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La vieja María Rosa apretaba el paso
y el corazón, cada tres metros paraba y recobraba el aliento. Florentina tenía
tanta vitalidad que, aun de paseo, pareciera que volaba. No había quien le
diera alcance. El ama la llamaba, espera, espera niña, que se me escapa el
alma… Pero Florentina apuraba la vida tan intensamente, que se perdía entre el
bullicio de la estación como si fuera lo último que sus ojos vieran, que sus
oídos oyeran… El ruido de la locomotora, los viajeros y sus distintas jergas;
los mozos que arrastraban maletas y baúles; loros y cacatúas traídos de la
selva para venderlos en el colorido mercado de los viernes... Todo lo engullía
con ansia. Florentina reía y saludaba a todo el mundo. Cabezas que se vuelven y
la miran, ojos que se admiran de tanta belleza, bocas que alaban su sabiduría y
buen hacer. Así eran los días de Florentina mientras esperaba aquello que había
de suceder.
Nadie le había contado la
realidad al joven Levallois, nadie. Sí que tenía conocimiento de una hermosa
niña que había nacido después de no pocas vicisitudes, que era un ser
milagroso, algo nunca visto, y que por eso la región estaba floreciendo, pero
nadie le habló, nadie le explicó quién
era de verdad.
Bastó un segundo para conmover su
alma, para olvidarse de quién era y por qué estaba allí. La vio durante un
instante pero nunca podría olvidar ya ese momento. Su corazón sangraba por
dentro, lo notaba, se le escapaba la vida, le faltaba el aire, la vista se le
nubló y cayó derribado por el arma más letal que nadie haya inventado: el amor.
Florentina frenó su marcha, se
paró y supo que su vida había sido trastocada. La historia se repetía. Sus
entrañas lanzaron un grito que solo ella podía oír. Aquel deseo dormido de
tantas mujeres de su familia, aquella llamada de más allá de la vida, había
despertado en ella, en la bella Florentina. Sabía cuál era el precio a pagar
pero no había vuelta atrás.
Volvía sobre sus pasos cuando la
vieja María Rosa la alcanzaba, mi niña… Deja, ama, deja. El joven Levallois
yacía en el suelo como traspasado por una lanza invisible. Todo ruido cesó
alrededor de la escena. Todos los allí presentes la miraban y se miraban.
Florentina, decidida, tomó la cabeza del desdichado joven entre sus manos, y
con sumo cuidado, depositó un dulce y largo beso en los labios entreabiertos
del francés.
Dicen que la noche y el día se
alternaron a una velocidad inexplicable.
Todo cambió de lugar durante más de una hora, tal vez dos, o quizás fueran tres, cuatro... nadie lo sabe, hasta que la luna marcó el final
de aquella metamorfosis y todo siguió como antes. La locomotora anunciaba su
salida, los viajeros subían al tren, los pañuelos se agitaban en señal de
despedida, las risas y los llantos se sucedían, loros y cacatúas ponían la
música a la mañana en la que todo cambió y a la vez volvió a su sitio. Aquella
era la mañana en la que, sin remedio, Florentina acababa de encontrarse con su
destino: con la leyenda de los Ancheta.
Imagen: Internet. Texto: Edurne
4 comentarios:
Leemos a Florentina, que no mueran los blogs.
Besos, Edurne.
ABEJITA:
Eso, que no mueran los blogs! Eskerrik asko! Besos
;)
Asó se hace, aun no termino de leer a Florentina.
Me debes contar cómo haces para incluir los otros capítulos pinchando aquí, como dices!!, tengo mucho en episodios y no se publicarlos así.
Edurne querida, feliz día del libro y de San Jorge
un beso y una flor, por un libro tal vez !!??
beso
BALI:
Gusto verte chapotear por la orilla!
Pues te agradezco el interés lector y la preguntita, que ya te comentaré, es muy fácil, en cualquier caso...
Un superabrazo y besos para ese lado!
;)
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