No podía soportar el
calor. El termómetro de la plaza del ayuntamiento marcaba treinta y dos grados.
Tan solo eran las doce del mediodía y el panorama no tenía visos de cambiar,
muy al contrario, las previsiones eran totalmente amenazadoras: la temperatura
podría elevarse hasta los cuarenta.
Pablo aumentó la
potencia del ventilador de pie que estaba junto a la ventana y le dio al botón
de función giratoria. Al momento, un aire ya usado pero revestido de un falso
frescor le golpeó sin piedad en las piernas, después sacudió las cortinas de la
ventana y lanzó por toda la habitación una pila de revistas que dormitaban en
el suelo, junto a la tele… Le gustó la sensación y se quedó de pie junto al
aparato mientras observaba una y otra vez ese viento artificial y los efectos que
causaba a su paso.
Se había propuesto un
par de horas de lectura tranquila, pero la tarde había empezado mal; con ese
calor y ese ruido insoportable de las aspas del ventilador no se podía
pretender nada tranquilo, ni la tarde, ni la lectura, ni nada de nada...
Cansado, lo apagó. Ahora podía percibir el silencio. El calor, el silencio y el
vacío. Nada se movía. Las revistas estaban desperdigadas por el suelo.
Realmente insoportable.
Se dejó caer en el
sofá. El techo le devolvió una visión
real de ese vacío, de ese silencio, de ese calor… Cerró los ojos, pero los
volvió a abrir rápidamente. Lo que vio no le gustó nada. Instintivamente empezó
a palparse nervioso: la cara, el cuerpo, las manos, el cabello… ¡No, otra vez
no! Los recuerdos. Era la hora de los recuerdos que volvían a llamar sin pedir
permiso a su puerta. Pensó que ya la había abierto en demasiadas ocasiones, que
ya era suficiente y, sin embargo, ahí estaban de nuevo, diluidos entre aquel
sol plomizo...
Corrió al baño, se miró
en el espejo. Era él, ¡sí, todavía era él! Dejó correr el agua fría de la
canilla y se refrescó la cara una y otra vez obsesivamente… No quería volver a
enfrentarse con el espejo. Cogió la toalla y se tapó con ella el rostro
empapado de agua y de miedo. Frotó enérgicamente mientras repetía cada vez más
alto que no, que él seguía siendo él todavía, que estaba ahí, en su casa, que
todo lo demás no era cierto, que el pasado se había ido para siempre y que ya
le había cerrado la puerta. Levantó la cabeza poco a poco y, muy lentamente,
fue deslizando la toalla por la cara. Dejó que el frescor del agua le penetrara
hasta dentro, hasta los recuerdos de aquellas mañanas de agosto… Aún tenía los
ojos cerrados, con los párpados reducidos a un montón de arrugas. Respiró hondo
y después de contar hasta tres, los abrió al pasado.
Todos los días bajaba a
la playa junto con su hermano César y el resto del grupo por el camino que
atravesaba las huertas del tío de Alfredo. Era el mejor de los atajos porque
siempre «caía» algo: unas peras, unas moras…. Y a él siempre le tocaba en
suerte el trabajo sucio. No se quejaba, ¿para qué? Cuando volvían a casa, la
madre también le regañaba por los pantalones rasgados, la camiseta rota o las
zapatillas sucias… ¡Para qué protestar! Siempre había sido así; primero su
hermano, después él. Él, último en todo.
Las comparaciones eran
inevitables; aunque gemelos, César y él eran bien distintos, no físicamente,
que eran como dos gotas de agua, pero sí en el carácter. Nadie parecía fijarse
en él, solo había ojos para César. César y su gracia y desparpajo, César y sus
ojos, César y esa forma tan peculiar de mover el flequillo, César… ¡siempre
César! Toda la vida igual. César y él, el sin nombre. Casi nadie recordaba el
suyo: Pablo. Ellos eran César y Pablo, los gemelos.
Aquella mañana bajaban
jugando a las adivinanzas y al veo-veo, como los niños chicos. Hacía mucho
calor, demasiado. Mientras caminaban se jaleaban unos a otros, riendo y
empujándose. Iban siete en el grupo: César, Alfredo, Ana, Juanín, Tere, Elena,
la chica más guapa del mundo, y él, Pablo, que avanzaba unos pasos más atrás,
observándolo todo, incluso cómo César trataba de impresionar a Elena con sus
gracias, sus chistes, sus poses… y ese gesto tan suyo de echarse el flequillo
hacia atrás que parecía ejercer un influjo especial en todo el mundo. Ninguno
de ellos se daba cuenta de que se iba quedando cada vez más rezagado.
Únicamente Elena se volvía alguna vez y le hacía un gesto con la mano para que
se apurara.
Llegaron a la playa. No
había nadie, como siempre. En realidad, más que una playa, era una pequeña cala
donde se podía bucear tranquilamente, coger percebes y algunos bivalvos de las
rocas. Además estaba La Cueva del Pirata, el lugar secreto donde solían
reunirse de vez en cuando para hacer fogatas en las tardes de verano.
La mañana transcurría
normal entre juegos, chapuzones, risas… Comieron los bocadillos que llevaban en
los macutos y la fruta que habían «recolectado» por el camino. A la hora de la
siesta, y a pesar del calor que hacía, Alfredo y Juanín se quedaron como
troncos; Tere y Ana se pusieron a leer revistas y a cuchichear mientras se les escapaba alguna que otra
risita nerviosa; César y Elena bajaron hasta la orilla en dirección a La Cueva
del Pirata y Pablo se quedó sentado en una roca leyendo un libro de aventuras
mientras su mirada les perseguía… Hasta que los perdió de vista cuando desaparecieron
en la cueva.
No recuerda cuánto
tiempo pasó, pero sí tiene bien clara la figura de Elena, cada vez más grande,
corriendo mientras agitaba los brazos y pedía ayuda. Entre sollozos y con la
voz entrecortada, contó como pudo que César se había caído al agua, en el Pozo
Negro, y que no lo veía… Pablo salió corriendo, los demás no pudieron seguirlo.
El corazón le latía desbocado, un sentimiento que ni él mismo podía explicarse
le aturdía entero. Lloraba, reía, gritaba, llamaba a su hermano… Cuando llegó,
se lanzó al pozo. Una, dos, tres veces se sumergió en las oscuras aguas. Hasta
que lo vio. Allí estaba César, su hermano. Su propio reflejo. Se miraron. César
estaba prácticamente hundido y apenas podía sacar con esfuerzos la nariz para
respirar unos instantes. Se apoyaba sobre el pie atrapado que había comenzado a
desgarrarse por el tobillo. Ya no tenía fuerzas… aun así se apartó el flequillo
para ver mejor, y con los ojos imploró a su hermano. Pablo se le fue acercando
hasta casi tocarle. La vida de César dependía de él, un solo gesto, una
decisión, y podría salvarse o perderse en la oscuridad de aquellas aguas para
siempre.
Así pasó un buen rato,
midiéndose en César como en un espejo, solamente su instinto de supervivencia
le hacía sacar la cabeza cada tanto para tomar aire y volver a sumergirse. Los
ojos de César se habían quedado abiertos, con una expresión de miedo y angustia
clavada en los de su hermano, una expresión que de pronto parecía desafiante.
Su pelo flotaba como una medusa que intentara zafarse de una trampa; su cuerpo,
inerte ya, parecía bailar una estremecedora danza. Pablo reaccionó. Tomó aire
de nuevo y mientras se aproximaba al cuerpo de César, le susurró al oído que no
lo abandonaría, que siempre que le necesitara no tenía más que llamarlo y él
acudiría allí. Después, empujó la roca que aprisionaba el pie de su hermano y
éste desapareció ante sus ojos, arrastrado por la corriente, sin dejar de
mirarle…
Ya estaba anocheciendo cuando Pablo salió del
agua. Lo vieron acercarse como una aparición que hubiera vomitado la cueva. En
silencio cogió una toalla y se la echó por encima; estaba tiritando, amoratado,
con los ojos rojos, la piel casi traslúcida como un alma de otro mundo. Solo Elena
se atrevió a preguntar:
–¿Y César?
–No está, ha
desaparecido.
Y echó a andar. Los
demás se miraron perplejos y asustados. Pablo caminaba unos cuantos metros por
delante de ellos. ¿Qué dirían al llegar? Cogieron sus cosas y siguieron por la
senda de soledad que habían dejado los pasos húmedos de Pablo. Querían salir de
allí cuanto antes y se azuzaban silenciosamente unos a otros...
Pablo y su familia
nunca más volvieron al pueblo. A partir de entonces infinidad de leyendas y
suposiciones comenzaron a correr de boca en boca intentando explicar el extraño
suceso de la trágica desaparición de César. Nunca apareció el cuerpo.
La ausencia de César
marcó sin remedio las vidas de toda la familia. De pronto Pablo se convirtió en
hijo único, pero aun así no cambió la consideración que todos tenían de él. Su
carácter se tornó variable, si bien todo el mundo pensaba que con el tiempo
olvidaría la tragedia y las cosas volverían a ser como antes. Había temporadas
en que recordaba a su hermano, hasta se atusaba el flequillo de igual forma,
hacía sus mismas gracias… y gozaba de todas las atenciones y los favores de sus
amigos, que veían entonces el vivo retrato del gemelo ausente como si así
retornase a la vida, como si nada hubiese pasado. Sin embargo, otras veces se
mostraba huraño, taciturno y como perdido, como si el mundo y él se abandonaran.
Ahora estaba solo, era
cierto, pero estaba tranquilo. Tranquilo… Solo le molestaba este maldito calor,
no soportaba los veranos… Necesitaba seguir tranquilo… Tranquilo… No quería
volver, pero lo había prometido, había prometido que no lo abandonaría, que si
lo necesitaba le podía llamar… Pero otra vez, no… Era pronto, ¿por qué volvía?
¡No, otra vez no! No quería volver a la oscuridad de aquellas aguas, al frío de
aquel vacío inmenso…
Miró fijamente la
imagen que se reflejaba en el espejo. Una mueca de satisfacción cruzó sus ojos.
Echó su flequillo hacia atrás con decisión y terminó de secarse la cara. Estaba
de nuevo aquí, había vuelto, esta vez para quedarse.
No era un verano tan
caluroso, o eso le pareció.
Versión
revisada y condensada de “L’Été”, ya publicada en tres entregas en el mes de enero.
La foto, de la Red.
14 comentarios:
Claro! ya decía yo que me sonaba est e relato.-Una pregunta: nos quedamos en el II capítulo no?.Es que ahorita que estamos haciendo un alto en el camino...me metí en el blog y me dije cáspita este relato lo conozco yo jejeje.
Muy excitante esta tercera parte.Pero aun las dudas no se despejan... lo mató sí o no?.Ah!!! Edurne: apíadate de esta mortal que esta al límite ummm.
Un abrazo feliz finde!
...vuelvo a entrar...-Por lo que leo es que tiene tres entregas.Claro! es que yo me quedé en la II.
-Nada,nada... que es...un usurpador y hay que darle su merecido... digo yo?.
-Sorry Seño: por la parida de arriba no me la tomes en cuenta(que bochorno!:(
EN Sevilla, "la caló", empieza a partir de los 40; lo anterior no es templanza, pero...
Un magnífico relato, marca de la casa, como ya nos tienes acostumbrados.
Besos
Caín y Abel no es solamente una narración bíblica. El odio al hermano es una sentimiento humano, hay que reconocerlo. Cómo vivir con la ejecución de ese odio, es una tarea de la literatura, que has intentado aquí con magnífica precisión. Ser-no ser, con el espejo como extractor de sí mismo y, a su vez, quien devuelve el presente. Besos.
Magnífico relato. El bien y el mal, siempre juntos,siempre opuestos.
Un abrazo
Recuerdo el texto, pero me ha gustado refrescarlo en la memoria.
Un beso Edurne.
Ay! tal y cual como en la realidad, tantas veces, ese antagonismo que se persigue. El bien y el mal, el amor y el odio...
Gracias Orillera por estar desde hace tanto tiempo.
Un abrazo enorme.
Eres una artista!
Me has dejado en ascuas.
Besos!
A mí también me suena.
Cuando la gente repone posts no me atrevo a comentar no sea que diga todo lo contrario que dije.
Besos.
BERTHA:
Pues sí, ya lo habías leído.
Lo he trabajado más, remodelado, corregido, condensado, y hasta cambiado algunas cosas; para empezar, el título, usando el célebre "AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR", aunque yo he prescindido de la "l" de AL y de DEL, para hacer a ese César más concreto, puesto que en este caso lo es.
El relato queda así, y así sale publicado en el libro de relatos conjuntos de este año del Taller, que creo que acaba de salir de imprenta, así que el lunes lo tendré en mi poder...
mM alegra que te haya gustado!
Un abrazote!
;)
MARTA:
Encantada de que te haya gustado.
El tema de la dualida, d elos gemelos, de la imagen del espejo, es algo que siempre me ha atraído e intrigado...
Moltes gràcies!
Una abraçada molt fort!
;)
FRANCISCO:
Me hace gracia cuando me dices lo de "marca de la casa", me hace sentir importante, jejejeje!
Gracias, gracias...!
Un besote y cuidadito con "la caló"!
;)
JAVIER:
En verdad que es complicado el sentimiento!
Resolverlo, a nivel de escritura, como anivel de vida... harto complicado.
Gracias por tus palabras!
Un besote!
;)
ANTORELO:
El bien y el mal siempre van de la mano, son inseparables...
Gracias!
Un abrazo!
;)
ELENA:
He querido reponerlo porque así le doy más credibilidad, me parece a mí... al haberlo trabajado bastante más y que salga impreso....
Un besote, guapa!
;)
CECY:
Gracias a ti!
Así es, la dualidad siempre nos acompaña!
Un besote, linda! Y sigue disfrutando de tu día!
;)
MARÍA:
Ya quisiera yo ser una artista! Jajajaja!
Bueno, si te ha dejado en ascuas el relatillo... ya hemos conseguido algo de lopretendido!
Un besote, guapa!
;)
TORO:
No hay que preocuparse, a veces leemos cosas y nos producen una sensación... las volvemos a leer más tarde y esa sensación, puede ser, perfectamente, otra!
Un petó!
;)
Toda una novelita que llega a dejarme con muchas ganas de segir...
>Felicidades.
Besos almendrados ;)
Esta historia es así, no tiene continuación, salvo la que cada cual quiera darle...
Gracias por tus palabras!
Un abrazo!
;)
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