martes, 29 de mayo de 2007

HACIA EL INFINITO


Patxi, el hijo del farmaceútico, languidecía.
Aquellas montañas le ahogaban, y el pueblo se le encogía. Miraba hacia el infinito mientras apoyaba su brazo perezosamente en el alféizar de la ventana de su habitación.
Suspiró. Hizo ademán de buscar algo en el bolsillo de su camisa, luego en el pantalón.
No perdía de vista las montañas. Las montañas no le perdían de vista a él... Giró sobre sí mismo. Al acercarse a la mesa de trabajo tropezó con algo. Era Luna, el hermoso ejemplar de Golden Retriever hembra que dormitaba apaciblemente sobre la alfombra. El rum rum del ordenador encendido era como una nana ronca y constante. Luna dormía.
Encontró lo que quería y volvió a la ventana.
Lenta, muy lentamente, y sin perder de vista ese horizonte omnipresente en todos los actos de su vida, sacó un cigarrillo, lo encendió y aspiró una larga bocanada... Miró la cajetilla, acarició el nombre con el pulgar: CAMEL...
El camello, o dromedario, o le que quiera que fuese, le hizo viajar al desierto del Sahara por un instante.
Luna se revolvió entre sueños, abandonándose de nuevo a la sonrisa de la felicidad animal. Esa perra era el único ser vivo que le entendía... ¡si hasta le hablaba! Patxi hablaba con su perra, y ésta... ¡le contestaba!
Ser hijo del farmaceútico no era fácil asunto. Requería mucho de saber estar y no estar. Y cargar con semejante responsabilidad le hacía tener pensamientos envueltos en formol y respuestas impregnadas de vaselina.
Todos los días tenía necesidad de tomar una aspirina, por eso de la insoportable levedad del ser...
Del ser de ser el hijo del farmaceútico de aquel pueblo cerca de las montañas... impertérritas ellas, que de nada se enteraban.
Iba apurando su cigarrillo cuando, de un brusco salto, Luna se puso en pie, y mirándole con ojos inquisidores le preguntó que a ver en qué quedó el asunto del timbre.
¡El timbre! ¡Se había olvidado por completo! Ahora no era eso lo que le importaba.
Avanzó hacia Luna. El animal le miraba sin inmutarse, y volvió a preguntar.
Patxi sostenía con su mano izquierda la cajetilla de Camel. Con el pulgar acariciaba el nombre, el camello, el desierto...
- Mañana me voy- contestó.
- Pero, ¿y el timbre?- inquirió Luna.
- Marcho de viaje, solo. No te puedo llevar. Cuando vuelva, llamaré al timbre y sabrás que soy
yo.
Se volvió hacia la ventana, miró a las montañas. El sol se ponía...
Foto: Aitor Texto: Edurne

DIEZ SEGUNDOS (epílogo)


Decidí volver a mi realidad, la que no tenía que haber abandonado. Las nueve menos veinte siguieron llegando todos los días, de lunes a viernes y sin descanso. El taconeo, el olor a violetas, su mirada, su sonrisa... Pero ya no podía verla igual, ya no era sólo mía.
En un par de ocasiones más volví a rondar la Calle Nueva, y en ese par de ocasiones volví a sentir la misma puñalada en el pecho, aquí, en el mismo centro del pecho.
Y pasó el tiempo, demasiado, ya no recuerdo cuánto. Las mañanas se volvieron grises, daba igual que fuera invierno o primavera, grises, se volvieron terriblemente grises, grises sin remedio. Y el olor a violetas se fue perdiendo. La sonrisa se fue marchitando; hasta que un día dejó de oírse el taconeo, dejaron de pasar esos diez segundos. El reloj de la Coca-Cola los marcaba, pero estaban quietos, parados en algún otro tiempo.
Cuando miré a mi alrededor me di cuenta de que mis manos se habían vuelto más torpes, de que mis cabellos estaban salpicados de blanco, de que mis ojos ya no saltaban, de que Felipe, mi jefe, ya no estaba... Había pasado toda una eternidad y yo sólo había vivido para aquellos diez segundos.
Nunca conseguí mi propio taller, nunca salí de casa de mi hermano, nunca supe lo que era ver la vida con mis propios ojos... Seguía viéndola con los suyos, y a ella... en todas partes, a todas horas. Ya no era aquel tiempo precioso del pasado, era el espacio total de mi vida. Sin saberlo, creo que seguí esperando todas las mañanas.
Una tarde creí verla por la Gran Vía, paseando del brazo de un hombre, sería aquél que me robo la calma, y llevando de la mano una chiquila saltarina. Seguro que era ella, porque el aire se llenó, de pronto, de un inesperado y penetrante olor a violetas...
Tengo demasiados años como para reprocharme nada, pero lo hago, entono el "mea culpa" por esa vida perdida, y ahora que escribo la historia de mi vida, te cuento todo esto a ti, mi querido Santi, a ti que me has heredado como si de una propiedad se tratase, o como una deuda de juego contraída por tu padre. Te lo cuento porque siempe me has querido, porque siempre has intuído algo de esta tristeza mía. Esto es de lo único de lo que me arrepiento, de no haber tenido los suficientes arrestos como para enfrentarme a mis propios miedos y haberle dicho que la quería, que mi vida sin ella no tenía sentido alguno... Pero ya ves, he vivido, sin sentido, es verdad, pero he vivido, no he muerto, aunque en más de una ocasión deseé que así fuera.
Y ahora tengo que liberarme de esta culpa, de esos diez segundos de mi vida, nadie más que yo puede hacerlo, son mis diez segundos. Según escribo esto para ti, miro el reloj de la cocina, las nueve menos veinte. Ahora, ahora... diez segundos y ya, comienzo a respirar. Uno, dos... ........ Soy libre.
Foto y texto: Edurne

AL ALBA



Un silencio de lavanda

se escuchaba al alba...

Rompía el mar

en la lejana poesía.

Y cual jirafa altiva

la libertad se estiraba.

Se estiraba

hasta alcanzar esa luna

redonda,

blanca y femenina.

Paz en mi alma,

amor flotando en el aire.

La tierna amistad

nacida desde la belleza

de lo frágil, lanzó a la sirena

hasta mi playa solitaria.

La atrajo hasta mis orillas,

y su fresca presencia

me hizo recordar que

un silencio de lavanda

se escuchaba al alba...

Foto: Antonio Manipulación y texto: Edurne

miércoles, 23 de mayo de 2007

SUEÑO ANGELICAL


Duermen los ángeles en el limbo
de las nubes.
Mudas las alas ya de tanto aleteo,
recogen callados mensajes
llegados desde lejanos mares azules,
desde frescas praderas
de verde tapiz y húmeda tierra.
Duermen los ángeles.
¡Que nadie profane su sueño,
que nadie retire el suave tul
que cubre sus ojos cerrados!
Duermen los ángeles,
y se hace la noche más clara,
más tibia y estrellada.
Pintura: Aitor Texto: Edurne

martes, 22 de mayo de 2007

DIEZ SEGUNDOS (intermezzo)


Mi hermano Juan, el mayor, vino del pueblo cuando la Carmen ya estaba preñada del Santi. Y tuvo suerte, enseguida entró a trabajar en los Altos Hornos gracias al tío Mariano. Y como les iba bien, convencieron a padre para que me dejaran venir a mí, que a buen seguro me pintaría la capital. Y a los catorce me planté aquí, con mis pantalones cortos, con la vida que se me salía y las ganas de comerme el mundo.
Con Juan y Carmen siempre estuve bien, fueron como mis segundos padres. Pero conforme fueron llegando los sobrinos, la necesidad fue haciéndose mayor, así que mi jornal era más que necesario. Al principio trabajaba para aprender, y lo más que llevaba a casa era alguna que otra propina. Pero Felipe, mi jefe, era un buen hombre y enseguida empezó a pagarme un sueldo de aprendiz. Y cuando la conocí, ya era oficial de primera. Soñaba con ser un buen mecánico y tener mi propio taller. Pero ella no estaba al alcance de un patán como yo.
Mi vida seguía al ritmo de aquel taconeo, olía a violetas y veía a través de aquellos ojos. Mientras no la veía, la sentía, y cuando aparecía, la vivía... hasta el último de esos diez segundos. Por eso que me parecían pocos, por eso que la buscaba a la salida del trabajo, por eso que yo me creía insignificante a sus ojos, y que me ocultaba entre las sombras de mis miedos.
Y ya me sonreía. Entonces, desde mi torpeza también la sonreía, con una sonrisa manchada de grasa y aceite, con una sonrisa de batalla de antemano perdida. Mi corazón me animaba, pero mi cabeza ponía el freno. Así pasamos mucho tiempo, ya no recuerdo cuánto.
Una tarde, mientras observaba las figuras que se movían tras los visillos del bufete de "Arrieta, Gaztelu y González, abogados", esperé con una decisión inusitada en mí. Esperé a que las luces se apagaran, a que ella bajara, a que se despidiera de su amiga...
Cuando se abrió el pesado portón, vi su silueta precedida por la de un hombre joven; joven y con buena apariencia, alguien como ella. Se me heló la sangre. La amiga bajaba detrás, se despidieron rápidamente, pero ella se quedó con el hombre. Charlaban muy animados; y yo la observaba desde mi atalaya de animal malherido. Al cabo de unos minutos, eternos para mí, salieron en la misma dirección. Él le sujetaba delicadamente el codo izquierdo, y a ella... ¡a ella no parecía molestarle!
No sabía qué era lo que debía hacer: retirarme o luchar. Y es que aquella tarde yo había ido allí resuelto a encontrarla, a saludarla y hablarla. Creía que la suerte estaba de mi lado. Su mirada todas las mañanas... su mirada me decía que sí, que podía intentarlo. Y ahora... ¡Había otro!
Foto, manipulación y texto: Edurne

domingo, 20 de mayo de 2007

EL ÁRBOL PERDIDO



Dicen:

"Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija".

Digo:

Este árbol no tiene sombra, pero cobija; no por fuera, y sí por dentro.

Parece que estuviera ahí, perdido en medio de la nada. ¡Nada, de eso, nada! Que nubes y congéneres lo acompañan.

Alza sus brazos suplicantes... no, más bien acogedores.

Y su interior está lleno de vida. Pájaros locos y traviesas ardillas lo pueblan y animan, asoman sus cabecitas entre pequeñas ventanitas...

Pancita rechoncha que da calor, que da color a tan árida pradera. Bosque lejano que le reclama, y él... ¡de buen samaritano!

El árbol perdido y errante, siempre con buen talante, ¡vaya un tunante!

Seguro que todos tenemos alguien así, como este árbol, en nuestras vidas.

Alguien que acoge, que recoge... Alguien que no está ni aquí ni allí, pero que está allá donde haga menester.

Dicen, digo, me digan...

Pintura: Antonio

sábado, 19 de mayo de 2007

PERO TAMBIÉN...


Y también sucede. Sucede que de pronto, la bruma se esfuma, los vapores que enturbiaban tu razón, desaparecen... también ocurre.
Y entonces, la orilla aparece despejada a tu vista, a tu entendimiento... que recobra su aplomo, su gracia y apostura.
Te has sacudido el muermo de encima, la rabia, el miedo, la pena...
Sucede que lloras, que chillas, ¡que te rasgas hasta las vestiduras! Y entonces, cesa la lluvia, rompe el sol la densa cortina, y una suave brisa acaricia tu cara, besa tu mejilla...
Suele ocurrir.
¡Que me digan si no sucede también que tras la tempestad, llega la calma!
Todo depende del cristal con que se mire...
¡Que venga alguien y me lo diga!


Foto: Antonio Manipulación: Edurne

DIEZ SEGUNDOS (interludio)


Han pasado muchos años, demasiados, pero aún puedo oírla, aún puedo olerla, verla y sentirla. Aquellos diez segundos se convirtieron en la única razón de mi vida.
Al cabo del tiempo, y sin que nadie hablara de ello, ya que yo lo guardaba como el más preciado de mis tesoros, mi pasión prohibida... todo el mundo miraba el reloj, aquel de la Coca-Cola que estaba encima de la pecera que servía de oficina a Felipe, mi jefe. Todo el mundo sabía, todo el mundo miraba, mi cara y la suya. Era un secreto compartido, y cuando pasaban los diez segundos, de nuevo se ocultaba hasta el próximo día.
Costó medio año o tal vez más, que ella girara su cabeza hacia dentro como en distraída concesión, y que me mirase con esa cara de "yo también espero este momento, yo también muero, yo también vivo".
Mis veinte años me salían por todos los poros de la piel, pero no podía mostrarlos ante ella, una señorita tan fina, tan decente, ¡tan bonita!
Supe que vivía con su madre viuda dos calles más atrás de donde estaba el taller de Felipe, mi jefe. Supe que el padre había sido contable en una empresa de seguros, una muy nombrada y que ahora no recuerdo... No sé cómo lo supe, pero con toda esa información fui elaborando su historia. Una historia en la que yo era parte importante.
Cuando daban las siete y salía de trabajar, merodeaba el bufete de los abogados, "Arrieta, Gaztelu y González, abogados", así ponía en la placa dorada del portal. Allí era donde olía a violetas...
Y allí me quedaba yo. Miraba las ventanas del edificio, todas, bueno, me centré en las del principal, tratando de adivinar cuál sería la suya; hasta que me decidí por una, la que estaba más a la izquierda; no porque lo supiera, sino porque así lo deseaba.
Y muchas tardes me iba espantado de mi propia osadía, y otras muchas, me quedaba. A veces la veía. salía con una compañera, una mujer bajita algo mayor que ella; se quedaban hablando un rato cerca del gran portal. Y mientras se desarrollaba la animada charla, yo la enmarcaba entre la sobriedad de aquella vetusta puerta.
La miraba y la veía reír, podía oír su risa cantarina; la veía mover aquellas manos como ágiles palomas batiendo el cielo con su vuelo. La veía agitar el cabello con indolente despreocupación, un cabello negro como el carbón de las minas de mi pueblo. Y también la veía fruncir el ceño...
Cuando se despedía de su amiga lo hacía afectuosamente y luego giraba sobre ella misma para tomar rumbo a la calle de la Peletería. Entonces me escondía. Me escondía dentro de mí y mi vulgaridad. Me odiaba, en esos momentos me odiaba por ser yo, por ser así, por tener lo que tenía: miseria e incultura, por no tener lo que ella tenía: clase, cultura, belleza... y por no ser el hombre que ella necesitaba.
Foto, manipulación y texto: Edurne

DONDE LAS EMOCIONES


Donde rompen las emociones... con fuerza, con rabia.
Donde se estrellan tus segundos más intensos, los que rompen tu aliento y visten de rojo, de negro...
Espuma que ilumina la orilla de tu vida, suspiros que amainan la furia. Suspiros que lanzan fuera toda tu ira.
Así, respira, respira... Acoge entre tus manos la lluvia que se avecina, así...
Sacudida la vida, esparcida la nada que se agazapa en los pasillos de tus pupilas, ahí, susurrando la pena, arrojando fuego en la roca en medio del mar perdida...
Donde rompen las emociones... renace la ilusión en ti misma.
Donde sopla el mágico viento del Norte, cargado de suaves jirones de paz inusitada.
Donde rompen las emociones... con fuerza, con rabia.
Foto: Antonio Manipulación y texto: Edurne

miércoles, 16 de mayo de 2007

DIEZ SEGUNDOS (preludio)


Todas las mañanas la veía pasar delante del taller. Siempre a la misma hora, siempre a las nueve menos veinte. Yo llevaba más de media hora de sucio trabajo encima, y esperaba, sin yo mismo saberlo, con ansiedad, a que ella pasara.
Primero era el suave y acompasado taconeo, luego ese perfume a violetas que se adelantaba a su presencia, y por último, toda ella. Ella que borraba el mundo a su alrededor, ella que era capaz de parar el tiempo y mi corazón, ella, que apenas en diez segundos se adueñaba de mí, y ni siquiera se enteraba.
Llevaba sufriendo así, más de cuatro largos meses. Cuatro meses desde aquella mañana en que ella pasara cuando yo levantaba la cabeza, me limpiaba la cara de la grasa después de haber estado peleando en aquel viejo SIMCA y su motor de gasoil. Estaba desesperado, furioso, pero... su visión fue el bálsamo que calmó mi enfado.
Iba despacio, parecía que buscaba algo en su bolso; forcejeando con él, cayeron al suelo unas cuantas cosas que llevaba en su blanca mano. No tuve que pensar, allí estaba, a sus pies, ayudando a recoger todo ese tesoro disperso. Su olor a violetas me emborrachaba, sus finos tobillos, sus esbeltas piernas, y aquellos delicados zapatos de princesa...
Por un momento sus ojos, sus grandes ojos color miel, dulces como ella, se cruzaron con los míos. Me avergoncé de mí, de mi aspecto, de mi suciedad, de mi torpeza... Un esbozo de sonrisa y un tímido "gracias" salieron de su boca. Y al levantarse, con un gesto rápido y preciso de su mano derecha, alisó y estiró la falda para, acto seguido reanudar su rítmica marcha. Cuatro segundos más y desapareció de mi vista, dio la vuelta a la esquina y se perdió entre las cajas de fruta de la tienda de Manolo.
El SIMCA me esperaba con las tripas al aire, y mientras, mi corazón rugía. La sangre se me agolpaba en las venas y era como si me faltara el aire. Tuve que darme una fuerte sacudida. Aquello había sido como una descarga eléctrica, como si un rayo me hubiera traspasado de arriba abajo. Desde entonces, siempre a la misma hora, siempre a las nueve menos veinte... ella pasaba. Mi corazón latía cada vez con más fuerza desde diez minutos antes, y justo a menos veinte, se paraba. Las violetas, ¡y yo revivía!
Foto y texto: Edurne

jueves, 10 de mayo de 2007

TIEMPOS PRETÉRITOS


Dicen... dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Ya no sé qué pensar, y es que si miro esta retrospectiva psicodélica y años sesenta total, lo que veo es una Edurne que todavía guardo bien guardada dentro de mí.
¡Lo que veo es una infancia tan distinta a la de hoy en día!
Si miro a los niños y niñas que cada mañana aparecen ante mí: algunos retadores y agresivos, otros cansados de no se sabe qué, otros, casi como la Edurne de la foto, otros explorando galaxias subidos en no se sabe qué nave espacial y otros con miedo en la mirada... pues me llevo las manos a la cabeza y no puedo evitar pensar que qué es lo que hemos hecho, qué es lo que estamos haciendo como sociedad...
Algo se nos está escapando de las manos, y creo que el pegamento, las cuerdas que utilizamos para agarrarlo, no es lo más adecuado.
Un toque de tristeza asoma en mi mirada de maestra ciruela.
Quién me iba a decir a mí.. a mí que con esa carita de inocente, con el catón en las manos, sujeto casi con miedo, y esos ojos que miran con susto... ¡quién me iba a decir a mí que iba a terminar ejerciendo un magisterio peleón! Yo, que lo que quería era ser de todo: monja, misionera en el África tropical y que me la pasaba bautizando negritos, negritas en este caso, que a todas les ponía mi nombre, que quería ser espía, pero como aquéllos de las series de la tele de la época, que quería ser titiritera, saltimbanqui... ¡A mí que creía en la existencia de los Invasores, los que tenían el meñique más tieso que el palo de una estaca...!
Lo que es la vida.
Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Depende. Mi infancia sí que fue Santa. No duró mucho, pero sí que estuvo bien aprovechada. Y cuando miro la foto, todo lo psicodélico de la época, Beeatles, Rolligs. Los Bravos... auuuuuuu, pues sí, que entre Domunds, chinitos y negritos de la Santa Infancia, que me da a mí que los niños y las niñas de entonces, éramos más felices que estos otros de los MP3, las Plays, los móviles con descargas desde la Red y no sé cuántas chanfainas más...
Yo jugaba en la calle: a la goma, a la cuerda, al truquemé, al escondite... Y todavía me acuerdo, y todavía me veo, y todavía sonrío... Y recuerdo los nombres de mis amiguitas, a las que nunca más he vuelto a ver, pero que recuerdo sus nombres y apellidos, su tono de voz... Recuerdo.
Suerte, creo que se llama suerte.
Dicen... en este caso, también digo.


Foto: Fotógrafo escolar años 60 Manipulación: Aitor

domingo, 6 de mayo de 2007

OLAS DE OLVIDO


Sentada en la orilla de mi mar,
observo las olas pasar.
Y vienen a mi recuerdo la espuma,
la brisa y el verde de otro mar...
Corrientes alternas que se cruzan
sin miedo a naufragar.
Corrientes frías,
cálidas,
y un banco de pececillos azules que,
nervioso,
recorre mi territorio hacia el Norte,
baja hasta mi Sur,
ése que limita con tu dominio...
Lejanas sirenas que cantan.
Marinos que se pierden en su canto.
Y yo cierro los ojos para
perderme en tu olvido...
Pintura y texto: Edurne

viernes, 4 de mayo de 2007

LAS HORAS


Sucumben las horas al calor
de las mañanas extensas,
abrumadoramente eternas.
Sucumben cual pequeñas
e ínfimas gotas de lluvia
que al caer dejan un charco
de ilusiones perdidas.
Nadie lo ve,
pero todos lo pisan.
¡Ahí van mis risas,
mis sueños de niña!
Sucumben los Titanes del Olvido
a la fuerza de mi pasión.
Mares embravecidos
rugen desde mis entrañas,
y mis confines se aprestan
para la batalla...
Sucumben, al fin,
los muros de tu miedo,
carcomidos ya por el deseo.
Pintura: Aitor Texto: Edurne

POR TIERRAS MANCHEGAS


Aconteció que, montados en su Galloper, por allá que trotaban Don Quijote y Dulcinea, más contentos que unas pascuas, en busca del Árbol Perdido (y bien hallado)... Por allá, por tierras de La Mancha, camino de Tomelloso, a falta del Toboso.
Nobles tierras, salpicadas de viñas, de paisajes eternos y rasos, de gigantes y molinos (según se mire), de nombres que dan Tembleque ¡y hasta Turleque! Y llegados a este punto recomiendo tener a mano un buen mapa para ponerse en el camino.
Pero, ¡ayyy, héte aquí que todo el aparato eléctrico descargó rayos y centellas, sembrando de espesa bruma y tupida cortina de agua el camino, volviéndose éste, casi hasta tenebroso, vamos, que daba "susto"!
¡Y todo por el Árbol!
Mereció la pena, no crean ustedes, que allí nos esperaba él, todo recatado y formalito, como si supiera que no le íbamos a defraudar, que contra viento y marea... iríamos.
Y Tomelloso se descubrió ante nuestros ojos, como un lugar laaargooooo, y como alguien dijo, polvoriento. Sembrado de banderitas, de animación callejera y de mucha Vírgen de las Viñas.
Rompía el tono natural el estruendo de la Peña Los Modorros, vociferando desde sus altavoces pseudocanciones de otra galaxia.
Lo mejor, la vuelta.
Aconteció que, de noche se hizo y ya de vuelta, Don Alonso Quijano y la buena de Aldonza, toparon por el camino con el amigo Lorenzo, que de retirada estaba... allá que se iba; entre nubes rojizas, de fuego, rosadas, de tierna mirada, y azules rasgados de velo celeste...
Como un túnel sin final cierto, así, boquiabiertos, y con el alma tranquila, llegaron hasta el cabo del libro.
Foto: Antonio

miércoles, 2 de mayo de 2007

EL PINO Y LA LLUVIA



LLueve.

Llueve y el agua empapa las copas de los pinos,

resbala por sus estrechas agujas verdosas

y cae al suelo con un inquietante silencio.

El agua no puede vencer,

y el pino lo sabe.

Se ríe esperando al sol.

Foto y manipulación: Edurne Texto: Antonio