El agua tibia cae por tu piel como una cascada, caricia de última
hora, sosiego para el cuerpo. Esperas paciente un día de cada dos para la
rutina que nos hace cómplices, que nos une aún
más. Hace mucho que perdiste el pudor de enseñar tus beldades. La vida
nos quita y nos da, me dices mientras te ayudo a desvestir(te). Entre tanto, abrimos el grifo y esperamos a que el agua se vaya calentando poco a poco, y
luego a que deje de humear, así, ni fría ni caliente, como a ti te gusta.
Me sonríes con picardía de mocita antigua, te doy un beso, te
abrazas a mí y así, despacito, con mucho cuidado, vamos entrando en la bañera.
¡Ay, que quema!, y das un respingo. Tranquila, amama, tranquila… Tu mano
derecha me guía, y la izquierda permanece fuertemente sujeta a la barrita que
pusimos para que te sintieras más segura. ¡Vaya invento, ¿eh?! me dices. Ya
lo creo, te contesto… Me quedo absorta en tu piel, blanca, blanquísima, con
esas venitas cerúleas que la recorren por ciertas zonas, con esas marcas de sol
justo por encima de los codos, por debajo de las rodillas, y en el escote de
tus vestiditos de verano. Envidio ese pelo tan blanco, tanto que parece plata,
alpaca… ¡Ay, qué bien, ahora sí que está rica, así, así…!
La esponja recorre de arriba abajo toda tu geografía. Tus pechos,
hermosos a pesar de tus noventaitantos, todavía mantienen el calor que hicieron
de ellos alimento y casa. Tus caderas, tu vientre… cobijo que fueron de tres
hijos. Y la seguridad de los cimientos de una madre, tus piernas, torneadas,
lisas… Más abajo esos pies que tan bien conozco, un poco cansados ya, demasiada
vida a cuestas.
Subo y bajo. Brazos, recovecos, el pubis inocente, descubierto, ya
no hay nada que proteger… Sonríes, te hago cosquillas. Siempre me lo dices.
Insisto. Me gusta tu risa, y esos ojos azules tan profundos que casi hacen daño
al mirarlos, intensos… ahora chispeantes.
Qué bien lo hacemos, ¿verdad, hija? ¡Qué suerte tengo! Frota un
poquito más por la espalda, que me pica. Y mis manos dibujan sinuosas líneas
por esa espalda del color de la leche, algo curva por tanta amargura, tanto
trabajo, tanta vida…
Dos, tres, cinco, siete lunares perdidos en ese pequeñito mapa que
es tu cuerpo, amama. Me descuido y me encajas un beso. Y yo veo cómo una lágrima
traicionera se escapa de tus ojillos entrecerrados. Gracias, gracias.
Salimos, tú agarrada a mí, al lavabo, a todo lo que puedes. Y seguimos con el ritual. Ahora son la
toalla, la crema, mis manos, las que modelan y calman tu cuerpo. Huele bien.
Cierras los ojos. ¡A saber en qué piensas, dónde estás…! No me sueltas.
Escogemos el pijama para la noche, lo vamos poniendo, te miras en
el espejo, te ves tú y crees que eres otra. Tú te pareces a mí, me dices.
Texto: Edurne. Imagen: Internet. Un pequeño homenaje a mi amama (abuela).
3 comentarios:
Un testimonio muy hermoso, enhorabuena por escribirlo y gracias por compartirlo.
Me ha emocionado leerte. Un abrazo a las dos .
MANNELIG:
Muchas gracias, caballero!
Un abrazo.
;)
CHELO:
Es un pequeño homenaje a mi abuela materna, que murió hace 18 años, pero esa relación entre ella y yo, fue así.
Muchas gracias, amiga!
Besos y abrazos.
;)
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