Mi
Luisito me miraba sonriente con sus bigotes de cigala desde la pantalla del
móvil, y yo no podía enseñárselo a su abuelo, ni decirle, ¡mira, Felipe, mira
nuestro Luisito qué gracioso él! No podía mover la cabeza, tampoco podía
hablar, aunque lo intentaba, pero ninguna palabra salía por mi boca, algo se me
había incrustado en la garganta, algo largo, metálico y gomoso a la vez: uno
de los limpiaparabrisas del coche. Sé que tenía la mano izquierda apoyada
en el muslo de mi marido para llamar su atención. Ya no sentía nada. En un
instante, mientras el otro coche se nos echaba encima, mi vida escribía su último capítulo. Quería plegarme como
un bebé pero no me dio tiempo. ¡Felipe, frena, por Dios, frena! Un golpe, dos… gritos. Silencio.
Mirando
de reojo podía intuir que las gafas de Felipe habían saltado de su cara y
estaban entre el cristal frontal y el amasijo formado por el volante y el
salpicadero. Podía ver una patilla apuntando hacia arriba. Con el único ojo que me servía, pude hacerme una
composición de lugar: habíamos tenido un accidente. Lo que yo creía que era
imposible, había ocurrido. Felipe no respiraba, no se movía, no me
llamaba… Estaba muerto, tenía que estarlo. Tal vez yo también lo estuviera.
Entonces
me di cuenta de que frente a mí tenía dos caras, o lo que quedaba de ellas. La
más cercana, la de una mujer de pelo rojo y ensortijado, revuelto y
enredado en su cuello, tenía la boca abierta y los ojos espantados, como si
quisiera ahogar un grito. Parecía una de esas gárgolas de las catedrales del
medievo. La otra cara, junto a la de la mujer, susurrándole palabras de horror,
era la de lo que quedaba de un motorista con su chupa de cuero. Yo lo veía de
perfil, malamente, y con el único ojo sano, pero aun así era fácil
suponer que también estaba muerto. Lo que yo veía era un montón de pelos,
sangre y vísceras. Los sesos se le escapaban despacito, resbalando por el
parabrisas, y la oreja izquierda, intacta, pegada al cristal como queriendo
oír lo que ocurría afuera. Silencio.
Enseguida
fui consciente de que estaba completamente atrapada. ¿Cuántos segundos había
durado el impacto, dos, tres, cuatro, cinco…? No lo sabía, no podía recordar
nada, solo mi risa, el
ceño fruncido de Felipe, la lluvia persistente, unas luces de frente, la brusca
frenada, el ruido, ese ruido por dentro de mi cuerpo, de mi cabeza, y todo
que estalla…
El
impacto había provocado que el asiento se desplazara hacia adelante con tanta
fuerza que no sabía qué partes de mi cuerpo podía mover. Mi mano derecha,
que sujetaba el móvil con la foto de Luisito, era lo único que me daba una
pista de lo ocurrido, lo único que me unía a la realidad. Pero hasta mi
pequeño empezaba a cansarse y poco a poco se iba apagando hasta dejarme allí
sola, sola con tres muertos a mi cargo y en mi conciencia.
Los
dos coches habían quedado unidos en un beso mortal, y aquel motorista, como
una flecha perdida, se había atravesado en nuestros caminos. Un coro de
hierros, chapas retorcidas y cristales rotos, ponían el contrapunto a una
lluvia ácida, sucia y sin música. Otra vez el silencio. De los motores salía un
humo que poco a poco se iba convirtiendo en una espesa cortina con la que ocultar
lo absurdo de la muerte. Las gotas de lluvia, furiosas, caían sobre mi cabeza.
Era el castigo por haber querido compartir mi alegría con
Felipe y burlarme de su exagerada prudencia. Ya nada tenía sentido.
¡Adiós
Luisito, mi amor, pronto comprenderás que cualquier día es bueno para morir!
Imagen: Internet. Texto: Edurne (sujeto a todos los cambios que ya estoy viendo que he de hacer. Permanezcan atentos a su pantalla. Muchas gracias)
6 comentarios:
Y es cierto. Estamos siempre a cinco pasos de la muerte...
Besos.
Impactante relato, Edurne, que has ido tejiendo con maestría y manteniendo al lector absorto en la noticia. Decía mi padre: "para morir sólo hace falta estar vivo".
Enhorabuena y un fuerte abrazo.
Y que no nos pase todavía no...Todavía quiero disfrutar familia -en especial mi hija y nietas- y amigos.
Besos, Edurne.
Se muere gente que no se había muerto nunca. Era la frase del conductor de los muertos en el Burgos de antaño.
Besos Edurne.
Si..cualquier dia es bueno......saludos..un placer pasar a leerte.
PEDRO, PACO, MYRIAM, ABEJITA y POETIZA:
Muchas gracias por la visita y las palabras.
Besos y abrazos a todos.
;)
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