—Vamos a ver, Pepe, ¿tú a mí… me quieres?
—Pero qué cosas tienes Merche, cómo no te voy a querer, ¡si estamos casados!
—Ya, o sea, que para ti, el mero hecho de estar casados ya quiere decir que nos
queremos, nos amamos locamente y tal y tal…
—Vaya, ¡nos dio el cuarto de hora filosófico, eh! Mira, cari, tú y yo llevamos
muchos años juntos, primero de novios, lo que nos dio tiempo para conocernos, y
después pues nos casamos porque, ¿qué íbamos a hacer sino?
—¡Que qué íbamos a hacer dice! ¡Hace falta valor! Yo desde luego, infinidad de
cosas, que me casé tan joven porque me dabas pena.
—¿Pena yo? Oye, oye… a ver qué es eso de que te daba pena.
—Pues sí, que si en tu casa estabais todos muy apretados con tus padres, tu
hermana Luisa, tu cuñado y los dos niños, tú y Fede… Vamos, que casi me vi
forzada a hacerlo, y tus padres no veas cómo me lo agradecieron.
—A ver, a ver, que me entere yo, la cosa es así: te casaste conmigo porque de
una u otra forma te viste obligada a ello, o sea, que en realidad, no estabas
enamorada de mí…
—Hombre Pepe, no tergiverses las palabras, que tampoco he querido decir eso.
Más bien que era muy joven, que tenía muchos sueños, que me hubiera gustado
esperar un par de años más…
—Yo siempre pensé que eras feliz, que nuestro matrimonio era modélico, que
había confianza entre nosotros, que cuando llegaron nuestros hijos nuestra
felicidad fue completa… Siempre he creído eso y por lo mismo estaba tranquilo,
pero ahora, ahora me has desconcertado. ¿No querrás decirme algo, verdad? No
sé, que hay otro hombre, que quieres marcharte para realizarte como persona,
que…
—¡Ay, Pepe, no seas simple! Que no, que no es nada de eso, que no se te hagan
los dedos huéspedes, pero mira, que tengo cincuenta años y me ha dado por
pensar en si de verdad tú me quieres, en si de verdad yo te quiero. No es tan
raro. ¿Tú no te lo has planteado nunca?
—Pues no, la verdad es que no. No he creído necesario decirte a cada rato “Merchitas, mi niña, cuánto te
quiero”, no sé, me parecía obvio.
—Ya, obvio. Habrás de saber, Pepito mío, que sí, que es necesario, aunque
nos parezca una cursilería, aunque sea “obvio” como tú dices. A veces, esas
pequeñas muestras de romanticismo trasnochado son como una cucharada de
reconstituyente, el “Bovril” que da sabor a la sopa. No es suficiente con que
llevemos treinta años casados, con que seas el padre de mis hijos, con que
duermas todas las noches junto a mí, con que una vez al año vayamos quince días
de vacaciones al pueblo de tus padres y parezca que todos somos muy felices…
Hay más cosas, Pepe, ¡muchas más!
—¿Más cosas, y cuáles son esas cosas?
—Deja, total…
—¡Nada de “deja”, ya se nos ha trastocado la tarde, Merche, así que ahora no me
dejes in albis; ahora dime, que yo me entere: ¿cuáles son esas otras cosas?
—Que no, que si aún no te has dado cuenta, mejor dejarlo para otro día.
—¡Sí, claro, como tú digas, para otro día…!
Bocetos: Antonio Texto: Edurne
No, si ya me
lo decía mi hermana Puri, que no me precipitara, que era muy joven, que esto,
que lo otro…
Ya, ya sé, tenía toda la
razón del mundo, pero, ¿qué quieres? Si hasta me hacía ilusión eso de decir que
estaba casada, que si mi marido tal, que si los hijos cual…
A mí me hubiera gustado hacer
algo más después del instituto, aunque muy buena estudiante no era, pero no sé,
algo como peluquería, secretariado, que en aquella época decir que una era
secretaria, tenía su aquél; y que tenías una peluquería, por ejemplo, pues
también. Pero no, me quedé en ama de casa, con el “Sus labores” de rigor. Y
ahora me siento una “Maruja”. ¡Me da una rabia! No porque no valore el trabajo
de las amas de casa, que yo soy una de ellas y sé lo que hay: una jornada
contínua ejerciendo de todo, de madre, esposa, enfermera, psicóloga, cocinera,
señora de la limpieza, amiga, consejera, amante, confidente… ¡y sin sueldo! Ya,
y luego hay que oír que tienes casa, ropa y comida… ah, y que no se nos olvide:
quince días de vacaciones al año (¡ejerciendo de lo mismo que en casa y encima
en el pueblo de tus suegros!)...
¡Buen negocio hice yo!
Y el caso es que Pepe es un
buen hombre, trabajador como el que más, que siempre me ha querido, al menos se
ha preocupado de mí, de los niños, de que no nos faltara nunca nada. Y que
jamás me ha engañado (eso creo), pero… noto que falta algo. Sí, seguro que si
lo comento con mis amigas o mi hermana, me dirán eso de la “maldita rutina”,
que la rutina mata el amor… bla, bla, bla. No me interesa. La rutina está en
todos los aspectos de nuestra vida. Es rutina hacer la cama todos los días,
levantarse, ducharse, desayunar… Todo es rutina, y ¿qué? No, no me sirve eso de
la rutina.
Hay veces que me miro al
espejo, como ahora, y sólo me quedo así, mirándome. Yo creo que quiero
descubrir algo, una respuesta a estas dudas que me tienen como rabiosa,
rebelde, inquieta…
Hoy me he atrevido a
preguntarle a Pepe si de verdad me quiere. Le he pillado casi a traición, no se
esperaba esta pregunta ni por lo más remoto. Y me sale con que ¡cómo no me va a
querer si estamos casados! Y ahí me he dado cuenta de que es un inocente, muy
bueno, pero un inocente, vamos, que no, que no se entera de nada. Lleva más de
la mitad de su vida mirándome pero sin verme. Me tiene y eso para él es
suficiente. Yo le doy la seguridad que necesita, su vida está completa: mujer,
hijos, casa, trabajo, comida, amigos, fútbol y vacaciones con la familia en el
pueblo de su infancia. Ya digo: una vida completa, y ahora, voy y le salgo yo
con la milonga de si me quiere… ¡Lo que faltaba! Creo que le acabo de
desbaratar la vida. Lo siento, pero la mía ya está en esa fase de “plan
renove”, así que seguiremos nuestra conversación. Espero que esté pensando,
planteándose las cosas, haciéndose preguntas, como yo.
Y claro que necesito que me
diga que me quiere, que me achuche de vez en cuando así, porque sí, porque le
ha entrado un “no-sé-qué”, que me persiga por el pasillo en busca de un beso
clandestino como si fuera un colegial enamorado, que me llame desde el trabajo
aunque sólo sea para decirme que qué guapa estaba esta mañana… y que nadie hace
la paella como yo, ¡ni su madre!
Continuará...
Vamos a ver, esta
mujer me ha descolocado totalmente con la preguntita de marras, ¿pues no me
dice que a ver si la quiero?
Y ahora estoy aquí, como un pobre desgraciado, intentando entender a qué viene
todo esto, qué es lo que he hecho mal, hoy, ayer, ¡o toda la vida! Que lo mismo
llevo toda la vida siendo un desastre de marido y todavía no me he enterado.
Si ya te digo, se mata uno a trabajar, a echar horas extras como un loco, y
todo ¿para qué, por quién? Pues por ellos, ¿por quién va a ser nada más que por
ellos? Para que no les falte de nada.
Yo siempre había creído que Merche se casaba conmigo tan joven porque le hacía
ilusión, porque quería ser una mujer casada, ser mi mujer. Y ahora resulta que
todo era una fachada, que casi me ha reprochado el que se vio forzada de alguna
manera a casarse porque en casa de mis padres como que no cabíamos de tantos
que estábamos. ¡Lo que hay que oír!
Estoy hecho polvo, y lo malo es que no entiendo nada, que estoy hecho un lío y
totalmente desconcertado, pero sin saber la razón por la que me ha echado este
jarro de agua helada.
Me está castigando por algo que he hecho y que no tengo ni idea de qué es.
Tiene que ser eso, no hay otra explicación.
Las mujeres son muy extrañas, de eso ya sabía, que siempre lo hablábamos Fede y
yo. Mira, y él ha sido más listo, no se ha casado y se ha quedado en la casa de
los padres a sus anchas. Hace lo que le da la gana, no tiene que oír monsergas
de que si la ropa, que si quítate los zapatos, que lávate las manos; que no
seas pesado, que no, que ahora no me apetece, que me duele la cabeza, que tal,
que cual…
¡Peluquera, que quería haber sido peluquera! ¿Pero qué te parece? ¡Ay, Pepe,
que se te está moviendo el suelo, ten mucho cuidadito, no vaya a ser que te
caigas con todo el equipo y luego no sepas dónde colocarte!
La verdad que me ha dejado jodido, que no hago más que darle vueltas a la
cabeza. Pues claro que la quiero, ¡si es mi mujer! Pero no, ¡a ella no le
basta, necesita más, mucho más! ¿Pero qué es lo que necesita? Si no me lo dice…
Vaya, por ahí va el palizas de Manolo, pero ahora no tengo ganas de encontrarme
con nadie. ¡Hostias, mira que hace frío! Es que encima he salido escopeteado de
casa después del susto, claro, y no me he acordado ni de coger un jersey. Pues
como me agarre un catarro… ¡la culpable va a ser ella!
Y mira que me gusta Merche, mi Merchitas, que nadie tiene esa piel tan
blanquita, esos ojos tan transparentes y ese tacto… ese tacto que te hace
temblar de la cabeza a los pies. Que sí, que ya sé que tiene cincuenta y que ha
parido dos hijos, ¿y qué?… Pues que está para comérsela. Recuerdo cuando era
una cría con trenzas, cómo me gustaba, ¡uf!, y eso que la vecina de mis
abuelos, la creída de Araceli, andaba detrás de mí día y noche y encima era de
mi edad, pero no, que a mí me gustaba Merche, que yo eso siempre lo he tenido
muy claro. ¿Y cómo se le ocurre poner en duda mi cariño? Si es mi mujer, si me
casé con ella por eso, porque la quería, porque no soportaba verla tan guapa,
con ese salero y ese desparpajo que siempre se ha gastado y que a los demás se
les cayera la baba cada vez que salía a la calle.
Nada, tenía que ser mía o… ¡O
nada, mía y de nadie más!
Pues no sé si me están entrando ganas de hacerme el duro y ponerme interesante,
que en la fábrica hay un par de niñatas que no están nada mal y que sé yo de
muy buena tinta que hablan de mí, que preguntan, vamos. Así que si Merche se
pone tontita… se va enterar de lo que vale un peine, ¡que me pongo a darle
achares, vamos que sí!
Y el caso es que… mierda, mira que tengo un nudo aquí, en la boca del estómago,
¡que hasta tengo ganas de llorar! ¿Y adónde carajo voy? Si es que llevo casi
una hora caminando como un tonto. Tengo aquí la película de mi vida, cada
momento, cada… todo, y en cualquier sitio que mire, allí está Merche, ¡si
siempre ha estado! ¿Y por qué quiere ponerlo todo patas arriba? No entiendo
nada. Nada.
Continuará...
Serie de diálogos y monólogos ya publicados en esta Orilla entre octubre y diciembre de 2009.
5 comentarios:
Mientras me voy a asentando repongo estos diálogos y monólogos de una pareja como hay tantas.
Son de hace cinco años, con lo que lo más probable es que quienes chapotean ahora por la orilla no los hayan leído.
En cualquier caso, disculpas por "tirar" de textos pasados...
;)
Aunque tengan cientos de años ,seguimos lo mismo sin entendernos.Un abrazo de Irune
El amor no se fija en compromiso alguno ni en bendiciones o legajos, sino en el empeño diario de uno y el otro, en una renovación constante.
Como siempre, Edurne, appasionante.
Besos.
Si es que uno se pone a hablar, a pensar y se replantea toda la vida, ¿verdad?
Besos.
IRUNE:
Pues eso parece, pero a veces hace falta un poco de reflexión...
Muxuak!
;)
FRANCISCO:
Justo lo que dice usted, caballero!
Besotes!
;)
PEDRO:
Un peligro, ya te digo...
Besos.
;)
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