Pues sí que era mala suerte
eso de nacer tan arrastrada, tanto como a ras de suelo.
¿No había otro cuerpo libre
en el reparto? No, había llegado tarde a la convocatoria y lo único que quedaba
era un stock de lombrices de parque, de esas que salen a reptar después de un
día lluvioso. Pues nada, no podía quedarse así, en el limbo de los que no
llegan a ser ni una cosa ni otra, condenada a vagar por el éter. Tenía que
asumir su nuevo karma.
¡Lombriz, ahora le tocaba
ser una lombriz! No quedaba otra que adaptarse a la nueva situación. En sus
otras vidas ya había sido casi de todo, pero todavía no había alcanzado el
nivel suficiente para optar a un cuerpo humano, el que fuera, un niño, un
adolescente rebelde, un adulto amargado, un viejito tranquilo… Cuando fue tigre
de Bengala tuvo que soportar las burlas de todos sus compañeros por no querer
atacar ni comer a ningún otro animal ni a ningún humano, a él le valía con
comer hierbas y demás vegetales. ¿¡Dónde se había visto un tigre vegetariano!?
Pues él lo era, ¡y a mucha honra!
Estaba convencido de que si
practicaba la empatía con sus semejantes y los que no lo eran, su vida sería
más tranquila, más feliz, y además acumularía puntos para poder escoger un
mejor cuerpo en el que habitar en el reparto de su próxima vida.
Así estaban las cosas: su
último ciclo vital había terminado. Ser una mariposa tropical tampoco estuvo
tan mal, la única pena es que todo se le pasó en un suspiro, no le dio tiempo a
disfrutar de casi nada. Eso sí, las pocas personas que se percataron de su
existencia, admiraron la belleza de su cuerpo, los colores tan vivos de sus
alas, el baile acompasado de su vuelo…
¡En fin! De nada valía quejarse,
ahora en vez de volar le tocaba reptar. El panorama cambiaba radicalmente. Solo
había que procurar que nadie te espachurrara, que no te comieran o que ningún
aficionado a la pesca te viera y te utilizara de cebo para atrapar verdeles,
merluzas o cualquier otro animal con escamas…
¡Y encima le habían hecho
otro regalito, una miopía de tomo y lomo! Menos mal que en el lote venían las
gafas. Se había visto reflejada en un charquito de parque y, vaya, no le
quedaban tan mal, ¡hasta parecía una lombriz intelectual!
Su nueva familia resultó
ser de lo más divertida, ¡la estaban esperando con una pancarta de bienvenida y
todo! Se ve que el sistema de comunicación entre lombrices funcionaba a las mil
maravillas. Ni siquiera le hizo falta explicar de dónde venía, lo sabían todo
de ella. Tenían previsto hasta el último detalle. Su hermana más pequeña le
regaló un libro de historias en las que los protagonistas eran todos animalitos.
¡Fue todo tan fácil!
Por las mañanas salían todos
juntos a recorrer los caminitos del parque en busca de alimento. Mientras tanto,
jugaban y se gastaban bromas, no paraban de reír… ¡Resultaba de lo más guay ser
lombriz! Aprendió a reptar en un santiamén, parecía que lo hubiera hecho toda
la vida. Se estiraba y encogía como un acordeón, no dejaba de alucinar, ¡parecía
que se había subido a una montaña rusa!
Decididamente le gustaba
ser una lombriz. Tenía pensado montar una pequeña escuelita para lombrices
preescolares, para enseñarles a leer, porque ya se sabe, en esta vida, el saber
no ocupa lugar y hay que estar preparado para cualquier situación. Tal vez esa
también podría ser una forma de ir acumulando puntos para el próximo reparto de
vidas…
¡De momento, a disfrutar! Porque
reptar era parecido a patinar: zisszass zisszass…
Imagen: Internet. Texto: Edurne