Desde que conoció al maldito Príncipe de Pacotilla, lo había
perdido casi todo, no solo su zapato del pie derecho, el del par beig de los
domingos y que le costaron un ojo de la cara. No, no era solamente eso. Ahora iba coja por la vida en todos los sentidos.
Cada domingo, pobre Cenicienta sin zapato, recorría el Rastro de arriba abajo por ver si
encontraba algo de todo lo que había dado sin cobrar fianza alguna ni pedir
aval de buena conducta.
También había perdido la luz que iluminaba su túnel sin salida, la
confianza en la fe de sus mayores, la funda de sus gafas de andar espabilada
por la vida —y hasta las mismísimas lentes—; de igual forma le habían despistado el
cofre de los tesoros, la memoria de sus ancestros, el paisaje de sus sueños, la
piedra filosofal de la sabiduría... Ahora no tenía dónde dejar la sombrilla
japonesa que heredó de su abuela, ¡ni dónde poner un triste ramo de lirios
silvestres!
Lo había perdido casi todo, pero aún le quedaba una pizca de
dignidad como para no caer de nuevo en las garras de ningún gañán disfrazado de
Príncipe de tus Sueños, uno de ésos que se compran y se venden al mejor postor
en el rastro de la vida.
Foto:
Antonio. Texto: Edurne.
4 comentarios:
Tienes una destreza nada común para sumergirnos en tus relatos; pena de que sean pocos los que publicas, pero dejan un regusto especial.
Besos.
PACO:
Mila esker, lagun!
Ya me gustaría a mí prodigarme más, mucho más d elo que lo hago, pero...
Muxuak!
;)
Una maravilla descubrirte
bienvenida siempre
RECOMENZAR:
Bienvenida de nuevo a esta orilla.
Gracias y un abrazo.
:)
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