El niño apretaba
contra su níveo pecho la paloma que había encontrado vagando por las salinas.
El sol estaba justo en el mediodía y
cegaba su vista. Con la mano protegiendo sus ojos claros, intentó ver más allá
de aquel inmenso mar de sal.
Pertenecía al
pueblo de Los Albinos, los mensajeros de los dioses. Cuando salió de su
poblado, ocho lunas atrás, partió con la misión de llegar hasta el Reino del
Hielo. Para ello debía atravesar las Tierras Saladas, las Tierras de Agua, las
del Gran Caballero Blanco, a donde se dirigía siempre y cuando consiguiera
cruzar Las Salinas. Después de descansar en las tierras del Gran Caballero
Blanco habría de partir hacia el Reino de la Dama de la Nieve, y por fin,
llegar al gélido Reino del Hielo.
Pequeños surcos
blancos de sal se iban abriendo a su paso. La paloma aleteaba y buscaba
tímidamente el calor del blanco cuerpo. El niño la acarició con ternura y
acercando su cara al animal, le susurró palabras llenas de música y luz que
lograron calmar al ave, hasta que quedó dormida en su regazo.
Al alba, aún quedaban
titilantes estrellas, férreas guías empeñadas en mostrar los blancos senderos
al amado de los dioses.
El pequeño talismán
de marfil que colgaba de su cuello, llamó la atención de la paloma que, al
despertar, intentó picotearlo con la insistencia de un recién nacido en busca
del pecho materno. Enseguida comprendió el niño que el animalillo tenía hambre.
Buscó en el interior del zurrón que llevaba consigo, y sacó un pequeño cántaro
de arcilla blanca.
Se puso en cuclillas
y posó en el suelo, con suma delicadeza, a la débil paloma. Tomó el cantarillo
entre sus manos y sopló dentro de él, suavemente… Al poco, y con mucho cuidado,
dejó el recipiente junto a la blanca paloma. Ésta se asomó a la boca del
cántaro e introdujo su pico en ella una y otra vez saciándose de aquel líquido
lechoso que le devolvió las ganas de volar, cosa que hizo dando giros alrededor
del niño, hasta terminar posándose en su rubia cabecita.
Él fue el elegido, y
lo fue por la pureza de su corazón y su espíritu sin atadura alguna. Por eso, y
por ser un ser inocente, libre de culpas y odios, él era el único que podía
recuperar la «Madreperla de Nácar», el símbolo de los elegidos.
Un cálido viento
proveniente del Sur azotó su cara sacudiendo los restos de sal que salpicaban
su piel como pequeños cristales convertidos en diminutos diamantes. El sol
volvía a calentar pasadas las frescas horas de la mañana, y la sal,
cristalizada, le hacía daño en los pies. Pequeñas heridas amenazaban con paralizar
su marcha.
Volvió a buscar en el
zurrón, y de nuevo sacó el pequeño cantarillo de arcilla blanca. Volcó su
interior, sopló levemente, y enseguida un reguero de agua cristalina empezó a
discurrir ante él. Ahora podía proseguir su camino sin problema, el agua
refrescaba su delicada piel y el tono blanco de ésta, que tornaba en rosáceo
por el efecto de la fuerza del sol. Se sintió agradecido.
La paloma, también
agradecida a la bondad del niño, seguía junto a él; elevaba el vuelo a cada
tanto y se alejaba para volver enseguida y como con un código que solo
entendían los dos, indicar el camino correcto.
Camino que
transcurrió tranquilo, entre pequeños riachuelos, con la música del agua clara de fuentes y manantiales que se hallaban por doquier…
El agua pasó a tener
un aspecto más denso y blanco, lo que solo podía significar que ya se habían
adentrado en las Tierras del Gran Caballero Blanco. El niño miró a la paloma,
que volaba haciendo filigranas en el aire, de puro contento.
Los dos estaban
contentos, el Gran Caballero Blanco era amigo de su pueblo, y sabía que allí
podrían ayudarle en su búsqueda. Además, en aquellas tierras nacía el manantial
del que bebían las palomas blancas,
protectoras del pueblo de Los Albinos, y del que manaba el líquido que
albergaba su cantarillo de blanca arcilla.
El cielo estaba
limpio, relucía como una patena, ni una sola nube lo poblaba, y el sol
señoreaba de norte a sur y de este a oeste. Avanzaron seguros.
Los días que pasaron
bajo la protección del Gran Caballero Blanco y su pueblo, sirvieron para
recuperar el cuerpo y el espíritu. Recargaron de aire puro sus pulmones y
partieron con el corazón pleno de alegría.
Pronto dejaron atrás
Las Salinas, las Tierras de Agua y las del Gran Caballero Blanco, y en el
horizonte se pudo divisar el Reino de la Dama de Nieve, envuelto entre gasas y
blanco algodón helado… Avanzaron con cautela. El niño palpó el talismán, y
comprobó que estaba en su sitio, que su temperatura y color eran los de
siempre. La paloma se mantenía sobre su hombro batiendo alas y en espera de su
decisión de avanzar o esperar. El Elegido sacó de nuevo el blanco cantarillo,
lanzó su contenido al aire, en dirección al Reino de la Dama de Nieve, y sopló,
suavemente. En ese instante el lejano y frío reino se mostró ante sus ojos tal
cual era. Y el niño pudo ver.
La Dama de Nieve era
una bella mujer de piel muy pálida, de dulce y transparente mirada, de
larga y blanquísima cabellera… Estaba en una estancia acristalada que dejaba
pasar la luz argentina del exterior. La Dama paseaba entre rosales de flor
nacarada y jaulas de plata con majestuosos pájaros de largas colas que elevaban
sus trinos a lo alto, haciendo los gustos de la Dama y su séquito de pequeños
sirvientes, que, al igual que ella, eran poseedores de una piel sumamente
blanca, casi translúcida.
Y el niño vio que
todo estaba bien. Con una mirada, indicó a la paloma que podían proseguir.
El Reino de la Dama
de Nieve los recibió con una lluvia de pétalos de rosa blanca. Un leve olor a
almizcle adormeció los sentidos del niño, quien solo oía los hermosos trinos de
los regios pájaros de La Dama. Y cayó dormido sobre un lecho de blandas plumas
de cisne blanco del Lago Real.
La paloma, no. Ella
se mantuvo sobre su cabeza, velando su sueño. Un sueño que duró cien años. Y
aunque dormido, el niño, disfrutó de la paz y belleza del reino de la Dama de
Nieve. Ella lo cuidó como a su propio hijo, sus rosas nacaradas aromaban sus
días y sus noches, y sus blancos pájaros cantores, adormilaban sus sentidos,
transportando su espíritu a tierras de profunda quietud..
Cuando, por fin,
despertó, al abrir los ojos vio a su leal amiga aleteando sobre su cabeza,
contenta de su regreso de La Tierra de Los Sueños. La Dama, en pie junto a él
le sonreía mostrando una perlada dentadura. El niño se incorporó, comprobó que
todo estaba en su sitio, hizo una breve reverencia ante la Dama y partió. Ahora
era más sabio. Los cien años que había pasado dormido, le habían regalado cien
sueños, cien enigmas resueltos…
El niño y la paloma
pusieron rumbo al Norte, hacia los confines de la Tierra, hacia los dominios
del Reino del Hielo, gobernado por un tirano, el mismísimo Hielo, que un día se
reveló contra el orden establecido desde El Principio de los Tiempos por la
Mater Natura y Los Dioses. Hielo, había invadido no solo lugares recónditos,
sino los corazones de pueblos enteros. El hielo que antes era aliado del resto,
y era blanco, azulado, transparente… ahora era un hielo gris, sucio, oscuro…
Hielo había robado la «Madreperla de Nácar», y el mundo estaba en peligro. Lo
blanco podía trocar en negro, la luz en oscuridad, la bondad en maldad, lo puro
en impuro, la risa en llanto, la paz en guerra y el día en noche eterna.
Solo la «Madreperla
de Nácar» podía ayudar a mantener el equilibrio necesario, y para ello tenía
que volver a manos de Los Albinos, sus guardianes, los elegidos de los Dioses.
El miedo no estaba
tipificado en el código genético del niño, además, la paloma era su protectora.
Sacó su pequeño cántaro, vertió el líquido de su interior, sopló suavemente y…
el hielo que cerraba el camino quedó convertido en un riachuelo de blancas
aguas. Poco a poco, un deshielo escalonado fue abriendo las montañas heladas
que tomaron el aspecto de grandes montañas de nata.
El Reino del Hielo,
volvió a tener su aspecto originario. El Hielo tirano se disolvió para siempre
entre ríos de agua fresca y cristalina. Y en las entrañas de su más elevada
montaña, la «Madreperla de Nácar» brillaba mandando destellos irisados al niño.
Éste avanzó por los estrechos caminos, sorteando torrentes y piedras formadas
del más frío hielo.
Cuando llegó ante
ella, la paloma cesó en su vuelo y se posó junto a la «Madreperla de Nácar». El
niño la tomó en sus manos, que eran puras, blancas y limpias, y la envolvió en
un sencillo trozo de tela blanca que guardó en su zurrón. En ese mismo
instante, un calor repentino invadió el Reino de Hielo. Y un mar tranquilo
llegó hasta sus orillas dejando asomar blanca y cálida arena en la que se
hundían los pies del niño.
La espuma, chispeante
y salada, lamía los pies del Elegido. El olor a salitre le llenó por dentro. Cerró
los ojos, respiró hondo y junto a su amiga la paloma, fue elevado por los
aires. Cruzó un cielo inmenso, luminoso y plateado hasta llegar a su destino: la
morada de los dioses.
Imagen: "Salinas Grandes de Argentina" tomada de Internet Texto: Edurne. (Marguerite
Yourcenar escribió un maravilloso cuento, el “Cuento Azul”, con la idea de una
trilogía, el Rojo y el Blanco. Y más, muchos más maravillosos cuentos, para
muestra, sus magníficos “Cuentos Orientales”. El ejercicio consiste en continuar
su trilogía—con todas las limitaciones— y escribir el Rojo y el Blanco. Yo
escribí el Rojo hace mucho tiempo, lo podrán releer en este enlace; y hoy les
traigo el Blanco, sujeto a cambios y correcciones, por supuesto).
11 comentarios:
Edurne te felicito!; me ha encantado este cuento "Blanco" de esta trilogía.Ahora voy a seguir con la roja...
Escribir para niños y jovenes me parece muy dificíl es que ya no son tan ingenuos.
Un beso feliz domingo.
Edurne, eres un todo terreno y siempre escribes bien. Te felicito por esta entrega blanca.
Besos.
Eres una auténtica caja de sorpresas. Excelente relato.
Un abrazo
Qué dulzura mantenida en todo el relato. Además, muy visual. Besos.
BERTHA:
Gracias!
Bueno, esto que he escrito yo no sé si puede clasificarse como literatura infantil o juvenil o.. más bien es un relato "sin edad".
Y sí, sí que es difícil escribir para esa franja de lectores.
Besos!
;)
FRANCISCO:
Un todo terreno??? No sé yo...
Gracias y le mando unos besos yo también, caballero!
;)
ANTORELO:
Hala, que me van a sonrojar ustedes dos, vaya para de malagueños salerosos!
Pero me alegro de que te haya gustado, de verdad!
Un beso!
;)
PEDRO:
Pues mire usted, don profe, yo suelo soltar a mis "hijos" nada más los paro. Así, sin mirar si quiera si llevan las comas bien puestas o los puntos en sus sitios...
Pero si éste, de entrada ya lleva dulzura y se ha hecho ver... oiga, pues que ni tan mal! Y no le digo yo cuando me dé por lavarle la carita y esas cosas... jejeje!
Gracias, gracias!
Besos blancos, vamos, blanquísimos!
;)
Bellisimo, me ha encantado,eres grande. Besos. Irune
Qué cuento más tierno, me ha encantado.
Un beso Edurne.
He tenido que ponerme las gafas de glaciar para poder terminar tu relato, imagino todo en blanco luminoso y una luz cegadora. Hace muchos años caminé durante unas horas por un lago de sal en un día soleado y he revivido la sensación.
Tienes una imaginación prodigiosa para crear escenarios y personajes.
¿Los cuentos tienen que tener final feliz?, le pega más un final abierto, con misterio... pero bueno tu eres la madre de la criatura y tienes su custodia ;)
Un beso Edurne.
P.D. Marguerite Yourcenar me tiene obnubilado, que maravilla de escritora y que persona más extraordinaria.
IRUNE!
Eskerrik asko!
Muxuak!
;)
ELENA:
Pues bueno, si te ha gustado y te ha parecido tierno.... me quedo bien!
Besosss!
;)
AL TAGRÍ:
Sabe usted... escribí el cuento para traerlo a clase y trabajar con los alumnos,pero... resulta que este grupo que tengo yo no saben apreciar casi nada.
Les ha parecido una novela, un tostonazo, vamos!
Qué le vamos a hacer! Sé que con otros grupos siempre he trabajado bien este tipo de escritos míos. No me enfado, simplemente me da lástima. No les gusta leer, no les interesa, no quieren...
Ya puede quitarse las gafas de glaciar, oiga,que ya ha pasado el "temporal"! Jejejejeje!
Eskerrik asko eta muxuak!
;)
Gracias por tu blanco regalo. Un abrazo.
ABEJITA:
Gracias a ti siempre por tus visitas...
Besos!
;)
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