Ha pasado mucho tiempo desde que estamos en esta situación extraña,
como de ciencia-ficción, pesadilla que no se acaba nunca. Es como el día de la
marmota: un día que sucede a otro casi igual. Hoy te aventuras a salir a la
calle para hacer la compra, y te toca hacer colas, mirar con temor al que
tienes delante o detrás, guardar la distancia de seguridad, comprar algo de lo
que hayan dejado los arrasadores oficiales de alimentos y productos x… Volver a
casa mirando a todas partes procurando no cruzarte con demasiada gente, y
empezar con el siguiente proceso, el de desembalaje, limpieza y desinfección, guardar
las cosas, cambiarte tú, lavarte y volverte a lavar… ¡Una tortura!
Casi se me había olvidado cómo eran las voces infantiles, las
figuras de criaturas saltando, corriendo por la calle, preguntándolo todo,
llorando, reclamando… ¡Hoy he visto niñ@s! Y me he asombrado a mí misma
mirándolos como si no hubiera visto un@ nunca. ¿No me digan que no es para
reír, si no fuera realmente para llorar?
¿Y las personas mayores? Yo tengo a mi madre en casa, casi 87 años,
formalita y disciplinada, obediente… No en vano
son la generación que ha vivido bajo el yugo del miedo, del no salirse
del camino marcado… Pero hasta ella, mi ama, que está tan tranquila en su casa
haciendo mil cosas, está harta ya. El otro día me lo dijo: “hija, ya sabes que
yo soy muy casera, pero, ¡desde el último día de la pelu (¡otro drama!) no he
salido a la calle! Cuarenta y seis días confinada, y eso con la tremenda suerte
de tener una terraza por la que pasear y solazarse de vez en cuando. Pero
tienen mucho tiempo para pensar, y ¿qué piensan? Pues no es difícil de adivinar.
Han pasado una guerra siendo niños, miedo y miseria. Una postguerra durísima,
una vida adulta llena de sacrificios, y ahora… esta incertidumbre, este enemigo
invisible y silencioso.
Yo sí que tengo miedo, y angustia, ansiedad… Tanta es la tensión,
la responsabilidad que cargo que llevo una semana totalmente vertiginosa,
volátil e inestable. Hacía tiempo que no padecía una crisis de vértigos como
esta. Voy capeando como puedo, pero mal, mal…
Yo también cuento los días, ahora los cuento, al principio no,
pensaba que iba a ser algo más rápido, menos letal a todos los niveles. Llevo
dos meses y dos días sin ver a mi pareja, nos separan malditos 400 kilómetros,
¡y a saber cuándo podremos volver a vernos! Los kilómetros da igual, mi hermano
tampoco puede ver a la suya, que está a 30. ¡No, no quiero que esto sea lo
normal de ahora en adelante!
Y tengo miedo por todo. Nos hemos acostumbrado a quedarnos dentro
de nuestros caparazones, de estas conchas protectoras. Y luego, ¿qué? Claro que
si me pongo a pensar en todos los que no tienen conchas protectoras, que no
tienen a nadie que les de cobijo, cariño, consuelo… La sangre se me hace bilis.
Me quedo mirando por la ventana, o salgo a la terraza, a escuchar,
a ver… A no oír nada, a no ver nada ni nadie. ¿Qué mundo es este que nos han
puesto delante, de la noche a la mañana? ¿Cuándo va a venir el príncipe a
besarnos para poder despertar de este letargo, de este sueño infernal?
Las ocho de la tarde. Como por arte de magia, aparecen ventanas y
balcones llenos de gente. Aplaudimos. Suelto un irrintzi. Aplaudimos.
Desaparece la vida de nuevo. Cinco minutos. Ojos que vienen y van, gente
desconocida que vive en tal o cual casa y tú no conocías. Saludos, abrazos y
besos al aire con los vecinos de toda la vida. Signos de fuerza y victoria. Cinco
minutos.
Unos días sale el sol, incluso hace calor. Primavera, bajas los
toldos, sacas las hamacas, sientas a la madre, te pones a leer… Otros días, hay
enfado en el cielo, nubes grises, brumas y vientos con mala leche. Agua, cabreo
celestial.
Uno, dos y tres, uno, dos y tres…. ¿Ejercicio? Caminas por el pasillo,
por la terraza, haces que haces. La báscula del baño está escondida, ni ella
quiere que la mires. Mejor.
Sales otra vez, aprovechas el carro y vas al supermercado que está
cerca de tu casa, subes a echar un vistazo, a ver que todo está en orden, subes
y bajas persianas, riegas las pocas plantas que se mantienen vivas para que tú
las veas y les digas cosas bonitas, que las arengues y animes a seguir luchando…
Y de vuelta a la “casa matriz”. Cuando entras, la madre te mira con ojos de
pena, te pregunta sin palabras, te abraza sin tocarte, te agradece sin querer
llorar, con los ojos acuosos… y tú que disimulas y le das el parte de “guerra”
como si fuese algo totalmente rutinario.
Mantenemos nuestra clase semanal de escritura en modo on line, y ese es un momento esperado
por todo el grupo, dos horas para vernos y oírnos, para avanzar y también hacer
un poco de terapia. Un breve espacio para sentirnos unidos a esa otra vida
que teníamos antes de todo esto.
Estoy constreñida, toda yo. No escribo, no me sale nada de dentro, si no es
amargor. Las palabras se me han encerrado en una caja vieja de zapatos, se han
hecho fuertes allí y no ceden a mi acoso. Lo intento, pero no tengo tantas
fuerzas ni tantas ideas como antes. Ya no soy la misma, me han dado el
cambiazo, lo siento hasta en mi forma de caminar, cansada…
Vuelvo la cabeza, con sumo cuidado, y observo el horizonte más
lejano que abarco con la mirada: un trocito de verde apagado que linda con el
cielo plomizo y enmarcado entre edificios durmientes. Las dos y media de la
tarde. No tengo hambre pero sé que tengo que comer.
Dejo constancia de que aún estoy viva, de que los míos lo están, de
que todavía somos sensibles al amor y al dolor, de que dentro de nosotr@s
brilla el sol y la vida bulle pidiendo ser vivida.
Hasta que nos volvamos a ver por calles y veredas, por montes y
playas… Cuiden de ustedes, cuiden los unos de los otros, cuiden de la casa
común, y no se olviden nunca de ser felices, a pesar de todo y de todos.
Continuará…
Foto y Texto: Edurne
(lanzo esta botella tal cual, no he corregido nada, disculpas. He aprovechado
un momento de “aquítepilloaquítemato” y esto es lo que ha salido).
6 comentarios:
Hola Edurne! me alegra saber que estás aguantando a pesar de los pesares. Entiendo perfectamente tus preocupaciones y miedos. Todo lo que nos está sucediendo no es natural y lo que tienen que estar pasando nuestros mayores terrorífico.
Sé que la vida desea todo el tiempo ser vida y lucha y resiste para poder seguir siendo. Esa es la belleza que parece escondida, pero en realidad no lo está. Volveremos a vernos en las calles, estoy segura, mientras tanto un abrazo al corazón y de corazón y un besito para tu madre.
Querida Edurne, abre la caja de zapatos y expulsa todas esas sensaciones y sentimientos, eso ayudará un poco.
¡Ánimo! Esto tambien pasará.
Besos y un abrazo muy fuerte para ti y tu ama.
Podría repetir una a una todas tus palabras, salvo que mi mamá ya voló hace años y no tengo esa suerte. En estos momentos, más que salir a la calle, lo que echo de menos en que vengan mis nietos a casa, sus besos, sus abrazos...
Un beso, querida Edurne.
Nos ha tocado esto, hay que aceptarlo y cuando salgamos, ser mejores que al entrar.
Besos y mucho ánimo.
Con lo valiosos que son tus escritos, como otro tipo de alimento. También necesario.
RAQUEL, MARÍA, PACO, PEDRO, MERI:
Gracias por sacar tiempo y chapotear un poco por esta Orilla.
Ya vendrán tiempos mejores, ¡han de venir!
Un abrazo enorme.
;)
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