Hola, Ricardo:
Ha pasado mucho
tiempo desde que volví a Argentina. Huyendo, sí, ahora puedo decirlo: huyendo
de ti, de mí, de Marta y de mi madre. Huyendo de esa nube espesa de amor, pena,
culpa, rencor, traición… Sé que hice lo correcto, de lo contrario habría muerto
de angustia, engullida en esa espiral que habíais creado y en la que me dejé
mecer durante tantos años. Haberme quedado nos habría traído más problemas.
¿Eres consciente,
Ricardo? ¿Eres consciente de que las vidas de tres mujeres dependen de ti? Creo
que no, aunque a veces te veo como un auténtico depredador, frío y cruel. Te
odio, Ricardo. En mí se conjugan muchos sentimientos y uno de ellos, tal vez el
más importante, es el odio. Has destruido tres vidas, si no contamos la tuya,
que también lo está, pero tres son las que me importan: la mía, la de mi madre
y la de Marta.
Marta, mi madre y
yo. Tres mujeres enamoradas de ti hasta los tuétanos. Tres mujeres unidas por
lazos de sangre. Tres mujeres de diferente edad. Tres mujeres que estoy segura,
para ti formaban el ideal de una sola. Por eso tal vez, y a tu manera, nos has
querido a las tres, aunque nos hayas utilizado, manejado, jugado con
nosotras...
Marta, sabedora
de la historia que tenías con mi madre, se volcó en mí como forma de derramar
todo ese amor que sentía por vosotros. Y después aprendió a quererse a ella
misma. Gracias a ella tomé la decisión de dejaros y regresar a Argentina.
Mi madre,
sospechando que Marta sabía y que yo también había sucumbido a ti, quiso
disuadirme. Me prometió dejarte para alejarme del peligro, incluso me propuso
volver aquí juntas… Pero no, tú eras más fuerte que todo, más fuerte que
cualquier otro amor, incluso del materno y prefirió arder en las llamas de un
amor prohibido y que estaba abocado a no llegar a buen puerto. No le importó
sacrificarme a mí también. Estaba enferma de amor. Y sabía que más tarde o más
temprano también lo estaría de verdad, la enfermedad hereditaria estaba
asomando, tal vez Marta y yo misma la heredemos, y entonces tú serás el único
testigo de nuestra verdad. Ahora ya no hay remedio, el final es inminente.
Cuando te conocí,
mi corazón de niña sufrió su primer envite. Intenté desterrarte de mis sueños
sin demasiado éxito. Mientras, Marta me acogió como si de una hermana mayor se
tratase. Mi madre necesitaba mucho cariño, apoyo… ¡Y lo tuvo, ya lo creo que lo
tuvo! Tu ayuda fue primordial para poder liquidar todo el asunto de la herencia
de mi padre e instalarnos definitivamente. También que nos tomaras bajo tu
tutela directa nos dio seguridad. Mi madre volvió a sonreír, parecía otra, no,
parecía la que había sido, solo que más viva. Yo no veía más allá de mis
propios deseos y viví esos primeros años angustiada por un sentimiento de
culpabilidad que me hizo ser una adolescente taciturna y encerrada en mí y mis
propias fantasías. Pasaste a formar parte de nuestras vidas como el aire que
necesitábamos para respirar. Nos eras totalmente imprescindible. Si no era con
Marta, eras tú solo el que nos visitaba, y nuestra casa, esa vieja casa de la
abuela que tanto miedo me daba, se volvió luminosa de pronto. Tu presencia la
iluminaba, tu risa… Pero cuando no estabas, mi madre irradiaba esa luz que yo
no sabía explicarme de dónde le nacía, y la casa quedaba esperando tu vuelta,
lo mismo que nuestros corazones. Siempre había un pretexto para que os dejarais
caer por allí, y si no era así, nosotras lo inventábamos. Cada día lo vivía
como un castigo, tú no podrías ser mío nunca. Al principio no supe ver la
realidad. Hasta aquel día…
Habían pasado
cinco años de nuestra vuelta, para entonces yo llevaba escondida en mi corazón
la pena de un amor que nunca sería correspondido y la certeza de una traición.
Demasiado sufrimiento para una joven como yo. No sé qué ocurrió entre vosotros
aquel maldito mes de enero, entre mi madre y tú. Solo recuerdo que ella casi se
vuelve loca, estaba fuera de su cuerpo y de su mente, era como un alma errante
en un mundo extraño, apenas una sombra de lo que era. Recuerdo a Marta cada vez
más delgada, más cómplice de su propia pena, sonriendo sin creérselo. Y te
recuerdo a ti aquel día, sentado en el sofá de nuestro salón esperando a que mi
madre, recluida en su habitación, te mirara, quisiera verte y hablarte.
Recuerdo tu cabeza aprisionada entre tus manos, el pelo alborotado y tu sonrisa
forzada. De pronto levantaste la mirada que mantenías clavada en los dibujos de
la alfombra y me viste. Yo acababa de llegar de la universidad y estaba parada
en la puerta, muda, atrapada en aquella atmósfera irreal. Hacía un frío
terrible, la casa estaba helada, como yo, por dentro y por fuera. Me miraste y
me viste. Te levantaste, caminaste despacio hacia mí, apartaste el pelo de mi
cara, cogiste mis libros, mi bolso, lo dejaste todo encima de la consola y… ¡me
besaste! Creí morir. Hoy sé que no era a mí a quien besabas, sino a mi madre.
Y sí, fue una
muerte lenta que duró hasta que me deshice de tus garras de crápula. Has
chupado mis ilusiones, mi juventud, mi inocencia y me has regalado sueños
oscuros y futuros sin horizonte. Necesitabas sangre joven para renovar tu pacto
con el diablo. Tu encanto salió a flote de nuevo y todo siguió igual que
siempre. Tu mujer intuyó lo que estaba pasando, y mi madre solo supo que estaba
enamorada de ti. Nunca supieron que mi enfermedad era más grave de lo que
parecía y que me estaba desahuciando.
No sé si para ti
todo esto ha sido un juego nada más. Quizá solo te has dejado querer, pero nos
has arrastrado como la marea arrastra todo lo que se pone en su camino aun a
sabiendas del daño que nos estaba causando a todos esta relación. Nos
convertimos en tres inocentes moscas atrapadas en la tela que habías tejido tan
sutilmente.
Me he decidido a
escribir esta carta porque ya ha pasado el tiempo suficiente, porque mi madre
va a morir de un momento a otro y porque en pocos días tendré que enfrentarte.
Prefiero que sepas todo el dolor que me ha causado quererte, aunque tú pensabas
que era el capricho de una niña mimada que necesitaba la figura de un padre…
No, la figura paterna es la que siempre ha sido, la de Guido, mi maravilloso
padre. Nunca he necesitado sustituirlo, pero sí he necesitado un hombre como
tú. Lástima que llegara la última al reparto de tus sonrisas, de tu cariño… Yo
necesitaba AMOR y PASIÓN con mayúsculas y eso ya lo habías regalado antes. AMOR
a Marta, porque estoy segura de que en el fondo todavía la amas. Y PASIÓN a mi
madre, que te envolvió con la suya, totalmente desagarrada por la vida,
con su vitalidad . ¿Y para mí? Para mí quedaba el cariño de un hermano mayor,
de un padre sustituto, de…
Ahora estoy
tranquila. Mi conciencia está en paz. Con mi madre pienso enterrar mi pasado, y
pienso enterrarte a ti. Cuando nos veamos no intentes ningún acercamiento,
Ricardo, ahora soy una mujer nueva y fuerte. Solucionaré mis cosas y volveré
aquí, donde he encontrado mi sitio. Solo deseo que tanto Marta como tú
encontréis la paz.
Liliana
Texto: Edurne Imagen: Internet.
Entrada ya publicada en esta Orilla el 26 de enero de 2013. Leer antes las
entradas previas CARTAS A RICARDO (I) y (II). Comentarios hechos en su momento a esta entrada aquí.
1 comentario:
GRACIAS por pasar y leer.
;)
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