A él le conocen de sobra, ¿verdad?
Es Auster, Paul Auster (para que lean). Otro de mis
escritores fetiche. Pero a ellas, ¿las conocen? Sí, son, como he adelantado en
el título de esta entrada, sus mujeres.
Paul, el joven Paul, vivió unos
años, y se casó con ella, con Lydia Davis, la dama de la primera foto. Juntos
vivieron en París, donde se dedicaban a la traducción, a ejercer el noble arte
de la supervivencia y a escribir. Eran jóvenes, inquietos… Todo esto lo cuenta
muy bien y de una forma divertidísima, Paul Auster en su “Diario de invierno”,
libro con el que he vuelto a serle fiel. ¡Cómo le había echado en falta! Con
Auster me pasa eso de lo que ya hablé en la entrada anterior haciendo
referencia a mi relación con Murakami, solo que a Paul lo conozco de muchos más
años…
Me ha encantado este “Diario
de Invierno”. La escritura de Paul, para mí, es muy directa, y toca
fibras que si fueran teclas de un piano, sonarían a la vez en muchísmos
lugares. Y su obra, como el buen vino, hay que saber “beberla”, hay que saber “emborracharse”
con ella. Me ha gustado este libro porque se ha desnudado sin pudor alguno, nos
ha mostrado partes de su yo más íntimo, y ha hecho un ejercicio de reflexión a
cara descubierta, sobre lo que es la vida, que, aunque distinta, es la misma
para todos, como un cuento donde hay un inicio, un nudo y un desenlace.
Leyéndolo me he enterado de muchas cosas de su propia vida, y eso ha hecho que
mi natural curiosidad me llevara a buscar a sus mujeres.
De Lydia Davis no había oído
hablar en mi vida, sí de Siri Hustvedt, pero ignorando que
era su mujer, su segunda mujer… ¡Ya ven cuán ignorantes somos/soy! Yo, fan
acérrima de Auster y desconociendo esas cosas tan importantes de él.
Importantes, pues ellas han marcado en algún momento una parte esencial de su
vida, de su trayectoria, de su pensamiento…
La dama de la segunda foto es Siri
Hustvedt, segunda mujer y madre de su hija Sophie, de la que sí he oído hablar,
y con quien lleva casado algo más de treinta años. Según él, su amor definitivo
y total.
Curioso. De Lydia, madre de Daniel
Auster, el hijo mayor de Paul, no había oído nada, ni de ella, ni del
vástago que tienen en común, y de Siri y su hija Sophie Auster, sí.
A Siri me la encontré como autora de
un libro que me ha encantado: “El verano sin hombres”, de cuyo
estilo y demás hablaré enseguida. Y a Lydia me la he encontrado como autora de
un tocho fenomenal que estoy devorando: “Cuentos completos”.
Ya ven, un autor reconocido mundialmente, y dos
mujeres que han dado forma a su vida y que también escriben y que, creo yo,
brillan con luz propia al margen de llevar la etiqueta de ser o haber sido “la
mujer de Paul Auster”.
LYDIA
DAVIS (lean este enlace) es una escritora… ¿cómo diría yo? ¿”Rara”? Si por raro
se entiende diferente, no en el aspecto más peyorativo de la palabra, sino al
contrario. El libro en cuestión: “Cuentos completos”. Sus cuentos,
muchos de ellos, microcuentos, son especiales, solo puedo decir eso. No te
dejan indiferentes, y has de bucear en ellos más de una vez para llegar al
fondo de ese lago en el que ha dejado olvidadas intencionadamente sus reflexiones. Hay cuentos realmente geniales, y otros ciertamente enrevesados,
pero, ya digo, es cuestión de volver a leerlos. También tiene uno, “La Espina”
que, al leerlo, me ha llevado a unas cuantas páginas del “Diario de invierno”
de Auster. Quedé algo confusa hasta que caí en la cuenta de que era una de las anécdotas
que cuenta Paul de su etapa parisina, la que compartió con ella. Cuentan el
mismo suceso de forma diferente, pero es el mismo hecho reconocible. Me gustó
mucho ese ejercicio al que me condujo…
El libro es un verdadero “tocho” de
setecientas y pico páginas, pero que es fácil de manejar, abres, escoges uno,
dos, tres… nunca puedes quedarte solo con un cuento, y lees, lees…
Recomendabilísimo.
SIRI
HUSTVEDT. Rubia, alta, de origen noruego, Siri conquistó al viejo
Paul y ha sido su complemento ideal (Lean esta divertida entrevista).
A Siri, escritora con gran bagaje la
“acusan” bastante frecuentemente de que su obra es demasiado autobiográfica, y
así ocurre con “El verano sin hombres” (lean aquí). Bueno, ella se enfada
muchísimo y lo niega por activa y por pasiva. No soy yo quién para afirmar o
negar dichas “acusaciones”, pues acabo de llegar a su literatura y a su vida.
Lo desconozco casi todo de ella, es decir, todo, salvo los hechos que comento.
Este libro lo he leído en un santiamén,
por lo ameno, lo que me ha enganchado ese estilo de escritura, pasando de la segunda
a la tercera persona, combinando los tiempos verbales… y haciendo que el
anzuelo que lanzó al publicar esta novela haya sido mordido por multitud de
mujeres que, atraídas por semejante título, nos hayamos zambullido en un
universo tremendamente familiar. Hay otro de sus libros que me lo quiero agenciar enseguida: “La
mujer temblorosa o la historia de mis nervios”. ¿No me dirán que con ese título
no te arrastra a una librería, para encontrarlo, leerlo e identificarte con él?
Pues eso es lo que quería compartir
con ustedes en esta torridísima tarde de verano, última del mes de julio y a la
¿sombra? de estos 43º (sí, sí, han leído bien) que nos acosan… La lectura siempre es una buena
compañía.
¡Que ustedes lo disfruten!
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