Angelita no había sido dotada de una gran belleza, ni siquiera de gracia y salero. Era una muchacha más bien feucha y algo sosa. Había nacido en el barrio pesquero de la ciudad, en el seno de una familia muy humilde.
El padre, Faustino, un pescador retirado. Retirado por fuerza mayor pues un accidente con la polea de arriar las redes durante un día de fuerte galerna, le dejó sin brazo derecho, y por ende inútil para el resto. Ahora se ganaba la vida vendiendo chucherías a los niños del barrio en un cajón con compartimentos especiales que le había hecho ex profeso su hijo Tino, el mayor.
La madre de Angelita, Cándida, a la que ésta se parecía, era una mujer triste, cenicienta, que desde que murieran sus padres, hace más de veinte años, no se había quitado el luto de encima. Angelita ayudaba a su madre en lo de remendar las redes en el puerto.
Tino y Salva, el hermano pequeño, faenaban en el barco de Don Justo. Ahora había mala mar y no salían, por eso se pasaban el día en la taberna del Cojo bebiendo orujo y jugando al mus y al dominó. Tino y Salva eran grandullones, unos muchachos alegres pero muy tímidos. A veces volvían a casa achispados y entonces bromeaban con Angelita, le hablaban de Tomás, el chico de la lonja, que si preguntaba por ella… Angelita sabía que le tomaban el pelo porque una vez le descubrieron una foto de la fiesta del Carmen del año pasado, donde aparecía Tomás a su lado, y ella había encerrado las dos figuras en un corazón torpemente pintado de rojo. Entonces, cuando le gastaban bromas, lloraba en silencio. Sólo el padre se daba cuenta y les hacía callar con una toñeja en la testuz. La madre miraba con esa tristeza eterna en los ojos, y seguía trajinando en la cocina.
Angelita tenía una amiga, Pilar. Eran amigas desde chicas, y aunque de carácter opuesto, siempre se habían querido y ayudado. Pilar era una mujer guapa y atrevida. No tenía madre y nunca la conoció porque murió al darle a luz a ella. Vivía con su padre, Basilio, un pobre hombre que malvivía de un mísero trabajo de guarda en la lonja del puerto, y que los más de los días estaba tan borracho que no se enteraba de lo que pasaba a su alrededor.
Los hombres rondaban a Pilar, pero si estaba con Angelita, no se acercaban o si lo hacían era con un tono de sorna. Pilar los despachaba con cajas destempladas. Ya habían cumplido los diecinueve y los cuerpos de las muchachas eran como un tiovivo de feria sin parar de dar vueltas…
Pilar siempre le decía a su amiga que tenía que prepararse un poco más, que así, con esa cara y esa pinta ningún hombre se fijaría en ella. Pero Angelita negaba con la cabeza. Tenía miedo de los hombres, sólo le interesaba Tomás, pero sabía que nunca le haría caso… Por eso tonta, para gustarle a Tomás, trataba de convencerla su amiga.
Pilar vendía pescado en el puestito que tenía la señora Lola justo en el cantón del Buen Pastor, el que daba a la parte trasera del puerto. Sabía vocear la mercancía como nadie, y la señora Lola estaba encantada, su puesto era el más concurrido.
El olor a pescado impregnaba cada poro de los cuerpos de las dos amigas, un olor que no salía ni dejándose la piel enrojecida de tanto refregarla. Sus vidas eran tristes, pero mientras que Angelita vivía dentro de la conformidad, Pilar tenía cada vez más claro que saldría de esa vida como fuera…
Corrían tiempos duros, y buscarse las lentejas honradamente, a veces, tan sólo daba para malvivir. Un día apareció un mozo bien plantado por el puerto. Tenía pinta de señorito, pero había algo que delataba su baja extracción social; no era nada en concreto pero sí esa forma de moverse, tosca… Esa mirada, desconfiada… Durante toda una semana, Juan, que así se llamaba, rondó la zona del puerto; parecía que iba buscando algo, hasta que lo encontró.
Por las mañanas se dejaba ver por los alrededores de la lonja, observaba cómo faenaban los hombres, descargando cajas de los barcos… daba una vuelta por los puestos del pescado para terminar en la taberna del Cojo, desde donde se divisaba perfectamente el puestito de la señora Lola. Se tomaba un carajillo, o dos… Luego un vermouth, un aperitivo, según cuadraba. Y mientras, no quitaba la vista de Pilar. Ésta era consciente de ello y se crecía, estaba, si cabe, más arrogante y desenvuelta que de costumbre.
Las dos amigas estaban excitadas con la presencia de Juan. Pilar porque ya se imaginaba una fabulosa y romántica historia, y Angelita por la novedad que suponía la aparición de alguien nuevo en su reducido mundo. Al cabo de diez días de observar, Juan pasó a la acción. Era viernes y el pescado parecía vivo, saltaba del puesto a las bolsas de las amas de casa. Pilar no paraba de vocear la mercancía, de limpiar pescadillas, chicharros… Una nube de escamas nacaradas la rodeaba. Estaba acalorada, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Estaba más guapa que nunca.
Juan se plantó delante de ella, la señora Lola sonrió y dio un codazo a Pilar –Mira, tienes un cliente niña, atiéndelo como se merece- y guiñándole un ojo a Juan se retiró al otro extremo del mostrador. Pilar levantó los ojos y los enfrentó con los de él. Éste se quitó el clavel que llevaba en el ojal de la solapa, lo besó y se lo dio. –A las siete vendré a por ti, te esperaré al final del cantón.- Pilar corría, volaba a casa de Angelita, y casi tropieza con el señor Faustino y su cajón de las chucherías. – ¿Adónde vas chiquilla? ¡Mira por dónde andas!- Y según se alejaba le preguntó por Angelita, por si estaba ya en casa.
La puerta de la casa de Angelita, como todas las demás, siempre estaba abierta. – ¡Angelita, Angelita!- gritaba Pilar. En la cocina estaba Cándida pelando unas patatas. - ¿Qué pasa hija? ¡Parece que has visto al diablo!- -¡No señora Cándida, sólo es que se me ha abierto el cielo, eso es lo que pasa! ¿Dónde está Angelita? tengo que hablar con ella urgentemente.-
Angelita no había llegado todavía, estaba recogiendo las últimas redes, volvería enseguida. Pilar no podía esperar y salió a buscarla. Por el camino vio cómo salía su padre de la lonja, pero no quiso encontrarse con él, así que se desvió por detrás de las casitas amarillas del carril. Y allí estaba Angelita, terminando su labor de aquella mañana. Al oír que la llamaban se volvió. Su cara estaba bañada en sudor por el esfuerzo de doblar y amontonar las redes. Se secó la frente con la bocamanga y preguntó asustada qué es lo que ocurría. Pilar contó a su amiga que Juan se había acercado al puesto, que le había regalado el clavel que llevaba en la solapa, que lo había besado, que la había mirado fijamente a los ojos y que le había dicho que a las siete iría a buscarla…
Angelita sintió frío. Algo no le gustaba de Juan, no sabía el qué, pero había algo que no, que no encajaba. Sus ojos se ensombrecieron y su expresión se volvió más triste aún. Pensó en Tomás, en ella… Y mientras, Pilar no para de hablar. Volvieron juntas, pero cada una estaba caminando por una senda diferente.
Durante las semanas siguientes, Pilar salió con Juan todas las tardes, y Angelita se quedaba sola. Se encerraba en su habitación, un cuartucho húmedo y oscuro, y sacaba la foto de la fiesta del Carmen de su escondite. Se pasaba el rato mirando ese corazón y esas figuras, ella y Tomás, Tomás y ella… Sabía que nunca lo tendría, lo sabía. Y cuando su madre golpeaba en la puerta para que la ayudara con la cena, ésta sabía que estaría llorando, pero no sabía qué decirle, no sabía cómo consolar la pena de su hija… - ¡Hala, hija, sal y ayúdame a preparar la cena que tus hermanos vendrán con hambre!-
Pilar empezó a presumir más de lo normal, gastaba ropa elegante, o eso le parecía a Angelita; se pintaba la cara, usaba zapatos de tacón… Parecía otra, más mayor. Tenía dinero. Un día dejó de ir a trabajar al puesto de la señora Lola y enseguida empezaron las murmuraciones. Basilio, el padre de Pilar, seguía viviendo en su mundo, y si algo sabía, hacía como que no se enteraba.
Una tarde, Pilar fue a buscar a Angelita. Se sentaron en el borde de la cama y Pilar habló claro. Le dijo a qué se dedicaba y que Juan la cuidaba, que no dejaba que la sucediera nada malo… Ganaba dinero, y se iba a ir a vivir fuera de allí, con Juan. Le propuso trabajar con ella. Le dijo que si quería tener a Tomás, esa sería la única forma… y que total, “De noche, todos los gatos son pardos”, que nadie la rechazaría.
Angelita miró a su amiga con una expresión de profundo dolor. Sacó la foto, la rompió, y rompió a llorar. Pilar la besó con tristeza pero con mucha calma; se levantó y salió cerrando la puerta tras de sí. Cerrando la puerta a un mundo gris del que por fin había conseguido escapar. Cerrando la puerta a la amistad de Angelita, a los deseos limpios y sencillos de su amiga de toda la vida.
Y Angelita… Angelita que quedaría para siempre unida a la miseria de una vida sin aire y sin luz.
El padre, Faustino, un pescador retirado. Retirado por fuerza mayor pues un accidente con la polea de arriar las redes durante un día de fuerte galerna, le dejó sin brazo derecho, y por ende inútil para el resto. Ahora se ganaba la vida vendiendo chucherías a los niños del barrio en un cajón con compartimentos especiales que le había hecho ex profeso su hijo Tino, el mayor.
La madre de Angelita, Cándida, a la que ésta se parecía, era una mujer triste, cenicienta, que desde que murieran sus padres, hace más de veinte años, no se había quitado el luto de encima. Angelita ayudaba a su madre en lo de remendar las redes en el puerto.
Tino y Salva, el hermano pequeño, faenaban en el barco de Don Justo. Ahora había mala mar y no salían, por eso se pasaban el día en la taberna del Cojo bebiendo orujo y jugando al mus y al dominó. Tino y Salva eran grandullones, unos muchachos alegres pero muy tímidos. A veces volvían a casa achispados y entonces bromeaban con Angelita, le hablaban de Tomás, el chico de la lonja, que si preguntaba por ella… Angelita sabía que le tomaban el pelo porque una vez le descubrieron una foto de la fiesta del Carmen del año pasado, donde aparecía Tomás a su lado, y ella había encerrado las dos figuras en un corazón torpemente pintado de rojo. Entonces, cuando le gastaban bromas, lloraba en silencio. Sólo el padre se daba cuenta y les hacía callar con una toñeja en la testuz. La madre miraba con esa tristeza eterna en los ojos, y seguía trajinando en la cocina.
Angelita tenía una amiga, Pilar. Eran amigas desde chicas, y aunque de carácter opuesto, siempre se habían querido y ayudado. Pilar era una mujer guapa y atrevida. No tenía madre y nunca la conoció porque murió al darle a luz a ella. Vivía con su padre, Basilio, un pobre hombre que malvivía de un mísero trabajo de guarda en la lonja del puerto, y que los más de los días estaba tan borracho que no se enteraba de lo que pasaba a su alrededor.
Los hombres rondaban a Pilar, pero si estaba con Angelita, no se acercaban o si lo hacían era con un tono de sorna. Pilar los despachaba con cajas destempladas. Ya habían cumplido los diecinueve y los cuerpos de las muchachas eran como un tiovivo de feria sin parar de dar vueltas…
Pilar siempre le decía a su amiga que tenía que prepararse un poco más, que así, con esa cara y esa pinta ningún hombre se fijaría en ella. Pero Angelita negaba con la cabeza. Tenía miedo de los hombres, sólo le interesaba Tomás, pero sabía que nunca le haría caso… Por eso tonta, para gustarle a Tomás, trataba de convencerla su amiga.
Pilar vendía pescado en el puestito que tenía la señora Lola justo en el cantón del Buen Pastor, el que daba a la parte trasera del puerto. Sabía vocear la mercancía como nadie, y la señora Lola estaba encantada, su puesto era el más concurrido.
El olor a pescado impregnaba cada poro de los cuerpos de las dos amigas, un olor que no salía ni dejándose la piel enrojecida de tanto refregarla. Sus vidas eran tristes, pero mientras que Angelita vivía dentro de la conformidad, Pilar tenía cada vez más claro que saldría de esa vida como fuera…
Corrían tiempos duros, y buscarse las lentejas honradamente, a veces, tan sólo daba para malvivir. Un día apareció un mozo bien plantado por el puerto. Tenía pinta de señorito, pero había algo que delataba su baja extracción social; no era nada en concreto pero sí esa forma de moverse, tosca… Esa mirada, desconfiada… Durante toda una semana, Juan, que así se llamaba, rondó la zona del puerto; parecía que iba buscando algo, hasta que lo encontró.
Por las mañanas se dejaba ver por los alrededores de la lonja, observaba cómo faenaban los hombres, descargando cajas de los barcos… daba una vuelta por los puestos del pescado para terminar en la taberna del Cojo, desde donde se divisaba perfectamente el puestito de la señora Lola. Se tomaba un carajillo, o dos… Luego un vermouth, un aperitivo, según cuadraba. Y mientras, no quitaba la vista de Pilar. Ésta era consciente de ello y se crecía, estaba, si cabe, más arrogante y desenvuelta que de costumbre.
Las dos amigas estaban excitadas con la presencia de Juan. Pilar porque ya se imaginaba una fabulosa y romántica historia, y Angelita por la novedad que suponía la aparición de alguien nuevo en su reducido mundo. Al cabo de diez días de observar, Juan pasó a la acción. Era viernes y el pescado parecía vivo, saltaba del puesto a las bolsas de las amas de casa. Pilar no paraba de vocear la mercancía, de limpiar pescadillas, chicharros… Una nube de escamas nacaradas la rodeaba. Estaba acalorada, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Estaba más guapa que nunca.
Juan se plantó delante de ella, la señora Lola sonrió y dio un codazo a Pilar –Mira, tienes un cliente niña, atiéndelo como se merece- y guiñándole un ojo a Juan se retiró al otro extremo del mostrador. Pilar levantó los ojos y los enfrentó con los de él. Éste se quitó el clavel que llevaba en el ojal de la solapa, lo besó y se lo dio. –A las siete vendré a por ti, te esperaré al final del cantón.- Pilar corría, volaba a casa de Angelita, y casi tropieza con el señor Faustino y su cajón de las chucherías. – ¿Adónde vas chiquilla? ¡Mira por dónde andas!- Y según se alejaba le preguntó por Angelita, por si estaba ya en casa.
La puerta de la casa de Angelita, como todas las demás, siempre estaba abierta. – ¡Angelita, Angelita!- gritaba Pilar. En la cocina estaba Cándida pelando unas patatas. - ¿Qué pasa hija? ¡Parece que has visto al diablo!- -¡No señora Cándida, sólo es que se me ha abierto el cielo, eso es lo que pasa! ¿Dónde está Angelita? tengo que hablar con ella urgentemente.-
Angelita no había llegado todavía, estaba recogiendo las últimas redes, volvería enseguida. Pilar no podía esperar y salió a buscarla. Por el camino vio cómo salía su padre de la lonja, pero no quiso encontrarse con él, así que se desvió por detrás de las casitas amarillas del carril. Y allí estaba Angelita, terminando su labor de aquella mañana. Al oír que la llamaban se volvió. Su cara estaba bañada en sudor por el esfuerzo de doblar y amontonar las redes. Se secó la frente con la bocamanga y preguntó asustada qué es lo que ocurría. Pilar contó a su amiga que Juan se había acercado al puesto, que le había regalado el clavel que llevaba en la solapa, que lo había besado, que la había mirado fijamente a los ojos y que le había dicho que a las siete iría a buscarla…
Angelita sintió frío. Algo no le gustaba de Juan, no sabía el qué, pero había algo que no, que no encajaba. Sus ojos se ensombrecieron y su expresión se volvió más triste aún. Pensó en Tomás, en ella… Y mientras, Pilar no para de hablar. Volvieron juntas, pero cada una estaba caminando por una senda diferente.
Durante las semanas siguientes, Pilar salió con Juan todas las tardes, y Angelita se quedaba sola. Se encerraba en su habitación, un cuartucho húmedo y oscuro, y sacaba la foto de la fiesta del Carmen de su escondite. Se pasaba el rato mirando ese corazón y esas figuras, ella y Tomás, Tomás y ella… Sabía que nunca lo tendría, lo sabía. Y cuando su madre golpeaba en la puerta para que la ayudara con la cena, ésta sabía que estaría llorando, pero no sabía qué decirle, no sabía cómo consolar la pena de su hija… - ¡Hala, hija, sal y ayúdame a preparar la cena que tus hermanos vendrán con hambre!-
Pilar empezó a presumir más de lo normal, gastaba ropa elegante, o eso le parecía a Angelita; se pintaba la cara, usaba zapatos de tacón… Parecía otra, más mayor. Tenía dinero. Un día dejó de ir a trabajar al puesto de la señora Lola y enseguida empezaron las murmuraciones. Basilio, el padre de Pilar, seguía viviendo en su mundo, y si algo sabía, hacía como que no se enteraba.
Una tarde, Pilar fue a buscar a Angelita. Se sentaron en el borde de la cama y Pilar habló claro. Le dijo a qué se dedicaba y que Juan la cuidaba, que no dejaba que la sucediera nada malo… Ganaba dinero, y se iba a ir a vivir fuera de allí, con Juan. Le propuso trabajar con ella. Le dijo que si quería tener a Tomás, esa sería la única forma… y que total, “De noche, todos los gatos son pardos”, que nadie la rechazaría.
Angelita miró a su amiga con una expresión de profundo dolor. Sacó la foto, la rompió, y rompió a llorar. Pilar la besó con tristeza pero con mucha calma; se levantó y salió cerrando la puerta tras de sí. Cerrando la puerta a un mundo gris del que por fin había conseguido escapar. Cerrando la puerta a la amistad de Angelita, a los deseos limpios y sencillos de su amiga de toda la vida.
Y Angelita… Angelita que quedaría para siempre unida a la miseria de una vida sin aire y sin luz.
Foto: Antonio Texto: Edurne
10 comentarios:
Your blog is very creative, when people read this it widens our imaginations.
linda historia que me ha atrapado desde el principio hasta el final, una historia con enseñanza, dos amigas, historias distintas y que eligen diversos caminos.
Elegir no es sencillo, pero solo se sabe con el transcurso de la vida si ha sido el correcto o no.
Como en el caso de estas amigas verdad?
me gusto mucho querida orillera, te dejo un gran besote.
Qué lindo! (snif snif) en cierto momento de mi vida, la suerte de Angelita era la mía, pero gracias a Dios no tuve que hacer lo que hizo Pilar (jaaa, qué lejos se ve!!) para al menos, salir de todo eso...Esos personajes de tus historias, Edurnetxu. Recuerdo con pena y añoranza, los días en que, como Angelita, vivía ilusionada de alguien que nunca me haría caso, y lloraba mucho por eso. Gracias a Dios todo paso, y ¿yo? ¿llorar por un hombre el día de hoy? NI QUE ESTUVIERA LOCA!!!
Liiiiiiiiinda historia!!!!!!
Saluditos, muxus!! ^^
CECY:
Bueno, pues sí, la historia es un poco triste, pero también real, no es una historia que no se haya dado en algún momento de la vida de ciertas personas.
Tener que elegir en situaciones x es difícil, imagino! Para unas personas las cosas están claras, clarísimas, mientras que otras se dejan llevar por otras circunstancias, escuchan los cantos de sirena y tal vez elijan el camino fácil, aunque seguro que luego no es nada fácil...
Pues ya me gusta que te haya gustado!
Más besitos espumosos!
TXANA:
No creo yo que tengas nada que ver con mi Angelita... ni ahora ni nunca, seguro que no!
Ahhh, y de llorar por un hombre... ni loca, me oyes, ni loca!
Muxutxuak!
hola...preciosa historia ....cautivadora sensible e incluso con moraleja casi.....¨cerrando la puerta a un mundo gris¨pero al mundo que entraria..seria lleno de espesas tinieblas y humillacion....quiza me da mas pena pilar...porque se agarra a su vanidad...ojala pueda escapar!!......pero angelita...angelita me parece cobarde....soportar a unos hermanos que exponen sus sentimientos y cual balon de futbol lo usan para divertirse....ademas no tener ni la mas minima ganas de luchar es tan triste como entregar el alma al diablo......no creo que ninguna se fue...y ninguna se quedo.....creo que ambas encerraron....sus sueños a cambio de lo que creian tener....¨nada¨,y ahora menos sin tenerse la una a la otra.....hermosa historia con muchiiiisiiimo trasfondo y miles de aplicaciones.....una vez mas felicitaciones
DIARIODEUNAMUJERSOLA:
Sí, la vida a veces te pone en encrucijadas com ésta.
Yo también creo como tú, que ninguna de las dos escapo, que ninguna de las dos se quedó...
Un beso y gracias por seguir pasando!
Si es muy triste, es muy conmovedora, pero yo no tengo claro de que Pilar haya elegido algo, cuando hay tan pocas opciones...¿Qué se puede elegir? o igual si se puede pero siempre va a ser malo, de lo malo lo menos malo, pero poco afortunado de todas formas...
Muy bueno, felicitaciones
Hombre, Edurne, hay que ver que mala suerte tienen estas muchachas. Seguro que Angelita a la vuelta de la esquina se trpieza con alguien con quien ser feliz. Si no se está seguro mejor es esperar y n liate la manta a la cabeza.
Bueno, que paséis unas vacaciones alegres y divertidas.
Esto es lo que se suele llamar un relato constumbirsta, ¿no?, en fin, de malaga a malagon las pobres chicas. Cierto es que no sabemos actualmente la suerte que tenemos de tener distintas formas y maneras de elección. Mucha gente no tiene mucho donde elegir. Por no hablar de los que sólo les queda escoger entre el hambre o el odio, la miseria y la delincuencia; entre la locura y la degradación moral.
Somos afortunados, che.
Hasta el curso que viene por esta orilla.
BIBI:
Lo de tener que elegir es bien "jodido", ya lo sabemos, y por otro lado... quién sabe qué hubieramos hecho los demás de estar en la situación de estas muchachas...!
Gracias por tus palabras y me alegra que te haya gustado!
Muxus!
FERNANDO:
Angelita, Pilar...
Pues sí, muchas veces lomejor es no liarse la manta ala cabeza, que las cosas ya se ven venir!
Gracias, las vacacnces van bien!
Saluditos!
SINVER:
Costumbrista? Seguro que sí, aunque yo no me atrevo a ponerle ningún apellido a lo que escribo... jejejeje!
Suerte la nuestra? Sin dudarlo, somos unos suertudos!
Muxus!
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