miércoles, 27 de febrero de 2008

LA LEY DEL MÁS FUERTE


Dicen que el pez grande se come al chico.
Dicen que en esta vida impera la ley de la selva: la ley del más fuerte...
Dicen.

Y suele suceder que esa ley se cumple en muchas ocasiones, demasiadas. No sé si hay que comer muchas espinacas para asestarle un buen gancho de izquierda al contrario, no lo sé... Pero lo que sí sé es que las agresiones de todo tipo están a la orden del día.

Y no me voy a referir a las peleas típicas, a las reyertas de taberna, a las peleas entre bandas, a los ajustes de cuentas entre delincuentes, a la llamada violencia "de género" (que tiene tema para ser tratado aparte), ni siquiera me voy a referir en esta ocasión a las peleas escolares... Y cómo no, a las peleas en mayúscula, ¡a las guerras!

Dicen que la violencia verbal, la gestual, la actitudinal, también es violencia, también es agresión hacia el otro o los otros... Y en estos días en que están/estamos de "campaña", esa agresividad es bien patente. Nadie escatima el insulto, la puñalada, el reproche... como niños de parvulario.

La verdad, me aburren. Estos políticos de factura moderna, me aburren soberanamente. Son mediocres, no tienen chispa ni carisma, no tienen eso que todo buen político ha de tener: garra. No hay líderes natos ni decentes. ¡Así nos va, claro!

Y con tanta torta repartida a diestro y siniestro, los que cobramos (y no en plata precisamente), somos nosotros, los pobres ciudadanos de a pie, los paganos en todos los casos. Mientras escribo estas letras oigo en la tele a uno de estos políticos que nos siguen prometiendo el oro y el moro... y todo por nuestro voto, lo quieren como sea, al precio que sea, para después del día 9 de marzo, olvidarse completamente de sus falsas promesas.

No me digan que no es como para pensárselo bien dos veces... porque lo que nos ofrecen... a mí, personalmente, no me ofrece demasiadas garantías.

¡A reflexionar se ha dicho!

Postal: Pintura de Roy Lichtenstein comprada en el Reina Sofía

domingo, 24 de febrero de 2008

EPISTOLA - AE



Querida:
Sé que no vas a leer estas cartas desesperadas que te escribo desde la oscuridad de mis recuerdos, pero aún así, las escribo.
El gato se murió. Sí, ya sé que pensarás que no es momento para hablar del gato, pero es que el pobre Chispitas murió de pena, de la pena de tu marcha, y de que yo fui incapaz de ocuparme de él, demasiado preocupado en lamerme mis propias heridas.
El mismo día en que te fuiste se estropeó la lavadora y perdí mi empleo. Desde entonces no me he quitado el pijama y mi vida carece de sentido.
Chispitas se ha muerto, y yo estoy a punto de hacerlo, de pena, de hambre, de suciedad, de amor, de aburrimiento…
Imagino que tú estarás sonriente, feliz con tu nueva vida; no sé ni dónde ni con quién, pero sí, seguro que sonríes con esos dientes tan blancos, juntos, grandes, bellísimos…
Y yo aquí, ¡que hasta se me ha roto un canino al intentar hincárselo a un trozo de pan más duro que una piedra!
A veces me entretengo en pensar. Fantaseo contigo, con que vuelves y me rescatas de esta cueva en que se ha convertido la casa…
Ya no tengo ganas de seguir escribiendo, sólo tengo ganas de llorar.

Querida:
Hoy retomo mi relato, el relato de mi triste existencia sin ti. Segunda de estas cartas fantasmas. Ya ni recuerdo cuándo escribí por última vez. Sólo recuerdo que tenía ganas de llorar. Últimamente lloro mucho, creo que todo lo hago llorando. Bueno, en realidad no es que haga nada, solamente lloro…
¡Y recuerdo!
Me ha dado por pensar en tu pelo, en lo sedoso que es, que era… En cómo me gustaba acariciarlo y meter mis dedos entre tu larga melena. Y tú te reías… Entonces, entonces yo te besaba. Ahora ni siquiera tengo a Chispitas para acariciar su lomo.
Y mi pelo… mi pelo está tan sucio y descuidado que ha decidido ir muriendo cada día un poco. Las persianas están bajadas, así no puedo ver la calle, ni cómo es la vida ahí afuera, ni si llueve o hace sol, frío… Total, nada me interesa. Seguro que te reirías si me vieras, sí, debo de estar patético, ¡soy patético! Hasta yo me doy pena… ¿Lo ves? ¡Otra vez tengo ganas de llorar!


Querida:
Hoy sí que me acuerdo. Fue ayer, ayer escribí la última carta. Y te preguntarás que cómo lo sé. Muy fácil. Encontré una cebolla en la despensa, y a falta de otra cosa que llevarme a la boca, decidí que si tenía que llorar, lloraría por una causa y además… ¡comería! Aún me huele el aliento, y las manos… ¡por eso lo sé!
Los vecinos deben estar preocupados, oigo cómo se plantan ante mi puerta y escuchan, cómo llaman insistentemente, con los nudillos, a golpes, con el dedo pegado al timbre… A veces me dejan en paz unos cuantos días, pero luego vuelven a la carga. Yo no les hago caso.
¿Y el teléfono? Sí, claro, el teléfono no dejaba de sonar hasta que decidí arrancar la conexión, Chispitas se ponía muy nervioso…
Me pica todo el cuerpo, he descubierto que me han salido unas manchas rojas que me producen un picor insistente. Me da igual, más me pica tu ausencia, más molesto es tu silencio…
Ya… otra vez, otra vez te tengo que dejar, no me gusta que me veas llorar…

Querida:
Hace algún tiempo que se ha instalado en mi cabeza la idea de que te fuiste por culpa de mi carácter. Sí, creo que mi carácter se ha ido amargando en los últimos años, que mi desidia ha podido con tu paciencia. Lo reconozco. Y tal vez por eso ahora esté en esta triste situación, de la que, por otra parte, no me interesa salir. No creas que lo hago para llamar tu atención, no. Sé que no vas a dar marcha atrás en tu decisión. Sé que me mandaste demasiados mensajes que yo desoí, que tuviste más paciencia que el Santo Job, que mis cambios de humor, mis gestos indiferentes ante tus pequeños logros y esfuerzos te hicieron mucho daño…
Pero todo eso lo sé ahora, ahora que me veo privado de tu presencia, de tu voz, de tu olor… Nunca te dije lo que realmente significabas para mí, es cierto, pero pensé que lo sabías, que por eso estábamos juntos.
Y luego está lo de los hijos. No te creas que no le he dado vueltas al asunto. Sé que nunca quise tenerlos, sé que mi negativa te decepcionó por un largo tiempo, pero también pensé que lo habías superado y que vivías feliz sin esa preocupación, sin esa responsabilidad…
Ahora me doy cuenta de que no, de que no era así, y de que te he privado de algo muy importante para ti. Tal vez sea tarde, pero quisiera pedirte perdón.
Tengo que expiar mi culpa y esta es la única forma que se me ocurre. Seguro que más de uno pensará que es un chantaje emocional, me da igual lo que piensen los demás, la única persona que me importa eres tú, y no te vas a enterar de mi “castigo”…
Releo esta carta, y me doy cuenta de que es la más lúcida de todas las que te he escrito hasta ahora. Y de pronto me invade el pensamiento de que tal vez algún día pudieras leer todo esto. Quién sabe, la vida es una auténtica sorpresa, a cada vuelta de la esquina, nos espera algo desconocido…
Te pienso, te veo, te toco… es así a todas horas, y ya he decidido dejar de hablarte como si me fueras a contestar desde la cocina o la habitación, yo preguntando algo y tú contestándome con las palabras precisas…
Tú la fuerte, yo el débil.
Sé que esta situación es una auténtica tortura pero, querida, la vida ya no tiene sentido para mí, no si tú no estás en ella, en la mía, en mi vida. Por eso me he encerrado aquí, y cuando todo se acabe, yo también habré terminado.
Hasta aquí he sido fuerte, he aguantado tu recuerdo y mi confesión, pero ahora, ahora ya no puedo más, las lágrimas acuden a mis ojos enrojecidos de tanto llanto…

Querida:
Se me caen los pantalones del pijama. Me los he quitado, ya no me sirven para nada. Mis piernas apenas me aguantan, están realmente flacas, acabo de darme cuenta.
Ya no sé cuánto tiempo llevo así, como si fuera un muerto viviente. Ya no recuerdo por qué te fuiste, sólo que una mañana, al despertarme, no te encontré a mi lado, ya no estabas… Y desde entonces todo mi mundo se ha ido derrumbando dejándome a mí enterrado entre sus ruinas, sin saber, ni querer, ni poder salir de ellas. Ya no.
Creo que la luz se va a morir también, así que no sé cuántas cartas más podré escribirte.
Sólo me quedan siete galletas María Fontaneda y dos caramelos toffes de Solano. El agua del grifo sabe mal y mi lengua ha engordado, está blanca y gorda. No hablo con nadie, sólo contigo, pero no me contestas…
Si me dijeras que vas a venir, aunque sea de visita, limpiaría la casa, me lavaría y me pondría una camiseta, unos vaqueros... aunque seguramente me encontrarías muy cambiado. Yo tampoco me reconozco cuando me miro al espejo, por eso no me miro, yo no hablo con desconocidos.
A veces me tumbo en la cama y me envuelvo con tus ropas, entonces me quedo dormido… Y cuando despierto no sé cuánto tiempo ha pasado, ni me importa, sólo sé que vuelvo de estar contigo, y hasta huelo tu perfume, hasta puedo tocarte, y entonces lloro…

Querida:
Tal vez sea la última carta que escriba. No hay luz y escribo aprovechando la que entra por las rendijas de la persiana de la cocina.
Esto está hecho un asco y el grifo gotea, su tintineo me pone nervioso. Desde hace unos días noto que me tiembla el pulso, bueno, en realidad todo yo tiemblo. Sólo tengo agua, pero me sienta mal, así que procuro no beber.
Mis vecinos han dejado de darme la lata. ¡Menos mal que al final no vas a venir, no tengo nada que ofrecerte!
Todavía recuerdo cuando hacíamos cenas en casa, con los amigos. Cenas que siempre eran un éxito garantizado; no me extraña, ¡cocinabas como los ángeles! Hace tiempo que he dejado de sentir hambre, mis tripas ya no me reclaman.
Si vieras mi cara, mis manos, mi cuerpo… estoy en una pura llaga, pero ya da igual. Sé que no vendrás, que ya no volverás. ¡Todo da igual!
Llamo a Chispitas, pero tampoco viene, y no sé si se ha muerto o también se ha ido, como tú. Y tú… ¿te has muerto, o te has ido?
Yo creo que me voy a morir, que también me voy a ir… Esta casa ya no me gusta, hace frío, no veo nada y sólo tengo ganas de llorar…

Pintura: Antonio Texto: Edurne






jueves, 21 de febrero de 2008

EN LOS CONFINES


Sumerjo los confines de mis sueños
en la cámara oscura
de mi otra vida,
y veo pasar ante mí anhelos
deshechos,
y oigo voces que, desgarradas
muestran sus heridas de sangre plateada.

Olvido recuerdos de incierta amargura
y acuno nuevas promesas
en mi regazo callado,
y canto nanas mudas de llanto,
mudas de ausencia y frío.

Reclamo agua para mi boca dormida,
pan para mi corazón desolado,
y vienen a mí horas y días
llenos de sol y de vida,
y traen cantos de luz y risa
que tímidos, a mi lado caminan…

Foto y Texto: Edurne

lunes, 18 de febrero de 2008

VIVIR ADREDE


Hoy voy a echar mano del maestro Benedetti.
Y voy a echar mano de él, para reflexionar un poco sobre el hecho de vivir, vivir adrede...
Este libro acaba de salir a la palestra, y es otra joyita de Don Mario. Y quien sea entusiasta del maestro, como yo, me entenderá.
Voy a dejarles a ustedes un par de pasajes, para leer, para degustar, para pensar, para interiorizar, para comentar...
¡Buen provecho!
1.- COLOR DEL MUNDO
Millones y millones. En todas las monedas. Eso es lo que nos cuesta averiguar si hay seres vivientes (Adanes y Evas, serpientes o gorilas, árboles o praderas) en planetas de roca o quién sabe de qué, en tanto que en este planetito con vida miles de niños mueren de hambre civilizada.
Los sentimientos se deslizan, a veces se refugian en guaridas de amor, pero cuando emergen al aire preso o libre, dan el color del mundo, no del universo inalcanzable sino del mundo chico, el contorno privado en que nos revolvemos. Gracias a ellos, a los sentimientos, tomamos conciencia de que no somos otros, sino nosotros mismos. Los sentimientos nos otorgan nombre, y con ese nombre somos lo que somos.
2.- EL MIEDO
No se juega con el miedo porque el miedo puede ser un arma de defensa propia, una forma inocente o culpable de coraje. El miedo nos abre los ojos y nos cierra los puños y nos mete en el riesgo desaprensivamente. Andamos por el mundo con el miedo a cuestas como si fuera un pudor obligatorio o en su defecto una variante del fracaso. Tal vez sea el mandamiento o quizás el mandamiento de alguna desconocida ley, de un dios cualquiera. Por las dudas, una buena fórmula contra el miedo puede ser la que dejó escrita el bueno de Pessoa: "Espera lo mejor y prepárate para lo peor".
Textos: Mario Benedetti

jueves, 14 de febrero de 2008

CAMPOS PEREGRINOS



Aromas.
Aromas de tórrido verano
cercan los suspiros de mi mañana
dormida…
Olores a espliego y lavanda
que despiertan mi sangre,
presta para el camino,
incierto…
Pían los pájaros entre las ramas de
árboles de dorado sueño
y verdes hojas de ingenuo
pensamiento…
Al alba de mis días,
a la anochecida de mis temores,
acuden campanillas y lejanos
ecos…
Ecos de otras geografías
en escala de una a mil alegrías.
Aromas de recuerdos.
Deseos de infancia en algún baúl
olvidados…
Batir de alas en el refugio
del tiempo perdido.
Dulce abandono al alma
ausente...


Foto y Texto: Edurne

martes, 12 de febrero de 2008

LAS CAMPANAS



En la lejanía, Roque parece oír el sonido de unas campanas.
Es una tarde gris de otoño y la bruma lo envuelve todo con su espeso manto. El viento trae y lleva la hojarasca, huérfana ya de las ramas que lucía con soberbio verdor hasta no hace mucho. La noche se acerca. Parece eterna la oscuridad. Como el alma de la urbe, el viento viene y va. Pasajeros de la nada. Árboles difuminados.
Roque espera, escucha. Los pasos de sus recuerdos se van acercando cada vez más y más. Son tan nítidos que tiene que volverse para comprobar que no se encuentran tras él, soplando como un viento helado.
Apenas se oyen las campanas.
Todo sucede en las horas de lo oscuro, en el umbral de la verdad, en el terreno del sueño, en lo incierto de la vida. Él sabe de su miedo. Lo esconde entre el forro de su mirada. Los pasos le buscan, le encuentran. ¿Y esos recuerdos? No los reconoce. Ese niño parece ser él, pero no, él no era un niño alegre, no recuerda color en su infancia...
Vuelve el sonido de las campanas. Insisten.
Hay prisa, inquietud en esa llamada. Seguro que quieren algo, que le llaman y se está retrasando. Y la hojarasca danza. Se deja llevar por el viento... Libidinosa, pide más y más, se muestra juguetona, provocadora. Y el viento sopla y sopla...
Desde la niebla surge un joven. Le sonríe. Roque no reconoce esa sonrisa. Se parece a él, podría ser él...
De nuevo las campanas. El eco de su tañido resuena y resuena...
Los recuerdos están inquietos. Le esperan junto a los árboles desfallecidos, aquellos del sendero. Llueve, llueven sus temores. Y, entre la lluvia, un viejo decrépito y enfermo le llama. Lleva su ropa, tiene su mirada... pero él no es un viejo decrépito, no está enfermo. Los pasos se acercan presurosos en busca de su vida, la que quedó enredada entre el ramaje de los árboles... ésos, los desvanecidos.
¡Esas campanas van a volverle loco!
Y los pasos llegan. Y los recuerdos toman posesión de sus dominios. Roque cierra los ojos. Ante él pasa toda una vida, ésa que él no reconoce como suya.
Y las campanas repican, y las campanas le llaman...
Lo ha comprendido. Los recuerdos le reclaman. Se pierde en ellos y emprende el camino. Ahora puede recuperar la calma.
Ya no se oyen las campanas.


Foto y Texto: Edurne

CORRECAMINOS, BEEP, BEEP...

... Que el Coyote te va a comer.
Suele suceder.
Sucede que luego viene el Coyote, y se quiere comer al pobre Correcaminos.
Siempre corriendo, de acá para allá, sube y baja, entra y sal... auuuuu!
Estrés, agobios, prisas, eso es lo que nos espera con esta vida tan ajetreada que nos traemos y nos llevamos.
Me veo, nos veo, sin tiempo para casi nada.
Este Correcaminos me ha recordado a mi hermano Aitor, que siempre anda comiendo como los pavos y sale a toda pastilla para "pescar" el metro y llegar al trabajo a la hora.
Seguro que lo intentamos, que intentamos que el Coyote no nos atrape, y nos destruya con ese montón de artefactos marca Acme...
Pero, ¿cuántos de nosotros lo conseguimos? Escapar... ¡digo!
Beep, beep...
Foto: Antonio

domingo, 10 de febrero de 2008

EGUZKILORE (la flor del sol)


En el principio de los tiempos, la oscuridad reinaba en la Tierra, y los hombres habitaban en las cuevas, temerosos de los genios y espíritus que salían de las entrañas de la tierra en forma de dragones, toros de fuego, caballos voladores...
Cansados, acudieron a Amalur, la madre Tierra, y le rogaron que les ayudara. Ésta, al principio no les hizo caso pues estaba muy ocupada, pero tanto insistieron, que al final les ayudó y creó para ellos a la Luna.
La Luna reinó en el oscuro de la bóveda celeste, y los pobladores de la Tierra, asustados, no se atrevieron a salir de sus cuevas hasta que se acostumbraron a la gran bola blanca y luminosa.
Lo mismo les ocurrió a los genios, pero enseguida volvieron a las andadas.
Y de nuevo tuvieron que acudir los hombres a la madre Tierra. Esta vez creó al Sol, un ser mucho más luminoso y poderoso.
El sol sería el día, y la Luna la noche.
Ocurrió lo mismo, al principio, los humanos se asustaron, pero cuando vieron que el Sol les proporcionaba felicidad y que las plantas crecían fuertes, dejaron de temerlo.
De día, no tenían problemas con los malvados genios, pero por las noches, los hombres vivían atemorizados.
Tanto volvieron a rogar y suplicar a Amalur, que ésta decidió crear a Eguzkilore, una flor tan hermosa como el mismísimo Sol, y que puesta en las puertas de las casas, hacía creer a los espíritus que se trataba del astro rey, espantando de ese modo a lamias, malos espíritus, brujos, rayos, tormentas, genios de la enfermedad...
Y así es hasta nuestros días.

Foto: Aitor

¡PARECE TAN FÁCIL!


Y me digo yo:
Si es tan fácil... ¿por qué todos estos problemas nos agobian, nos traen de cabeza y nos peocupan?
Si nos paramos a leer detenidamente el reclamo, este hombre lo resuelve todo, ¡todo!
Si alguien está interesado, que me lo diga, tengo el teléfono de contacto... ¡jejejeje!

Folleto: Curandero Berete

miércoles, 6 de febrero de 2008

MÁS CORNÁS DA EL HAMBRE


Martín Serrano, “Martinete”, tomó la alternativa en plena feria de San Isidro, un 15 de mayo, día del santo patrón. Había luchado mucho para llegar hasta allí, para estar en esa plaza de Las Ventas y ser introducido en el Parnaso de los toreros, en el templo de la sacrosanta Fiesta Nacional. Y había peleado para que fuera de la mano de su admirado “Pepín de Ronda”, sin lugar a dudas, el maestro de toda una generación de jóvenes matadores como él.

Aquella tarde, jueves, lucía un sol espléndido, orondo y bonachón. El cielo, raso, libre y azul, sonreía desde su púlpito y mandaba su enhorabuena.
“¡Más cornás da el hambre!”. Esa frase era como un catecismo aprendido a fuerza de eso precisamente, del hambre. De donde él venía, conservaba consigo una maleta llena de estrecheces, de fantasmas, de miedos y sobre todo, de hambre, hambre de todo tipo.

Miró al cielo desde la amplia ventana del quinto piso del Hotel Puerta de Toledo. Le pareció que alguien le sonreía desde allá arriba. Serafín le ajustó la torera y de paso, el tiempo.
- ¡Andando, maestro, que ya es la hora!
Y como un padre, lo acogió en su pecho con un fuerte abrazo. Martín suspiró hondo y lanzó una mirada hacia el pequeño altarcito dispuesto sobre la cómoda: velas, imágenes de la Vírgen de la Paloma, de Sta. Bárbara y de ese San José, que como su propio padre fue un hombre resignado a los mandatos de la vida.

Madrid vestía de gala, y en aquel año que corría, 1973, la Fiesta se vivía no sólo como un orgullo, un derroche de virilidad y espíritu nacional, sino también como una huída. Una huída hacia adelante, sin retorno ni posibilidad de marcha atrás.

Martín era un hombre hecho a sí mismo, y que a pesar de sus escasos años, ya había caminado por las oscuras sendas de la desesperanza. Pero aquella tarde, el mundo le sonreía. Todos esperaban lo mejor de él, no les podía defraudar.
Vestía de oro y grana, y con ese cuerpo prodigioso, su imagen reflejada en el espejo de la habitación, era como la réplica del mismísimo Apolo que hubiera bajado del Olimpo de los dioses a mezclarse con los mortales, en una tarde de sangre y arena…

El hall del hotel estaba repleto de periodistas y curiosos. Martín Serrano, “Martinete”, había suscitado gran interés no sólo entre el público y entendidos en la Tauromaquia, sino también en la sociedad en general. El caso “Martinete” era singular: su propia vida, la forma en que llegó al mundo del toro, su originalidad e innovación en el arte de Cúchares, la valentía y arrojo que había demostrado en su corta pero fecunda experiencia como novillero…
Todo eso hizo que despertara la simpatía y admiración de todo el mundo, y que su salto a la categoría de los elegidos hubiera sido tan rápido y sorprendente.
No había un solo rincón en toda la piel de toro donde no se hubiera oído su nombre alguna vez, donde no se hubiera hablado de él. “Martinete” era, representaba, al “héroe nacional”, aglutinaba en él todas las virtudes de una persona “como Dios manda”. Era el hijo que toda madre quisiera tener, el novio que toda chica soñaría como marido, el amigo noble y leal que cualquiera desearía. ¡No, no podía defraudar a todo un país!

Trató de esquivar a toda esa muchedumbre, de escabullirse a sus miradas… y como si fueran un único toro, los fue dejando atrás con todo tipo de suertes:
“de costadillo”, “recortes”, “cordobitas”, “naturales”… Sólo le faltaba entrar a matar… Y para cuando sus pensamientos quisieron volverse negros como el tizón, viscosos y espesos como el petróleo, Serafín ya le había empujado dentro del coche que enfilaba derecho hacia Las Ventas.

La negra montera reposaba sobre sus rodillas, como el pasado que dormía en su interior y que empujaba por salir; la sujetó y miró por la ventanilla. La primavera estaba en su clímax, los árboles lucían su vestido renovado y le saludaban con fresca sonrisa.
Serafín se percató de que algo sucedía y puso su mano sobre la de Martín.
- Tranquilo maestro, que todo va a salir bien.
Veía los pitones de aquellos Miuras que iba a torear embistiéndole sin piedad, una y otra vez… pero no eran los toros, eran sus penas, eran sus miedos, era su conciencia. No quería sentirse así y trató de disimular su arcada, el asco, el vacío en su cabeza, la nube en sus ojos… no quiso. No quiso, y pudo.

Llegaron a la Plaza, y el murmullo, el jolgorio de la calle estalló en su cerebro como una potente bomba. Dejó a un lado sus tribulaciones, con un hondo suspiro volvió su mirada hacia Serafín, y le dedicó una amplia pero triste sonrisa.
Entró en la plaza protegido por los suyos, entre un escudo de capotes y monteras, con los aplausos de la muchedumbre arremolinada en las entradas.

El presidente de la plaza salió a recibirle. Le estrechó la mano, una mano grande, caliente y algo pegajosa; y con un leve empujoncito lo introdujo en la enfermería (qué comienzo, pensó). Allí estaba el cirujano de la plaza, Don Francisco Soto, una auténtica institución. Le dio un abrazo mientras sostenía un flamante Montecristo en su mano izquierda.
- Tranquilo muchacho, no hay de qué preocuparse, si ocurriera algo, estás en buenas manos.
Martín se estremeció, aunque le obsequió con una forzada carcajada.
- ¡Vaya cosas que tiene usted, don Paco!
Rieron.

Y allá, en el fondo, sentado en una silla, estaba José Sánchez, “Pepín de Ronda”, serio, enjuto, con los ojos bajos. Se puso en pie y caminó unos pasos hasta poder enfrentar su mirada con la de Martín, dejando al descubierto una gran cicatriz que cruzaba su mejilla derecha de norte a sur. Martín sintió cómo la emoción le cerraba la garganta y se apoderaba de su voz. El “Maestro” le sujetó por los hombros, esbozó una leve sonrisa y lo abrazó con una mezcla de rabia y desgarro.
- ¡Ánimo, maestro, que hoy saldrá usted a hombros y por la puerta grande!
Las lágrimas quedaron ahí, a punto de romper en diluvio. Fueron juntos a rezar y Don Julián, el capellán de Las Ventas, los bendijo con parabienes y mucha prisa.

Serafín y la cuadrilla estaban esperando en el callejón: El Toto, Juan, Sito y Manuel. Los capotes desplegados, haciendo pases ante toros imaginarios, citando con las banderillas a esos fantasmas que les esperaban en el coso de rubia arena. La música rompió el pesado silencio de sus pensamientos. Los alguaciles en sus caballos, vestidos con las galas propias, y detrás ellos, los protagonistas, el cartel completo: Armando Ríos, “El Rubio”, y sus hombres; José Sánchez, “Pepín de Ronda”, con su cuadrilla, y él, Martín Serrano, “Martinete”, con los suyos, dispuesto para su tarde de gloria.

Miuras. Los que esperaban en los toriles eran, ni más ni menos, que unos bravos y bellos ejemplares de la ganadería de Miura, los mejores, los más bravos, los más peligrosos…
Al son de un pasodoble se abrieron los portones y la comitiva taurina irrumpió en la Plaza, cegada por el potente sol y con la bendición del Santo.

De aquella tarde ya no recuerda más, no quiere recordar más. Ahí termina esa parte de su vida, el punto de partida y el final de la historia. Nadie dijo cómo empezaría, ni cómo sería el final… Todas las conciencias del mundo se levantaron en armas en su interior. Todos los miedos y las mentiras. Y ahí es donde decidió poner punto y final a todo.

Desplegó su capote, obsequió con una “verónica” al público arrebatado que se lo comía con su entusiasmo, echó a volar el rojo reclamo y a la vez, giró con arte sobre sí mismo. Saludó al respetable. Y haciendo un profundo hoyo de rabia encendida en el coso de su vergüenza, con esas manoletinas que estaban destinadas a pisar orgullosas todas las arenas de España y Latinoamérica… salió por uno de los burladeros justo debajo de los tendidos de sol.
Eran las seis y media de la tarde, la tarde de su ignominia. Acababa de deshonrarse y de ofender a todos aquellos que habían creído en él, que le habían apoyado y aupado hasta llegar allí. Pero ya era suficiente, ya había pagado con creces esa ayuda. Ahora había llegado su turno, ahora escupía su asco y su miedo a la Fiesta, lo escupía ahí, en esa arena que le reclamaba bravía.

Habían pasado los años. Su acto, cobarde para unos, valiente para otros, no pasó desapercibido, y no hubo mentidero en el que no se hablara de ello. Sí, habían pasado los años, y Martín Serrano rehizo su vida. Lejos, tuvo que marchar lejos, pero eso no le importó, nada le ataba, su deuda estaba saldada. “Martinete” quedó enterrado para siempre, allí, en el coso de los grandes, cubierto de sudor, de lágrimas, de vítores, de pitadas y sobre todo, de rabia, de mucha rabia.

Martín Serrano levanta los ojos del papel y mira por la ventana de su pequeña casa en Australia, la vista se pierde en el infinito. Pequeños puntos blancos que se mueven con tranquilidad, es el gran rebaño de ovejas de su vecino Fred. Vuelve a lo suyo. Se pone las gafas y sigue con la correspondencia. Esta vez tendrá que viajar a Japón, donde le invitan a dar unas charlas acerca del maltrato que sufren los animales. Martín, se ha convertido en un reputado activista por la causa animal, fundador de varias asociaciones, escritor de artículos, libros…Vive en paz con él mismo y con el mundo. Atrás quedó “Martinete”, que de vez en cuando le sonríe desde la oscuridad del olvido… y le brinda la faena de la tarde: “¡Gracias, maestro!”.
Postal: regalo de Lourdes a Silvia, préstamo de esta última Texto: Edurne

NOCTURNOS


I

Busco luz en la noche del sexo.

Fuera de ley, mi corazón

a saltos va en su inquietud.

¿Por qué un para qué?

Y he de besarla un día con rojo ardiente...

¿Para qué un por qué?

II

¿No sabes el secreto misterioso que entrañas?

¿No sabes de la simiente que, oculta,

germinas con tu llanto, con tu risa?

¿No sabes de la luz del deseo,

de la llama encendida que en ti habita?

¿No sabes?

Foto: Aitor Texto: Edurne

martes, 5 de febrero de 2008

SE NOS CAE


Estaba cenando y escuchando la radio. Entrevistaban a un personaje que había decidido abandonar su vida de consumismo, su trabajo estresante, y ubicarse en una finca rodeada de montañas y tranquilidad, trabajando la tierra y siendo autosuficiente.
El tipo decía que era muchísimo más feliz desde que había abandonado la tiranía de la sociedad consumista, que no echaba nada, pero absolutamente nada, en falta. Le creo.
Y es que si nos ponemos a mirar a nuestro alrededor, seguro que nos percatamos de que las cosas no van, de que el mundo que hemos construído, se nos cae. Así, poco a poco o ya a pasos agigantados, vamos.
Tecnología superavanzada, progreso a la carta. Avances, avances... retrocesos, retrocesos...
Hemos puesto los pilares para nuestro fin, ¡y lo malo es que cada vez está más cerca!
Sólo espero no llegar a ver el apoteósis final.
Y no es que quiera ponerme catastrofista, pero, la verdad, ¿ustedes se han parado a oír, a ver, a leer a fondo todo lo que nos dicen la radio, la televisión, los periódicos?
Todas las mañanas nos desayunamos con algún coche bomba, comemos con un derrumbe, cenamos con una muerte inútil...
Tal vez podamos hacer más de lo que hacemos, tal vez podamos poner sobre la mesa tanta miseria y mirarla de frente, tal vez podamos sentirnos algo responsables... ¡tal vez!
Pero ahora, sacudamos todo lo pesado y mandemos una sonrisa al mundo... Juntemos todas las manos para que no se nos caiga.
Pintura: Antonio

DE LA MORERÍA...




Una de moros y moras. Faltan los cristianos, que se les intuye. Mi correspon-sal en Madrid me manda estas fotos carnavalescas.
En este caso, representantes de las famosas comparsas de "Moros y Cristianos", que tanto auge tienen por todo el Levante español.
Reminiscencias de la época de ocupación musulmana de la Península, ocho siglos, ¡ahí es nada!
Y tantos vestigios, tantas huellas en la cultura, la lengua, las costumbres...
Crisol de razas, seguro que por nuestras venas corre sangre de todo tipo. Mestizaje. Y hoy en día vamos derechos hacia lo mismo, sino no hay más que mirar a nuestro alrededor.
Carnaval que hoy llega a su fin con el entierro de la sardina, y aquí hago una mención a Goya, recuerden...
Cualquier momento es bueno para sacar a relucir nuestra historia, la común. Aunque por aquí, por este Norte montañoso y abrupto, poco se pasearon los de Al-Andalus... ¡guerreros que son unos!
Fotos: Antonio

domingo, 3 de febrero de 2008

DON CARNAL Y DOÑA CUARESMA


Época de Carnes tolendas.
Carnaval, carnaval...
En estos días se nos junta todo: Carnavales, La Candelaria, San Blas, el de que "Por San Blas, la cigüeña verás, y si no la vieres... buen año de nieves", el viento ventoso, la lluvia lluviosa, Santa Águeda (Agate Deuna... ieup!)
¡Ayyyy, que no hay tiempo para tanta celebración!
Pues nada, que aquí tenemos unas deliciosas torrijas, tostadas de carnaval, ricas, riquísimas.
Hay tradiciones que conviene no perderlas... ni de vista, ni de gusto, ni de tacto, ni de olfato.
Una de éstas te devuelve a la infancia, te reconcilia con tu propio cuerpo, que no hay régimen que se resista, ¡que lo digo yo!
Así que aquí les dejo el platito, por si se me animan...
Torrijas: La madre que me parió, con la inestimable ayuda del hacedor de mis días
Foto: Edurne