miércoles, 28 de octubre de 2015

ENTRE TÚ Y YO


Entre tú y yo señorea negra cancela
allá donde antes hubo amor fresco
y del bueno,
la envidia de todos los que mendigan
caricias, besos y “te quieros”.
Encerrada tras las rejas queda la alegría
de saberme de ti tu dueña.
Corridas quedan las cortinas
que ocultan ahora mi vergüenza.
¡Que nadie mire,
que nadie sepa
de mi dolor,
de mi pena…!
                                                              

Foto y Texto: Edurne

domingo, 25 de octubre de 2015

TEMPUS REVOLUTUM



Corren malos tiempos, revueltos…

Y seguimos tratando de esquivarlos, sin mucha suerte, la verdad. Nos dan de frente, de costado y de espalda, que es lo que más duele, cuando no los ves venir y te tumban, cuando te dejan sin capacidad para reaccionar, para pensar la respuesta; o cuando te obligan a esperar a que pase el huracán para poner de nuevo sobre la mesa y boca arriba las cartas que se han caído... ¡Y poder seguir la partida!

Los cielos pasan de nubes a claros, de tormentas a explosiones de sol revitalizante. Así los ánimos, que no saben muy bien a quién escuchar, si al corazón o a la cabeza. Razón y sentimiento. ¡Qué difícil!

Tempus Revolutum.


Foto y Texto: Edurne


jueves, 22 de octubre de 2015

LATROCINIO


Avanza la noche con sigilo,
como ladrona de luces y alegrías
que trata de no ser reconocida.
Llega hasta el umbral de mi vigilia.
Entra sin permiso
y se me agarra justo ahí,
en el mismo centro de la vida.



Foto y Texto: Edurne

domingo, 18 de octubre de 2015

PASOS INVISIBLES



Hay pasos invisibles,
impresos en el carné de  identidad
de tu vida oculta.
Pasos que me confunden,
que vienen y van sin pedir permiso
por la arena blanca de mi orilla.
Pasos que se amparan 
en la oscuridad de la noche
y la ignorancia.
Oigo rumores,
risas,
gemidos y
besos lanzados con prisa,
sin amor ni convencimiento.
Hay pasos invisibles
pero ciertos.
La fuerza de mi amor no los ha borrado,
están ahí,
testigos de tu traición
y mi sufrimiento.



Imagen: Internet. Texto: Edurne

martes, 13 de octubre de 2015

GRITO



Cuando  las manos acarician los contornos del abismo,
los pies se sublevan y
el corazón galopa al máximo y más,
mucho más de lo permitido por la razón
y la decencia.
Entonces miro dentro de la boca de lobo
en que se ha convertido mi día a día,
en el fondo de esa cueva húmeda
de tanto llanto,
en las entrañas de esa gruta oscura
de tanta  duda.
Miro cuando nadie me mira,
cuando todos duermen
en la paz de sus sueños fingidos,
cuando mis temores se vuelven visibles
y se alían con la realidad más oculta.
Abro las cancelas,
descorro cerrojos y
elevo puentes.
Entro al galope,
montada en el blanco corcel de mi verdad
diáfana y argentina.
Y allí, en medio de la inmensa nada,
imploro la ayuda de todo el Universo.
Solo entonces
me busco,
solo entonces
me encuentro,
y,
solo entonces,
grito.



Pintura: “El grito” de Edward Munch, ahora en el Thyssen de Madrid.  Texto: Edurne

miércoles, 7 de octubre de 2015

PARTE DE GUERRA



Nubes y claros en el horizonte
de este alto en el camino.
Amenaza tormenta por el sur,
soplan suaves brisas que vienen
de la mar en calma.

De amanecida,
pequeños ejércitos de garzas reales
sobrevuelan los sueños encerrados
en las catacumbas de este dolor
sordo,
vivo,
que rasga las entrañas del vacío
que me llena,
que me mira con tus mismos ojos,
que me habla con tu voz amada.

La furia de mi corazón herido
empuja por salir al camino.
Aprieto los dientes y
saltan ciegos mis amores,
huyen despavoridas
todas las pasiones.

Suena la sirena.
Se oyen disparos
en medio de la nada.
Es la hora.
Nos batimos
en retirada.


Foto: Aitor. Texto: Edurne


domingo, 4 de octubre de 2015

DIARIOS DE LA TERCERA PLANTA (II)



El teléfono de María, que dormía bajo su pecho, en el sofá, como ella, rompió el silencio de la madrugada con una llamada de auxilio de Miguel.

—¡Sácame de aquí! ¡Estoy prisionero!
—¡Miguel, Miguel! ¿Qué te pasa? Dime… ¡Contesta!
—¡Sácame!  ¡Están haciendo cosas extrañas conmigo, hay una gente muy rara aquí! ¡Quiero salir de aquí, me tienen prisionero, sácame, por favor!

Miguel estaba en la UVI tras sufrir un infarto cuatro días antes. Estaba muy medicado… no podía ser otra cosa que una alteración debida a un desajuste con las medicinas, unido a un episodio de desorientación…

Pero esa llamada se le había clavado en el corazón a María.

—Estate tranquilo, estás conectado a muchos monitores, recuerda que acabas de un sufrir un infarto, no puedes moverte, tranquilízate, te están cuidando…
—Tú no sabes lo que es esto, me tienen encerrado y atado. Sácame, estoy prisionero.
La voz de angustia de Miguel, no dejaba dudas, realmente estaba creyendo lo que decía. María sabía que no pasaba nada extraño, solo su desubicación, pero las alucinaciones eran tan reales, que la angustia de Miguel había conseguido alterar el temple de María.
—Miguel, cariño, escucha, pásame con alguien que esté allí contigo, déjame hablar con alguien…
—¡No, que me quieren hacer algo, yo me voy de aquí! Además han mandado a las fuerzas de seguridad para que no me vaya… ¡Por favor, María, sácame!

Las voces del personal de guardia de la UVI se oían tranquilas pero firmes.

—Por favor,  Miguel, déjenos el teléfono, vamos a hablar con su mujer, no se preocupe. Tiene que tranquilizarse, mañana lo reconsideramos todo, pero ahora déjenos el teléfono…
—¡¡¡No!!! ¿Y usted quién es, qué quiere hacerme?
—Cálmese, soy el doctor Satrústegui, no voy a hacerle nada malo, solo quiero colocarle bien los electrodos y las vías que se está quitando y que hay que mantener conectados a los monitores… Su corazón está sufriendo, cálmese, por favor. Déjenos el teléfono…
—¡Que no, que he dicho que no, déjeme, no me toque!

La comunicación se había cortado. La voz de angustia de Miguel  no dejaba dudas, creía de verdad lo que él narraba, que estaba prisionero, que temía por su vida…
El teléfono volvió a sonar.

—¡Llama a Teo, dile que venga a buscarme, que me voy de aquí!
—¡Miguel, Miguel, escucha…!
—¡Haz lo que te digo, llama a Teo, que venga por mí, llama te digo!
Y de nuevo el silencio.

Era la una y media de la madrugada. La angustia se había instalado en la boca de su estómago también. Teo estaría durmiendo, pero era su única salida. Buscó el número de Teo en los contactos del teléfono. Paseó nerviosa por el salón, arriba, abajo, una, dos, tres veces… Miraba el teléfono, lo dejaba sobre la mesita, volvía a cogerlo… Al final, se atrevió a marcar. Miró el reloj: la 01:34. Dos, tres tonos y la voz de Teo al otro lado.

—¿Qué pasa, María, ha ocurrido algo?
—Teo, perdón, perdón… Sé que es tardísimo, pero, no te habría llamado si no fuera urgente, si no supiera qué hacer…
—Tranquila, tranquila. Dime. ¿Es Miguel, ha pasado algo?
María tragó saliva, respiró hondo, realmente estaba angustiada, y contó como pudo el episodio de las llamadas, la petición de socorro de Miguel, y que quería que fuera Teo a sacarlo de allí…
—Escucha, tú tranquilízate, yo voy para allá. Trataré de que me dejen verlo, de que él me vea y se calme. Y en cuanto hable con algún responsable, yo te llamo, pero hazme el favor de no preocuparte, esto es un desajuste con la medicación y que está desorientado, le ha entrado ansiedad, angustia, miedo… No es él el que actúa así, es él bajo los efectos de tanta química como tiene en el cuerpo. Tranquila, yo salgo para allá ahora mismo, en cinco minutos, justo lo que tardo en vestirme.
—Gracias, Teo, gracias, gracias…

María respiró un poco más tranquila. ¿Por qué habría dejado de conducir hace treinta años, por qué…? Ahora podría haber cogido el coche y salir pitando hacia el hospital. Menos mal que Teo era un buen amigo…

Se sentó en la alfombra y trató de relajarse haciendo unas respiraciones, después localizó los chacras del corazón y del plexo solar  e intentó hacer un poco de Reiki, lo necesitaba, necesitaba reunificar su energía, relajarse…
Eran casi las tres de la madrugada cuando el móvil empezó a vibrar como un moscardón.

—Dime, Teo, dime...
—Bueno, todo ha sido como pensábamos, un desajuste en la medicación y un episodio de desubicación agudo. Se ha puesto bastante alterado y han tenido que atarlo para evitar que se quitara las vías, los electrodos...
—¡Ay, Dios mío, Dios mío...!
—¡Tranquila, mujer, tranquila! Ha sido una ventura poder entrar, no creas...
—¿Y cómo lo has conseguido, porque a esas horas el hospital estará cerrado...?
—Pues muy fácil, me he colado por Urgencias... Allí nadie te dice nada. He cogido el ascensor de la izquierda y le he dado a la tercera planta. Al principio me he despistado un poco, porque esta tarde, como estaba lleno de gente, pues me parecían otros pasillos...
—¿Y...? ¿No te ha visto nadie antes de llegar a la UVI, no te han parado, ni preguntado, ni nada...?
—La verdad es que no. He tenido suerte. Al llegar al pasillo donde está, ya iba oyendo voces, así que me iba preparando...
—¡Ay, Dios mío, Dios mío…!
—Se le oía hablar alto, y muy enfadado. Decía que los iba a denunciar, que lo tenían retenido en contra de su voluntad y que ya había avisado para que lo sacaran de allí.
—¿Y los médicos, las enfermeras?
—Pues se veía que había bastante revuelo, así que una enfermera me vio según estaba llegando al box donde está y salió a toda pastilla a preguntarme que quién era yo, que qué hacía allí… Le conté como pude lo que pasaba y que te había prometido enterarme de lo que pasaba.
—¿Pero te han dejado verlo?
—Sí, sí, tranquila. Lo he visto, me ha visto y me ha reconocido, pero nada más verme me ha dicho que me olvide de sacarlo de allí, que no se puede hacer nada, que le habían dado algo y no podía hablar bien, que la lengua la tenía como gorda, y que además lo habían atado a la cama como si fuera una bestia… Estaba indignado pero algo más calmado.
—Imagino que le habrán dado algo, un calmante…
—¡Sí, claro! El doctor que estaba de guardia, un tal Satrústegui, me ha dicho que estaban esperando a que le hiciese efecto para poder quitarle el teléfono, porque lo tenía agarrado tan fuerte que no podían quitárselo. Decía que era suyo y que nadie iba a quitarle el único medio de comunicarse con el exterior.
—¡Ay, Teo, no veas cómo te agradezco lo que has hecho!
—Anda, mujer, que Miguel es mi amigo, y ya sabes que siempre que me necesitéis, no tenéis más que pedírmelo. Ahora duerme tranquila. A las ocho de la mañana me acercaré otra vez para ver cómo ha pasado la noche, te llamo, y luego ya vas tú al mediodía, ¿te parece?
—Vale, vale, pero vete a descansar algo tú también que vaya nochecita… ¡Y mil gracias, Teo!

Terminaron de hablar y María se quedó como desinflada, mirando la pantalla del móvil que iba poniéndose oscura. Lo dejó sobre el sofá y se levantó despacio. En pie allí, en medio del salón, con la televisión proyectando imágenes mudas y la voz de Miguel, angustiada, flotando en toda la estancia, María rompió a llorar.


Imagen: Internet. Texto: Edurne




jueves, 1 de octubre de 2015

AL ALBA DE NUESTRO AMOR



Estiro los tiempos que me regalaste
al alba de nuestro amor,
al filo de los sentidos que
nacían rasgando toda norma
de prudencia y temor.

Elevo el humo que desprende
esta hoguera aún candente,
avivando las brasas que,
temblorosas, luchan por resurgir
entre escombros y dolor.

Espero a que el milagro se obre
dentro de tu corazón,
a que tu espíritu corra en pos
de la estela que mis pasos
dejaron en tu cielo, marcada sin pudor.



Foto y Texto: Edurne