Ricardo:
No creas que para mí es fácil escribir
esta carta. De hecho, todavía no sé muy bien todo lo que quiero decirte, ni
cómo decírtelo.
Hace mucho que tú y yo ya no hablamos,
no al menos como lo hacíamos en los primeros años de nuestro matrimonio. Sé que
todo eso es normal, pero nuestra situación excede esa normalidad. Intuyo que
sigues conmigo por mera rutina, ya que desbaratar toda una vida a estas
alturas es un verdadero lío. Sí, lo sé, pero a veces pienso que nuestra
cobardía nos ha ido encerrando cada vez más y más en nuestra propia cárcel.
Llegados a este punto, lo mejor es decirnos las verdades, descorrer las
cortinas y dejar que entre la luz de la realidad para poder ver el camino sin
miedo. Liberarnos de tanto tapujo, de tanta mentira… ¿No crees?
Andrea. Sí, ya hace un tiempo que sé que
Andrea y tú habéis sido amantes desde que ella llegó de Argentina al quedarse
viuda. ¡Y ya han pasado casi catorce años desde entonces!
Tranquilo, no, no voy a hacer de esta
carta un manifiesto de reproches ni voy a mostrarte mi orgullo herido. Hace
tiempo que ya no me quedan reproches ni orgullo. Aunque las heridas sí estén en
lo más hondo de mi ser, porque no dudes de que me sentí tremendamente herida y
humillada durante muchos años, pero ahora… Ahora he asumido todo ese dolor, y
por eso puedo escribirte.
Andrea. Mi propia tía y mi marido me
traicionan sin ningún pudor; porque así ha sido, Ricardo, no habéis tenido
ningún pudor, ni un ápice de vergüenza. Es más, casi me atrevería a decir que
lo habéis aireado todo lo posible. No sé si queríais ser pillados, si os
producía un cierto morbo o más cotas de placer…
Cuando asumí vuestro engaño y cambié mi
propio papel en nuestra relación de pareja y en la mía como sobrina, decidí que
lo primero era YO. Y ahí iba a salir ganando. La clandestinidad agota, querido Ricardo,
¿o no? Vuestra historia ha ido subiendo y bajando como los valores que se
cotizan en Bolsa, igual que una montaña rusa, y ahora lleva un tiempo en el
mercado de las horas bajas… También he sabido que Andrea te ha dado
un ultimátum en más de una ocasión, porque estaba cansada de esta historia, y
en estos momentos en que la enfermedad la tiene prisionera no tiene fuerzas
para reclamarte absolutamente nada.
Tal vez sea por eso por lo que te
escribo esta carta, no lo sé…
Mi relación con ella siempre fue muy
especial. La disfruté como a una hermana mayor cuando yo era una mocosa. Quedé
desolada cuando se casó con Guido, el tío Guido, un hombre fascinante a quien
no tuviste la suerte de conocer. Enseguida me percaté de que ambas habíamos
ganado: Guido resultó ser el complemento ideal de Andrea y para mí un tío
maravilloso. Cuando marcharon a Argentina, creí que los había perdido para
siempre. Sufrí mucho cuando el tío Guido murió en aquel trágico accidente,
también sufrió mucho Andrea, por eso me volqué tanto en ella cuando decidió
regresar con nosotros, su familia. Además, traía un pequeño regalo, traía a
Liliana, que a sus quince años era tan hermosa como lo era su madre. Y pensé
que se repetía la historia: yo asumía el papel que Andrea jugó conmigo y Liliana
era como la adolescente que yo había sido.
¡Ilusa de mí! Tan contenta estaba
desempeñando el papel de hermana mayor con aquella niña, mi joven primita, que
descuidé mi propia casa y dejé que Andrea se apoderara de lo que más quería, tú.
Al principio no fui consciente de nada.
Más adelante pensé que eran figuraciones mías, al fin y al cabo éramos familia
y el cariño es moneda de cambio entre los de la misma sangre… Más tarde, lo que
era evidente pasó a disipar la niebla de mi inocencia.
Eres un hombre especial, Ricardo, no
conozco a nadie que no se haya resistido a tus encantos; es inevitable caer
rendido ante tus atenciones, tu naturalidad, tu delicadeza, tus muestras de
interés y cariño… Has sabido darnos a cada una lo que necesitábamos en el momento
exacto. ¡Andrea no iba a ser menos, máxime la situación en la que se
encontraba! Y tú, tú eres débil, te dejas querer. En el fondo eres como un niño
al que le excita el riesgo, lo prohibido, desafiar la norma, jugar con el
concepto del bien y el mal.
Ahora creo que dejabais pistas a
propósito, tal vez porque queríais ser pillados y la situación os ahogaba. Pero
yo me hacía la loca, no sabía cómo haceros frente, ¡os quería tanto a los dos
que no me interesaba aceptar lo que estaba tan claro! Prefería esconderme en el
desván de la ignorancia protegida por mi abrigo de cobarde, por el miedo a
perderos, por la vergüenza y la pena que todo ello me producía.
Sé que la gente, la familia y las
amistades hablaban a mis espaldas y me compadecían, pero tal vez también os
compadecían a vosotros pues os creían presos de una pasión irrefrenable, no lo
sé…
Andrea es como mi segunda madre. Ahora
casi me alegro de que la mía no esté viva, habría sufrido muchísimo con esta
situación; lista como era, lo habría sabido desde el principio y no lo habría
consentido.
Has sido un cobarde, Ricardo, más
cobarde que yo, y no has sido leal con tus propios sentimientos –tanto que me
querías– y tus convicciones. No me vale la excusa de no querer herirme. Me
herías constantemente, pero a la vez herías a la propia Andrea. Dejaste que se
hiciera ilusiones sin haberle prometido absolutamente nada y sin que ella te lo
pidiera, alargaste su agonía durante catorce años… También te herías a ti
mismo, y eso sin contar a la pobre Liliana…
Andrea está muy enferma y ahora te
necesita de verdad. Yo no puedo abandonarla. No puedo ni quiero abandonarla. Sé
cómo es esta maldita enfermedad, tal vez dentro de unos años yo también la
padezca, o Liliana… es el sino de las mujeres de nuestra familia.
Andrea siempre me ha querido. Sé de su
sufrimiento y que ha sido víctima de ella misma, de su forma tan intensa de
vivir la vida, con ese amor que se le escapa por todas partes, con esa pasión
que pone en todo lo que hace...
Liliana no está; y desde que decidió
regresar a Argentina tanto Andrea como yo, cada una a su modo, echandola emn
falta por distintas razones, nos hemos sentido muy solas, ahora solo nos
tenemos la una a la otra. Andrea nos necesita, a ti y a mí. Por eso te escribo
esta carta, Ricardo, necesitamos reconciliarnos con nosotros mismos para poder
ayudarla y que ella sepa que no está sola, que nosotros la queremos.
Espero que no nos defraudes, Ricardo. Yo
hace mucho que os perdoné, que te perdoné, que nos perdoné…
Marta
Imagen: Internet Texto: Edurne. Texto ya publicado en esta Orilla el 22 de enero de 2013. Son tres cartas que publicaré a lo largo de hoy domingo 31 de agosto de 2016. Comentarios hechos en su momento a esta entrada aquí.
1 comentario:
GRACIAS por pasar y leer.
;)
Publicar un comentario