Había llegado a aceptar por normal el
cambio de ubicación de su casa, y las identidades de los miembros de su familia
cada vez que abandonaba la vivienda y tenía que regresar a ella.
Al principio toda serie de sensaciones y sentimientos se cruzaron en su interior, incluso llegó a pensar que todo era producto de su imaginación, y por lo tanto, que estaba loca. También quiso tranquilizarse con la teoría de que todo era un sueño, muy vívido, pero un sueño, no, más bien una pesadilla, y que enseguida despertaría de él…
Al principio toda serie de sensaciones y sentimientos se cruzaron en su interior, incluso llegó a pensar que todo era producto de su imaginación, y por lo tanto, que estaba loca. También quiso tranquilizarse con la teoría de que todo era un sueño, muy vívido, pero un sueño, no, más bien una pesadilla, y que enseguida despertaría de él…
Pero
no. Al cabo de una semana de angustias y zozobras, llegó a la conclusión de que
ella seguía estando tan cuerda como siempre, y que su vida, al margen del hecho
insólito de que tanto su casa como su familia cambiaran cada vez que ella salía
y volvía a entrar, o sea, todo lo demás seguía su curso normal. Y nadie, nada
más que ella, parecía percatarse de lo anormal de la situación.
Empezó
por tratar de calmarse, de razonar y buscar una explicación a semejante
fenómeno. Su cara, su cuerpo, al menos los que se reflejaban en el espejo, eran
los mismos de siempre. Miró en su cartera, buscó el carné de identidad, el de
conducir, las tarjetas de crédito… Sí, en todos los documentos aparecía el
mismo nombre: Natalia Roca Ortiz, su nombre.
Era
fin de semana y se le planteaba una nueva duda: si no tenía que salir sola para
ir al trabajo… si salía a la calle con el marido o los hijos que en ese momento
estaban en la casa, ¿seguirían siendo los mismos, cambiaría también la casa al
volver? ¿Y si eran ellos los que salían mientras ella se quedaba en casa
esperando, seguirían siendo ellos a la vuelta? Demasiadas preguntas. Decidió
quedarse en casa a ver qué pasaba.
Al
llegar del trabajo la tarde anterior, en “su” casa la esperaban Charly, “su”
marido, Micky, “su” hijo pequeño, y Marietta, “su” hija mayor. ¡Ah, y Rusty, el
hámster de Micky! La recibieron como si la conocieran de siempre, y eso que
ella los acababa de conocer. Claro que desde el lunes en que salió por la
mañana para ir a la oficina, le ocurrió lo mismo en otras cuatro ocasiones.
El
lunes a la noche se encontró con Eduardo y los gemelos Edy y Fredy. El martes,
con Julio, Anuska y un espléndido Golden Retriever llamado Conan. El miércoles, cuando empezó a tomárselo un poco a
chufla, se encontró con Jaime, con Pablo, con Mireia y con Diego. Ya el jueves,
al abrir la puerta, tenía el gusanillo en el estómago y esperaba la sorpresa
con ganas: Miguel, Pili y Mili, de nuevo gemelas, y Rober y Alber, esta vez
mellizos. No le hubiera importado quedarse con la familia del jueves, parecían
divertidos y cariñosos…
Pero sabía que el viernes se encontraría con otros nuevos miembros en su familia. Ahora quería probar, experimentar durante el fin de semana, y ver si al llegar de nuevo al lunes se repetían de nuevo los mismos turnos, o todo volvía ser como siempre, con su Pedro, su Iñigo y su Anita. ¡Ah, y su Michifú!
Pero sabía que el viernes se encontraría con otros nuevos miembros en su familia. Ahora quería probar, experimentar durante el fin de semana, y ver si al llegar de nuevo al lunes se repetían de nuevo los mismos turnos, o todo volvía ser como siempre, con su Pedro, su Iñigo y su Anita. ¡Ah, y su Michifú!
Cuando
abrió los ojos, se desperezó lentamente y giró sobre sí misma, hacia el lado
izquierdo. En el otro lado de la cama tenía un cuerpo peludo dándole la
espalda. Se asustó. Pedro no tenía vello en la espalada, apenas unos pelillos
en el pecho, y encima rubios… Aquel no era Pedro, desde luego. Ya no recordaba
la cara de ese marido, el del viernes.
Decidió
quedarse quieta y hacerse la dormida. Al poco, aquel ser peludo empezó a dar
síntomas de estar vivo: bostezó escandalosamente, se estiró dos, tres veces, y
apartó las sábanas con furia.
Natalia
seguía con los ojos cerrados. Tiritaba, y no sabía cómo hacerse con las sábanas
de nuevo. No tuvo tiempo. Para cuando su mano se deslizaba ya sigilosa en busca
de la ansiada protección, sintió cómo le estampaban un sonoro beso que la dejó
sorda durante unos segundos, y cómo le susurraban al oído “Nati, Natita mía…”
¡Horror!
Éste era de los pegajosos, y no había nada que le diera más grima que un tío
pegajoso y… ¡Y encima velludo! ¡Quería repetir la “hazaña” de la noche
anterior! ¿Hazaña? ¿Había compartido ella alguna hazaña de tipo… carnal con
aquel tipo? No, no podía ser cierto.
Mientras
intentaba zafarse del abrazo de oso de su Charly, notó que algo le mordisqueaba
el dedo gordo del pie derecho… Y en ese mismo instante la puerta de la
habitación se abrió de golpe. De un salto, Miky, su niño, su peque de siete
años, se plantó en la cama y empezó a bucear entre las sábanas hasta que… “¡Te
pillé!”, se escuchó decir, más bien gritar, bajo el remolino de sábanas y
edredón. El tacto de una pequeña mano en su pie volvió a sobresaltarla cuando
Miky emergió de las profundidades más colorado que un tomate y riendo como un
loco. Mostraba orgulloso su trofeo que colgaba de la cola y agitaba sus
diminutas patitas en el aire. Era Rusty.
Natalia
salió disparada de la cama mientras Charly, Micky y Rusty la miraban fijamente
antes de dedicarle todo su repertorio de risotadas, carcajadas y demás
variantes de la risa. Con tanto alboroto y alborozo apareció la que faltaba,
Marietta, la niña de sus ojos, una adolescente rellenita, pelirroja y pecosa
como jamás había visto antes.
Natalia,
perpleja y en pie junto a la cómoda trataba de reaccionar, calibrar sus
posibilidades de salir intacta, pensar, pensar… De nuevo no tuvo tiempo. A la
voz de "¡A por ella!", los tres, los
cuatro, se lanzaron sobre ella y la arrastraron hasta la cama donde empezaron a
hacerle cosquillas y más cosquillas, a darle besos… ¡Dios mío!, pensó, ¿qué
habré hecho yo para merecer esto?
Por lo visto estaban encantados y no paraban de repetir lo bien que estaban los cuatro, los cinco, juntitos, y que como era sábado y había suficiente comida en la nevera, y llovía… pues que no había necesidad de salir a la calle en todo el fin de semana.
Por lo visto estaban encantados y no paraban de repetir lo bien que estaban los cuatro, los cinco, juntitos, y que como era sábado y había suficiente comida en la nevera, y llovía… pues que no había necesidad de salir a la calle en todo el fin de semana.
¡Socorro!
Esa era la única palabra que repetía su cabeza. ¡Socorro!, ¡Socorro! Pero ella
sí, ella sí tenía necesidad, verdadera urgencia por salir de allí. Le fue
imposible. La tenían secuestrada en su propia casa y su propia familia. Pero
esa no era su casa ni ellos su familia. Visto desde fuera, era evidente que sí…
El
domingo a la tarde tuvo que reconocer que, aunque estaba deseando que llegara
el lunes, en el fondo, muy en el fondo, un poco de cariño sí que les había
tomado a aquellos trogloditas empalagosos.
Y
llegó el lunes. Estaba nerviosa. Todo el día pendiente del reloj, esperando
ansiosa la hora de salir del trabajo para ver si…
Tomó
el metro como todos los días en la estación de la Plaza del Ángel, y ya
entonces sintió algo extraño. No sabría explicarlo bien, pero era como si un
puñal le atravesara el costado derecho, dejándola sin respiración un instante.
Tuvo que detenerse al menos cuatro veces hasta que pudo sentarse en uno de los
asientos del fondo del vagón.
Estaba
asustada. Apenas unos minutos antes su estado era completamente normal. Miró alrededor. Aquellas personas tenían un aspecto que no era el de aquellas con
las que se topaba todas las tardes. Parecían etéreas, como transparentes,
incorpóreas… ¡ángeles, sí, más bien eran como ángeles!
No,
todo eso era absurdo, completamente absurdo. Imposible. Se había sugestionado.
Estación Plaza del Ángel, el hecho inexplicable que estaba viviendo desde el
lunes anterior, su excitación por saber qué le esperaba al volver a casa…
Nadie
subía, nadie bajaba, y poco antes de llegar a la cuarta estación, la suya, las
luces del metro parpadearon, por el altavoz dijeron su nombre: “Natalia Roca
Ortiz, por favor, baje en cuanto se detenga el tren y diríjase a su izquierda,
allí habrá alguien esperándola.”
Todas
esas personas que viajaban en el vagón junto a ella y que parecían extrañas, la
miraron con ternura y esbozaron una leve sonrisa, mientras que con la mirada le
decían adiós, buena suerte, ánimo…
Próxima
estación: “Los Santos”. Natalia sintió que todas sus angustias habían
desaparecido de repente. Esperó a que la luz verde del dispositivo de apertura
de la puerta se hiciera visible. Pulsó con el dedo índice de la mano izquierda
y las puertas se abrieron. En el andén no había nadie a pesar de la hora, hora
punta de un día laborable. Se encaminó hacia la izquierda, tal y como le habían
indicado por el altavoz. Poco a poco, según avanzaba, la luz se fue haciendo
cada vez más intensa. Caminaba ligera, y se percató entonces de que no llevaba
ni el bolso, ni la carpeta con los trabajos que solía llevarse para revisar de
vez en cuando, ni la mochila pequeña con el taper de la comida…
Siguió avanzando. Primero como un bulto,
luego como una sombra, y más tarde como unas figuras que fue reconociendo poco
a poco, aparecieron sonrientes ante ella, Pedro, Iñigo, Anuska, ¡y hasta
Michifú! Aquella sí era su casa. Aquella sí era su familia.
¡Por fin! Fue la última en llegar, llevaban una semana esperándola. A pesar de lo despistada que era y que siempre se perdía, sabían que terminaría por encontrar el camino. Ahora ya estaban todos juntos, así que podían partir tranquilos. Natalia les contó todo el lío de las casas y los maridos, y los hijos diferentes cada día, cuando volvía a casa por las tardes, y todos rieron, ya lo sabían. No les importó demorar el viaje un poco más, se veía que se lo estaba pasando tan bien que por eso decidieron esperar a que fuera ella quien les encontrara.
¡Por fin! Fue la última en llegar, llevaban una semana esperándola. A pesar de lo despistada que era y que siempre se perdía, sabían que terminaría por encontrar el camino. Ahora ya estaban todos juntos, así que podían partir tranquilos. Natalia les contó todo el lío de las casas y los maridos, y los hijos diferentes cada día, cuando volvía a casa por las tardes, y todos rieron, ya lo sabían. No les importó demorar el viaje un poco más, se veía que se lo estaba pasando tan bien que por eso decidieron esperar a que fuera ella quien les encontrara.
Junto a la cuneta, un Wolkswagen Polo reducido a un amasijo de chapa estaba siendo retirado por una grúa. Al otro lado de la carretera, una familia caminaba de la mano a través de un campo de trigo verde sin volver la vista atrás…
Imagen: Internet. Texto: Edurne
4 comentarios:
Hola: acabo de descubrir tu blog por otras compañeras y me gusta mucho la variedad de temas que tratas. Me quedé con tus plabras de presentación de tu blog con las que me siento identificada: ``Sólo estamos de paso. Sólo pretendo disfrutar del paseo, compartir y jugar a saltar las olas que vienen y van``.... En este post me gusta mucho tu relato... En este momento he creado un blog dedicado a los jóvenes y al uso que hacen de las nuevas tecnologías. Te invito a visitarlo: http://cativodixital.blogspot.com.es/ Si quieres seguimos en contacto. Yo ya me hice seguidora de tu blog.
Buen relato, y muy bien rematado. Feliz 2015. Un abrazo.
Qué buen relato. Qué soledad la de los muertos...
Besos, querida amiga. Y Feliz Año.
MARTA:
Muchas gracias por tu visita!
Me pasaré por tu rincón
Un beso
;)
ANTORELO :
Gracias y Feliz Año!
Un abrazo
;)
PEDRO :
Muchas gracias, profe!
Es verdad, esa soledad ha de ser... Inmensa! Y es lo.que me asusta.
Besos, amigo, y un Año Nuevo 2015 lleno de todo lo mejor!
;)
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