Cuando cambias de década,
a veces, lo haces con alivio, y otras con zozobra, intriga… Pero lo que siempre
se nos olvida es que los años empiezan a desfilar uno detrás de otro a una
velocidad ¡vertiginosa!
Depende de cómo te vaya,
pues estás deseando que ese año se acabe y empiece el otro, o quién sabe, que lo
mismo puede alargarse un poquito más si es bueno. Mentira, que no nos engañen.
Corren igual, tardan el mismo tiempo: 365 días, con sus respectivas noches (¡ay,
las noches!), o 366 si es bisiesto. Y si tu vida ha entrado en otra dimensión,
en esa dimensión en la que no la reconoces como tuya, en la que ni tú te
reconoces, entonces… Entonces lo de cumplir años ya no te hace ni pizca de gracia,
casi nada la tiene porque a ti te han expulsado de tu espacio de vida,
chiquito, pero tuyo, con tus pequeños sueños, con tus pequeños planes, con tus
pequeñas evasiones, con… Y entonces ves que las puertas se van cerrando una
tras otra y que te quedas ahí en un momento que no avanza ya más, y te sientes
como si fueras prisionera de tu propio
destino.
Sí, sabes que estás
haciendo lo que tienes que hacer y que estás donde tienes que estar, eso nunca
lo he cuestionado, pero asistir al lento (o no tanto) derrumbe de las paredes
de tu casa pues cuesta, duele, te descoloca, hace que te ovilles en tus penas, que
busques algún agujerito para poder recordar cómo era ese cielo, cómo eran esas calles…
Y a pesar de todo eso,
siempre llega el 7 de diciembre. De aquel primer 7 de diciembre hoy se cumplen
sesenta y tres años. Ya está cerrado ese círculo y empiezo a caminar por el sendero
de los 64. ¿Cómo será este camino, qué me espera? Mejor dejar que cada día sea
la avanzadilla de los siguientes, poco a poco, pero que me dé tiempo para ver
lo que viene, para pensar y reflexionar, para no equivocarme en las decisiones. No sé, igual estoy totalmente equivocada.
No tengo tiempo para
nada, ya no entro casi en las casas de mis amistades blogueras, y cuando lo
hago me doy una pechada a leer, pero no soy capaz de comentar.
Tengo estrangulados los
sentimientos, ni la manzanilla alivia mi empacho de tristeza.
Quiero cumplir los 63
con otra mirada, con otra sonrisa (si hace falta, me las pintaré).
Hace mucho que dije que
no cerraría esta Orilla aunque mi chapoteo sea tan de tarde en tarde. Esta Orilla
es una buena orillita para venir de vez en cuando, a mí me da paz, será por el
murmullo de las olas, por el olor a salitre, por el sol que acaricia sin
quemar, por las cosquillas que la arena me produce en las plantas de los pies…
No me voy a marchar sin agradecer
de nuevo, como todos los años, a tod@s quienes pasan por aquí, su cariño de
siempre. Gracias por todo y de todo corazón. Les prometo intentar ser feliz, lo
sean ustedes también.
ESKERRIK ASKO!
Texto y desahogo: Edurne. Selfie al natural (de ayer mismo): Edurne. Foto en Zarautz (de septiembre): Antonio.