domingo, 28 de septiembre de 2014

EN ESTE OTOÑO



En este otoño que nos envuelve
con abrazo de hijo pródigo,
vuelven a mí tus recuerdos
en forma de sueños y
cosquillas en el ombligo.
Pinchan los erizos.
Igual que los de tierra,
igual que los de la mar…
Pinchan como los aguijones de la vida
—me dices—.
Eso ya lo sé,
no insistas,
hace tiempo que lo aprendí.
Un otoño tras otro, 
y dentro,
escondidas como brillantes castañas,
tenues esperanzas que,
tímidas,
me regalan un aroma
que aún no conozco.
Mi vida camina por senderos
alfombrados 
de crujiente hojarasca,
pintados 
de verde caduco
y marrón rutilante.
Si me buscas,
por ahí ando,
haciendo que camino.
Voy y vengo.
Marcho y me quedo.
Un año,
otro,
y otro,
y otro más…


Foto: Antonio. Texto: Edurne

domingo, 14 de septiembre de 2014

VIDAS PARALELAS. Fin (IV, V, VI y VII) (Replay)



 Pepe…
— ¿Qué?
— Oye, ¿tú te acuerdas de la conversación que tuvimos hace unos días?
— ¡Como para olvidarla, claro que me acuerdo, si desde entonces estoy acojonado, Merche, acojonado!
— Bueno, no exageres, hombre, que sólo era una pregunta que generó en algo más… así, más profundo, que seguro que nos ha hecho pensar, a mí al menos sí.
— Mira, Merche, esa tarde salí de casa totalmente confundido, con la cabeza vuelta del revés, con una angustia en el estómago que para qué te cuento, sin saber qué es lo que había hecho mal para que tú me preguntaras, después de treinta años, si te quería. Y así sigo. No duermo, trabajando estoy más a darle al coco que a lo que tengo que hacer, que ya me han llamado la atención una vez, algo que jamás en la vida había ocurrido… Cómo crees que estoy, ¿eh? Pero como fuiste tú la que decidió dejar la conversación para otro momento… no he querido importunarte, no fuera a ser que…
—¡Bueno, si ahora resulta que yo soy la mala de la película, la que te tiene sin dormir durante diez días, sin poder concentrarte en el trabajo… y todo por una simple preguntita!
— ¡Venga, al grano, Merche, que esto hay que solucionarlo pero ya!
— ¡Sí, a sus órdenes, mi dueño y señor!
— Menos cachondeo, que no está el horno para bollos. ¿Vas a decirme qué es lo que pretendes de mí, qué quieres que haga, o que no haga? Que ya, cualquiera sabe… Además no tengo mucho tiempo, he quedado con Manolo para un asunto.
— ¡Ah, el señor ha quedado y tiene prisa! Mira, Pepe, no pensé que fueras a ponerte así de borde, a la defensiva y tirándome pullazos. Me estás decepcionando. Me dices que has estado mal, pensando, sin dormir, angustiado, y seguro que hasta has llorado a escondidas, y ahora, te pones en este plan conmigo… Pues esto es lo que no quiero, lo que no quería, que en el momento en el que yo planteara la más mínima duda, tú te revolvieras así, te pusieras en la parte del ofendido y me trataras, maltrataras, de esta forma. Dices que me quieres, que claro que me quieres, que cómo no me vas a querer, y yo no tenía duda de ello, pero quería algo más, que habláramos, que reinventáramos nuestro matrimonio… pero veo que eres incapaz, que no te atreves a salir del camino marcado, que no te entra en la cabeza que la otra persona, yo, quiera algo más, que sienta necesidad de cambiar. ¿Pepe, no te das cuenta? Porque, ¿no se te habrá ocurrido pensar en que yo esté pasándolo mal estos días, en que esté muerta del miedo, temblando y sin dormir, sin atinar en las comidas… no me ves cómo estoy, qué ojeras tengo, qué cara se me ha quedado… no te has fijado? No, no me has mirado, no te has atrevido a mirarme.
— Merche…






Esto no hay quien lo entienda. No sé por qué ha pasado. ¿Tengo yo la culpa por preguntar…? No lo sé. ¿Es posible que una simple pregunta pueda desencadenar todo este desconcierto? Muchas veces es mejor estar callado, dejar que las cosas sigan como están, aunque por dentro estés muriéndote. Eso diría mi madre, mi madre y todas las mujeres de su generación, y hasta alguna que otra de la mía ¡eso es lo triste!

¿Y qué hago ahora, por dónde tiro? La verdad es que me he quedado como bloqueada, sólo tengo ganas de llorar, de salir corriendo de aquí, de esta casa, de esta vida…
No quiero ni mirarme al espejo. No quiero encontrarme con esa cara triste, con esa desconocida que también me pregunta “y ahora, ¿qué?”.

A veces, por la noche, en la cama, junto a este hombre al que conozco mejor que se conoce él mismo, le he hablado en silencio, sin que me oyera… y él me ha respondido con sus ronquidos, ignorante de mi sufrimiento, de mis dudas, de mis miedos.

A veces, sólo a veces, muy pocas, he pensado en dejarlo todo, en marcharme; pero al final siempre me ha invadido el cariño, también la incertidumbre, mis hijos…
Y entonces he hecho borrón y cuenta nueva, he vuelto a arrancar desde cero, como si nada me abrumara.

Y le quiero, le quiero. Lo sé, lo sabe, lo sabemos, pero hay algo ahí dentro que me está mordiendo. No sé cómo expresarlo, y está visto que el mero hecho de intentarlo está carcomiendo nuestros cimientos.

No, no quiero irme, no quiero dejarle, pero necesito reinventarnos. Si me entendiera, si se abriera a mi corazón, si no se asustara, porque sé que está tan asustado, tan acorralado que no sabe por dónde salir…

Tengo que pensar, pero ahora no puedo, ni si quiera puedo volver a hablar con él, casi no puedo ni mirarle a la cara. ¿Por qué será todo tan complicado? Con lo fácil que sería si…







El caso es que, bien mirado, tiene razón, ¡más razón que un santo! Y yo tendría que aplicarme el cuento, o sea, espabilarme un poco más, que soy un burro, sí señor. Que parece mentira, tengo a la mejor de las mujeres y si no hago nada, puedo perderla así, en un abrir y cerrar de ojos, porque… entre nosotros, Pepe, la cosa se ha puesto fea, muy, pero que muy fea.

Cómo es esto, ¿eh? Se cree uno que su vida es perfecta, que lo tiene todo, que es feliz… y mira, de la noche a la mañana, todo se puede ir al carajo. Ya te digo, lo mismo esto es una señal. Bueno, tendré que hablar con alguien primero, porque con Merche… De momento, prefiero aclarar mis ideas y después ya veremos. Manolo, yo creo que Manolo me puede servir, aunque nunca hemos hablado de estas cosas. Y ahora que lo pienso, él está en una situación parecida a la mía, vamos, que también está casado desde hace muchos años, tiene hijos… y lo mismo le ha ocurrido alguna vez algo similar. También había pensado en hablar con mi hermano Fede, pero Fede no me sirve, no está casado, así que ¿qué consejos me puede dar un solterón como él? ¡Ninguno! Seguro que salía por peteneras, ¡como si lo viera!

De una cosa sí que estoy seguro, de que yo a Merche la quiero con locura, es que sólo de pensar en todo esto, se me está cayendo hasta el pelo, que sí, que lo he notado, que tengo menos pelo, ¡ya lo creo que sí! Deben de ser los nervios. Pues eso, que está claro que la quiero, así que no sé de dónde demonios se saca esas dudas. Aunque si las tiene… por algo será. Mierda, si ahora hasta las tengo yo, tengo dudas de si ella tiene dudas de mi cariño… ¡Esto es una locura!

En la cena de fin de año de la empresa de las navidades pasadas, oí que un grupito de los de la oficina hablaban de que iban con sus parejas a no sé qué de bailes de salón, ¡y unos hasta iban a un coro a cantar! Y que se lo pasaban como enanos, y que luego hacían cenas y salidas, ¡y qué sé yo! No sé, no presté demasiada atención, tendría que preguntar. ¿Será eso lo que quiere Merche, que hagamos cosas juntos, que vayamos a bailar, a cantar…? No, a cantar no, ahí sí que no, que yo de cantar ¡nada! O bueno, otras cosas por el estilo. Si va a ser eso, porque vamos a ver, ¿tú crees, Pepe, que se puede poner ahora a estudiar para secretaria o para peluquera… y dónde la iban a coger con la edad que tiene y con el paro que hay, eh, dónde? No, que va ser lo otro, que te lo digo yo. Pero a mí me da mucha vergüenza bailar o qué sé yo, hacer cosas así, delante de más gente, y que tampoco tengo mucha conversación, no sé, que me sacan del fútbol y la pesca, y del trabajo… ¡y se acabó Pepe!

Bueno, estoy pensando que primero voy a hablar con Manolo, y espero que no se cachondee de mí, que me lo conozco; y luego, me voy a enterar de cosas de este tipo, de bailes y otras así… asequibles para nosotros, y ya, cuando lo tenga todo más o menos estudiado, hablaré con Merche. Seguro que se pone contenta, porque ahora estoy viendo que ella tal vez esperaba más de mí, más, no sé… más iniciativa para hacer cosas distintas.

Y de este lío, a los chicos ni mú, que no quiero yo que se preocupen y les dé por pensar cosas raras; que además seguro que se pondrían de parte de la madre, que los hijos para estas cosas…

Bueno, pues parece que estoy más animadillo. Oigo la puerta, viene de la compra, me voy a atrever y le voy a guiñar un ojo mientras le ayudo con las bolsas… que seguro que me echa una sonrisilla, ¡que la necesito más que el respirar! La sonrisa, y a ella, ¡sobretodo a ella!







— Oye, Merche, ¿qué zapatos me pongo para lo de hoy?
— Pues no sé, Pepe, yo creo que los negros de la boda de tu sobrina irían bien, son un poco más elegantes y creo recordar que no te hacían daño, ¿no?
— Sí, yo también lo había pensado, porque claro, a estas cosas seguro que el personal irá acicalado como pinceles, vamos, como si lo viera… Y tú, cari, ponte esa falda gris oscura con la blusa que te regaló la niña, que te hace un tipito que… ¡ya quisieran otras! Además, con el aire tanguero que te marcas… la envidia, que vamos a ser la envidia esta noche. ¡Tú por guapa, y yo por suertudo!
— Exagerado, que eres un exagerado, pero sí, tienes razón, esa faldita me mete tripa, me deja así, lisita, y hasta parezco más alta y espigada. Y con estos zapatos que tienen tacón de media caña… ¡hala, bailones a mí, ja!
— Al final nos ha resultado esto del baile, y mira que yo siempre me he tenido por un patoso, pues no lo hago tan mal, ¿a que no? Con lo que me lío un poco más es con los pasos del rock and roll, que tanta vuelta, tanto giro y uno, dos, tres... ¡Jesús, parece uno una peonza mal bailada!
— Tuviste muy buena idea, Pepe, pero que muy buena. ¿Tú no te encuentras como más ágil, con más ganas de todo, no sé, diferente? Porque lo que es yo, me da la sensación de que soy una pluma, ya no me duele la espalda como antes, y hasta tengo el cutis más fino y resplandeciente. ¿Te das cuenta, Pepe, cómo son las cosas, cómo tenemos que llegar a veces al límite de una situación para reaccionar, y con un leve cambio… ya está, es como si todo fuera distinto?
— A ver Merche, peíname este remolino de la cocorota, que no hago carrera con él… y sí, tienes mucha razón, pero mira que me lo pusiste crudo, eh, canalla… ¡que me diste un susto de muerte! Ya me veía yo cornudo, solo en el mundo, sin ti, sin los chicos, sin casa, sin nada… ¡te juro que lo pasé muy pero que muy mal!
— Ya, pero para que llegaras a darte cuenta de todo, la que llevaba "enferma" mucho tiempo era yo. Nunca se me había pasado por la cabeza dejarte, pero sí quería que abrieras los ojos, que te espabilaras… Anda, trae ese peine y agacha un poco la cabeza, que no llego al remolino dichoso.
— ¿Me das un beso, reina?
— Y dos, y hasta tres, si te estás quieto…

Bocetos: Antonio Texto: Edurne






sábado, 6 de septiembre de 2014

VIDAS PARALELAS (I, II y III) (Replay)



—Vamos a ver, Pepe, ¿tú a mí… me quieres?
—Pero qué cosas tienes Merche, cómo no te voy a querer, ¡si estamos casados!
—Ya, o sea, que para ti, el mero hecho de estar casados ya quiere decir que nos queremos, nos amamos locamente y tal y tal…
—Vaya, ¡nos dio el cuarto de hora filosófico, eh! Mira, cari, tú y yo llevamos muchos años juntos, primero de novios, lo que nos dio tiempo para conocernos, y después pues nos casamos porque, ¿qué íbamos a hacer sino?
—¡Que qué íbamos a hacer dice! ¡Hace falta valor! Yo desde luego, infinidad de cosas, que me casé tan joven porque me dabas pena.
—¿Pena yo? Oye, oye… a ver qué es eso de que te daba pena.
—Pues sí, que si en tu casa estabais todos muy apretados con tus padres, tu hermana Luisa, tu cuñado y los dos niños, tú y Fede… Vamos, que casi me vi forzada a hacerlo, y tus padres no veas cómo me lo agradecieron.
—A ver, a ver, que me entere yo, la cosa es así: te casaste conmigo porque de una u otra forma te viste obligada a ello, o sea, que en realidad, no estabas enamorada de mí…
—Hombre Pepe, no tergiverses las palabras, que tampoco he querido decir eso. Más bien que era muy joven, que tenía muchos sueños, que me hubiera gustado esperar un par de años más…
—Yo siempre pensé que eras feliz, que nuestro matrimonio era modélico, que había confianza entre nosotros, que cuando llegaron nuestros hijos nuestra felicidad fue completa… Siempre he creído eso y por lo mismo estaba tranquilo, pero ahora, ahora me has desconcertado. ¿No querrás decirme algo, verdad? No sé, que hay otro hombre, que quieres marcharte para realizarte como persona, que…
—¡Ay, Pepe, no seas simple! Que no, que no es nada de eso, que no se te hagan los dedos huéspedes, pero mira, que tengo cincuenta años y me ha dado por pensar en si de verdad tú me quieres, en si de verdad yo te quiero. No es tan raro. ¿Tú no te lo has planteado nunca?
—Pues no, la verdad es que no. No he creído necesario decirte a cada rato “Merchitas, mi niña, cuánto te quiero”, no sé, me parecía obvio.
—Ya, obvio. Habrás de saber, Pepito mío, que sí, que es necesario, aunque nos parezca una cursilería, aunque sea “obvio” como tú dices. A veces, esas pequeñas muestras de romanticismo trasnochado son como una cucharada de reconstituyente, el “Bovril” que da sabor a la sopa. No es suficiente con que llevemos treinta años casados, con que seas el padre de mis hijos, con que duermas todas las noches junto a mí, con que una vez al año vayamos quince días de vacaciones al pueblo de tus padres y parezca que todos somos muy felices… Hay más cosas, Pepe, ¡muchas más!
—¿Más cosas, y cuáles son esas cosas?
—Deja, total…
—¡Nada de “deja”, ya se nos ha trastocado la tarde, Merche, así que ahora no me dejes in albis; ahora dime, que yo me entere: ¿cuáles son esas otras cosas?
—Que no, que si aún no te has dado cuenta, mejor dejarlo para otro día.
—¡Sí, claro, como tú digas, para otro día…!


Continuará…

Bocetos: Antonio Texto: Edurne





No, si ya me lo decía mi hermana Puri, que no me precipitara, que era muy joven, que esto, que lo otro…
Ya, ya sé, tenía toda la razón del mundo, pero, ¿qué quieres? Si hasta me hacía ilusión eso de decir que estaba casada, que si mi marido tal, que si los hijos cual…

A mí me hubiera gustado hacer algo más después del instituto, aunque muy buena estudiante no era, pero no sé, algo como peluquería, secretariado, que en aquella época decir que una era secretaria, tenía su aquél; y que tenías una peluquería, por ejemplo, pues también. Pero no, me quedé en ama de casa, con el “Sus labores” de rigor. Y ahora me siento una “Maruja”. ¡Me da una rabia! No porque no valore el trabajo de las amas de casa, que yo soy una de ellas y sé lo que hay: una jornada contínua ejerciendo de todo, de madre, esposa, enfermera, psicóloga, cocinera, señora de la limpieza, amiga, consejera, amante, confidente… ¡y sin sueldo! Ya, y luego hay que oír que tienes casa, ropa y comida… ah, y que no se nos olvide: quince días de vacaciones al año (¡ejerciendo de lo mismo que en casa y encima en el pueblo de tus suegros!)...
¡Buen negocio hice yo!

Y el caso es que Pepe es un buen hombre, trabajador como el que más, que siempre me ha querido, al menos se ha preocupado de mí, de los niños, de que no nos faltara nunca nada. Y que jamás me ha engañado (eso creo), pero… noto que falta algo. Sí, seguro que si lo comento con mis amigas o mi hermana, me dirán eso de la “maldita rutina”, que la rutina mata el amor… bla, bla, bla. No me interesa. La rutina está en todos los aspectos de nuestra vida. Es rutina hacer la cama todos los días, levantarse, ducharse, desayunar… Todo es rutina, y ¿qué? No, no me sirve eso de la rutina.

Hay veces que me miro al espejo, como ahora, y sólo me quedo así, mirándome. Yo creo que quiero descubrir algo, una respuesta a estas dudas que me tienen como rabiosa, rebelde, inquieta…

Hoy me he atrevido a preguntarle a Pepe si de verdad me quiere. Le he pillado casi a traición, no se esperaba esta pregunta ni por lo más remoto. Y me sale con que ¡cómo no me va a querer si estamos casados! Y ahí me he dado cuenta de que es un inocente, muy bueno, pero un inocente, vamos, que no, que no se entera de nada. Lleva más de la mitad de su vida mirándome pero sin verme. Me tiene y eso para él es suficiente. Yo le doy la seguridad que necesita, su vida está completa: mujer, hijos, casa, trabajo, comida, amigos, fútbol y vacaciones con la familia en el pueblo de su infancia. Ya digo: una vida completa, y ahora, voy y le salgo yo con la milonga de si me quiere… ¡Lo que faltaba! Creo que le acabo de desbaratar la vida. Lo siento, pero la mía ya está en esa fase de “plan renove”, así que seguiremos nuestra conversación. Espero que esté pensando, planteándose las cosas, haciéndose preguntas, como yo.

Y claro que necesito que me diga que me quiere, que me achuche de vez en cuando así, porque sí, porque le ha entrado un “no-sé-qué”, que me persiga por el pasillo en busca de un beso clandestino como si fuera un colegial enamorado, que me llame desde el trabajo aunque sólo sea para decirme que qué guapa estaba esta mañana… y que nadie hace la paella como yo, ¡ni su madre!

Continuará...

Boceto: Antonio Texto: Edurne





Vamos a ver, esta mujer me ha descolocado totalmente con la preguntita de marras, ¿pues no me dice que a ver si la quiero?
Y ahora estoy aquí, como un pobre desgraciado, intentando entender a qué viene todo esto, qué es lo que he hecho mal, hoy, ayer, ¡o toda la vida! Que lo mismo llevo toda la vida siendo un desastre de marido y todavía no me he enterado.

Si ya te digo, se mata uno a trabajar, a echar horas extras como un loco, y todo ¿para qué, por quién? Pues por ellos, ¿por quién va a ser nada más que por ellos? Para que no les falte de nada.

Yo siempre había creído que Merche se casaba conmigo tan joven porque le hacía ilusión, porque quería ser una mujer casada, ser mi mujer. Y ahora resulta que todo era una fachada, que casi me ha reprochado el que se vio forzada de alguna manera a casarse porque en casa de mis padres como que no cabíamos de tantos que estábamos. ¡Lo que hay que oír!

Estoy hecho polvo, y lo malo es que no entiendo nada, que estoy hecho un lío y totalmente desconcertado, pero sin saber la razón por la que me ha echado este jarro de agua helada.
Me está castigando por algo que he hecho y que no tengo ni idea de qué es. Tiene que ser eso, no hay otra explicación.

Las mujeres son muy extrañas, de eso ya sabía, que siempre lo hablábamos Fede y yo. Mira, y él ha sido más listo, no se ha casado y se ha quedado en la casa de los padres a sus anchas. Hace lo que le da la gana, no tiene que oír monsergas de que si la ropa, que si quítate los zapatos, que lávate las manos; que no seas pesado, que no, que ahora no me apetece, que me duele la cabeza, que tal, que cual…

¡Peluquera, que quería haber sido peluquera! ¿Pero qué te parece? ¡Ay, Pepe, que se te está moviendo el suelo, ten mucho cuidadito, no vaya a ser que te caigas con todo el equipo y luego no sepas dónde colocarte!

La verdad que me ha dejado jodido, que no hago más que darle vueltas a la cabeza. Pues claro que la quiero, ¡si es mi mujer! Pero no, ¡a ella no le basta, necesita más, mucho más! ¿Pero qué es lo que necesita? Si no me lo dice…

Vaya, por ahí va el palizas de Manolo, pero ahora no tengo ganas de encontrarme con nadie. ¡Hostias, mira que hace frío! Es que encima he salido escopeteado de casa después del susto, claro, y no me he acordado ni de coger un jersey. Pues como me agarre un catarro… ¡la culpable va a ser ella!

Y mira que me gusta Merche, mi Merchitas, que nadie tiene esa piel tan blanquita, esos ojos tan transparentes y ese tacto… ese tacto que te hace temblar de la cabeza a los pies. Que sí, que ya sé que tiene cincuenta y que ha parido dos hijos, ¿y qué?… Pues que está para comérsela. Recuerdo cuando era una cría con trenzas, cómo me gustaba, ¡uf!, y eso que la vecina de mis abuelos, la creída de Araceli, andaba detrás de mí día y noche y encima era de mi edad, pero no, que a mí me gustaba Merche, que yo eso siempre lo he tenido muy claro. ¿Y cómo se le ocurre poner en duda mi cariño? Si es mi mujer, si me casé con ella por eso, porque la quería, porque no soportaba verla tan guapa, con ese salero y ese desparpajo que siempre se ha gastado y que a los demás se les cayera la baba cada vez que salía a la calle. 
Nada, tenía que ser mía o… ¡O nada, mía y de nadie más!

Pues no sé si me están entrando ganas de hacerme el duro y ponerme interesante, que en la fábrica hay un par de niñatas que no están nada mal y que sé yo de muy buena tinta que hablan de mí, que preguntan, vamos. Así que si Merche se pone tontita… se va enterar de lo que vale un peine, ¡que me pongo a darle achares, vamos que sí!

Y el caso es que… mierda, mira que tengo un nudo aquí, en la boca del estómago, ¡que hasta tengo ganas de llorar! ¿Y adónde carajo voy? Si es que llevo casi una hora caminando como un tonto. Tengo aquí la película de mi vida, cada momento, cada… todo, y en cualquier sitio que mire, allí está Merche, ¡si siempre ha estado! ¿Y por qué quiere ponerlo todo patas arriba? No entiendo nada. Nada.

Continuará...

Boceto: Antonio Texto: Edurne


Serie de diálogos y monólogos ya publicados en esta Orilla entre octubre y diciembre de 2009.