No lo sabía. No a ciencia cierta al menos. Había contado ciento cincuenta. Aunque, claro, era fácil que fueran más... o menos ¿quién puede saberlo? ¡Se mueven tan deprisa estas hormigas!Y allá iban todas, unas detrás de otras, como una manifestación silenciosa, desordenada... Pero dentro del caos, con un objetivo común. Un ejército uniforme, todo negro. Dicen que si una inteligencia común, que si un mismo instinto...
Creo que había unas ciento cincuenta, sí. Pero me costó contarlas, los ojos me bailaban y ellas iban y venían. Me mareaban. De nuevo a empezar. ¿A dónde irían?
A veces me paro a pensar. Y pienso que somos como ese ejército de hormigas. Hormigas negras, anodinas, con aspiraciones mediocres. Yendo y viniendo. Siempre lo mismo. Como un círculo vicioso, sin saber muy bien de dónde venimos, a dónde vamos y qué buscamos... tan sólo la satisfacción instantánea. No pensar. Llegar, coger, guardar y vuelta a empezar. ¡La rutina instalada en nuestras vidas!
Sí, yo creo que conté bien. Eran ciento cincuenta.
Se me ocurrió aplastar una con la punta del zapato. ¡Son tan frágiles! Total, una menos... ¿lo sentirían sus congéneres? No, para nada. Siguieron con su loco caminar, nadie se percató. Acaso sea eso lo que nos ocurra a nosotros también. Siempre tan ocupados. Arriba, abajo, para aquí, para allá... Y todo, ¿para qué? Para ocultar nuestras frustraciones, nuestros fracasos, nuestros miedos. La mediocridad en la que estamos instalados.
Somos seres primarios, como mis ciento cincuenta hormigas. Objetivo: no pensar más allá del ahora, del hoy. ¿Y mañana? Mañana... ¡Dios dirá!
Creo que entre estas ciento cincuenta hormigas, negras, anodinas... hay alguna con aspiraciones. Me consuela pensar en ello. Esa será la mía, mi hormiga, la rebelde, la que luchará por salir del círculo, del hormiguero, por quitarse ese negro uniforme... Tal vez no la dejen, pero seguro que lo intentará.
Y sí, eran ciento cincuenta. Las conté.
Foto: Periódico Manipulación y texto: Edurne