domingo, 30 de junio de 2013

ESPINAS


DURAS ESPINAS

COMO EL ASTA DE UN TORO

HIEREN MI VIDA


Imagen: Internet  Texto: Edurne

sábado, 22 de junio de 2013

¡Y SE FUERON!


Dos cursos bastante tormentosos, y ayer les llegó el turno de despedir la que ha sido su casa desde los 2 años. Diez años en el mismo sitio, marca. Ahora la incertidumbre de cómo les irá, no solo en el Instituto, sino como preludio de la vida que les espera.

Algun@s lloraban amargamente, se me agarraban y no querían marcharse. Otr@s, en cambio, estaban contentos con esos nuevos aires que les soplaban ya en la cara...

C'est la vie! Nosotros seguimos en el mismo sitio, recogiendo cada nuevo curso pequeños corazones con la cabeza cargada de sueños, con inquietudes y muchísima curiosidad.
Treinta y dos son los cursos escolares que cargo sobre mis espaldas, y los que todavía me esperan, porque con estas perspectivas...

En estos años, yo me he ido haciendo mayor, por dentro y por fuera, aunque me sigo viendo en aquel tren que me llevaba a Santurtzi, mi primer destino, con mis 22 recién estrenados, y con ese miedo que me agarrotaba las entrañas. Ha llovido mucho, ha diluviado. Ha pasado de todo. Y sigue pasando. La Santa Infancia, como me gusta llamarla, además haciendo un ejercicio de retroceso a mi propia infancia, cuando recaudábamos dinero para aquella otra Santa Infancia, la de las misiones... Los de mi quinta y un poco más, lo tendrán presente también... La Santa Infancia, retomo el hilo, también ha cambiado, yo vengo observando ese cambio tan radical en estos últimos años, al mismo ritmo que la sociedad. Hay crisis, crisis en todo y de todo. Pero siempre tenemos oasis donde refugiarnos, a los que agarrarnos y seguir pensando que todavía existe la inocencia...

Cada grupo que voy dejando marchar, se lleva una parte muy importante de mi. No solo mis desvelos y preocupaciones por todos y por algunos mucho más en particular; se llevan mis ganas de seguir peleando por esta profesión, se llevan mi rabia, mis decepciones, mis sonrisas, mis buenos y mis malos momentos, se llevan un cachito de Edurne que para cada uno es única e irrepetible, pues lo mismo que yo los he vivido de una forma, ellos y ellas, a mí también.
Para algun@s estaré siempre en su recuerdo, para otros, posiblemente ya haya pasado al olvido...

Ayer se fueron. Siempre hay quien te agasaja de alguna forma, dibujitos, postales  y manualidades hechas por ellos mismo, o algún bizcocho, detalles que te alegran y te sueltan ese manantial interno que ahora llevo sin cerrar...

"¡Edurne, vamos a venir a visitarte, y el 7 de diciembre también, que es tu cumpleaños!" Y ha habido generaciones de ellos que han venido y siguen viniendo.
Y los que me piden la vez para hacer las prácticas de Magisterio conmigo, de esos y esas... ¡a punta pala! Además, alguno de ellos, después de haber sido mis alumnos, y haber hecho también las prácticas conmigo, luego han sido mis compañeros de trabajo. Este año, Iban, el profe de gimnasia, por ejemplo.

Orgullo. A lo que siento yo, se le llama ORGULLO, con letras mayúsculas.
Solo por eso, hay que seguir, como sea, pero seguir. Y aunque me jubile, algún día no se sabe cuándo, no dejaré de ser nunca maestra. ¡Qué palabra tan hermosa!

Que les vaya bien en la vida y que, sobretodo, sean buenas personas, es lo que siempre les digo. Yo ya he cumplido mi cometido con ellos. Ahora, ¡a caminar!



Fotos y manipulación foto grupo: Edurne

sábado, 15 de junio de 2013

DE VEZ EN CUANDO...


De vez en cuando, entre tanto oleaje bravo y remolinos que te arrastran hasta el fondo, de vez en cuando, decía, surgen pequeñas olitas cargadas de espuma blanca y limpia…
Ayer, Eneko me regaló esta galleta-postal. No lo pude evitar, se me escaparon unas lagrimitas, y es que sensible como estoy…


Foto: Edurne

sábado, 8 de junio de 2013

EL ENEMIGO EN CASA


¿Cómo ha ocurrido?

¿Quién dejó la puerta entreabierta para que entrara?

Ya es tarde para cerrarla.

Aquí está, dueño y señor de nuestras vidas.

Amenazando con tirar por los suelos

todos nuestros días,

nuestra efímera alegría…

Caminando de soslayo,

con su paso de cangrejo,

con el rictus de malvado

en su carta de presentación:

“Hola, soy yo,

soy el miedo,

soy el dolor…”



Imagen: Internet  Texto: Edurne

sábado, 1 de junio de 2013

AL OTRO LADO


                                
Ya iban para ocho meses los que llevaba en esta vivienda y que yo recordara siempre había estado en ese lugar. Al principio no reparé en ello, me la habían alquilado semiamueblada y no me planteé deshacerme de ninguna de las cosas que allí había. Claro que no eran de mi gusto totalmente, el estilo era bastante antiguo; de hecho, según me dijeron, la casa llevaba deshabitada muchos años, casi treinta. Se trataba de un cuadro más bien grande, con un marco que le daba un aire bastante clásico, colgado al final del pasillo. Mostraba el retrato de una mujer joven que parecía cobrar vida al sentirse observada. Nunca había sentido curiosidad por esa  pintura hasta entonces. Pero aquella tarde me quedé mirándola detenidamente. Me dio por pensar que detrás del cuadro habría algo, una caja fuerte tal vez. Saber qué se escondía tras ese enigmático retrato me condujo esa tarde a descolgarlo de la pared.

Sin saberlo, me estaba esperando una gran sorpresa: en realidad no se trataba de un simple cuadro sino de la excusa para ocultar una pequeña ventana, clausurada también por su parte externa con una contraventana de madera. Instintivamente me eché hacia atrás. Aquello me resultó muy extraño, ¿por qué condenar una ventana de ese modo? ¿Quién lo habría hecho? ¿Por qué? ¿Por qué? Enseguida imaginé mil razones, casi todas extrañas, absurdas, alguna incluso terrible. Podría ser un tiro de chimenea que ahora estaba inutilizado, una ventana que comunicara dos estancias en otros tiempos; quizá lo que hubiera al otro lado fuera algo prohibido, o alguien se hubiera precipitado desde ella… Eran muchas las preguntas; mayor la intriga que se había apoderado de mí que la inquietud que me invadía y, por eso, me sentí empujado a seguir adelante. Quería saber qué sorpresas me aguardaban.

Me acerqué para poder ver mejor y me preparé para cualquier cosa. Me sobresaltó el crujido de la ventana al abrirla y de la contraventana mientras la forzaba con sumo cuidado. Parecía que llevaran siglos cerradas.

Cuando por fin conseguí mirar a través de ella, me encontré con una especie de patio de luces muy estrecho. No sabía si las ventanas que exponían impúdicamente sus cuerpos desnudos pertenecían a mi edificio o, por el contrario, eran de alguna de las fincas colindantes. Lo que abarcaba mi ojo no era demasiado, pero sí suficiente: seis ventanas, posiblemente nueve si me alzaba un poco más y conseguía ver las del piso de abajo. En ese momento sentí algo extraño. ¿Sería yo el único espectador de aquellas solitarias ventanas? ¿Habría alguien más escudriñando, fascinado como yo por la posibilidad de ver sin ser visto? Me asusté y cerré casi de golpe la contraventana y la ventana. Ya volvería a asomarme en otro momento, pero no entonces. Mientras tanto, restituí la dama del cuadro a su lugar. Ésta me miraba, y hasta hubiera jurado que una sonrisa cruzaba su rostro.

Ya de noche, volví a situarme frente al cuadro, sentía una terrible curiosidad. Me quedé un largo rato mirándolo hasta que decidí intentarlo de nuevo. Sabía que la acción en sí, la de mirar a través de una ventana de mi propia vivienda, no era nada punible ni incorrecto, pero cuando se hacía con un solo interés, el de espiar... no sé, algo en mí me decía que no estaba bien,  que una vez traspasada la primera puerta, no iba a poder quedarme tranquilo, que el mundo que había allí detrás me atraparía. Me sentía culpable por algo que no había hecho, que no sabía en qué podría afectarme, pero estaba allí, dispuesto a asumir todo lo que viniera. Respiré hondo.

Con las luces apagadas y en completa oscuridad, abrí la ventana y la contraventana después. Despacio, muy despacio, procurando no hacer ruido alguno… La noche era clara; para mi fortuna la fachada iluminada no era la mía, por lo que me sentía más protegido. Luces y sombras en una noche de luna tímida. Mis ojos se adaptaban poco a poco a la oscuridad y mi respiración iba retomando su ritmo. Las luces de las ventanas eran como pequeños faros en un mar en calma. Dos, tres… no, cuatro luces de diferente intensidad se encendieron para mí.

La primera, justo a mi izquierda, tenía una luz tenue, cálida… Una pared casi desnuda se enfrentaba a mí. Un pequeño cuadro con una fotografía de boda era su único vestido. Estaba intentando ver más allá de esos personajes vestidos de negro y con sonrisas que intuía forzadas cuando una sombra cruzó fugaz para agacharse y volver a levantarse de lo que supuse que sería una cama. Nada más durante un buen rato. Al poco, las sombras eran dos y esta vez se sentaron; solo podía ver sus perfiles casi pegados uno al otro, tanto que sus respiraciones se podían confundir en una. Un beso los fundió y los cuerpos cayeron en el lecho. Ya no pude ver nada más. Sentí haber violado algo muy íntimo y quedé bastante afectado por ello. Cerré rápidamente la ventana.

La excitación no me dejó dormir, durante todo el día siguiente solo una idea me atormentaba: volver a asomarme. Me avergonzaban mis pensamientos, pero la incertidumbre y la curiosidad me dominaban. ¿A quiénes había visto? ¿Quiénes eran? Era un miserable, lo sabía, pero… ¿Serían amantes? La emoción de volver a sorprenderlos, de observar, me empujó a intentarlo otra vez. No cené, recuerdo que un nudo cerraba mi garganta, mi estómago, y… lo volví a hacer.

Lo hice muy despacio. La misma ventana del otro día estaba iluminada de igual modo, la vieja fotografía en la pared seguía sonriendo sin ganas… De nuevo dos figuras aparecieron ante mí. Esta vez se quedaron de pie cogidas de las manos con sus cabezas muy cerca una de la otra. Se besaron durante mucho rato, despacio, acariciándose. Era difícil distinguirlas, apenas eran una sombra. Unos minutos largos, lentos… Después, una de ellas, al inclinar la cabeza hacia atrás también la giró hacia la ventana y, entonces, mientras una besaba el cuello de la otra, su rostro, un rostro de mujer se volvió hacia mí… Pude ver su cara transfigurada por el placer y el pánico me paralizó, no podía creerlo, pero sí, ¡sus ojos me miraban y me sonreían!

Me quedé petrificado, no podía apartar mis ojos de los suyos. Intenté desviar la vista. Imposible. Pero no, esos ojos me tenían atrapado. No, no quería seguir mirando. Cerré bruscamente la ventana, coloqué el cuadro y condené yo mismo aquella visión. Quedó ante mí la imagen del cuadro. ¡No podía ser, no! Esa mujer tenía sus mismos ojos… ¡Estaba sugestionado, solo era eso! Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

A pesar del miedo, la noche siguiente allí estaba yo desde muchas horas antes, esperando, esperando… La esperé toda la tarde, y la noche, pero ella no vino. Nadie. Silencio. Oscuridad. Y mi corazón desbocado que inundaba con la fuerza de sus latidos el silencio de la noche. Ya en la cama, no podía dormir. Hasta que, por fin, ella apareció. Aquella mujer se adueñó de mis sueños ofreciéndome su boca, su cuello… y llamándome con sus ojos. Nadie, ella no era nadie, yo no era nadie. Todo era un sueño. Pero era verdad, yo la había visto, ella me había buscado con su mirada.

Pasé dos, tres noches sin atreverme a abrir la maldita ventana, pero la tentación era más fuerte que yo y volví. La noche de mi regreso vi más claro su guiño, su mirada dedicada a mí, solamente a mí. Se dejaba acariciar, se dejaba besar, pero era en mí en quien se perdían sus ojos. No tenía ninguna duda.

Completamente entregado, dejé atrás el miedo y volvía a deslizarme en sus noches, una tras otra... Y ella estaba allí para mí, cada vez más insinuante, más atrevida... Sus ojos me llamaban, me reclamaban sus manos. Los besos con que respondía a su amante eran besos robados, eran mis besos, solo míos. Ahora estaba seguro de que era la mujer del cuadro y que me había estado esperando todo ese tiempo. No importaba que otro la besara, que otro la tuviera porque  ella se entregaba solamente a mí…

Desde aquel día, todas las noches estábamos allí, ella y yo. Poco a poco mi vida fue reduciéndose a esas noches compartidas. Lo demás carecía de importancia, todo se había disipado. La mujer del cuadro tomaba forma en aquella ventana y cobraba vida solamente para mí. Quería saber, necesitaba saber…

Desde entonces solo he vivido para ella, para saber quién vivía aquí antes que yo, y quién es ella. Me han dicho que el inquilino que me precedió había fallecido en extrañas circunstancias tras haber sucumbido a una especie de locura y un largo encierro. También me han dicho que en la casa de enfrente no vive nadie desde hace treinta años. Pero me han engañado, sé que me han mentido, que no es cierto, yo lo sé, los veo, la veo cada noche, sé que me está esperando… ¡No puede ser que allí no viva nadie! No me importa lo que digan. Solo me importa ella. Ella y yo.

 Y aquí estoy, esperando, esperando tras la ventana, esperando que llegue la noche, que la oscuridad nos envuelva y nos una, esperando su mirada, esperando sus besos…

¡Por fin! ¡Por fin la luz que me permite verla…! Mi deseo me acerca más y más a ella. No importa que él la abrace, que él la acaricie, que él la bese… Es a mí a quien ama, su cara se vuelve hacia mí, sus ojos me miran, sus manos me tocan, me sonríe y… ¡Sus labios me llaman, no puede ser, sus labios están pronunciando mi nombre! ¡Sí, despacio, muy despacio y en silencio, de su boca nace mi nombre y va esculpiendo todas y cada una de sus letras!

¿Y esa luz? ¿Qué es eso? La fotografía, ahora puedo verla bien. ¡No! Es imposible, ese hombre… ¡Ese hombre es igual que yo!  ¡Soy yo! ¿Y este grito que se ahoga en  mi garganta? ¿Y este tacto frío que inunda mi ser? ¿Y este susurro, este aliento en mi nuca…?

Imagen: Internet Texto: Edurne (Esta entrada saldrá programada)