viernes, 31 de julio de 2015

DIARIOS DE LA TERCERA PLANTA (I) (Replay)


No sabía muy bien desde cuándo estaba allí, postrado en esa cama, entubado, con cables y goteros por todas partes. Tenía la mirada  fija en el techo, blanco, como las paredes, blancas… Si torcía, con esfuerzo,  la cabeza hacia su izquierda, divisaba una puerta entreabierta y percibía el rumor de pasos y voces. Si giraba el rostro hacia la derecha, un enorme ventanal le castigaba la vista con la luz a raudales que escupían sus cristales, y silencio… Volvió a cerrar los ojos, tal vez era un sueño, y al abrirlos de nuevo, estaría otra vez en su habitación. Pero no, ahora eran un crucifijo en el frente y un pequeño televisor los que se le mostraban sin pudor alguno en ese paño desnudo.

No había duda, estaba en un hospital, pero ¿por qué? No recordaba absolutamente nada, por más esfuerzos que hacía, que buscaba y rebuscaba entre los pasillos de su mente… nada, no podía recordar nada. Tan solo ese dolor sordo y constante de todo el cuerpo le avisaba de que algo le había ocurrido, y de que no debía ser ninguna tontería. No podía moverse si no era con gran dolor. No volvió a intentarlo. Esperaría a que apareciera  un médico, una enfermera… Alguien tendría que decirle algo.

Intentó dormir. Cerró los ojos con fuerza, tanto que le dolían los párpados. Las ganas no superaron a la imposibilidad por conciliar el sueño. Imposible. Trató, en vano, de inducir el letargo recordando situaciones, personas, lugares… Labor totalmente infructuosa, un caudal de imágenes se abarrotaban en la entrada de su cerebro sin orden ni concierto alguno. No podía respirar. Volvió a abrir los ojos. Blanco. Todo seguía siendo completamente blanco.

Lo intentó una y otra vez, hasta que alguien empujó la puerta y notó unos pasos que llegaban hasta su cabecera. Abrió los ojos y se encontró con la mirada de un hombre joven que le sonreía, en el bolsillo de su bata blanca había un nombre escrito “Doctor Satrústegui”. Lo miró interrogante, esperando que despejara sus dudas. Éste llevaba una carpeta con papeles que ojeaba pensativo.

—Así que su nombre es…
—Armando.
—Armando… ¿qué más?
—Armando García Ríos.
—Muy bien, veo que recuerda quién es. Teníamos nuestras dudas. La conmoción ha sido muy fuerte y ha estado inconsciente muchas horas.

Conmoción, inconsciente… Seguía sin recordar nada. ¿Qué había podido ocurrir?

—Veo por su expresión que no recuerda nada de lo que le ha ocurrido. Bien, no se preocupe, está usted en un estado de amnesia orgánica normal, poco a poco volverán las imágenes y los recuerdos. Que sepa su nombre ya es una buena señal. Ha sufrido usted un accidente de coche realmente grave, sus lesiones son de carácter reservado, pero no irreversibles. Además ha permanecido casi setenta y dos horas en estado de schok e inconsciencia debido a una conmoción cerebral. Hay que esperar para poder evaluar todos los daños y las posibilidades de mejora. Pero vamos por el buen camino. Ahora descanse, duerma…

—No puedo. Imposible, lo intento y lo intento pero no puedo dormir, me estoy empezando a angustiar…
—No se preocupe, le pondremos algún medicamento para inducir el descanso.
—¿Pero qué es lo que ocurrió? En el accidente, quiero decir, ¿cómo fue?

Doctor Satrústegui, Doctor Satrústegui, una emergencia en la 328, por favor acuda. Doctor Satrústegui a la 328, urgente”.

La megafonía no dejaba ni un segundo para explicaciones. El doctor salió presuroso de la habitación, seguido de la enfermera, que cerró la puerta tras de sí. 
De nuevo solo, solo con el blanco en el techo, en las paredes, en su mente…

Imagen: Internet  Texto: Edurne



martes, 28 de julio de 2015

SONRISA PROFIDÉN


Dejé de usar sonrisa Profidén
cuando me explotaron en plena alegría
los cristales,
—hechos añicos—
de la vida que,
como lenta maratón 
gracias a toda suerte de malabares,
caminábamos de la mano
por la vereda de nuestro río...
Y poco a poco,
se fueron cayendo
dientes junto a todos los soles,
muelas y miles de estrellas...
Ya no puedo darle brillo,
por mucho que limpio
y limpio...


Foto, Manipulación y Texto: Edurne

domingo, 26 de julio de 2015

TE LLEVO...



Llevo cosidos tus besos
con hilo de oro fino.
Los llevo entre los pliegues rojos
del  que late cada vez que tu voz me acaricia,
cada vez que despiertas en mí
a la fiera que me habita…
Te llevo prendido en el pecho
—estandarte de mi día a día—, 
como flor de magnolio, 
provocador y exultante.
Te llevo entero,
te llevo a trozos,
escondido,
y a plena vista.
Te sueño a cada instante,
y te me confundes entre
holas y buenos días.
Guardo tu sonrisa en el cajón de nácar
de mis tesoros  más preciados.
La saco de noche,
la miro,
la toco,
me la visto y dejo que acune mis sueños,
que calme mis viejos miedos
de engaño y olvido…

Foto y Texto: Edurne


viernes, 24 de julio de 2015

COMO BARCA HERIDA


Paralela a mi vida,
otra se lleva
mis logros y mis dichas.
Tu amor,
que era mío,
por otros mares navega.
Tu sonrisa,
que era mía,
a otros ojos mira.
Varada en dique seco,
cual barca herida,
queda la ilusión mía.
Muerta,
ya muerta en vida.


Foto y Texto: Edurne

miércoles, 22 de julio de 2015

Y ELLA... SIEMPRE AHÍ


Ella,
la que siempre me espera,
la que nunca me falla.
Ella,
la que me dio la vida,
la que me sostiene
noche y día…
Ella,
mi madre,
madre mía…
Ella,
con ese corazón
que todo lo llena,
con esas manos de madre amorosa,
con esa mirada de niña eterna,
con esa sonrisa
siempre presta…
Ella,
la más fiel de todos
los que me rodean.
Siempre ella…


Foto y texto: Edurne. Hoy cumple 82 años mi querida progenitora, ¡y ya ven, de semejante guisa! Siempre lo digo, “de mayor, quiero ser como ella en todo”. ZORIONAK, amatxu maitia!

martes, 21 de julio de 2015

HOY TE REGALO UN MAR (Replay, y esta vez con toda la razón...)


Te regalo un mar.
Un mar que envuelva tus sueños,
que acune tus desvelos.
Un mar donde gobierna tu amigo,
el gran Neptuno
para que sigáis celebrando juntos-.
Un mar huérfano de sirenas
-después de lo de Ulises, no me fío-,
pero poblado de caracolas
que canten a tu oído
lo mucho que te quiero…
Te regalo un mar.
Un mar vestido de corales,
de espuma,
de algas con pespunte de oro y sal…
Te regalo un mar.
Hoy calmo, mañana altivo.
Si quieres,
será mar revuelto,
león que ruge reclamando
tributo.
Si quieres,
mansa corriente que lame orillas
en silencio.
Te regalo un mar.
Y un faro.
Faro para que nunca se pierda tu barca
 en medio de la tormenta,
para que siempre encuentres 
la casa que habitas,
y el corazón que te abriga…
Hoy,
te regalo mi mar.




Fotos, manipulación y Texto: Edurne (Esta entrada fue publicada el 18 de agosto del año pasado, era el cumpleaños de quien comparte mis marejadas y mis calmas chicha... Hoy vuelvo a regalarle este mar, y todos los mares del mundo, porque está saliendo del fondo de uno de ellos, del mar más negro, del que por poco se lo traga, pero que se ha apiadado de mí y me lo ha devuelto. Vuelvo a decirle que  mi faro sigue encendido para que siempre encuentre el camino...)

lunes, 13 de julio de 2015

OTRA VUELTA DE TUERCA


La vida nos da otra vuelta de tuerca más…
Me vuelve a dejar sin aire que respirar.
Los jinetes del otro lado cabalgan,
lejanos,
pero con los cascos de sus caballos
golpeando la tierra seca.
Los oigo.
Tapo mis oídos,
ahogo mi llanto,
y rehúyo la imagen desconocida
que me devuelve el espejo.
Esperar, esperar…


 Pintura: Antonio. Texto: Edurne

lunes, 1 de junio de 2015

HOGAR, DULCE HOGAR


Al principio llegó a pensar que todo era producto de su imaginación y, por lo tanto, que estaba loca. Se trataría de una locura pasajera, algún episodio raro pero fácilmente explicable por la ciencia. También quiso tranquilizarse con la teoría de que todo era un sueño, muy vívido, pero un sueño, más bien una pesadilla de la que enseguida podría despertar… No fue así. Al cabo de una semana de angustias y zozobras, llegó a la conclusión de que ella seguía estando tan cuerda como siempre y que su vida seguía su curso normal.

Normal si se exceptuaba el hecho insólito, que ella ya había comenzado a aceptar, de encontrarse cada día al regresar del trabajo ese cambio sorprendente en su casa. No solo cada día muebles y ubicación aparecían distintos, sino que se encontraba dentro con una familia diferente a la suya. Un marido y unos hijos a los que antes jamás había visto. Y nadie, excepto ella, parecía percatarse de lo excepcional de este hecho.

Desde hacía unos días, venía sucediendo el extraño prodigio. Algo nada fácil de explicar por otro lado. Era casi abstemia, así que no podía culpar de ello a la ingesta desmedida de alcohol; tampoco tomaba ningún tipo de medicación y ni siquiera se fumaba un porro de vez en cuando… No, no era ése su caso.

 Trató de calmarse, de razonar y buscar una explicación a semejante fenómeno. Comprobó su DNI y sí, era ella, Natalia Valdivielso Arizmendi. Se miró en el espejo: seguían siendo su cara, sus manos… Aún no conocía el verdadero alcance de esta novedad y se encontraba confusa, realmente desconcertada. Si salía a la calle con el marido o los hijos que en ese momento estaban en la casa, ¿seguirían siendo los mismos cuando volvieran? ¿Y si era esa nueva familia la que salía mientras ella se quedaba  esperando, regresarían los mismos o vendrían otros nuevos a la vuelta? Demasiadas preguntas.

El lunes a la noche se había encontrado con un marido casi albino de puro aúreo y dos hijos gemelos, también de un rubio cegador; era como ver al mismo hombre tres veces. El martes la esperaban un señor calvito con gafas y cara de malas pulgas, un hijo larguirucho poco hablador y con pintas de gótico, y un gato negro autista; un susto, aquel día fue un susto. El miércoles, cuando empezó a tomárselo un poco a chufla, se encontró con una nueva pareja, esta vez era un cachas de estos que están todo el santo día con el deporte y la vida sana a vueltas, y con tres nuevos hijos que, contrariamente a lo que hubiera sido lo normal con un padre así, eran todos gorditos y sonrosados, dos niñas y un niño de edades un tanto inciertas. Ya el jueves, al abrir la puerta, tenía el gusanillo en el estómago y esperaba la sorpresa con ganas: un tipo con pinta de ejecutivo, muy atractivo y algo nervioso que decía ser su marido, y una jovencita muy guapa, tan guapa como una modelo de las de anuncio y que sería su hija, la esperaban sentados a la mesa muy serios y con la cena preparada. Sin embargo, el viernes al llegar del trabajo se encontró con otros nuevos miembros en su familia. Quería experimentar durante el largo puente de cuatro días si al comenzar la semana laboral se repetían de nuevo los mismos turnos o todo volvía a ser como siempre, como antes, con su Manu, su Iñigo y su Anita. ¡Ah, y su Michifú! Su familia, su auténtica familia.

Al llegar la tarde del viernes, en casa la esperaban un marido, un hijo pequeño y una hija mayor. ¡Y un hámster! La recibieron como si la conocieran de siempre, y eso que ella los acababa de incorporar a su vida. Claro que le había ocurrido cuatro veces ya esa semana.

Cuando el sábado a la mañana abrió los ojos a la hora de siempre y se desperezaba poco a poco, vio que a su lado tenía un cuerpo peludo dándole la espalda. Se asustó. Su Manu apenas tenía unos pelillos rubios en el pecho. Aquél no era Manu, sin duda. ¿Sería el marido del viernes? Ya no lo recordaba. Decidió quedarse quieta y hacerse la dormida. Al poco, aquel ser peludo empezó a dar síntomas de estar vivo: bostezó escandalosamente, se estiró dos, tres veces, y apartó las sábanas con furia.

Natalia seguía con los ojos cerrados, fuertemente cerrados. Tiritaba y no sabía cómo hacerse con las sábanas de nuevo. No tuvo tiempo. Para cuando su mano se deslizaba ya sigilosa en busca de la ansiada protección, sintió cómo le estampaban un sonoro beso que la dejó sorda durante unos segundos mientras le susurraban al oído: «Nata, Natita mía…» ¡Horror! Éste era de los pegajosos, y no había nada que le diera más grima que un tío pegajoso… ¡Encima velludo! ¡Decía que quería repetir la «hazaña» de la noche anterior! ¿Hazaña? ¿Había compartido ella alguna hazaña de tipo… carnal con aquel cromañón? No, no podía ser cierto.

Mientras intentaba zafarse del abrazo de oso de aquel extraño, notó que algo le mordisqueaba el dedo gordo del pie derecho. En ese mismo instante la puerta de la habitación se abrió de golpe. De un salto, el niño, un pequeño de unos siete años, se plantó en la cama y empezó a bucear entre las sábanas hasta que… «¡Te pillé!», se oyó decir, más bien gritar, bajo el remolino de sábanas y edredón. El tacto de una pequeña mano en su pie volvió a sobresaltarla cuando el pequeñajo emergió de las profundidades más rojo que una granada y riéndose como un orate. Mostraba orgulloso su trofeo que, sujeto de la cola, agitaba sus diminutas patitas en el aire. Era el hámster del niño.

Natalia salió lo más rápidamente que pudo del lecho mientras el hombre de la casa, el vástago y aquella pequeñísima mascota la miraban fijamente antes de dedicarle todo su repertorio de risitas y demás variantes de la juerga doméstica. Con tanto alboroto y alborozo apareció la que faltaba, la que seguramente habría de ser la niña de sus ojos, una adolescente rellenita, pelirroja y pecosa como jamás había visto antes. Perpleja y en pie junto a la cómoda, trataba de reaccionar, calibrar sus posibilidades de salir intacta, pensar, pensar… De nuevo no tuvo tiempo. A la voz de «¡A por ella!», los tres se lanzaron sobre su espalda y la arrastraron hasta la cama donde empezaron a hacerle cosquillas y más cosquillas, a darle besos… ¡Dios mío!, pensó, ¡sí, tenía que ser un sueño!

Se los veía encantados y no paraban de repetir lo bien que estaban los cuatro juntitos, los cinco, pues también había que tener en cuenta que el pequeño roedor era otro miembro más de la familia. Era sábado y había suficiente comida en la nevera para pasar por lo menos una semana. Además no paraba de llover, por lo que no había necesidad de salir a la calle en todo el largo fin de semana. ¡Socorro! Ésa era la única palabra que repetía su cabeza. ¡Socorro, socorro! Pero ella sí, ella sí tenía necesidad, verdadera urgencia por salir de ese encierro. Le fue imposible. Estaba secuestrada en su propia casa y por su propia familia. Bueno, por la propia no, por la que le había tocado el maldito viernes. 

No quedaba otra cosa que aguantar unos días como buenamente pudiera; al fin y al cabo era un lote familiar de lo más común: un marido, dos hijos y una mascota, todo muy parecido a su realidad. Echaba mucho de menos a los suyos, muchísimo, y aunque intentaba no establecer comparaciones, poco a poco éstas fueron inevitables, las buenas y las malas. Se estaba sorprendiendo. Después de veinticuatro horas juntos no le estaban pareciendo tan pegajosos como al principio, incluso le hacía gracia que todos, incluso ese hombretón, la llamaran «mamuchicariño», todo seguido y casi sin respirar. «Mamuchicariño» por aquí, «mamuchicariño» por allá… Ya no recordaba desde cuándo nadie la llamaba cariño, ¡si es que alguna vez se lo habían dicho!

Aquella familia se desvivía por ella. Estaban atentos a cada una de sus palabras, la rodeaban continuamente, la abrazaban, la besaban, chocaban sus naricillas con la suya como los esquimales. Reían sin parar, casi todo el rato reían. ¿Realmente podía haber una familia así de feliz? La suya, la de verdad, lo era o así lo había considerado siempre; a pesar del semblante un tanto taciturno que se le estaba poniendo a Manu en los últimos tiempos; a pesar del carácter algo huidizo de su hijo Iñigo, en plena adolescencia y que ya no le contaba todas las cosas como antes; y a pesar de la preocupación que le agobiaba —sin razón aparente, le decían— por Anita, que cada vez comía menos, menos… Y por supuesto, nadie la llamaba «mamuchicariño». Manu siempre la llamaba por su nombre, Natalia, nunca un apelativo cariñoso, algo así como «cuqui», «cari», «pitufa»… Nunca, ni de novios. Los chicos siempre mamá. Ma-má, dos sílabas y punto. Mamá, como cualquier otra madre, nada íntimo, cariñoso ni personal; ningún nombre que fuera solo para ella, que la hiciera sentirse diferente, especial… No, ella era «mamá» a secas. Mamá, ¿me has planchado los pantalones? Mamá, ¿me das dinero para el bonobús? Mamá, hoy me quedo a dormir en casa de Nerea. Mamá, el sábado nos tienes que llevar a Joselu, a Mikel y a mí al partido. Mamá… Mamá… Siempre mamá y siempre con exigencias.

Así que el domingo a la tarde tuvo que reconocer que, aunque estaba deseando que llegara el miércoles por ver si la suerte le devolvía a su familia, a la verdadera, porque los seguía echando terriblemente en falta, en el fondo, muy en el fondo, un poco de cariño sí que les había tomado a aquellos trogloditas empalagosos que estaban consiguiendo que se sintiera diferente.

Pero el caso era que aún quedaban dos días por delante y nadie tenía prisa alguna por salir de aquel reducto de felicidad familiar. El marido y el hijo, vestidos con sus delantales de Hommer y Bart Simpson y tocados con unos gorros de cocinero hechos con un par de folios, se lo pasaban pipa en la cocina probando experimentos culinarios para presentarse algún día a Master Chef y Master Chef Junior, decían. Era la primera vez que Natalia se libraba de cocinar. Estaba encantada. Por su parte, la niña estaba resultando un primor a la que no le importaba lo más mínimo pesar tres o cuatro kilitos de más. Era feliz con su cuerpo, con su pelo rojizo, con sus pecas, con sus años, con su cole, con sus profesores, con sus amigas, con su padre, que era el padre más divertido, con su hermano, que era un «crac» y, sobre todo con su mamuchi, con ella, porque era la mejor madre del mundo, la más comprensiva, ¡y la más guapa! Natalia se miró de refilón en el espejo del cuarto y sí, le pareció que todavía era guapa. Así, en esa atmósfera de cariño y confidencias, madre e hija se pusieron a jugar. Se disfrazaron como las famosas de las revistas, se maquillaron como ellas, también probaron nuevos peinados y jugaron a ser artistas, porque además se les daba genial hacer imitaciones. En una palabra,  dedicaron la tarde a morirse de la risa, a darse besos y achuchones con el menor pretexto... ¡Ay, «mamuchicariño», cómo te quiero!

El martes por la mañana, último día del larguísimo puente, se despertó agarrada a ese grandullón que le susurraba al oído «Nata, Natita mía…», y esta vez sí que se acordó de todo, y no le importó repetir la «hazaña», ni reírse a carcajada limpia con las cosquillas que le hacía Charly con la barba, ni que Rusty, el hámster, se metiera entre las sábanas y le mordisqueara el dedo gordo del pie, ni que Miky fuera como loco al rescate del polizón, ni que todos a una, como los de FuenteOvejuna, la llenaran de besos… Porque Charly era su marido, Marietta su niña y Miky su adorable pitufo.  Char-ly, Ma-rie-tta, Mi-ky… ¡Y Rus-ty, cómo no! ¡Ay, qué bien sonaba!

Decidió que no iba salir nunca más de aquella casa —¡Hogar, dulce hogar!—, ni el miércoles, ni el jueves, ni el viernes… ¡Ni aunque el mundo se derrumbara a sus pies! ¡Ni aunque fuera un sueño! ¡Tendrían que venir por ella! Y estaba segura de que su nueva familia no iba a dejar que nadie se la llevara, ¡buenos eran ellos!

Dibujo: Internet. Texto: Edurne


sábado, 30 de mayo de 2015

REFLEXIONES A MANO ALZADA (I)


No es que una no tenga nada que contar últimamente, no, no es esa la razón por la que casi no me dejo ver por estos lares. La causa es mucho más simple que eso, simplemente me estoy haciendo mayor, creo que me estoy volviendo más lenta o... nada más que la vida me ha cambiado tanto que estoy abrumada y no llego con todo lo que me ha caído encima, añadido al peso que ya llevaba.


Una se pregunta cosas,  muchas cosas, todos los días, por la mañana, a la hora de comer, a la tarde, mientras trabajo, hago recados, me encargo de mi madre, corrijo, camino, me lavo los dientes, me peino, me pongo el pijama... Incluso cuando, a esas horas cercanas al final del día consigo sentarme un poco en el sofá, y, sin darme tiempo a pensarlo si quiera... me quedo completamente dormida.




No soy una excepción, para nada. Esa es mi primera reflexión, o mejor, conclusión. Soy una más entre este mar de seres que vamos y venimos, unos con mejor y otros con peor suerte. Y aquí estamos.

Si nos parásemos a escuchar el sonido de nuestra propia melodía, seguro que nos llevaríamos más de una sorpresa. No siempre es decadente, no siempre es alegre y “molto vivace”... aunque nos parezca que siempre suena la marcha fúnebre de Chopin. No, porque también somos capaces de disfrutar de las pequeñas cosas, que, bien aprovechadas, pueden permanecer en nuestra reserva emocional para alimentar momentos menos alegres. Yo procuro practicar ese método.

Claro que hay otros ritmos que solapan el que podamos escucharnos como Dios manda (habría que saber primero qué es “como Dios manda”, claro).
Cantinelas de esas que nosotros no hemos solicitado una emisión contínua, de las que no te dejan ni a sol ni a sombra, blablablabla... Y parece que nos van a solucionar la vida, el mundo, todas las injusticias... CANSINOS, son unos CANSINOS.




Yo ya no me fío absolutamente de nadie. La indignación llega a tal límite que ni merece la pena disertar acerca de todo el maremagnum en el que nos han metido entre unos y otros. ¿Qué somos para ellos? Títeres (de momento con cabeza, pero, ojo, más de un@ ya la está perdiendo), está claro.

Y luego nos quejamos. ¿Será que tenemos aquello que merecemos? Yo al menos no creo merecerme nada de esto.

En tiempos de sequía cualquier gota de agua puede convertirse en un espejismo, y cualquiera puede perderse dentro de él, ojo aquí también. Y los jerifaltes aprovechan la mínima para encasquetarnos cualquier cuento chino. Y se cae o no se cae. ¡Ojo avizor, ya digo!

Una sociedad empieza gestándose por abajo, a ras de suelo... Y ahí está la ESCUELA. No miento, ni exagero, cuando hablo de mis dudas, de mis miedos, cada vez más frecuentes y constantes respecto a la EDUCACIÓN que estamos dando a nuestr@s cachorrill@s. Y es que hemos creado una sociedad donde los valores de esfuerzo, solidaridad y otros tantos parecidos y vitales para la convivencia, han salido muy mal parados. Simplemente no se practican, no existen. Doy fe de ello. Por supuesto que hay excepciones, y muy honrosas- Estaríamos muertos como especie si no las hubiera...




Pasar de un extremo a otro no es bueno. Ni tanto, ni tan calvo, como reza el dicho popular. Ustedes recordarán el respeto, incluso miedo, que se les tenía a los maestros no hace mucho. ¿Y ahora? Ahora te toman por el pito de un sereno, te dicen lo que tienes que hacer y cómo, y si te portas mal, incluso te dan una “ostia” y todo. ¡Amén!
También doy fe de ello. Lamentablemente.

Pero nada de esto pasaría si nuestra sociedad fuera equitativa, si todos tuvieran las mismas oportunidades, si se mimara lo que realmente nos hace grandes como personas...

¿No es para indignarse? Veo y oigo cosas todos los días que me sublevan pero que no puedo cambiar yo sola, ni decir lo que realmente pienso porque sería “políticamente incorrecto”.

Nos han regalado una entrada para el “Gran Circo” con pases ordinarios y especiales, pero uno detrás de otro. Asistimos, ya no sé si impertérritos o no, a barbaridades y malabarismos de todo tipo. Nuestra capacidad de asombro está como entumecida. Pero yo me sigo asombrando de lo que somos capaces de hacer.




Son las seis y pico de la tarde. Un sábado espléndido y con un Bilbao radiante (me apetece sentarme un rato en la terraza a leer y dejar las correcciones para otro momento). Ya saben, hoy se juega la gran final de la Copa. No podría explicarles yo qué es esto, y qué es sentirse del Athletic. Se siente y punto. Todo es rojiblanco desde hace semanas, pero en estos días, ya desborda todo, TODO.




Y esto del Athletic me sirve como excusa para apoyar mi reflexión de hoy: necesitamos alegrías en nuestras vidas, milagros, posibles o no, pero creer en algo, imaginar que nuestros sueños pueden convertirse en realidad... Lo malo es que, a veces, nos despiertan bruscamente, o no nos dejan soñar. Seguiré soñando, me niego a que aplasten mis sueños.

Volveré, entre otras cosas porque tengo unas Crónicas a medio cocinar. 
Un abrazo grande y... lo siento, hoy no lo puedo evitar: 
AUPA ATHLETIC!




Fotos: las mías (una a traición), Aitor. El resto: Edurne. Dibujos: Internet. Texto: Edurne