jueves, 13 de marzo de 2008

UN REGALO INESPERADO



La luz entraba tamizada por las amplias ventanas del taller. Todo transcurría con la misma calma monacal de siglos.

Sor Ernestina se afanaba con los pinceles, y Sor Esther rezaba a su lado, ofreciendo preces y oraciones a los santos más desconocidos.

Sor Ernestina la miraba por encima de las gafas mientras se lamentaba de la falta de inspiración en ese día. Una gota de sudor inició un lento camino de descenso desde la fruncida frente de la Sor hasta dar con su salado elemento en la naricilla que sostenía graciosamente las gafas. Sor Ernestina apartó la molesta gotita con un dedo y dejó una huella de azul celestial en su chato apéndice. Resoplaba. Hoy no estaba contenta con su trabajo y eso que la Inmaculada que terminó el mes pasado le había quedado realmente bien, vamos, ¡ni Murillo! Es decir, básicamente era buena, muy buena, pero hoy no daba pie con bolo, ésa era la verdad.

Y Sor Esther que no callaba. Estaba muy bien esto de tener un don, pero el de estar todo el día inventando oraciones a los santos más extraños… ya cansaba. Dejó el pincel y se limpió con un trapo que tenía sobre el blanco delantal. Ella pintaba sentada porque las piernas se le cargaban demasiado y luego padecía de unos calambres muy molestos, por eso tenía dispensa de la Madre Superiora para sentarse en la iglesia más a menudo que el resto de sus hermanas.

Se levantó para abrir uno de los ventanales, justo el que daba al huerto. Allí se quedó unos minutos, tan solo dejando que el sol acariciara su rostro. A pesar de que julio ya avanzaba hacia el ocaso, el fresquito, propio de la tierra y las alturas, hizo que se despabilara y saliera de sus pensamientos. Allá abajo estaban Sor Emilia y Sor Luisa faenando con los tomates, las acelgas, las lechugas… Eran las cinco de la tarde, pero la hermana cocinera estaba ya en lo de preparar la cena; y de los fogones subía un olorcillo cálido, un olorcillo a sopa de cocido.

Tenía que ser pecado de gula eso de pensar tanto en la comida. Le gustaba comer, no podía remediarlo. Tal vez fuera algo relacionado con su infancia, cuando apenas había con qué engañar al hambre y sus pobres padres ya no sabían qué hacer para alimentar tan ruidosa prole. Casi no recuerda las caritas de aquellos hermanos que se fueron, bien a causa de una viruela, bien por una pulmonía, incluso hubo uno que murió al extirparle una pequeña verruga cuando tan solo tenía cinco años. ¡Y Florentina…! Su hermana Florentina que se fue a los quince de unas fiebres palúdicas. Fue entonces cuando los padres decidieron entregarla a las Clarisas, no estaban dispuestos a ver morir más hijos. Y aquí estaba desde los doce años. Cincuenta y tres años entre esos muros, el convento era toda su vida.

Al principio, y a pesar de la distancia entre el pueblo y el convento, las visitas de los padres eran más frecuentes; iban a verla por las Navidades, por Pascua, y en los veranos iba ella a pasar una semana a su pueblo. Siempre llevaban a Adelina, tres años más joven que ella, y al pequeño Irineo que sólo tenía dos añitos.

Pero poco a poco, la relación con los suyos fue haciéndose más lejana. Supo de cuando Adelina marchó a la ciudad a servir, de cuando murió la madre, de cuando Irineo fue al servicio, de cuando el accidente del padre… Entregada ya a su vida de clausura, de todo se fue enterando por cartas que fueron el mejor puente con lo que dejó atrás.

Cartas como la que había recibido la pasada semana y que la había sumido en un estado de zozobra e inquietud que no le dejaba sacar su espíritu alegre y afable. Ya ni en maitines le salía ese chorro de voz cantarina que Dios le había dado. Y hoy, con la pesada de Sor Esther sin callar, y su mano que se le agarrotaba ante los angelillos, no deslizaba el pincel sobre el lienzo como siempre, embebida como estaba en sus recuerdos…

Recuerda muy bien la noche en que todo el convento se vio alterado por aquellas llamadas insistentes en la puerta cuando Sor Juana, la superiora de entonces, a quien Dios tenga en su Gloria, corrió presurosa en su busca para decirle que era su hermana Adelina la que estaba en la puerta, la que venía buscando auxilio y amparo en la Santa Casa de Dios.

Allí estaba Adelina, llorando a moco tendido. A pesar de todo estaba hermosa, con esa carita de ángel que siempre tuvo, con sus rizos dorados y esos ojos de perrilla asustada. Hacía casi cinco años que no la veía. Se abrazó a ella hipando: “Ernestina, Ernestina, tienes que ayudarme”, le decía entre sollozos.

Y ahí contó su historia. Venía huyendo del hijo de su jefe, el señorito Pedro que, a más de maltratarla, la había dejado preñada. No podía ir al pueblo, el Irineo montaría en cólera; al no vivir el padre, él era el jefe de la familia… No, no podía, él no debía enterarse.

Resolvió la superiora tenerla allí, con las monjas y, cuando naciera la criatura, darla en adopción a alguna buena familia. Sor Juana se encargó de todo con la mayor de las discreciones.

Adelina dio a luz rodeada de todas las hermanas y cuando se recuperó, enseguida marchó a Oviedo, a servir en casa de un primo militar de la Madre Superiora. A la pequeña se la bautizó con el nombre de su abuela, Irene. Sor Juana, que se había tomado el asunto como algo personal, se encargó también de encontrar una familia para la pequeña, un matrimonio de aldeanos del pueblo vecino que ya habían perdido una hija. Éstos la acogieron con gran alegría y la criaron bajo los preceptos cristianos como si de su propia sangre se tratase.

Nadie supo nada. Irineo no se enteró de la desgracia de su hermana. Adelina tan solo tuvo conocimiento de que su hija había sido acogida en una familia temerosa de Dios, e Irene… Irene creció en la creencia de que aquéllos eran sus verdaderos padres. Todo el secreto quedó encerrado entre esos muros de paz y oración. Hace tanto tiempo… mucho más de treinta años.

Sor Ernestina dejó por un momento sus recuerdos, se volvió hacia Sor Esther justo en el instante en que Sor Lucía entraba escandalosamente, como siempre, en la estancia: “¡Ea, madres, ayúdenme a doblar estas sábanas!” La zozobra de Sor Ernestina encontró anclaje entre la risa de Sor Lucía, escondiéndose en la blancura de los lienzos.

Mientras ayudaba a doblar las sábanas, se vio años atrás haciendo esa misma tarea con su hermana, allí, en el convento. Con esa hermana que ya hacía años que había muerto pero que entonces era portadora de una nueva vida, la vida de la pequeña Irene. Siempre se sintió en deuda con esa niña, sin embargo nunca fue capaz de enfrentarse a ella, de hablarle y explicarle quién era en realidad.

Durante años supo de la vida y los pasos de Irene en cada momento, incluso guardaba alguna fotografía de la niña y de la joven preciosa que había llegado a ser hasta que marchó del pueblo. Como a todos los jóvenes, más en aquellos años, la ciudad llamaba y tiraba muy fuerte. Era el único modo de salir de la monótona vida de un pueblo que poco o nada tenía que ofrecer.

Por un momento consiguió acallar esa voz que la interrogaba desde dentro. Era tal el jaleo que se había montado en la sala de planchado, que no tuvo más remedio que dejar a un lado sus angustias y sus miedos. El estrépito la devolvió al mundo.

La carta que habían dejado la semana anterior en el torno era una escueta nota: “Pronto el pasado y el presente se abrazarán”, y la firma era una I. ¿Qué querría decir todo eso después de tantos años? ¿Una I de Irene? ¿O una I de Irineo?

Irineo. Hacía demasiado tiempo que no tenía noticias de su hermano. Desde que había enviudado y sus hijos estaban lejos, se había vuelto más taciturno que de costumbre y sus cartas fueron cada vez más escasas hasta dejar de escribir. Estaba preocupada por él, pero nada podía hacer. Ahí perdió la Sor los pasos de su hermano pequeño.

Con tanto viaje al pasado, para cuando quiso darse cuenta ya estaban todas las hermanas dando las gracias por los alimentos que iban a tomar. La sopa de cocido entonó su cuerpo y su mente, y el muslito de pollo al ajillo, su plato preferido, desató su alegría reprimida. Saboreó con especial deleite la cuajada casera de Sor Catalina con un poco de miel y así, con el estómago contento y agradecido, sintió que su desasosiego encontraba consuelo.

Serían algo más de las ocho y media de la noche cuando la hermana tornera pasó como un rayo por el corredor de la galería norte camino del despacho de Sor María, la Superiora. Todas la vieron, todas se miraron sin decir nada y ella, Sor Ernestina, sintió como si ya hubiera vivido ese momento. Esperó.

No pasó media hora cuando la Madre Superiora entró en la sala de lectura. Buscó con la mirada a Sor Ernestina, pero ésta ya estaba en pie, intuía que todo aquel revuelo tenía que ver con ella.

Y allí estaba de nuevo, igual que hace treinta y cuatro años atrás, frente a esa carita de ángel, esos rizos dorados y esos ojos de perrilla que ya no manifestaban miedo, que la miraban fijamente. Sólo que esta vez no era Adelina, no tuvo necesidad de preguntar, sabía quién era, sabía que era su sobrina Irene.
Intuyó lo que pasaba, intuyó una nueva sorpresa en su vida.


Instintivamente Sor Ernestina e Irene se abrazaron, lloraron. Éste era el regalo que el destino le restauraba. Sor María observaba la escena con una sonrisa y desde la discreción propia de su cargo. Una luz tenue se reflejaba en la pared de poniente justo sobre la imagen de la Santísima, era como si ella también sonriera.

Pronto corrió el rumor entre las monjas de que era Irene, la pequeña Irene la que había vuelto al lugar de donde salió. La mayoría de las hermanas la había conocido, y aquéllas que llegaron después de su nacimiento también eran sabedoras de los hechos.

Sor Ernestina no cabía en sí de gozo. ¡Su pequeña Irene allí! No hizo falta mucha perspicacia para darse cuenta de que ella, al igual que su madre, también se presentaba... ¡embarazada!

Irene hablaba y hablaba pero, a diferencia de Adelina, el fruto de sus entrañas era motivo de gran alegría para la futura madre.

¿Y cómo supo Irene de sus verdaderos orígenes? Al final se atrevió a preguntar Sor Ernestina. Todo era tan sencillo… Julia, la madre adoptiva de Irene, reveló todo el secreto en su lecho de muerte, no quería que la joven se quedara sola.

Irene había vivido en la ciudad tratando de mejorar una vida que se presentaba dura, sin un porvenir cierto. Consiguió superarse, estudió Secretariado alternando con un trabajo de dependienta y pronto consiguió un puesto en una compañía de seguros donde conoció a José. Se casaron a los pocos meses de haberse conocido. Al saber de su embarazo, Irene decidió volver al lugar de sus primeros días de vida. ¡Y allí estaba!

Paseaba sus ojos la humilde Sor por aquel ser que ahora estaba frente a ella, sin poder evitar que las lágrimas resbalaran por las rechonchas mejillas, sin saber qué hacer: si reír, llorar, saltar, comerse a besos a Irene que ahora era una mujer, el vivo retrato de Adelina, su querida y llorada hermana…y que a su vez la miraba con esa sonrisa de paz y verdadera calma.

Suspiraba Sor Ernestina, hipaba, daba vueltas sin orden ni concierto a las cuentas del rosario, se diría que repetía mil y una veces los misterios de gozo. Y saltaba, daba pequeños saltitos con sus pies regordetes y pequeños. Estaba sofocada. Irene hizo una breve pausa en su relato, respiró hondo, cogió las manos de su tía, las besó con infinita ternura y las llevó a su cara cerrando los ojos sin poder evitar que sus lágrimas empaparan esas manos protectoras.

Sor Ernestina pensó en su hermano, en Irineo, en que ya había llegado la hora, que tenía que saberlo todo, y… Ahora sí que tenía ganas de cantar: ¡Aaaaleluya, Aaaaleluya, Aleluya, Aleluya, Aleeeeeeluya!


Foto: Gentileza de Maricruz Manipulación y Texto: Edurne





26 comentarios:

Edurne dijo...

Sí, ya sé que algun@s ya tenéis leído este relato en el último libro, pero bueno, hacía tiempo que tenía ganas de sacarlo a la blogosfera, y así otr@s también podrán disfrutar de la ternura y la gracia de nuestra Sor Ernestina.
Yo, es que la tengo un cariño especial...

Maricruz dijo...

Me abruma haber contribuido a este blog abrumador y me siento pequeñita, pequeñita, al lado de edurnedesdelaorilla con tanto mensaje que contar, una que quisieracontaralgo de vez en cuando pero tiene pocas fuerzas para hacerlo, sobre todo últimamente.
Tres hurras por sor Ernestina que aguanta impertérrita el paso del tiempo.

Anónimo dijo...

:D:D:D:D

Que chulo to el texto

Anónimo dijo...

ai jo, y lo único que se me ocurre poner es que chulo el texto, igual si le paso la receta de las madalenas a Ernestina queda un comentario mas decente

Edurne dijo...

MARICRUCHI:
Nada de abrumarse, sor! Jejejeje!
Y muy agradecida por su préstamo!
Sí, nuestra (suya y mía) Sor Ernestina,es un crac, y dura y dura y dura....
Muxutxus!

ANÓNIMA REINA DE LAS MADALENAS:
No estaría mal lo de la receta, que ya sabe usted que en la vida monacal se entretienen mucho con esas cosas, y nuestra Sor lo mismo se anima (cono eso de que el asunto del comer le gusta tanto...) y luego se pelean por las madalenas...!
Eso sí, antes tendrá usted que patentarlas... digo!

Adriana Lara dijo...

Me ENCANTÓ, de verdad. Muy conmovedor y bien contado, una atmósfera cargada de mujeres más que de religiosidad; muy logrado.
Cambio de tema. Edurne: mi novelita es más compleja de lo que parece al principio... más de uno de mis lectores va a saltar de la silla de la PC cuando se acerque el final. Está llena de guiñadas de ojo para el lector especialista, con el tema de La invención de Morel y con la insistencia de que Juan Aguirre miente y miente...(vos nombrás Blade Runner entre tus preferencias? bueno... podría ser...una relación parecida...); más que amor es una situación muy perversa la que se está armando al parecer... pero no te adelanto más, no quiero arruinar tu lectura (y para mí es un honor enorme que alguien como vos me esté leyendo y comentando).
Por supuesto que podés enlazar con mi blog.
Mi sueño es ver La Red de Papel en papel de verdad; por ahora es muy interesante el experimento de haberla fraccinado y subirla así al blog.
Saludos cálidos.
Adri.

Edurne dijo...

Gracias por permitir que te enlace, ya lo hice!
Y gracias por tus palabras, gracias...
Y bueno, sí, yo también creo que tu experimento literario merece aparecer en papel de verdad.
Voy a disfrutar de cada capítulo de tu historia, a leerlo y releerlo y a comentarlo sin hacer conjeturas previas... yo, inocente, espero cualquier sorpresa en el devenir de la aventura entre Juan y Lucila, en el lío que se va armando entre tanta mentira...
A ver, a ver!
Un besote!

silvia dijo...

le queda genial la manipulación de maricruchi como aperitivo...
buen finde...

Edurne dijo...

Lo mismo pantuflera!
Salgo de casa ahora mismo, he quedado con mi gemela y nos vamos a Sope a visitar a nuestra querida Merilú, le daremos besos y abrazos de sus partes... jejejeje!
Buen finde y ya nos contactaremos antes su escapada a la Bretagne!
Muxus!

Sergio Saavedra Rivera dijo...

Vaya relato conmovedor ehh... A mi siempre ese mundillo de monjas y monjes me huele a secretillos santos y no tan santos.... bueee... es que estudié en colegios católicos toda mi vida y lo conoci por dentro ps... jejeje.. Siempre recuerdo una monja española que enseñaba "Artes Pláticas" y tomaba el pincel y decía -Teneis que ser rigurosos-!!, u otra que hablaba de las putas diciendo - Esas meretrices-!! o la monja gringa moderna que reía y cantaba y encantaba....y yo creo que seducía y se hacía la loca....wuajajjaja
Saludos

Marce Mercado dijo...

Edurne, querida, qué envidiaaa !!!!!

Cómo es que tienes el don...así como la monja de tu relato y escribes y escribes bello...

y con paciencia y "mano de monja"....

y cómo no hace una Taller Literario Virtual, ponte tú????

y pasa el Atlántico por alto y se instala acá junto a mí y otros ????

Abrazos

Marce

Edurne dijo...

SERGIO:
Jajaja! Sí, el mundo de las monjas y los frailes tiene algo de "misterioso".
Yo tambiñen estudié desde los tres hasta los 12 en un cole de monjitas... y todo mi afán era ser monja! Jajajaja! Me fascinaba el hábito, y eso de ponerte una toca... ya lo creo! Pero yo más que nada quería ser monja para ir de misiones, al Congo!
En fin, que estas cosas se quedan con nosotros per secula seculorum! Amén!
Saluditos!

MARCE:
Huyyy, qué halagos! No sé si escribo bonito o feo, pero sí que escribo con el corazón, con todo mi sentimiento...

Un Taller Literario Virtual me dice? Cruzando el Charco...
Una está dispuesta a participar en cosas de letras con todo el personal que guste de escribir y compartir, pero lo del Taller no es como palabras mayores? Digo!

Un besote!

Cecy dijo...

Espere hasta hoy para leerlo con detenimiento, que buen relato, y que cosas se esconden detrás de los muros, no?
Y a veces las historias se repiten, por suerte esta es mas feliz.

Cariños

Edurne dijo...

CECY:
Sí, a veces las historias se repiten suerte que no siempre son exactamente iguales!
Me alegra saber que te ha gustado la historia de esta Sor Ernestina tan entrañable.
Cariños para ti también.

Adriana Lara dijo...

Gracias, Edurne!!
¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta?
Es ése tu verdadero nombre?

Edurne dijo...

Para nada indiscreta!
Sí, Edurne es mi nombre, igual que el de mi madre...
Edurne quiere decir Nieves en castellano, soy vasca y mi nombre es un nombre vasco, anque también podría ser otro que no lo fuera, Nieves mísmamente es bien bonito. Pero mi nombre es Edurne, así figura en todos los documentos.
Desde luego no sabría mentir o engañar ni siquiera en eso, en cambiarme el nombre, jajajaja!
Un besote!

Anónimo dijo...

Ave María purísima. Un servidor, aunque ya lo había leído, ha vuelto a releerlo con mucho gusto. Ya veo que si las cosas de palacio van despacio, las cosas de convento van en secreto. Bueno, mi enhorabuena a Sor Ernestina. Ya me imagino a las monjas cogiendo las acelgas lo pimientos y la lechugas. A todos esto yo me pregunto, qué no sabrá el padre confesor del convento.
Un saludo, Edurne. Fernando

Anónimo dijo...

¿qué comentar respecto a tan extraordinario texto?
solamente felicitarte por ponerlo en el blog.
Beso grande!!

Anónimo dijo...

Pues mire usted, Don Fernando, mire usted que me ha dado una pista... el padre confesor del convento de nuestras monjitas..! Sería cosa de inventar una historia... huy, lo que no saldría de ahí! Jejejejeje!
Saluditos!

Anónimo dijo...

Franco, amigo, muchas gracias por tus palabras. Me encanta que os haya gustado mi monjita y sus aventuras!
Beso grande!

Tristancio dijo...

Y a la vuelta de página, me entero que este relato forma parte de un libro... vaya, interesante descubrimiento, ¿se puede saber algo más de aquello?

Y mira, yo que niego y reniego de mundos monacales y religiosos, me he sentido transportado a un espacio cálido y acogedor. Como comentaba alguien más arriba, me parece un mundo de mujeres más que religioso.

Como lector, me siento acogido por el realto, pues la historia de esta monja no es otra cosa que la historia de una mujer que encuentra el sentido de la existencia en lo cotidiano, en el recuerdo, en el afecto que persiste en el tiempo... y en fin, en el pincel que intenta hacer trascender esos actos cotidianos... en los misterios gozosos, más que en los dolorosos...

Un abrazo cálido, de los últimos días de verano del Sur.-

Edurne dijo...

Bueno, querido amigo "cuentista" del país más laaargo y estreeecho de allende los mares, ceñido por la Gran Dama Blanca y bañado por el majestuoso Pacífico:
Sí, yo he nombrado un libro. Le cuento.
Asisto desde hace unos años a un Taller Literario, y entre las actividades que tenemos: clases, tertulias, catas de libros... a final de curso editamos un libro con relatos de todos los que formamos parte del Taller.
Y este cuentito de la Sor, es el que yo aporté para el libro del 2007.
Puede usted curiosear en esta dirección:
http://www.geocities.com/alfataller

Y la he sacado a este otro espacio más libre y mundano para que todo el mundo conozca a sor Ernestina.
Y me alegro de que haya cautivado el personal. Yo la tengo un cariño muy especial.
Así que gracias por las palabras tan bonitas.

Un abrazo preprimaveral desde esta orilla del Cantábrico

sinver dijo...

Estaba yo asustado, doña Edurne de las nieves andinas; tenía un deja vú como el de aquella que se lee asesinada en un texto literato...
Si yo este texto lo he leído pensaba yo sorprendido, hasta más no poder. Hasta que me he acordado del ustedes gustan, y se me hizo la luz. Bonito texto, aunque los temas religiosos no sean de mis favoritos. Recomiendo el libro Si ustedes gustan con denuedo, aunque sea dificil de encontrar en las librerías... el de este año va a bajar el nivel bastante, me he enterado de quienes van a ser las nuevas adquisiciones. Sobre todo hay una que no va a hacer que se venda mejor el tema...Creo que Martínez está investigando a ve si consigue secuestrar la publicación antes de que vea la luz...es por aquello del bien común...

Edurne dijo...

Al Inspector Martínez va a haber que darle pistas falsas, don Sinver, que no es plan de que nos quiera fastidiar la publicación de este año... así que usted ni s epreocupe, deje correr su imaginación y hala...!
Ahhhh, y le diré que todavía queda algún ejemplar del "Si ustedes gustan" en Elkar del Casco Viejo, se lo digo porque me he visto en la situación de comprar uno cuando se me acabaron los que tenía.
Y nada, que usted lo escriba bien y que su estreno,este año, sea apoteósico! Jejeje!

Anónimo dijo...

queridita sor, te llegó la afición así como sin darte cuenta, te aliastes con unas y con otras y ahí sigues, como si fuese de broma... y yo que no te veo como de clausura...

Edurne dijo...

Yo sería una sor ye-yé moderna, seguro! Jajajaja!
Y es que de pequeña quería ser monja...!