domingo, 16 de octubre de 2016

TODO UN MUNDO



La belleza que encierra lo pequeño 

es todo un mundo de silencios 

que se abre a nuestro corazón.


Foto: Antonio.  Manipulación y texto: Edurne 

jueves, 6 de octubre de 2016

COSAS QUE PASAN, QUE NO PASAN, Y... ¡UN PAR DE PIMIENTOS!


Pasa que la vida me pasa. Me pasa como una apisonadora, por encima y sin contemplaciones; o como un tren de alta velocidad, dejándome en el andén, mirando estupefacta cómo se aleja sin mí, con el billete y la maleta en la mano.

Pasa que nada espera, que las cosas se presentan, muchas veces, sin haber sido llamadas, así, de sopetón, y te trastocan hasta la forma de mirar, la de ver, la de entender…

Pasa que ya está bien, que vale ya. Pasan cosas, muchas, demasiadas, y otras, las que realmente necesitaría que pasaran… ¡no sé dónde demonios se han quedado! Y miren que soy previsora, pero, últimamente me pilla demasiado el toro. Las cornadas duelen, son profundas.

Pasa que las palabras se me agolpan mientras camino, mientras como, mientras miro, mientras lloro o río. Pasa que ahí se me quedan, en la mismísima puerta, sin atreverse a salir, a gritar. Y eso que tengo muchas palabras escritas, una de las formas más fáciles para mí para expresarme, pero algunas están en la categoría de borrador del blog, o en el correo, también en un documento Word en el escritorio de este ordenador, o a medias…

El otro día, una de las personas que conforman mi anillo de afectos más estrecho, y que para mí es muy importante, me dijo, haciendo referencia al estilo literario de un escritor de nombre y estatus de sobra reconocido, que escribía parecido a mí, con frescor, espontaneidad, sin frenos…  Yo no busco halagos fáciles ni nada por el estilo, pero esa breve apreciación supuso para mí mucho, creo que esa persona no es consciente de lo que necesito ser reconocida, apreciada por ella, aunque sea en algo tan nimio.

Mi tempo es el que es: pequeño, triste, recogido, de mirar hacia adentro, con pesares y lágrimas contenidas, buscando a la Edurne que en realidad soy y quiero volver a ser y sentir. Por eso  ahora es cuando me aferro a los cariños, a las miradas y las manos amigas, cuando, pacientemente, voy construyendo el muro de mi defensa, piedra a piedra; cuando necesito del ánimo y el apoyo de todos los que me quieren, de todos aquellos para los que significo o haya significado algo. Estoy blandita, lo sé, muy blandita.



Y sin embargo, me siento como Don Quijote, luchando yo sola contra una legión de gigantes reconvertidos en molinos de viento. Cada mañana me asombro de seguir viva, de seguir teniendo las fuerzas para sostenerme y sostener a las tres personas que más me importan en esta vida.




Antes, en la radio, en el programa de libros “La estación azul”, han puesto una cuña con la voz de José Luis Sampedro, una frase suya: “Hay que escribir porque se siente la necesidad de decir, de contar algo. Por uno mismo, no por otra cosa. Siempre por uno mismo”. En nuestras entrañas se encuentra la verdadera razón para ponernos a escribir. Tiene razón. Yo escribo por y para mí, eso lo tengo muy claro.

Pasa que pienso mucho, tal vez demasiado. Demasiado como para ser mínimamente feliz. Si antes ya era de pensar, ahora soy de mucho más pensar. ¡Qué le vamos a hacer!

Pasa que me enfado conmigo misma casi todos los días. Hay veces en que me acuso de cobarde, de pusilánime, de inmadura, de estar aguantando cosas que no debo… Otras, por el contrario, doy en alabarme y quererme un ratito frente al espejo, mientras hago muecas al lavarme los dientes, o mientras me peino, me quito y me pongo coletas, moños y melenas airadas… Me veo a mí misma por un pequeño agujerito que se me abre entre tanto desconcierto, y me digo que valgo mi peso en oro, ¡no, más, muchísimo más! Que lo mismo sirvo para un roto que para un descosido, y que quien no se haya dado cuenta es que no merece tenerme como nada. Me arengo, me suelto las Filípicas y las Catilinarias. En fin, generala de mi escuálido ejército de emociones desbocadas. Contención, pequeña, prudencia y contención. Esperar. Los momentos tienen todos sus días, sus horas, sus meses y sus años. Calma.


Pasa que me voy acercando a esa sexta década, espero que maravillosa, y que mi concepto de la vida se ha hecho más enorme, más importante, y que el miedo me come por dentro y por fuera. Inevitable. Practico la esgrima y la técnica del escapismo para mantenerlo a raya. No sé hasta qué punto lo consigo…

Pasa que el aire se me queda a mitad de camino, y entonces suspiro, suspiro y suspiro. Incluso bostezo, como haciéndome la loca, por si las despisto, a la ansiedad, a la angustia…

¿Por qué me pasa a mí todo lo que me pasa?

¿Habrá que dejar que todo fluya, como una corriente de agua? ¿Dejar que la vida, con sus luces y sus sombras, sus nubes y sus claros, fluya?




Pasa que me interrogo a cada poco, que me pregunto, que me agobio… Y no, no encuentro las respuestas que necesito. Y callo. Y guardo. Y rumio. Y me indigesto. Y no duermo. Y se me escapan minutos de vida, seguro...




Pasa también que soy mujer —porque soy una mujer, no una niña— alegre, optimista y luchadora, y que sigo en la brecha a pesar de todas las mal dadas que vienen y vengan.

Y también pasa que si mira una a su alrededor, a este mundo en el que sobrevivimos (unos mejor que otros), a esta sociedad que, sinceramente, una ya no sabe ni hacia dónde camina, pues, que te entra una tristeza...

Y como remate, aquí les traigo mis pimientos, ¿se acuerdan ustedes de mis pimientitos? Vean que ya han madurado, que se han vuelto todos encarnados. No han crecido más, pero seguro que han adquirido mucha sabiduría. Pues así pienso prosperar yo, aunque espero que no me arranquen de la mata y me manden, precisamente, ¡”a freír pimientos”!




Fotos (excepto imagen de las Catilinarias, que es de Internet, y las de Edurne divertida, que son, una de la menoria familiar, y otras sacadas por mi compa Estibaliz en junio de este año) y Texto: Edurne