

















Foto: Aitor
22:15
Bueno, cuaderno, bueno, Puri, Mari Puri… ¿qué, no habrías pensado que me había rajado ya, no? Nada de eso, que yo soy mujer de palabra, sólo que, a veces, las circunstancias mandan, ¡nada más!
Ya sé que han pasado diez días, pero todo tiene una razón, un porqué. En este caso es que hemos tenido que visitar el hospital durante unos días, cuatro, para ser más exactos. Nada, Alfredo, que se me puso malito, pero, malito, malito… No sé si algo le sentó mal o qué, simplemente que tenía que ser. El caso es que el día 3 antes de cenar empezó a decir que se sentía mal, mareado, y con un color que daba susto, la verdad. Yo me asusté mucho, más que nada porque él no paraba de decir que se moría, que se moría, y que si le dolía el lado derecho, el brazo, qué sé yo… "Puri, que esto es un infarto, que me muero, que te quiero, que siempre te he querido, cuida de los niños, y busca debajo de la balda de abajo del armario…” Y claro, en semejante situación, quién no se asusta, además, cada vez se le iba quedando peor cara. Menos mal que Jorge estaba en casa porque con Patricia no se puede contar para que te eche una mano o te consuele, para ella todo es pura comedia, lo grave es lo de ella, y todavía estoy por saber qué es lo de ella, que sigue sin soltar prenda de nada. Pues eso, Patricia en su habitación, con la música y los auriculares, yo en la cocina preparando la masa para las croquetas que tenía pensado hacer al día siguiente, se me cortó la bechamel, normal, y Alfredo, mi Alfredo, allí sentado, contándome no sé qué lío de la oficina, cuando empieza con que qué mal se siente…
Jorge, que para estas cosas no se anda con tonterías, automáticamente dijo: “¡Al hospital con él!” Y al hospital que fuimos, a Urgencias. Nunca había visto a mi marido tan acongojado, tan muerto de miedo, ahora pienso que en realidad se veía morir. Pues allí que lo metieron en boxes o como se diga, y nosotros esperando, ni sé ya la de rato que tuvimos que esperar. Llamamos a Marta y se presentó enseguida. Patricia se quedó en casa, pero le dije que fuera a casa de sus abuelos a cenar y quedarse allí pues no sabíamos a qué hora volveríamos.
Cuando por fin nos llamaron, íbamos temblando, normal, pero bueno, nos dijeron que mejor dejarle en observación algún día más, pues querían hacerle una serie de pruebas. Parece ser que había sufrido una especie de amago, no sabían muy bien si de angina o de infarto… un lío, para mí todo es parecido. El caso es que algo se le había “descolocado” y había que ver bien qué pasaba en su corazón, y de paso otras cosas.
Y ahí es donde de pronto se te caen los años encima, porque, claro, tú te crees que estás tan pichi y hala… Alfredo, que se conserva divinamente, tiene 56 añitos, que no son tantos, pero… se ve que sí que son para ciertas cosas, o sea, que estás en esa edad en la que te pueden suceder este tipo de percances. Y ahí te entra un miedooooo… ¡Así está él ahora, acojonadito el pobre mío! No parece que hayan visto nada de preocupar los médicos, pero sí que de momento tiene que tener una vida un poco más tranquila. La culpa es del maldito estrés. Alfredo es, aparentemente, un hombre tranquilo, pero me da la sensación (más de lo que yo creía) de que es de los que se lo comen todo y la procesión la llevan por dentro. Me acaba de dejar trastocada. Cuando esté mejor, tengo que hablar seriamente con él. ¡Lo mismo le doy un cuaderno y le digo que se ponga a escribir también!
Ahora está en casa, de reposo unos días, le han mandado una medicación suave, dicen, para las arritmias, que resulta que ahora también tiene un principio de arritmia, y que hasta que se regule, que dentro de un par de meses le harán otras pruebas y que bueno, ya decidirán. Pero que no se obsesione, que haga su vida normal, eso sí, procurando no llevarse disgustos, ni alterándose. ¡Como si fuera tan fácil!
¿Y cómo estoy yo? Pues, sinceramente, por un lado asustada, por otro, estoy bastante fuerte, creo que esto ha sido un aviso pero nada más, así que “p’alante”.
Y con tanto trajín, es como si lo demás se me hubiera esfumado, vamos, que casi me olvido de mis cosas, esto es más importante, porque, claro, una se para a pensar y se da cuenta de lo frágiles que somos, que no somos nada, vamos, en menos que canta un gallo estás y zas, ¡ya no estás! Así es, y cuando te percatas de ello, caramba, como que te encoges.
Mi cuñada Maite está ahora todas las tardes en casa, se ve que le ha entrado un miedo terrible y se ha debido pensar que casi se queda sin hermano, su único hermano. Pobre mujer. Nunca nos hemos llevado demasiado… profundamente, o sea, que no hemos sido muy íntimas, y no sé por qué, las circunstancias tal vez. El caso es que a mí ahora me da como pena. Se ha quedado viuda hace dos años, sus hijos no viven aquí y yo creo que se siente bastante sola. No, si en el fondo vamos a estar todos un poco solos con nuestros miedos y nuestras angustias. Seguro que ha visto la ocasión para recuperar muchas cosas. Bueno, a mí me parece bien, además los veo contentos, les ha dado por recordar cosas de cuando eran críos, Maite es cuatro años mayor que Alfredo, y como los padres también se murieron hace unos años, es como la guardiana de la memoria familiar. Está bien así, y yo, sinceramente, me siento más acompañada en este mal trago.
Dentro de una semana me toca la cita con el psiquiatra. No tengo ninguna gana de ir, y como la última vez salí tan mal de allí, y como no tomo la medicación, pues no sé si volver o qué hacer… Ya veré, tengo tiempo para pensarlo un poco más. Ahora lo más importante es que Alfredo se vaya recuperando del susto y que volvamos a la vida más o menos normal.
Tengo cosas para contar, para recordármelas y analizarlas pero creo que por hoy ya vale. Volveré… lo antes posible. Eso espero.
Hasta entonces, pues, cuaderno.
El Poeta (Alberti)
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