por un leve y sutil manto blanquecino, harinoso, como el polvo que se hace visible al trasluz. La cara de Marta se iba hinchando poco a poco, como la masa de pan cuando crece gracias a la levadura y el reposo. Los ojos, se le iban achicando, la piel se le iba agrietando y tostando, tal y como les ocurre a los panes en el horno.

            Una mañana, cuando llegó a casa después de terminar su turno, no quiso ver a nadie, ni siquiera desayunar. Se fue derecha a su habitación. Nadie se atrevió a preguntar nada. “Estaba rara”. “Era cansancio, agotamiento”. “Es que eso del turno de noche es muy duro”, murmuraban los padres sin atreverse ni a mirarla. Solo Maite dijo que ella sabía lo que pasaba. Los padres la miraron espantados. “Es que se le está poniendo la cara como un pan”, sentenció la hermana.

            Cuando llegó la hora de la comida, la madre, temerosa, solicitó la ayuda del marido y de la hija pequeña para acercarse a la habitación de Marta. Golpeó con los nudillos, una, dos veces… Suave. Y susurró su nombre: “Marta, hija, que ya es la hora de comer, ¿estás despierta, te encuentras bien?”. Nada. Silencio al otro lado. Miraron por la rendija y la luz estaba encendida, como todas las mañanas. Volvieron a insistir, el padre, la madre, Maite… ¡Nada! Comenzaron a asustarse, pero no se atrevían a franquear la puerta. El temor a encontrarse con algo que no pudieran encajar, los retraía.

            Fue Maite la que tomó la iniciativa. Tomando las manos temblorosas de sus padres entre las suyas, respiró hondo, empuñó la manilla de la puerta, abrió y entraron.

            Un olor a pan recién hecho les golpeó nada más entrar y casi salen de nuevo. Subieron las persianas con miedo y, efectivamente, al acercarse a la cama para apagar la lucecita de la mesilla, algo extraño había ocurrido: ocupando el lugar de Marta en el colchón, una hermosa hogaza de pan recién horneada parecía estar esperando a ser alabada por su hermoso aspecto…

 Imagen: Internet. texto: Edurne


sábado, 9 de enero de 2016

HOJARASCA



Como hojarasca en la frontera de los afectos,
llega este tumulto de besos desorientados
en busca de tu boca.
Y así se lanzan mis anhelos
en pos de tu mirada,
esa que llevo en mi pecho
como un tesoro albergada.
¡Mírame!
Aquí me planto,
haciendo la guardia ante tu puerta.
Oculta está la cancela,
insensible
por el maldito viento
que sopla fuerte,
que hiela la sangre
y adormece los recuerdos.
¡Siénteme!
Mi calor reaviva el fuego
y despierta tu piel
que respuesta da a mi aliento,
ya unidos en
cobijo y deseo.


Foto, manipulación  y Texto: Edurne