Pepe…
— ¿Qué?
— Oye, ¿tú te acuerdas de la conversación que tuvimos hace unos días?
— ¡Como para olvidarla, claro que me acuerdo, si desde entonces estoy
acojonado, Merche, acojonado!
— Bueno, no exageres, hombre, que sólo era una pregunta que generó en algo más…
así, más profundo, que seguro que nos ha hecho pensar, a mí al menos sí.
— Mira, Merche, esa tarde salí de casa totalmente confundido, con la cabeza
vuelta del revés, con una angustia en el estómago que para qué te cuento, sin
saber qué es lo que había hecho mal para que tú me preguntaras, después de
treinta años, si te quería. Y así sigo. No duermo, trabajando estoy más a darle
al coco que a lo que tengo que hacer, que ya me han llamado la atención una
vez, algo que jamás en la vida había ocurrido… Cómo crees que estoy, ¿eh? Pero
como fuiste tú la que decidió dejar la conversación para otro momento… no he
querido importunarte, no fuera a ser que…
—¡Bueno, si ahora resulta que yo soy la mala de la película, la que te tiene
sin dormir durante diez días, sin poder concentrarte en el trabajo… y todo por
una simple preguntita!
— ¡Venga, al grano, Merche, que esto hay que solucionarlo pero ya!
— ¡Sí, a sus órdenes, mi dueño y señor!
— Menos cachondeo, que no está el horno para bollos. ¿Vas a decirme qué es lo
que pretendes de mí, qué quieres que haga, o que no haga? Que ya, cualquiera
sabe… Además no tengo mucho tiempo, he quedado con Manolo para un asunto.
— ¡Ah, el señor ha quedado y tiene prisa! Mira, Pepe, no pensé que fueras a
ponerte así de borde, a la defensiva y tirándome pullazos. Me estás
decepcionando. Me dices que has estado mal, pensando, sin dormir, angustiado, y
seguro que hasta has llorado a escondidas, y ahora, te pones en este plan
conmigo… Pues esto es lo que no quiero, lo que no quería, que en el momento en
el que yo planteara la más mínima duda, tú te revolvieras así, te pusieras en
la parte del ofendido y me trataras, maltrataras, de esta forma. Dices que me
quieres, que claro que me quieres, que cómo no me vas a querer, y yo no tenía
duda de ello, pero quería algo más, que habláramos, que reinventáramos nuestro
matrimonio… pero veo que eres incapaz, que no te atreves a salir del camino
marcado, que no te entra en la cabeza que la otra persona, yo, quiera algo más,
que sienta necesidad de cambiar. ¿Pepe, no te das cuenta? Porque, ¿no se te
habrá ocurrido pensar en que yo esté pasándolo mal estos días, en que esté
muerta del miedo, temblando y sin dormir, sin atinar en las comidas… no me ves
cómo estoy, qué ojeras tengo, qué cara se me ha quedado… no te has fijado? No,
no me has mirado, no te has atrevido a mirarme.
— Merche…
Esto no hay
quien lo entienda. No sé por qué ha pasado. ¿Tengo yo la culpa por preguntar…?
No lo sé. ¿Es posible que una simple pregunta pueda desencadenar todo este
desconcierto? Muchas veces es mejor estar callado, dejar que las cosas sigan
como están, aunque por dentro estés muriéndote. Eso diría mi madre, mi madre y
todas las mujeres de su generación, y hasta alguna que otra de la mía ¡eso es
lo triste!
¿Y qué hago ahora, por dónde
tiro? La verdad es que me he quedado como bloqueada, sólo tengo ganas de
llorar, de salir corriendo de aquí, de esta casa, de esta vida…
No quiero ni mirarme al
espejo. No quiero encontrarme con esa cara triste, con esa desconocida que
también me pregunta “y ahora, ¿qué?”.
A veces, por la noche, en la
cama, junto a este hombre al que conozco mejor que se conoce él mismo, le he
hablado en silencio, sin que me oyera… y él me ha respondido con sus ronquidos,
ignorante de mi sufrimiento, de mis dudas, de mis miedos.
A veces, sólo a veces, muy
pocas, he pensado en dejarlo todo, en marcharme; pero al final siempre me ha
invadido el cariño, también la incertidumbre, mis hijos…
Y entonces he hecho borrón y
cuenta nueva, he vuelto a arrancar desde cero, como si nada me abrumara.
Y le quiero, le quiero. Lo
sé, lo sabe, lo sabemos, pero hay algo ahí dentro que me está mordiendo. No sé
cómo expresarlo, y está visto que el mero hecho de intentarlo está carcomiendo
nuestros cimientos.
No, no quiero irme, no quiero
dejarle, pero necesito reinventarnos. Si me entendiera, si se abriera a mi
corazón, si no se asustara, porque sé que está tan asustado, tan acorralado que
no sabe por dónde salir…
Tengo que pensar, pero ahora
no puedo, ni si quiera puedo volver a hablar con él, casi no puedo ni mirarle a
la cara. ¿Por qué será todo tan complicado? Con lo fácil que sería si…
El caso es que, bien mirado, tiene razón, ¡más razón que un
santo! Y yo tendría que aplicarme el cuento, o sea, espabilarme un poco más,
que soy un burro, sí señor. Que parece mentira, tengo a la mejor de las mujeres
y si no hago nada, puedo perderla así, en un abrir y cerrar de ojos, porque…
entre nosotros, Pepe, la cosa se ha puesto fea, muy, pero que muy fea.
Cómo es esto, ¿eh? Se
cree uno que su vida es perfecta, que lo tiene todo, que es feliz… y mira, de
la noche a la mañana, todo se puede ir al carajo. Ya te digo, lo mismo esto es
una señal. Bueno, tendré que hablar con alguien primero, porque con Merche… De
momento, prefiero aclarar mis ideas y después ya veremos. Manolo, yo creo que
Manolo me puede servir, aunque nunca hemos hablado de estas cosas. Y ahora que
lo pienso, él está en una situación parecida a la mía, vamos, que también está
casado desde hace muchos años, tiene hijos… y lo mismo le ha ocurrido alguna
vez algo similar. También había pensado en hablar con mi hermano Fede, pero
Fede no me sirve, no está casado, así que ¿qué consejos me puede dar un
solterón como él? ¡Ninguno! Seguro que salía por peteneras, ¡como si lo viera!
De una cosa sí que estoy
seguro, de que yo a Merche la quiero con locura, es que sólo de pensar en todo
esto, se me está cayendo hasta el pelo, que sí, que lo he notado, que tengo
menos pelo, ¡ya lo creo que sí! Deben de ser los nervios. Pues eso, que está
claro que la quiero, así que no sé de dónde demonios se saca esas dudas. Aunque
si las tiene… por algo será. Mierda, si ahora hasta las tengo yo, tengo dudas
de si ella tiene dudas de mi cariño… ¡Esto es una locura!
En la cena de fin de año
de la empresa de las navidades pasadas, oí que un grupito de los de la oficina
hablaban de que iban con sus parejas a no sé qué de bailes de salón, ¡y unos
hasta iban a un coro a cantar! Y que se lo pasaban como enanos, y que luego
hacían cenas y salidas, ¡y qué sé yo! No sé, no presté demasiada atención,
tendría que preguntar. ¿Será eso lo que quiere Merche, que hagamos cosas
juntos, que vayamos a bailar, a cantar…? No, a cantar no, ahí sí que no, que yo
de cantar ¡nada! O bueno, otras cosas por el estilo. Si va a ser eso, porque
vamos a ver, ¿tú crees, Pepe, que se puede poner ahora a estudiar para
secretaria o para peluquera… y dónde la iban a coger con la edad que tiene y
con el paro que hay, eh, dónde? No, que va ser lo otro, que te lo digo yo. Pero
a mí me da mucha vergüenza bailar o qué sé yo, hacer cosas así, delante de más
gente, y que tampoco tengo mucha conversación, no sé, que me sacan del fútbol y
la pesca, y del trabajo… ¡y se acabó Pepe!
Bueno, estoy pensando
que primero voy a hablar con Manolo, y espero que no se cachondee de mí, que me
lo conozco; y luego, me voy a enterar de cosas de este tipo, de bailes y otras
así… asequibles para nosotros, y ya, cuando lo tenga todo más o menos
estudiado, hablaré con Merche. Seguro que se pone contenta, porque ahora estoy
viendo que ella tal vez esperaba más de mí, más, no sé… más iniciativa para
hacer cosas distintas.
Y de este lío, a los
chicos ni mú, que no quiero yo que se preocupen y les dé por pensar cosas
raras; que además seguro que se pondrían de parte de la madre, que los hijos
para estas cosas…
Bueno, pues parece que
estoy más animadillo. Oigo la puerta, viene de la compra, me voy a atrever y le
voy a guiñar un ojo mientras le ayudo con las bolsas… que seguro que me echa
una sonrisilla, ¡que la necesito más que el respirar! La sonrisa, y a ella,
¡sobretodo a ella!
— Oye, Merche, ¿qué zapatos me pongo para lo de hoy?
— Pues no sé, Pepe, yo creo que los negros de la boda de tu sobrina irían bien,
son un poco más elegantes y creo recordar que no te hacían daño, ¿no?
— Sí, yo también lo había pensado, porque claro, a estas cosas seguro que el
personal irá acicalado como pinceles, vamos, como si lo viera… Y tú, cari,
ponte esa falda gris oscura con la blusa que te regaló la niña, que te hace un
tipito que… ¡ya quisieran otras! Además, con el aire tanguero que te marcas… la
envidia, que vamos a ser la envidia esta noche. ¡Tú por guapa, y yo por
suertudo!
— Exagerado, que eres un exagerado, pero sí, tienes razón, esa faldita me mete
tripa, me deja así, lisita, y hasta parezco más alta y espigada. Y con estos
zapatos que tienen tacón de media caña… ¡hala, bailones a mí, ja!
— Al final nos ha resultado esto del baile, y mira que yo siempre me he tenido
por un patoso, pues no lo hago tan mal, ¿a que no? Con lo que me lío un poco
más es con los pasos del rock and roll, que tanta vuelta, tanto giro y uno,
dos, tres... ¡Jesús, parece uno una peonza mal bailada!
— Tuviste muy buena idea, Pepe, pero que muy buena. ¿Tú no te encuentras como
más ágil, con más ganas de todo, no sé, diferente? Porque lo que es yo, me da
la sensación de que soy una pluma, ya no me duele la espalda como antes, y
hasta tengo el cutis más fino y resplandeciente. ¿Te das cuenta, Pepe, cómo son
las cosas, cómo tenemos que llegar a veces al límite de una situación para
reaccionar, y con un leve cambio… ya está, es como si todo fuera distinto?
— A ver Merche, peíname este remolino de la cocorota, que no hago carrera con
él… y sí, tienes mucha razón, pero mira que me lo pusiste crudo, eh, canalla…
¡que me diste un susto de muerte! Ya me veía yo cornudo, solo en el mundo, sin
ti, sin los chicos, sin casa, sin nada… ¡te juro que lo pasé muy pero que muy
mal!
— Ya, pero para que llegaras a darte cuenta de todo, la que llevaba
"enferma" mucho tiempo era yo. Nunca se me había pasado por la cabeza
dejarte, pero sí quería que abrieras los ojos, que te espabilaras… Anda, trae
ese peine y agacha un poco la cabeza, que no llego al remolino dichoso.
— ¿Me das un beso, reina?
— Y dos, y hasta tres, si te estás quieto…
Bocetos: Antonio Texto: Edurne