A pesar de estar cerca el verano, el día había amanecido gris
y húmedo. Una bruma persistente envolvía buena parte de la ribera del río, y
los chopos, apretujados en perfectas hileras, cerraban filas impidiendo ver la
mies de los campos del otro lado. A lo lejos se oía el crotoreo, monótono y
pausado, de las cigüeñas que anidaban en el campanario de la iglesia. Por lo
demás: silencio.
El sol pasaba del mediodía y, de las lindes del pueblo, allá
por las eras abandonadas, se oían voces. Voces cada vez más claras. Voces
infantiles, cantarinas y descaradas. Un grupo de púberes despreocupados
encaminaba sus pasos hacia el antiguo edificio de las escuelas. Más atrás, un
niño solitario que de vez en cuando detenía sus pasos, miraba a su alrededor y
reanudaba la marcha. Y unas voces: ¡Matiiii, venga, que hoy te la quedas tú!
El grupo llega a su destino. Sopla el viento con fuerza y se
acercan unos a otros. Hace frío. Se detienen y miran hacia arriba, justo debajo
del tejadillo a dos aguas, donde se lee, con letras descoloridas, “ESCUELAS
NACIONALES”. A la izquierda, casi ilegible, el cartel de “NIÑAS”, a la derecha,
otro: “NIÑOS”. La fachada está sucia y desconchada. Las puertas de entrada, de
madera, aún se mantienen intactas y cerradas. Ahora se fijan en las ventanas: algunas,
clausuradas con ladrillos de adobe, y otras, con los cristales rotos que dejan
ver la oscuridad del interior. Un mástil sin bandera ni enseña, se mantiene en
el centro de la fachada principal, sujeto a la baranda del único balcón del
edificio. Echan a correr y se pelean por el mejor sitio en los escalones. Se
sientan.
Todos se sobresaltan. Una de las niñas señala unas tejas
caídas y a un gato que se escabulle entre ellas. Risas. De fondo, el rumor del
río.
El río susurraba, en días como ese, una historia de antaño.
Eso decía una muchacha del grupo, rubia y espigada, de ojos azules casi
transparente, Tere la llamaban. Si te estás callado puedes oír al río hablar,
continuó. Y todos callaron. El viento, convertido en cierzo, sopló levantando
un molesto polvillo que les hizo volver la cabeza. Continuaron sentados en los
escalones de la entrada de la escuela, pegados unos a los otros, con los brazos cruzados y las
piernas juntas. Tere miraba hacia el río, los demás la miraban a ella. ¿Y
Mati?, preguntó alguien…
Imagen: Internet. Texto: Edurne
4 comentarios:
Que el río sea amable a los niños.
Siempre es una alegría que regreses al blob.
interesante tu manera de estar viva
placer el hallarte el leerte un abrazo desde Miami
PEDRO:
Amabilidad, sí, que el río de la vida sea amable con todo el mundo.
Volver... ando medio desaparecida en combate.
Besos.
;)
MARIO:
Hay que seguir, no hay otra.
Abrazo.
;)
MUCHA:
Otro abrazo de vuelta.
;)
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