lunes, 18 de enero de 2016

MÁS BUENA QUE EL PAN (Esbozo sujeto a cambios y reformas)



Trabajar en el turno de noche de la panificadora “Un trozo de pan” era considerado un privilegio para los tiempos que corrían. Tenías asegurado el puesto, te pagaban un plus de 20€ a la semana ¡y encima te llevabas una barra de pan gratis todos los días a casa!

            Así que, a pesar de las alteraciones en el sueño que había empezado a notar, Marta no comentó nada a nadie y siguió con su trabajo, pensando que tal vez algún día ya no notaría nada extraño. Solo tenía que acostumbrarse.

Le debía aquel puesto a la  intersección que hizo Ramón Gayarre, el amigo de su padre, ante don Cosme Gallastegui, su consuegro y gerente de  la fábrica. Haber conseguido un puesto así, sin tener experiencia previa en trabajos semejantes, y sin haber pasado selección alguna… Era para estar calladita como una tumba y no protestar por nada.

            Ya llevaba más de medio año trabajando en el turno de noche. Está claro que ella hubiera preferido el de mañana, o incluso el de la tarde, y estar en las cintas empaquetadoras o en tienda, atendiendo al público, que no se le daba nada mal eso de las relaciones públicas. Pero no, parece que no había más puestos libres que aquel del turno de noche, haciéndose cargo de la dichosa máquina, la amasadora, con un ruido y un movimiento constante, constante, constante… Y con esa luz que la dejaba insomne, con verdaderos problemas para conciliar el sueño.

            Se metía en la cama cuando su hermana salía para ir al instituto y su padre al taller. La madre le tenía preparado un buen desayuno y después de asegurarse de que se metía en la cama, se ponía con sus labores domésticas, procurando hacer el menor ruido posible para no alterar el sueño de Marta, sin saber que ella, Marta, sentada en el borde de la cama y con la luz de la mesilla encendida, repasaba mentalmente el número exacto de vueltas que daba la maldita amasadora hasta que toda aquella mezcla se convertía en una gran y pesada bola, girando sin fin en las paredes frías de la máquina. Una, dos, tres, cuatro, veinte, veintidós, treinta, cuarenta y ocho… Entonces se metía en la cama y, con la luz encendida, se quedaba tumbada boca arriba, con la mirada fija en el techo, blanco, como aquella masa harinosa que la envolvía día y noche… En algún momento impreciso, sus párpados caían, pesados, sobre sus ojos, y la sumían en un sueño entrecortado y plagado de ruidos: un, dos, tres, cuatro…

            Cuando su madre entraba, despacito, para decirle que ya estaba la comida, le apagaba la luz de la mesilla y subía un poco la persiana de la ventana, provocando que Marta cerrase con fuerza los ojos. Le costaba levantarse, y cuando lo hacía, tardaba demasiado en reincorporase a la vida normal.

            Hacía un tiempo que había empezado a encender las luces de cada estancia por la que pasaba. Decía que no veía bien y que necesitaba más luz. Al principio nadie le dio importancia al hecho, eso sí, todos pensaron que la factura de la luz se vería ligeramente incrementada, pero… Conforme pasaba el tiempo, esa “manía” se fue convirtiendo en algo realmente molesto, ya que además de encender las luces, cerraba cortinas y bajaba persianas. ¡Se había acostumbrado a la luz artificial!

            Antes de volver al trabajo le gustaba dar un largo paseo por la ribera del río, justo desde el Puente del Ángel hasta donde las aguas se perdían entre los árboles del Estanquillo. Entonces volvía sobre sus pasos y parecía que la Marta de siempre había vuelto también. Pero solo por poco tiempo, mientras ayudaba a su hermana con los deberes o se preparaba el bocadillo y el termo de Cola Cao para pasar la larga noche. A la mañana siguiente, la luz les devolvía una Marta diferente.

            Así fueron pasando los meses sin que nadie se percatara del verdadero cambio de Marta. Se acostumbraron a las manías de encender luces, correr cortinas y bajar persianas, pero no, no eran conscientes del gran cambio, nadie salvo su hermana Maite, que cuando abría sus cuadernos en clase siempre caían unas migas de pan perdidas.

            La casa siempre estaba cubierta por un leve y sutil manto blanquecino, harinoso, como el polvo que se hace visible al trasluz. La cara de Marta se iba hinchando poco a poco, como la masa de pan cuando crece gracias a la levadura y el reposo. Los ojos, se le iban achicando, la piel se le iba agrietando y tostando, tal y como les ocurre a los panes en el horno.

            Una mañana, cuando llegó a casa después de terminar su turno, no quiso ver a nadie, ni siquiera desayunar. Se fue derecha a su habitación. Nadie se atrevió a preguntar nada. “Estaba rara”. “Era cansancio, agotamiento”. “Es que eso del turno de noche es muy duro”, murmuraban los padres sin atreverse ni a mirarla. Solo Maite dijo que ella sabía lo que pasaba. Los padres la miraron espantados. “Es que se le está poniendo la cara como un pan”, sentenció la hermana.

            Cuando llegó la hora de la comida, la madre, temerosa, solicitó la ayuda del marido y de la hija pequeña para acercarse a la habitación de Marta. Golpeó con los nudillos, una, dos veces… Suave. Y susurró su nombre: “Marta, hija, que ya es la hora de comer, ¿estás despierta, te encuentras bien?”. Nada. Silencio al otro lado. Miraron por la rendija y la luz estaba encendida, como todas las mañanas. Volvieron a insistir, el padre, la madre, Maite… ¡Nada! Comenzaron a asustarse, pero no se atrevían a franquear la puerta. El temor a encontrarse con algo que no pudieran encajar, los retraía.

            Fue Maite la que tomó la iniciativa. Tomando las manos temblorosas de sus padres entre las suyas, respiró hondo, empuñó la manilla de la puerta, abrió y entraron.

            Un olor a pan recién hecho les golpeó nada más entrar y casi salen de nuevo. Subieron las persianas con miedo y, efectivamente, al acercarse a la cama para apagar la lucecita de la mesilla, algo extraño había ocurrido: ocupando el lugar de Marta en el colchón, una hermosa hogaza de pan recién horneada parecía estar esperando a ser alabada por su hermoso aspecto…

 Imagen: Internet. texto: Edurne


11 comentarios:

Edurne dijo...

Sé, sí ya sé que me ha salido un relatillo que recuerda a...
¡Pero les juro que no tenía en la cabeza al pobre Gregorio!
En cualquier caso está sujeto a reformas, así que si lo retoco, ya les haré saber de ello.
Gracias y que tengan ustedes una buena semana.
Besos.
;)

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Convertirse en una hogaza tiene su miga...
Besos.

Myriam dijo...

Pobre Marta!!! :-) habrá que endulzar con mantequilla y mermelada y una buena taza de café...

Besos

PD habrá quien se quiera overtired en chorizo?

No te digo en fiambre, porque éstos, al menos en Argentina, van a la morgue ;-)

Myriam dijo...

No digo overtired sino convertirse. El bobofón este me cambió la palabra.

Edurne dijo...

PEDRO:
¡Y tanto que tiene miga!

Besos.
;)

MYRIAM:
Un buen desayuno sí, pero igual pelín caníbal... jejejeje!
Aquí, fiambre también tiene esa acepción añadida.

Besos y abrazos, y gracias por tus visitas!
;)

Ishtar dijo...

Si que recuerda a ...
Pero mucho más agradable, vaya usted a comparar!!!
Donde esté una buena hogaza de pan que se quiten los blatodeos (conste que lo he tenido que buscar).

Me ha gustado mucho, Marta me ha enganchado a tope. Enhorabuena!

Muxu handia!

PD: Arrastalde honetan "Almas muertas" lortu dut. :)

Edurne dijo...

ISHTAR:
Ai, ze ondo gustatu bazaizu!
El pan es otra cosa, más tierna sobretodo!
Ay, Gogol y sus almas muertas! Tengo que leerlo yo también.
Muxutxuak, polite!
;)

Abejita de la Vega dijo...

¡Mejor en pan que en escarabajo! Rica, calentita, lo malo es que te comen.
Imaginativo relato.

Besos, Edurne. Confío en no metamorfosearme en pupitre.Y que, a ti, tampoco te ocurra.

Ruben dijo...

Trabajo de noche, me levanto a las cuatro y media, llevo así cinco años largos. la luz artificial se ha cobrado una dioptría más en cada ojo. Y el sueño trastocado es lo peor, ya solo, que yo que siempre he tenido pasión por la reencarnación, nunca me había parado a pensar en la "enpanación", jaja.
P.D.: ¡Qúe nadie se coma esa hogaza! ¡Qué puede ser Marta!
Un abrazo.

Ruben dijo...

Perdón sería "empanación" con m antes de p, se me han ido los dedos.

Edurne dijo...

ABEJITA:
Metamorfosearnos en un lápiz, en una tiza, en una pizarra... ¡ay, mejor no!
Una hogaza reciñén hecha no está nada mal, lo malo es eso, que luego todo el mundo quiere meter mano y comérsete! Jajajajaja!

Besos!
;)

RUBÉN:
Pues ya sabes de qué estoy hablando...
Empanados estamos ya todos un poquito,no te parece? Jejejeje!

Besos!
;)