“Buenas tardes, caballeros, les ruego que tomen asiento, vamos a dar
comienzo a la reunión de hoy y les advierto que son muchos y muy importantes
los temas a tratar”.
Así comenzaban las reuniones del
“Monkey’s Team” de todos los viernes, con Mister Judicious presidiendo la
asamblea.
Crazy Junior, como siempre, prorrumpía
en alaridos, era su forma de asentir para acto seguido hacer lo que le venía en gana.
No se podía conseguir nada de él, era el hijo de lord Big Crazy y miembro
impuesto a dedo por el Royal Tribunal, así que tenían que soportar su presencia, sus salidas
de tono y sus locuras.
Mister Judicious había sido
presidente de la más alta institución judicial del reino, y desde su
jubilación, forzosa, se le había encargado la presidencia de este Consejo de
Sabios, de primates con pedigrí social, procedentes de familias de rancio
abolengo que todavía pesaban en las decisiones del gobierno.
Ardua tarea la que le había sido
encomendada.
El viejo Sir Drunk pertenecía a
una antigua familia de babuinos venidos a menos y con bastantes escándalos
sexuales en su árbol genealógico, de ahí que no fuera un espécimen puro. Por eso él, como mecanismo de defensa y
para protegerse de las habladurías, permanecía siempre por encima del resto. Claro que eso solo podía hacerlo en
un estado permanente de dulce embriaguez. Su opinión, cuando se avenía a darla,
apenas era tenida en cuenta, por absurda. Pero Mister Judicious le tenía cierto
cariño, en algún punto compartían un pariente de cara negra del que descendían
las dos ramas, la sangre tira…
Mister Judicious era un mono
sensato, juicioso y empático. Su carrera en la magistratura se caracterizó,
precisamente, por las sentencias justas, de esas que sientan jurisprudencia.
Desde que enviudó y su único hijo
decidió explorar nuevas selvas, alegando que era la llamada de su yo más
salvaje, Mister Judicious vivía solo en la antigua casona de sus antepasados.
Únicamente mantenía a su lado a la vieja Nanny Housemaid, una chimpancé que había
sido injustamente acusada treinta años atrás de traficar con plátanos de
Canarias y a la cual, en una de sus famosas sentencias, salvó de pudrirse en
la cárcel. Desde entonces pasó a su servicio voluntariamente, por
agradecimiento. Había jurado no abandonar nunca a ningún miembro de la familia.
Ella cuidó del pequeño Jeffrey, fue la que auxilió hasta sus últimos
momentos a Miss Judicious, y ahora se ocupaba de él, del prudente y justo Mister
Judicious, el primate más bueno y sabio del mundo.
Estaba claro que aquellas
reuniones, supuestamente decisorias y consensuadas, no iban a ninguna parte. Al
final, los informes, las recomendaciones y demás trámites los redactaba él
mismo. A nadie parecía importarle, así que, para qué darle más vueltas, él se
atenía al protocolo: leía el orden del día, el acta de la reunión anterior,
hacía disertaciones, pasaba turnos de palabra, apuntaba las “intervenciones” de
los demás miembros del equipo… Y al final, tomaba las decisiones más oportunas
y adecuadas en cada caso. ¡Y todos contentos!
Lord Gluttonous, otro cara negra,
primo tercero de Sir Drunk, también pertenecía al grupo por designación real.
Éste calmaba su ansiedad con la comida, si no ingería alimentos continuamente,
sobre todo en situaciones que requerían relacionarse con sus congéneres, podía
romper a llorar sin razón aparente y no cesar en su llanto hasta caer exhausto
horas más tarde y visiblemente deshidratado. La causa de su inestabilidad
emocional no era otra que la enorme tristeza que le produjo la traición de la
bella Adèle, su joven esposa, que tuvo a bien, mejor dicho, a mal, fugarse con
un gorila espalda plateada, guardia de corps del Príncipe Heredero. Desde
entonces, y ya habían pasado nueve años, Lord Gluttonous, era una sombra de lo
que había sido: un mono inteligente, sagaz, con un fino humor que muchos
querrían… y se había convertido en un amasijo de carnes flojas y ojos
lagrimosos.
A su lado siempre estaba el
servicial Freddy, el hijo mayor del héroe nacional, el Almirante All is the
Sea, y que solo vivía para hacer feliz a Lord Gluttonous. En el fondo estaba
secretamente enamorado de él, y por eso no le importaba ser su despiojador, su
hombro amigo y paño de lágrimas, su ayuda de cámara, su cómplice…
Como es obvio, estos dos consejeros,
tampoco tenían mucho que aportar a la resolución de problemas y conflictos de
naturaleza gubernamental.
Los gemelos Albert y Alfred, eran
los vástagos rebeldes de Lord y Lady Green Forest. Habían nacido antes de
tiempo, y la madre siempre había comentado que cuando los lanzó al mundo, fue
la mona más feliz y aliviada del orbe. Una nany se había encargado de criarlos y crecieron sin normas ni demasiado cariño. Herederos de una de las fortunas más importantes del reino, dilapidaban sus rentas
sin miramiento alguno. También eran los socios fundadores de The Monkey
Businnes INT, una de esas sociedades
opacas tan de moda hoy en día, pero revestida de buenas intenciones. Estaban en
ese consejo de monos sabios porque les tocaba estar, no porque ellos lo fueran
en el sentido más estricto de la palabra, si acaso, listillos. Su padre ya era
mayor y la cabeza le empezaba a jugar malas pasadas, eran las reglas del juego: los sucesores tenían que ocupar su lugar. No protestaron, estar allí les suponía
un plus de información privilegiada que luego usaban deliberadamente en su
propio beneficio.
Mister Judicious intentaba
mantener la calma, llamaba una y otra vez al orden a sus consejeros, pero éstos
se lanzaban ansiosamente sobre las bandejas de comida, o se abandonaban a sus
cuitas. Solo muy de vez en cuando esas reuniones parecían ser lo que supuestamente eran.
Anthony Long Hand, era el hijo
bastardo del Lord Mayor, y ese cargo le había sobrevenido como compensación a
su naturaleza bastarda, un pequeño reconocimiento de la sangre noble que corría
por sus venas. Pero nada era le era suficiente. Había crecido con un rencor
aferrado en sus entrañas que había hecho de él un simio prepotente, ladino,
embustero y estafador. Todo lo quería, y todo lo conseguía. Mister
Judicious sabía que era el más listo, pero también en el que menos se podía
confiar.
El más noble de todos los
consejeros era un mono huidizo, melancólico... Txomin Tximua, una rara avis en
aquel grupo. Txomin Tximua era descendiente del famoso corsario Sir Red-Monkey,
que en una de sus incursiones en tierra, arribó a la costa de los vascos y
quedó prendado de una de aquellas aguerridas hembras, tanto que se la llevó a
las Tierras Altas con la intención de crear un nuevo linaje, y de paso, sentar de
una vez las posaderas y la cabeza. El gen euskaro permaneció vivo en todos sus
descendientes, de ahí la nobleza, el amor por la tierra y la familia… Todos los
Txomin Tximua que habían sido miembros del Monkey’s Team se habían caracterizado
por esa melancolía, esa añoranza de la
tierra que se extendía más allá del océano y de la que provenían. Mister
Judicious sabía que en este consejero sí se podía confiar, lo malo era que su
interés por los asuntos de estado apenas alcanzaba para prestar su voto a las
juiciosas disposiciones que les presentaba.
Así estaba el panorama cuando, en
plena reunión, llegó un emisario con una nota. Era urgente. El presidente abrió
el sobre. Leyó. Miró con calma a su alrededor. Bajó de su asiento, recogió sus
papeles, hizo un ademán de reverencia y salió tranquilamente dando pequeños
saltitos. No volvió la vista atrás. Los consejeros ni se percataron de su
marcha.
Un grupo de revolucionarios había
depuesto a Monkey King VII, el Príncipe Heredero y toda la familia real, estaba en paradero desconocido. El Consejo de Monos Sabios había sido disuelto. No quedaba más tarea por
hacer, seguir allí carecía de sentido. Ahora solo quería vivir tranquilo en su
casa, fumando su pipa y leyendo los periódicos atrasados que llegaban de las
Colonias. Que cada cual velara por los suyos y lo suyo. Esta nueva etapa
también pasaría, y los problemas no dejarían de ser los mismos, pero eso ya no
era asunto que le interesara. Tal vez debiera buscar a Jeffrey y volver él
también a sus orígenes…
Pintura: Walton Ford. Texto: Edurne (como siempre, sujeto a cambios y correcciones).
5 comentarios:
Caramba, caramba, a esto lo llamo yo creatividad.
Creatividad, imaginación y todos los adjetivos que se puedan añadir. Un abrazo .
MANNELIG:
Es lo que tiene trabajar con chavales, que le das al coco de otra manera.
Gracias por tus apreciaciones.
Un saludo.
;)
CHELO:
Lo mismo, Chelo, pero en tu caso también influye que me quiere usted bien...
Muchas gracias por los halagos.
¡Un beso y un gran abrazo, doña Atareada!
;)
Jajajaja. Un cuento divertido y
tan real como la vida misma.
Que a las pruebas me remito,
¿O no has estado en una reunión de
mancomunidad?
Besos, EDurne
MYRIAM:
¡Ya te digo!
Eskerrik asko!
Muxuak.
;)
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