
Duérmete niño,
duérmete ya,
que viene el coco
y te comerá.
No sabría muy bien cómo definir la sensación, o las sensaciones, que me invade/n. Es una mezcla de desencanto, miedo, rabia, impotencia, estupor… eso, en cuanto a la parte psíquica y anímica, que en lo referente al estado del cuerpo que me alberga… estoy más que rota, derrengada, exhausta… Llego de trabajar, como aquella heroína de cuento que regresa de las Cruzadas o la Guerra de los Cien Años, ustedes me entienden, ¿verdad?
Comento todos los días con quienes me son cercanos a todos los niveles, lo extraño y particular de este año, de este comienzo de curso, de este último cuatrimestre… ¿Hay explicación para todo esto? Tal vez. Los teóricos, los escépticos, los profesionales, los sabios, las mentes preclaras y los mortales de a pie, seguro que sabrían explicarlo, cada cual según su teoría, su propia experiencia, sus intereses, su desencanto, sus perspectivas de futuro, su comodidad y su indiferencia…
Creo que estoy en un momento de mi vida crucial. Por muchas razones. Claro que, todos los momentos de nuestra vida son cruciales e importantes, puesto que, decisiones aparentemente carentes de relevancia, seguramente sean las que marquen nuestro futuro, pero… ¿qué quieren que les diga? Yo presiento que estoy viviendo unos momentos especiales.
Estoy comiendo chocolate (ya llevo media tableta) mientras escribo estas reflexiones a cielo abierto (como las minas, algunas minas, a cielo abierto, y eso me hace recordar que mi bisabuelo Martín era minero, ¡vaya, ahora me entra la melancolía familiar!), para endulzar un poco todas estas amarguras que voy vertiendo, escanciando en la copa del folio en blanco virtual… y que luego beberán ustedes. Más que nada es por eso, porque el poso de este brebaje, el que quede en sus paladares, sea un poso con un leve sabor a esperanza, que a la señorita Esperanza, nunca la pierdo de vista…
Son las seis menos diez de la tarde, martes 29 de noviembre, recién llegada de mi “guerra” escolar, y es que es una batalla, créanme si les digo que es una batalla diaria. Me pregunto una y otra vez qué ha pasado, dónde se nos ha perdido algo, en qué tramo del camino… Llevo 30 años, 31 cursos en la enseñanza, y estoy alucinando. Pero ya les digo que no pierdo de vista a mi amiga la Esperanza, la de verdad, la que se lleva en los corazones, y por eso soy capaz todavía de mantener mi ilusión de docente, aunque nos estén dando tantas tortas por todas las partes.
Me quedan cuatro onzas de chocolate, tres, ahora son tres… así subo un poco la energía, que está como para acarrearla con grúa, polea, tractor…
Tengo que llegar al miércoles que viene medianamente bien, con la moral intacta, como el Alcoyano (creo recordar que se decía aquello de: “Tienes más moral que el Alcoyano”), y es que quiero entrar en los 52 con espíritu de ganadora. ¡Ánimo, Edurne, que tú puedes! A ver si la autoayuda surte efecto…
Cada vez veo menos, la pantalla del ordenador ilumina el teclado malamente, pero mis dedos son como lagartijas, como ardillas saltarinas, que se deslizan por él casi a ciegas.
Alguien me decía en la entrada anterior que no entendía mis palabras, el sentido que tenían, oculto, y no tan oculto. La mayoría sí me han comprendido. Con estas letras, es como si hiciera una transcripción de las anteriores. Y seguro que muchos de ustedes también las comparten.
La noche ya nos rodea, ¡ay!, es como si de verdad llegara ese coco de la canción, como si una malvada bruja nos acunara y con una sonrisa maliciosa quisiera engañar a nuestro miedo (pero éste es más listo que el hambre). Yo, por si las moscas, siempre despierta, alerta en todo momento, con los ojos y todos los sentidos en estado de alerta. No están los tiempos como para dormirse en los laureles. ¡Para nada!
Postal: Dibujo de Lontxo Yriarte para el libro “Euskal Alfabetoa Iruditan”. Canción: Popular
No sabría muy bien cómo definir la sensación, o las sensaciones, que me invade/n. Es una mezcla de desencanto, miedo, rabia, impotencia, estupor… eso, en cuanto a la parte psíquica y anímica, que en lo referente al estado del cuerpo que me alberga… estoy más que rota, derrengada, exhausta… Llego de trabajar, como aquella heroína de cuento que regresa de las Cruzadas o la Guerra de los Cien Años, ustedes me entienden, ¿verdad?
Comento todos los días con quienes me son cercanos a todos los niveles, lo extraño y particular de este año, de este comienzo de curso, de este último cuatrimestre… ¿Hay explicación para todo esto? Tal vez. Los teóricos, los escépticos, los profesionales, los sabios, las mentes preclaras y los mortales de a pie, seguro que sabrían explicarlo, cada cual según su teoría, su propia experiencia, sus intereses, su desencanto, sus perspectivas de futuro, su comodidad y su indiferencia…
Creo que estoy en un momento de mi vida crucial. Por muchas razones. Claro que, todos los momentos de nuestra vida son cruciales e importantes, puesto que, decisiones aparentemente carentes de relevancia, seguramente sean las que marquen nuestro futuro, pero… ¿qué quieren que les diga? Yo presiento que estoy viviendo unos momentos especiales.
Estoy comiendo chocolate (ya llevo media tableta) mientras escribo estas reflexiones a cielo abierto (como las minas, algunas minas, a cielo abierto, y eso me hace recordar que mi bisabuelo Martín era minero, ¡vaya, ahora me entra la melancolía familiar!), para endulzar un poco todas estas amarguras que voy vertiendo, escanciando en la copa del folio en blanco virtual… y que luego beberán ustedes. Más que nada es por eso, porque el poso de este brebaje, el que quede en sus paladares, sea un poso con un leve sabor a esperanza, que a la señorita Esperanza, nunca la pierdo de vista…
Son las seis menos diez de la tarde, martes 29 de noviembre, recién llegada de mi “guerra” escolar, y es que es una batalla, créanme si les digo que es una batalla diaria. Me pregunto una y otra vez qué ha pasado, dónde se nos ha perdido algo, en qué tramo del camino… Llevo 30 años, 31 cursos en la enseñanza, y estoy alucinando. Pero ya les digo que no pierdo de vista a mi amiga la Esperanza, la de verdad, la que se lleva en los corazones, y por eso soy capaz todavía de mantener mi ilusión de docente, aunque nos estén dando tantas tortas por todas las partes.
Me quedan cuatro onzas de chocolate, tres, ahora son tres… así subo un poco la energía, que está como para acarrearla con grúa, polea, tractor…
Tengo que llegar al miércoles que viene medianamente bien, con la moral intacta, como el Alcoyano (creo recordar que se decía aquello de: “Tienes más moral que el Alcoyano”), y es que quiero entrar en los 52 con espíritu de ganadora. ¡Ánimo, Edurne, que tú puedes! A ver si la autoayuda surte efecto…
Cada vez veo menos, la pantalla del ordenador ilumina el teclado malamente, pero mis dedos son como lagartijas, como ardillas saltarinas, que se deslizan por él casi a ciegas.
Alguien me decía en la entrada anterior que no entendía mis palabras, el sentido que tenían, oculto, y no tan oculto. La mayoría sí me han comprendido. Con estas letras, es como si hiciera una transcripción de las anteriores. Y seguro que muchos de ustedes también las comparten.
La noche ya nos rodea, ¡ay!, es como si de verdad llegara ese coco de la canción, como si una malvada bruja nos acunara y con una sonrisa maliciosa quisiera engañar a nuestro miedo (pero éste es más listo que el hambre). Yo, por si las moscas, siempre despierta, alerta en todo momento, con los ojos y todos los sentidos en estado de alerta. No están los tiempos como para dormirse en los laureles. ¡Para nada!
Postal: Dibujo de Lontxo Yriarte para el libro “Euskal Alfabetoa Iruditan”. Canción: Popular